La biodecodificadora y especialista en Medicina china y Programación Neurolingüística, Silvia Soria, describió su proceso de formación en esas disciplinas luego de más de 20 años de trabajo, vinculado a la Química, en una empresa privada. “Cuando me desvinculé sentí una paz y felicidad tremenda”, recordó, momento a partir del cual se hicieron más presentes enseñanzas que había recibido en su infancia por parte de su padre.
Biología modificada por el pensamiento: ¿nueva ciencia?
Por Julio Vallana
Ritual matinal
—¿Dónde naciste?
—En Santa Fe, en una casita alquilada por mis padres en Barrio Sur, frente a la Escuela Echeverría y cerca de la cancha de Colón, boulevard Zaballa y Entre Ríos. Nos mudamos al Norte pero volví a los cinco años, y viví allí hasta los doce, cuando me mudé más hacia el centro. La casa continúa estando y es la única que se conserva igual.
—¿Cómo era la zona?
—Muy tranquila y con casas antiguas, en la esquina había una tienda de la familia Lavat, cuyo hijo, Basilio, era amorosísimo, había un almacencito enfrente y no mucho más. No era especialmente complicada, como hoy.
—¿Había un límite que no podías trasponer?
—La vereda (risas). Cuando me dejaban salir era hasta la casa de un matrimonio que se sentaba en la vereda y del otro lado la de un tano que también se sentaba y me miraba. Obviamente que había chicos.
—¿A qué jugabas?
—Me encantaba hurguetear las plantas y la tierra, descubrir lombrices y mariposas, jugar con la pelota, bañar las muñecas, y más grandecita, andar en bicicleta, patinar y subirme a los techos a la siesta. Soy hija única, así que jugaba sola.
—¿Personajes?
—Ese joven que te mencioné era muy amable. Al lado de mi casa tuve a mi mejor amiga, Martita Rodríguez.
—¿Sufriste el desarraigo al mudarse?
—Terminaba la primaria, se vendía la casa porque mis padres se divorciaron, comencé a estudiar inglés e ir al club, así que no noté tanto la pérdida.
—¿Qué actividad laboral tenían?
—Empleados de Seguros Sancor y de la Caja Nacional de Ahorros.
—¿Leías?
—Mucho, tenía mi propia biblioteca, y dibujaba y pintaba con acuarelas que me regalaba una tía. Continué dibujando en la escuela técnica en Dibujo Morfológico.
—¿Primeras lecturas influyentes?
—Mi papá se levantaba a las cinco de la mañana, preparaba el mate, ponía dos libros acostados y sobre ellos el tercero, que leía, luego se bañaba y se iba a trabajar. Por ese hábito, los libros me pierden, y me influyeron los de Física, Química, Numerología, Metafísica, Medicina natural y alimentación, que experimentaba en él y con lo cual curó su alergia. Me explicaba lo que leía, por eso estudié Química y aprendí el poder de la trasmutación de la energía reflejado en nuestra biología. En 1980, con doce años, me llevó al Curso de Control Mental Silva, del padre (Ricardo) Gerula. Mi mamá también tenía una consistencia muy valiosa en su sabiduría.
—¿Qué entendiste del curso?
—Me asusté. Porque a través del nombre y edad de un chico, y con un acompañante que me guió, dije lo que veía de él, pude describirlo y me asusté porque coincidía con las lesiones que tuvo en un accidente. Después de eso no practiqué más, aunque me siguió llevando.
Lo que el agua se llevó
—¿Qué otras materias de la escuela te gustaban?
—Literatura, Historia y Geografía, y Matemáticas relacionada con la Química.
—¿Qué leías por entonces?
—Don Quijote, El Cid Campeador, El conde de Montecristo, El tesoro de la juventud, una enciclopedia maravillosa, El libro gordo de Petete, y miraba las colecciones de mi papá sobre la Segunda Guerra Mundial y sus diccionarios.
—¿Sentías una vocación?
—Quería estudiar Medicina, por la curiosidad sobre el mundo maravilloso de la Biología y la Química. También bailaba, clásico y español, pero dejé al igual que inglés. Mi mamá me dijo que estudiara una secundaria con la cual si no podía ir a la universidad, pudiera trabajar, por eso entré a la Escuela Industrial, con cuyo título trabajé en una empresa privada más de 20 años, en control de calidad de alimentos, y luego pasé a un área administrativa.
—¿Comenzaste alguna carrera?
—Licenciatura en Química, las primeras materias, pero ya tenía familia e hijos.
—¿Te quedó dando vueltas algo de aquellas lecturas de tu padre?
