La cultura de la cancelación abre el debate: ¿para qué sirve la literatura infantil?
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La cultura de la cancelación abre el debate: ¿para qué sirve la literatura infantil?

Tras la polémica por la adaptación de los textos de Roald Dahl, tres especialistas se pronuncian sobre las modificaciones de las obras clásicas y el avance sobre los derechos lectores.
9 de marzo 2023 · 23:39hs

Eliminar palabras, examinar expresiones y sustituir un término por otro es la tarea a la que por estos tiempos se abocan algunos sellos editoriales con el objetivo de aggiornar y hacer más inclusivas obras clásicas de la literatura infantil y juvenil. Según publicó The Guardian, la editorial Puffin Books contrató a lectores sensibles para que intervengan algunos fragmentos de los textos de Roald Dahl, autor de obras como Charlie y la fábrica de chocolate (publicada en 1964) y Matilda (1988), con la intensión de que el lenguaje que utilizó el escritor no sea ofensivo para los lectores actuales. Fue tal el debate que se desató que la editorial tuvo que dar marcha atrás y anunciar la reedición de dos versiones: la clásica y la “renovada”, donde Augustus Gloop (de Charlie y la fábrica de chocolate) sea descripto como “enorme” en lugar de “gordo”. Las mismas medidas de “adaptación” se están aplicando con los libros de James Bond y recientemente la editorial inglesa Ladybird Books, anunció la misma intención con cuentos infantiles como Blancanieves y La Cenicienta.

Gordo, feo y negro son algunas de las palabras que el mercado se dispone a regular con la finalidad de hacer correcto lo incorrecto, de acuerdo a la mirada epocal. Como era de esperarse, estas medidas empresariales abrieron la puerta a un arduo debate en el que escritores y lectores tomaron la palabra, y del que emergieron una variedad de interrogantes: ¿se trata de actos de censura?, ¿esta apuesta de las editoriales por la corrección política es una estrategia para aumentar las ventas de autores clásicos?, ¿se subestima la capacidad crítica de las infancias y juventudes lectoras? La Capital dialogó con especialistas, quienes aportaron su mirada sobre las implicancias de estas decisiones editoriales, hicieron hincapié en la importancia de respetar los derechos de autores y lectores, y avanzaron en responder a una pregunta clave: ¿para qué sirve literatura?

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La regulación del mercado

La doctora en psicología Ana Bloj afirma que las editoriales, al igual que las productoras de cine, suelen sesgar las producciones culturales en función de políticas de mercado. Una decisión que en general tiende a limitar las obras, por lo que considera que estas modificaciones son una forma de coartar y dañar la obra en sí. Y sostiene: “En la literatura para niños y niñas el hecho de torcer una obra que el autor ha pensado es interferir en su potestad de evaluar qué les dice, qué cuenta y qué relata a sus destinatarios”.

La especialista también destaca que no debe perderse de vista que esta literatura se promueve desde figuras adultas, padres o docentes ligados a la vida de los niños y niñas, que van a tener una función clave respecto a qué habilitar y qué limitar en relación a las posibilidades de los niños o niñas en determinado momento de su vida. “En el caso de los chicos y chicas que aún no están alfabetizados, el adulto le va a dar un tono y un énfasis al relato. Va a estar la propia impresión subjetiva de aquel que mediatiza, y también en la elección, en el regalo, en el compartir y en el dar determinada literatura y no otra, ahí hay una función”, dice Bloj, y apunta al rol mediatizador del adulto, entre la obra literaria y el niño.

Por su parte, el docente Fernando Avendaño también se pronuncia sobre el tema y define estas intervenciones editoriales como “torpes actos de censura”.

El doctor en humanidades con mención en ciencias de la educación y profesor en letras, explica que estas revisiones sobre textos clásicos han sido fogoneadas por una organización llamada Inclusive Minds, que se describe a sí misma como “un colectivo de personas apasionadas por la inclusión, la diversidad, la igualdad y la accesibilidad en la literatura infantil, comprometidas a cambiar la cara de los libros infantiles”.

El docente indica que “esta pretensión de salvar a los autores del innoble destino de dejar de ser leídos, editando y reescribiendo su obra para que ciertos lectores contemporáneos no se sientan ofendidos es un acto extremadamente autoritario”, y agrega: “Modificar a gusto del presente cualquier obra de arte es no solo una aberración estética, sino también empobrecedor de la cultura”.

En la mirada de Avendaño, estos actos de censura esconderían además otras intenciones vinculadas directamente a los intereses del mercado, en la medida que la instalación de la polémica sobre estos temas funciona como estrategia de marketing, en un momento en el que la literatura infantil y juvenil tiene una presencia importante.

