A 40 años del hundimiento del crucero ARA General Belgrano, en el que murieron 323 tripulantes, algunos sobrevivientes relataron a Télam "la noche más larga de sus vidas": la odisea que debieron pasar durante más de 24 horas en altamar bajo un clima feroz, con frío y sin comida, luego del ataque británico del 2 de mayo de 1982.
ARA General Belgrano: "La noche más larga"
A las 5 de la tarde de ese domingo 2 de mayo el crucero se hundió por completo, el tiempo empeoró y una fuerte tormenta se convertiría en el peor enemigo de quienes habían sobrevivido al impacto de los dos torpedos del submarino Conqueror.
"Acercarse a la balsa, con la tormenta y con una sensación térmica cercana a los 20 grados bajo cero era una cuestión de vida o muerte", subrayó Darío Volonté, tripulante del Belgrano que se unió a la Marina a los 15 años para egresar como suboficial maquinista naval. Hoy es un cantante lírico reconocido internacionalmente.
En su balsa eran alrededor de 26 personas, dos de ellas estaban gravemente heridas. "Les pasábamos algún ungüento o medicamento que teníamos mientras otros sacaban agua del bote, o inflaban la balsa que por la intensidad de la tormenta se desinflaba permanentemente", repasó el maquinista naval.
Volonté evocó con nitidez las olas de "la altura de un edificio de 3 pisos" que no dieron descanso a los sobrevivientes en una "noche que parecía nunca terminar": "En un momento, nos tapó una ola por completo, estábamos abajo del agua y en esos segundos -que nunca pude calcular bien cuántos fueron- se me pasó por la cabeza todo el carretel de mi vida de un solo golpe".
Asimismo, otras balsas fueron tapadas por las olas y algunas se dieron vuelta ocasionando la muerte de varios de sus tripulantes: "Durante esas 30 horas, sólo pensaba en ayudar a mis compañeros y, a la vez, en mantener el cuerpo caliente de alguna forma, en no dormirme. La verdad es que no tengo palabras para describir esa sensación'', contó Volonté.
Darío Volonté, sobreviviente
Sobre aquellas primeras horas de espera, Héctor Spesot, radiotelefonista del Belgrano, la definió como "una noche complicada", en la que además del frío y el viento había "olas de agua enormes que nos levantaban y nos tiraban para el otro costado de la balsa", detalló.
Sin embargo, Spesot confió que en ese momento él no dimensionaba lo que estaba pasando: "Pensaba cómo iba a contar lo ocurrido cuando llegara a mi casa porque mi familia no podía verme, ni tenía noticias mías".
Otro de los momentos más tensos señalados por el radiotelefonista ocurrió una vez que llegó el ARA Gurruchaga al rescate: tuvo que atar la balsa al barco con una soga para que no se aleje, luego cortaron el techo de la balsa y los sacaron con redes y escaleras.
"Por el frío o nerviosismo vomité mucho; de hecho, recién en el tercer intento pude subirme con una red y agarrarme de las manos de quienes estaban esperándonos", reconstruyó.
Una vez a salvo se encontró con los primeros sobrevivientes y luego se ubicó en el barco para poder descansar: "Recuerdo que nos quedamos sin bañarnos y estábamos desnudos porque la ropa estaba mojada. Como no daba abasto el calor del barco, me recosté en una caldera por el calor que emanaba y porque tampoco alcanzaban las camas", recordó Spesot.
En la balsa del radiotelegrafista comunicante Jorge Alfredo García, los combatientes seguían a la espera de ser rescatados: "Había pasado un avión al mediodía pero no sabíamos nada más y el mar volvía a ponerse bravo. Rezábamos y sabíamos que no sobreviviríamos una noche más como la anterior, el frío estaba en nuestro cuerpo", rememoró el salteño García, quien había llegado al Atlántico Sur desde el norte del país.
En un momento el cielo se oscureció y las esperanzas de los marineros parecían agotarse; sin embargo, la luz repentina del Gurruchaga motivó sus últimos alientos para intentarlo "a todo o nada": "Con las balsas logramos llegar a la luz que veíamos y allí tuvimos que hacer una maniobra complicada", contó el radiotelegrafista.
Primero subieron los más heridos hasta que llegó su turno, entonces tomó con fuerza la escalera para tratar de trepar con la poca energía que le quedaba.
"Me agarré de la escalera y quedé colgado porque no tenía fuerza para seguir subiendo en forma personal. Me levantaron con la escalera y ahí, por fin, estuvimos seguros. Los marineros del Gurruchaga fueron nuestros angelitos de la guardia y gracias a ello nos hicimos grandes amigos", repasó García.
