“De la obra se desprenden graves falencias como simbología confusa, cuestionamientos ideológicos sociales, ilimitada fantasía y carencias de estímulos espirituales trascendentes (...). Cuestiona la organización del trabajo, la propiedad privada y el principio de autoridad”, fueron algunos de los argumentos de la censura, plasmados en una resolución de 1979 del Ministerio de Educación de Santa Fe que prohibía La torre de Cubos. Una oleada represiva que se extendió a las provincias de Buenos Aires, Mendoza y Córdoba, hasta comunicarse luego por decreto nacional.
A pesar de la prohibición y el miedo, Devetach no dejó de producir y nutrir la literatura infantil argentina. Es autora de 42 títulos y fue reconocida con importantes distinciones como el Premio Destacados de Alija y diploma al mérito del Premio Konex “Literatura Infantil” en 2004. Además recibió el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional de Córdoba en 2008 y el Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil otorgado en México en 2011, por mencionar algunos.
A 40 años de la recuperación de la democracia, La Capital dialogó con la reconocida maestra y escritora, quien rememoró sus experiencias docentes y sus inicios en la literatura. Celebró los triunfos de la democracia y destacó el valor de aquellos educadores que hicieron posible que las obras prohibidas por la dictadura perduren a pesar del terror.
—¿Atesora recuerdos de su experiencia como maestra en el norte de Santa Fe?
—Sí claro, yo era muy joven, tenía 18 años recién cumplidos y me había tocado un 2º grado de 56 alumnos. Era una escuela semi rural en Las Toscas, que en aquel momento era un poblado con pocos habitantes, pero a esa escuela iban chicos de los alrededores, de los algodonales y otros cultivos. Tenía chicos de 8 a 17 años, todos juntos. Era una linda escuela fiscal, como las que se habían construido en muchos lugares del campo. Los chicos eran muchos y nos habían puesto en el salón de música, así que teníamos permanentemente a la profesora de música y a los chicos del otro grado cantando al lado. Era muy difícil, sin embargo para mi fue un aprendizaje enorme y muy lindo. Yo decía ¿cómo hago para interesar igual a un pibe de 8 y a uno de 17?, yo les leía cuentos y se enganchaban todos, se fascinaban hasta los mas grandes. Elegía cuentos como los de Horacio Quiroga y con ellos enganché a muchos chicos, es el tipo de literatura que a mí me parece interesante porque es para todos, accesible y bella. Recuerdo que en esa aula enorme aparecía en la ventana para pispear lo que hacíamos, un pibe de la calle que era sordomudo. Todo el mundo le decía que no entendía nada, pero él sabía el horario en el que yo leía los cuentos y se acercaba a escuchar. Los chicos lo hostigaban, lo echaban y yo les decía “no, déjenlo en paz”. La cuestión es que él escuchaba todos los cuentos. Una vez lo vi en el patio de la escuela haciendo dibujos en la tierra, porque el patio era de tierra y era el primer pizarrón de los chicos. Me acerqué y después de observar bastante pude decodificar que había dibujado la tortuga gigante, de ese cuento de la tortuga que llevaba al hombre arriba. Eso quiere decir que él no hablaba pero escuchaba. Yo avisé en la escuela para que el chico no se perdiera, pero no era fácil tratar ese tipo de temas en esa escuela, me hubiese gustado que pudiera incorporarse.
—¿Y fue en aquella época que comenzó con la escritura?
—Creo que la escritura comenzó antes de saber escribir, como suele suceder, porque el escribir tiene diversas fuentes. Los mecanismos de observación, narración y fantasía están en movimiento y aparecen en otro tipo de manifestaciones. Cuando todavía no somos letrados aparecen en los juegos, en las imitaciones, en sentirse personaje de cuento y jugar a eso. Luego se empieza a narrar desde la oralidad, el dibujo y el juego, y después lentamente viene la unión a la escritura y sobre todo la lectura. Creo que leer nos lleva a reconocer nuestras propias historias. Yo escribía siempre, me encantaba hacer las composiciones en la escuela, hoy se llaman redacciones, por supuesto siempre me salía de tema y me retaban. Por eso digo que aprendí a escribir desde que nací.
—¿Y que lecturas le gustaban?