—Era jujeño, quedó cesante por la dictadura militar, lo reincorporaron con la restauración de la democracia y pidió el traslado a Jujuy, a donde yo viajaba. Solía mandarme regalos para los chicos y cajas con libros. Digo esto porque durante la inundación de 2003, con quien era mi marido, tuvimos una biblioteca, nuestra pero para compartir con sus alumnos de Asistencia Social, y yo había comprado libros de distintos idiomas, todo lo cual perdimos.
—¿Cuántos volúmenes?
—Más de 6.000, 500 videos, un microscopio y otras graves pérdidas económicas. Rescaté algo, como un recetario de mi mamá, manchado, que guardo como recuerdo.
Enfermedad, salud y neuroquímica
—¿Relacionaste la Química con aquellas tempranas enseñanzas?
—No, al contrario, fue un momento de mi vida que me sirvió para lograr muchas cosas materiales y estabilidad, pero también fue una burbuja negra, por el estrés. En lo único que me sentía cómoda y contenta era en que ese trabajo me encantaba, pero no fue una época fantástica y mi luz estuvo al límite de apagarse.
—¿Cuándo volviste a indagar?
—En 2012 notaba que me faltaba algo, en 2013 comencé a cursar Psicología en Uader, me gustó y el 29 de enero de 2014 me desvinculé de la empresa, sentí una paz y felicidad tremenda, y tuve el capital económico para estudiar todo lo que estudié después. Había ido a los diez minutos finales de una conferencia de Daniel Gambartte pero fue suficiente para decir “es lo que quiero.”
—¿Qué te resonó?
—Escuché la explicación sobre lo vivido por una persona y lo relacioné con lo que decía mi papá, de que la enfermedad no existe, sino que es un desequilibrio energético y luego aparece el síntoma, pero antes se pueden hacer muchas cosas. Aunque hay que observar y darse cuenta. Y lo hallé en la biodecodificación: el estrés previamente vivido, que luego se refleja sintomáticamente en la biología, no como un error de las células sino que es lo que necesitan hasta que se restablezca el equilibrio. Cuando oí hablar de biodecodificación dejé Psicología. Pienso que en algunos años se conformará como ciencia, a partir de las distintas miradas y metodologías que se originaron en el pensamiento de (doctor Ryke) Hamer (1935-2017; creador de la Nueva medicina germánica), aunque siempre hablamos de un solo ser.
Curarse a sí mismo
—¿Lo conciliaste con tus conocimientos de Química?
—No soy bioquímica pero leía por curiosidad y no sabía que sabía tanto. Me resonó con lo que siempre escuchaba en mi casa sobre el poder de la mente para influir en la química del cuerpo y curarse, de la misma manera que producimos sustancias químicas para enfermarnos. También me lo repitió el doctor Daniel Asís durante una profunda crisis mía, cuando casi dos veces voy a cirugía de columna, a lo cual me resistí e hice lo que tenía que hacer.
—¿Algo te resultó disonante al profundizar en la relación pensamiento-biología?
—De todas las personas que llegan a una consulta, un grupo pequeño es el que llega hasta el fondo. Por ejemplo, un chico me consultó porque se desmayó tras recibir la vacuna por la Covid. Descubrimos dónde codificaba cierta cuestión y luego me dijo que había recibido la segunda dosis sin problemas. Se relacionaba con un antecedente de su infancia. También hay cuestiones que, por ejemplo, terminan en una anemia, para lo cual hay que esperar varios meses en cuanto a cambios de células nuevas. Es común escuchar que la medicación para el hipotiroidismo es de por vida, cuando se puede revertir. En estos casos, la química biológica confirma que la persona hizo un cambio.
—¿Qué encontraste en vos con la biodecodificación?
—¡Uh (risas), muchas cosas! En uno de los seminarios con Daniel, analizando el árbol genealógico, hablábamos de la dualidad de algunas personas. Me ves, estoy tranquila, pero cuando viajo me cuelgo en un arnés, me tiro por una tirolesa o hago rápel en la montaña. Me dijo que tenía que buscar un “gemelo perdido”; pregunté a mi mamá, no recordaba pero llegamos a la conclusión de que yo “fui buscada pero no llegaba”. Así que podía haber tenido una pérdida. Cuando profundice en decodificación de rostros, “saltó”… y comprendí y trabajé muchísimas cosas sobre lo que se llama “el gemelo incorporado”. Son cambios que implican decisiones, desapegos y duelos.
—Fuera de lo personal, ¿en qué tipo de casos verificaste primeramente la eficacia de la biodecodificación?
—Cuando hay un encuentro de dos personas siempre hay un intercambio y cada consultante también habla de mis conflictos y me ayuda a resolverlos. Lo más frecuente que las personas traen son los problemas de pareja o de relaciones afectivas con los padres, que es lo mismo. Es lo que más rápido resulta porque en una primera sesión se dan cuenta y pueden decidir, motivadamente, un cambio como primer paso, y es lo más lindo que observo.