“Si hay adultos que consideran que los lectores no deben acceder a los errores del autor, hay que corregir el libro y volverlo a vender”, resume sobre esa línea de pensamiento.

En la misma senda crítica del impulso corrector, también se manifiesta la escritora Rocío Muñoz Vergara, quien alerta sobre el impacto que tienen estas intervenciones sobre autores y lectores.

“Cualquier decisión editorial que implique la modificación de un texto que originariamente un autor decidió escribir y publicar de una determinada manera, es un gesto que implica cierta violencia sobre el texto, porque no solo direcciona el modo de leerlo, sino que también cambia lo que escribió el autor”, apunta la licenciada en filosofía hispánica, profesora de lengua y literatura e investigadora del Conicet.

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“La literatura es un río que fluye y la pedagogización de la misma es un dique de contención” apunta Avendaño.

“La literatura es un río que fluye y la pedagogización de la misma es un dique de contención” apunta Avendaño.

Derechos lectores

Otro de los temas en debate tiene que ver con la no contemplación de los derechos de autores y lectores. Y en el caso de las infancias se plantea el interrogante: ¿se está subestimando la capacidad crítica de los niños y niñas lectores?

Avendaño sostiene que la modificación de los textos se debe a profundas razonas ideológicas que defienden un modelo determinado de mundo. Explica que un texto literario debe ser concebido como una unidad y que su alteración no solo lo degrada como producto artístico, sino que también puede sesgar la mirada del lector respecto de ese mundo creado. Postula además, que estos avances de la censura podrían traer aparejado el peligro de un acostumbramiento del lector a una lectura llana y sin esfuerzo, que no lo habilite a apreciar la verdadera riqueza de la literatura.

“Todo texto literario tiene que ofrecerse al lector sin falsearlo; sólo así se podrá llegar a conocer la verdadera riqueza de su contenido y el valor de su discurso. La construcción de un lector literario se asienta sobre textos originales, íntegros y ajenos a cualquier clase de intervención”, indica.

Muñoz Vergara también hace hincapié en el resguardo de los derechos de las infancias lectoras, y sostiene que ellos y ellas tienen que poder conocer las versiones originales de los textos para interpretarlos como puedan y quieran, para juzgarlos por sí mismos, para polemizar con ellos, indignarse o asustarse por lo que leen.

“La relación con la lectura siempre es salvaje, si no lo es no se produce, y no se produce el placer por la aventura, el desafío y la inquietud”, afirma.

Además, la escritora destaca que los sellos editoriales siempre realizaron este tipo de intervenciones ideológicas en relación a las obras literarias destinadas a las infancias. “Siempre se tendió a modificar los cuentos tradicionales, por ejemplo metiendo a la abuela y a Caperucita en un ropero para esconderse del lobo en lugar de marcar que el lobo se las come. A veces se alega proteccionismo argumentando que los niños no deben escuchar determinadas cosas porque los puede traumatizar o generarles miedos innecesarios, o suponer un contacto demasiado temprano con la muerte o la tragedia de la vida, algo que la literatura debería evitar en lugar de fomentar. Ahora aparece esto, definir lo que es o no correcto para la manera de vivir y de entender el mundo, de relacionarse y respetarse”, reflexiona.

Muñoz es contundente y define que con estas intervenciones se niega a los lectores el derecho de leer legítimamente: “Todo el mundo lee legítimamente en el momento que se encuentra con un texto. Según su característica, su experiencia de vida, sus lecturas previas y su propia ideología, independientemente de su edad y su conocimiento del mundo. Las infancias también, entonces es una manera de no respetarlas y hablar por ellas”.

La función pedagógica

Una de las críticas más salientes sobre estas decisiones editoriales, apuntan a que las transformaciones de los textos originales tienen un tinte pedagogizante. La pregunta es: ¿La literatura sirve para aprender, debe cumplir una función pedagógica?.

Ana Bloj explica que la literatura en general cumple con una función, pero no puede hablarse de utilidad. Si hay una función que cumple la literatura infantil y juvenil en los tiempos presentes es justamente la de mostrar otro lado del mundo, entendido como el lado de la poesía y la ficción, en un momento en el que el cotidiano para muchos niños, niñas y adolescentes está resultando apocalíptico.

“La realidad hostil y de violencia invade el psiquismo infantil y de alguna manera la literatura cumple con la función de ofrecer un otro lado, un universo que salva el psiquismo, el espíritu y la capacidad de alimentar la posibilidad de invención, no solo para la infancia sino también para la vida adulta que esos niños y niñas vayan a tener”, sostiene.