—Entré a la lectura a través de la narración oral. Yo soy del norte de Santa Fe y mi papá era muy buen narrador. Era italiano, habría tenido 10 años cuando fue la Primera Guerra Mundial, entonces me contaba historias de aquellos momentos, algunas muy atrapantes, lindas y casi todas tenían que ver con la naturaleza y el campo, porque mis abuelos eran campesinos. Así que yo tenía la cabeza llena de historias desde muy chica. Historias que venían de mi familia y de la cepa de mis pagos, que era un lugar muy cuentero, de muchas leyendas y dichos. Luego yo hice una recopilación de todo eso. La escritura tiene un largo camino hasta que llega a la profesionalización a través del estudio, talleres, distintos tipos de formación, pero sobre todo de la lectura. Para mí la base es la lectura, porque cuando uno lee sigue el camino anímico, mental y creativo de otra persona, del escritor, y es ahí donde se aprende. No es que se aprenda a escribir, se ve un camino, es muy importante leer, por eso yo trabajo mucho en la promoción de la lectura.
—¿Qué literatura recuerda?
—En general estaba muy influenciada por lo que leía mi papá. Tenía unos tíos que tenían una librería en el pueblo, en aquel momento había muy pocas ediciones de libros argentinos para chicos, la mayoría venían de España. Recuerdo los cuentos de hadas franceses, ingleses y españoles, también los libros como los de Horacio Quiroga o de leyendas europeas o argentinas. Me gustaba mucho Las mil y una noches y Corazón de Edmundo de Amicis, y sobre todo me gustaba Pinocho, mi libro de cabecera. Creo que aprendí a leer con Pinocho.
—Era muy pequeña
—Sí, muy chica, yo entré a la escuela ya sabiendo leer con la ayuda de mi papá. En la librería de mis tíos me metía debajo del mostrador, elegía algo y me pasaba horas allí, era hermoso.
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En 2014 Laura Devetach visitó la escultura que homenajea a “La planta de Bartolo” en la puerta de la Biblioteca Cachilo.
—Luego ejerció la docencia en distintos niveles de la enseñanza. ¿Esta experiencia le dejó aprendizajes?
—Yo amo la docencia, me gusta enseñar, la experiencia docente para mí fue muy rica y variada, en el único nivel donde no enseñé fue en jardín. Aprendí muchísimo de niños, adolescentes y jóvenes, trabajé mucho tiempo en secundario y aun tengo conexiones con algunos de esos alumnos. Para mi enseñar fue tan importante como estudiar, porque me dio el contacto con distintas hablas, experiencias e intereses de distintos seres humanos. El aprendizaje pasó por aprender cosas de los demás y entender el origen de determinados intereses de los chicos. Siempre el aprendizaje viene a través del vínculo con otros seres humanos. Recuerdo que un día en el campo los chicos me preguntaron cómo era un ascensor y yo les di una clase explicándoles corporalmente cómo funcionaba un ascensor, agachándome y levantándome. Obviamente tuve un altercado con el director porque estaba haciendo firuletes en la escuela que es un lugar tan serio. Recuerdo que en esa escuela tuve algunos problemas.
—La llevo a un momento ingrato, cuando la dictadura prohibió su libro "La torre de cubos". ¿Qué sintió frente a aquellos argumentos que dieron lugar a la censura?
—Lo primero que sentí fue mucho miedo, porque mucha gente desaparecía por menos que eso. Yo dejé de enfocar mi atención en eso porque sino iba a dejar de hacer cosas. La prohibición apareció primero en Santa Fe y se fue replicando en otros lugares. Fue todo a través de una denuncia, ese es el problema, porque esos argumentos lo hizo un colega. los militares no escriben esas cosas, eso lo escribieron los civiles que estaban a los pies de los militares. En esos argumentos se ve la cero tolerancia hacia la democracia y además pude saber que detrás de esos fundamentos estuvo la Iglesia, que en ese momento tenía un poder muy grande.
—Habla de un proceso dictatorial que además de militar fue civil, ejercido por colegas suyos con una ideología muy autoritaria
—Sí claro, ejercida por aquellos que le allanaron el camino a los militares, los que ampliaron la situación de terror y de impunidad que se vivía. Aun no deja de haber gente que piensa así, no hay que hacerse ilusiones con que la cultura crece y se va limpiando de ciertas escorias que deja la falta de democracia. No, eso queda. Ese argumento que dice que el libro “cuestiona el principio de autoridad” habla de que uno no tiene derecho a opinar en relación a lo que establece un estamento con más poder.