Silencio y secretos familiares
—¿Te formaste en Medicina china por algún déficit que sentías?
—Terminando la formación en decodificación tenía claro que me dedicaría a eso pero que no me quedaría solo con eso; Daniel me aconsejó que estudiara PNL y si sumaba la Medicina china, “mejor”. Estudié aunque no ejerzo porque odio las agujas (risas), pero es muy útil saber la relación entre meridianos energéticos, emociones, funciones y órganos, y vincularla con el síntoma. También estudié consultoría en decodificación de rostros, con Elizabeth Gamarra.
—¿La PNL te aporta más información?
—Habla de cómo es la experiencia subjetiva, lo que acontece internamente y queda sujeto a la interpretación que hacemos de los eventos que percibimos con los sentidos. En Santa Fe están los mejores trainers del país, como Daniel Cuperman, Daniel Oil, Laura Szmuch, Graciela Marchetti, Graciela Astorga, Susana y Débora Chajet… A través de la palabra la persona comparte una cantidad de material con el cual puedo mostrarle la parte que no puede ver.
Biodecodificación y verificación
—¿Qué le falta a la biodecodificación para que se formalice científicamente?
—Interesante pregunta. La ciencia necesita la verificación de lo que observo, con lo cual puedo medir, repetir y confirmar si hay reproducibilidad. La metodología de la biodecodificación comenzó a desarrollarse basada en las (5) Leyes de Hamer, quien las estableció a partir de la observación de varios dramas personales y familiares propios. Investigó en sus pacientes y las conclusiones, a través de la tecnología, fueron asombrosas, en cuanto a la relación entre energía y biología. Entre esas conclusiones la más cuestionada es la cuarta ley (papel que juegan los microbios), no obstante que allí hay muchas cosas que se pueden hacer. No me divorcio de ninguna ciencia ni disciplina de investigación.
—¿Se pueden aplicar protocolos similares de verificación a disciplinas de los campos o cuerpos sutiles?
—El Bio Well plasma el campo electromagnético de las personas en una medición, a través de un programa informático que lee los campos energéticos de los dedos, y cuyo sistema procesa y hace una presentación, una especie de foto, de cómo está la energía en sus diferente zonas. Igualmente hay investigación a través de sensores que miden variaciones de la actividad eléctrica en los centros cerebrales. Eso es medible, es ciencia y no se puede negar.
“La pieza que falta,
mayormente, son
los abusos familiares”
La terapeuta santafesina analizó los secretos de los sistemas familiares, los cuales en muchos casos responden a “creencias que avergüenzan”, y vinculados con estafas entre hermanos, hijos excluidos, abusos e innumerables formas de violencia.
—¿Puede estar tan oculto o negado un conflicto que la palabra no dé ningún indicio o que resulte difícil decodificarlo?
—A veces descubrimos ahí secretos de familia pero siempre hay algún síntoma que habla de eso.
—¿El silencio?
—Claro, habla sobre un secreto de familia, que tienen relación con cosas que la familia tiene la creencia de que avergüenzan o no tienen que saberse, tales como hijos excluidos, abortos, infidelidades, estafas entre hermanos… De eso no se habla porque produce mucho dolor, lo cual tiene distintas manifestaciones como problemas de dinero, de pareja, formas de trabajo… Cada familia es un mundo.
—¿Un caso que te generó mucha reflexión o te obligó a corregir algo?
—Desde que comencé fui reformulando la forma de entrevistar. En un solo caso “se me quemaron los papeles”, aunque realmente no es así sino que son segundos de no encontrarle la vuelta hasta darme cuenta de que ese conflicto tiene que ver conmigo y no está resuelto. Es un conflicto bloqueante en mi historia familiar y lo que hago es derivarlo. Hay que saber reconocer porque todos estamos en proceso, para cuidar al otro. No hay ningún profesional completo y perfecto, porque todas las disciplinas hablan de una partecita del ser humano, y son integradoras.
—¿Hay señales que no se corresponden con el origen del problema?
—Linda pregunta. Me ha pasado y generado desconcierto cuando ante la información que me dan siento que falta algo o no lo veo, y la persona dice “no hay nada más.” La pieza que falta, la mayoría de las veces, son los abusos, porque hay mucha vergüenza, o llora. Pregunto de otra forma y aparece la necesidad de contarlo. Abuso no solo es el sexual, sino un gesto, o que te digan “sos una tarada y no servís para nada”, “qué vas a estudiar si sos una inútil”, manipulación económica, sometimiento, maltrato de todo tipo… Todo genera sintomatología y conductas.