La psicoanalista explica que gran parte de los clásicos de la literatura para niños y niñas provienen de cuentos de la narración oral que eran planteados para adultos y que fueron modificándose para ser transmitidos a los mas chicos. Muchas veces, en esos cuentos se representan las fantasías humanas más horrorosas y dolorosas: como el hambre, la muerte o la separación de los seres queridos. Por eso, Bloj sostiene que la literatura para niños y niñas no tiene por qué dejar afuera esos aspectos que son propios de la vida humana, sino que por el contrario, su abordaje puede ser un elemento que cumpla con una función elaborativa para el psiquismo.

“Creo que un problema en la literatura para niños y niñas es que las versiones clásicas se encuentran cada vez más edulcoradas, alivianadas y censuradas, a punto tal que eliminan la tensión a nivel literario que puede producir el relato, eliminan la identificación inconsciente y la movilización psíquica. Eso puede producir que ese cuento pierda interés y la posibilidad de cumplir con la función de elaboración psíquica que la literatura de por sí ofrece a niños y adultos, aun cuando no sea su objetivo específico”, sostiene.

Fernando Avendaño, por su parte, alerta sobre la existencia de un “pernicioso discurso pedagógico dogmático”, que pretende pautar rígidamente protocolos de lectura, determinar sentidos únicos e instaurar mecanismos de legitimación por parte de “autoerigidas autoridades morales”, que corroen el propio campo de la literatura para niños y jóvenes. Y cita a la docente María Adelia Díaz Rönner, quien define a esta tendencia como la “abuenización” de la literatura. Esto sucede cuando la pedagogía se excede entrometiéndose en la literatura para niños y jóvenes, con el afán de que toda experiencia de lectura tenga una finalidad útil. La consecuencia —dice Avendaño— es una dinámica represiva sobre la pluralidad de sentidos y significados en los libros.

“La literatura es un río que fluye y la pedagogización de la misma es un dique de contención. Esta distorsión se condensa en que el texto debe ofrecer un mensaje. La presunción de un mensaje uniforme mutila y asfixia la polisemia del texto literario y se convierte en un actuar autoritario”, apunta el Avendaño parafraseando a Rönner.

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¿Para qué sirve la literatura?

A la pregunta para qué sirve la literatura Avendaño responde: “No sirve para nada más que para crear mundos posibles, conservar y reinventar la experiencia humana y darnos cuenta de todo lo que es posible vivir”, a lo que agrega que “si se cae en la servidumbre al mensaje, se desbarata el goce de la lectura y los libros”.

Muñoz Vergara recuerda que la pregunta sobre la utilidad de la literatura ha suscitado largas discusiones a lo largo de la historia de la humanidad, y que por supuesto el interrogante no tiene respuestas unívocas. Destaca además que en el caso de la literatura para las infancias se imponen respuestas claras y concisas, y que es allí cuando se produce la intervención explícita de la didáctica para correr al texto de su lugar literario y ubicarlo en un lugar de utilidad.

“Parece que también los textos tienen que transmitir valores”, alerta la escritora, y agrega: “Si no basta con el direccionamiento que hace la escuela sobre cómo tengo que leer ese texto y marcar el horizonte de lectura, sobre cuál es el mensaje único que tengo que sacar de él, entonces lo modifico, entro al núcleo duro del texto y cambio las palabras”.

La investigadora también marca el contrasentido de estas decisiones editoriales y los riesgos de resultados adversos. El propio direccionamiento de los textos juegan en contra de aquellos valores que supuestamente se intentan transmitir, porque cuando se apela a una población infantil mas abierta, tolerante y respetuosa, pero se intervienen los modos de leer y los propios textos, lo que se pone en evidencia es una contradicción con esta idea que quiere transmitirse.

“Las infancias van a ser capaces de ser mas abiertas e interpretar otras circunstancias si las pueden interpretar por sí mismas y si se les ofrece muchas posibilidades distintas para que la vida sea más rica, más diversa, más amplia y haya distintos posicionamientos y posibilidades”, apunta.

El debate no solo pone el foco en los derechos de las infancias lectoras sino que también deja expuesta cierta mirada adultocéntrica que subestima las capacidades de juicio crítico sobre la comprensión de realidades pasadas. Al respecto Avendaño se pregunta:

“¿Por qué pensar que los niños y jóvenes no tienen la capacidad de discernir sobre contextos históricos y estereotipos del momento? Ocultar, censurar o aggiornar la palabra de un escritor para hacerle decir lo que no dijo es contrario a la tolerancia y aceptación de las diferencias. Es miedo a lo diferente y es no confiar en que todo lector, niño, joven o adulto pueda discernir por sí mismo”.

Por último, el profesor ofrece algunas interrogantes: “¿Qué lugar queda para la reflexión si se borra la huella de lo que la sociedad supo ser y crear?, ¿Cómo dar lugar a la construcción de nuevas miradas si a través de la censura se borra la memoria histórica, o se empaña el espíritu de época que dio nacimiento a esa obra?”.

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