—¿Sabe que hoy “La torre de cubos” y otros libros que fueron prohibidos se leen en las escuelas de todo de país?
—Si, y hay algo que quiero destacar, y es que ese libro no desapareció porque los maestros, a pesar de que en ese época no había facilidades para fotocopiar, hacían copias de los cuentos. Ellos los copiaban a máquina, hacían copias manuscritas o mimeografiadas y los repartían a los chicos para que pudieran leerlos, eso hizo que no se perdieran esas obras. A ese acto yo le debo la perduración. En las ferias del libro, que es un lugar de encuentro, más de una vez se me ha presentado un maestro con una de esas copias y yo me he emocionado mucho. Ese acto no solo permitió que la obra perdure sino que también me permitió seguir confiando y poder escribir, porque la prohibición y el miedo fue una experiencia muy difícil de sobrellevar.
—Que "La torre de cubos" se lea en las escuelas ¿es un triunfo de la democracia?
—Pero claro, ya lo creo, y es de lo que yo mas celebré en mi vida. Estoy muy agradecida a los docentes y a todas las personas que hicieron que uno no pierda la confianza en el ser humano.
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La desctacada escritora nacida en Reconquista fue docente en una escuela rural de Las Toscas. “Entré a la lectura a través de la narración oral”, cuenta.
—¿Qué opinión le merecen las intervenciones que hacen algunas editoriales a obras clásicas por tener expresiones “incorrectas”?, ¿es una forma de censura ejercida por el mercado?
—Creo que es una barbaridad y que es abiertamente censura, no solo del mercado sino de todos los estamentos de poder. Personalmente no creo que la gente no compre una obra por determinadas palabras, creo que hay más una cuestión ideológica muy fuerte detrás de esas medidas. No estoy para nada de acuerdo, qué derecho tienen, todas esas palabras están en la lengua, están modificando una obra, se meten donde no deben.
—Hay un debate sobre si la literatura tiene que tener un fin didáctico en la educación de la infancia o no. ¿Usted qué piensa al respecto, la literatura debe servir para algo?
—Te lo contesto en broma: la literatura no sirve para nada (risas). Tengo la impresión que ha habido cambios en la educación en ese sentido, pero aun hay cambios necesarios que hacer para no atrasar. La literatura no tiene que ser útil, el problema es cuando en el arte se quiere introducir como elemento fundamental el utilitarismo, “la literatura para”. Y en relación a los chicos y a la enseñanza, la literatura como vehículo de aprendizaje, y no es así, la literatura es arte y el arte no es útil en el sentido práctico, para enseñar, para aprender o para que nos deje un conocimiento determinado. Por supuesto que la literatura deja, pero ese no es el objetivo de la escritura. A mi cuando me dicen “voy a trabajar este texto”... (risas).
—Mejor disfrutarlo ¿no?
—Claro, vamos a escuchar un cuento, después charlamos y listo, pero ya con decir “vamos a trabajar un texto” a los chicos se los predispone mal, no es necesaria una actividad posterior a la lectura, si sale fenómeno.
—¿Qué sugerencia le daría a las y los maestros a la hora de acercar a los chicos y chicas a la literatura?
—Lo primero que le sugeriría a los maestros y maestras es que se conviertan en lectores, porque muchas veces se da la paradoja de que se quiere hacer leer pero quien quiere hacerlo no es lector. No es una cuestión de cantidad de libros sino de acercamiento, de pasar uno por esa experiencia, sino qué vamos a transmitirles a los chicos. Acá hay que transmitir la emoción, la manera de acercarse, advertir ciertas maneras que tiene el autor de decir las cosas que a lo mejor tienen mucho que ver con lo que nos está pasando, y no convertirlo en un manual. El ser lector es una predisposición, no es una cuestión de números, no es lector el que lee muchos libros sino el que lee bien, el que se considera cerca del libro, el que se hace las preguntas correspondientes a lo que leyó. También creo que es muy importante que los chicos tengan permiso en las bibliotecas. He estado en escuelas donde no se permitían abrir las bibliotecas porque nos libros se gastan. Yo entiendo la importancia del cuidado, pero para aprender a cuidar hay que aprender a manejar el libro, para eso lo tienen que conocer sino el libro se convierte en una cosa intocable.