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La espera sería aún mayor para el conscripto de la sexta división de artillería del buque, Carlos Acosta, y los otros quince compañeros que lo acompañaban en la balsa: "Fueron 36 horas en las que estuvimos en el mar solos, durante ese tiempo lo único que hacíamos era pelear contra las olas, arrojándonos a un lado y al otro de la balsa, con cuidado para que no se pinchara. Después todo era silencio mientras rezamos por dentro", describió.
Finalmente, en medio del mar oscuro y desolado, una luz encandiló a la balsa de Acosta: era el faro del Gurruchaga.
"Nos rescataron a los dieciséis, nos sacaron la ropa endurecida por el frío con una navaja y nos revisaron los médicos. También nos dieron alimentos y bebidas calientes, como alcohol, hasta el otro día que desembarcamos en Ushuaia", detalló Acosta.
"Fue una tarea titánica": el recuerdo de un tripulante rescatista.
El extripulante del destructor ARA Piedrabuena y actual presidente del Centro de excombatientes de Santa Fe, Adolfo Schweighofer, recuerda como una "tarea titánica" el rescate de los 770 sobrevivientes del Belgrano.
"A las 16 horas del 2 de mayo, personal de nuestro buque, que estaba a 5 millas de distancia del Belgrano, notó que el crucero había dejado de emitir frecuencia. Se lo llamó, pero no contestaban. Se habló con el otro buque -el Bouchard- y tampoco habían logrado contactarse con el Belgrano. Ahí es cuando se presume un ataque y suena por primera vez la alarma de combate real en el Piedrabuena para hacer las acciones que había que hacer", relató a Télam Schweighofer sobre esos primeros instantes posteriores al ataque del Conqueror.
En las horas posteriores al impacto, tanto el ARA Piedrabuena como el ARA Bouchard debieron hacer "maniobras evasivas" para evitar ser atacados siguiendo el protocolo de la Armada para estas situaciones.
"Los atacaron a las 4 de la tarde y los dos buques que estábamos al lado hicimos navegación evasiva en zig zag a la velocidad que permitía el buque por la presencia amenazadora del submarino; podían hundirnos a nosotros también", explicó el tripulante del Piedrabuena.
A la hora y media del lanzamiento del primer torpedo, ya con el Belgrano hundido por completo, cayó la noche en el Atlántico Sur.
Una tormenta de gran magnitud azotaba las balsas de los sobrevivientes y a los buques que realizarían las tareas de rescate: los destructores ARA Piedrabuena y ARA Bouchard, el aviso ARA Gurruchaga y el buque polar convertido a hospital ARA Bahía Paraíso.
El excombatiente santafesino describió esa noche como un momento de "incertidumbre total" porque "no sabíamos qué había pasado con el Belgrano y no podíamos prender la radio. Si lo hacíamos, nos identificaban, era como prender una luz en la oscuridad".
"Esa noche de espera estuvimos de guardia permanente, atentos, dormitando en los pasillos, nadie podía ir a su cama. Fue tremendo. Angustia, temor, incertidumbre", describió Schweighofer, que en ese momento tenía 20 años.
Una vez que desde Buenos Aires dieron la orden de rastrillar en la zona del Belgrano, el Piedrabuena retornó al lugar del hundimiento, pero "no había nada", recordó el extripulante.
La Escuadrilla Aeronaval de Exploración desplegó sus aviones Neptune desde Río Grande y sobrevoló la zona para buscar sobrevivientes en una acción heroica, dado que casi se quedan sin combustible para aterrizar de vuelta en la costa.
Así logró identificar al primer grupo de balsas en altamar.
"Si no hubiera sido por ese avión, hubiera sido imposible hallarlos porque el viento y las corrientes marinas habían llevado las balsas a casi 100 kilómetros de donde había sido hundido el crucero", explicó el santafesino.
A las 2 de la tarde del 3 de mayo, el Piedrabuena avistó la primera balsa y comenzó con un operativo de salvamento que se extendería por tres días más, hasta rescatar a un total 270 sobrevivientes, casi el doble de su dotación.
"Muchos de los que rescatamos se repusieron a las dos o tres horas y empezaron a colaborar en la tarea de rescatar y recibir a sus pares. Otros estaban gravemente heridos y algunos lamentablemente fallecieron", recordó.
En ese momento, el Piedrabuena "quedó chico para tanta gente": "El barco seguía buscando gente de día y de noche. Fue una tarea titánica en la que se convivió, ayudó y comió lo que se pudo, como se pudo", concluyó Schweighofer.
Por Agustina Pasaragua, Ornella Rapalini y Laura Pomilio/Télam