Magma, esa irreverencia musical con medio siglo de verdades

Legendarios y vigentes, los Magma vuelven a hacer de las suyas: casar géneros, cultivar comunidad, desafiarnos con sonidos impensados.
5 de junio 2022 · 11:12hs

Sea en una butaca del teatro, sea sentados con unos auriculares o compartiendo unos mates, escuchar a Magma nos ayuda a encontrarnos por la vía musical, a emocionarnos en asamblea. El arte, y también la buena onda del grupo, nos seducen al toque.

Magma: nunca mejor elegido un nombre. Lo que parecía ya tabicado y para siempre se rinde al calor. Hace pocos días volvieron como quinteto con actuaciones en Paraná y Santa Fe, tributo a sus cunas, y con vistas a los 50 años de presencia artística.

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Como “El hermanador” de la zamba, los Magma celebran “libertades distintas”, van por las confluencias, preguntan cómo “hermanar distancias”, llevan en ellos todo lo que son, en suma: son nuestros hermanadores. Y porque conocen su función, liman aportes para crear un espacio de excelencia. ¿Qué es Magma? Un mundo vivo que gira y se alimenta de una médula llamada música, y música sin compartimentos estancos.

En un sistema plagado de atajos, los Magma alumbran un camino propio. En un sistema fragmentario que venera al individuo, los Magma van juntos, dan lugar a la vecindad, y cruzan los tapiales, las normas absurdas, con una naturalidad que les viene en el ADN.

Tercero incluido

Decimos “los Magma” como decimos “los Les Luthiers”, forzamos un cachito el lenguaje porque en estas obras de culto la cosa viene en plural. Y podemos, claro, reconocer nombres propios, pero es un plato con ingredientes mezclados con la delicadeza de una abuela, cada cual a su tiempo. Al decir del gran cocinero de Paraná, Ángel Sánchez, un locro “con lo que hay”, y lo que había acá al momento de la concepción de Magma era toda una gama del folklore y era todo un abanico del rock.

El encuentro, en vez de chispas generó una síntesis, no necesariamente al modo de la dialéctica en que la síntesis supera a la puja entre tesis y antítesis, sino al modo del “tercero incluido” de nuestros saberes ancestrales. En Magma hay fusión y hay también convivencia de géneros: lo uno, lo otro y lo tercero, sin excluirse. Por ahí crisol, por ahí diálogo; de ahí que escuchemos una y otra vez ese canto con fundamento de Magma, donde el artista apuntala el canto, y no al revés, siguiendo el consejo de Atahualpa Yupanqui.

En Magma se exploran sonidos y ensambles, se ennovian cuerdas, aires, cajchas, parches, cortinas, voces, silbidos, verdades. Ahí el sonido clásico del piano de Alfredo Ibarrola con los timbres electrónicos indescifrables y la melancolía de una quena como anticipo de la voz de Alberto Felici, ese instrumento que enhebra en registros muy de Felici toda la historia de Magma desde su origen en 1974.

¿Hay un estilo Magma? Un experto en comunicación se preguntará cuánto encontramos allí de redundancia (un idioma conocido, compartido) y cuánto de entropía, y no en el sentido de disolución sino de novedad, por la contestación a las pautas rígidas. Magma junta pétalos y entrega una flor sin nombre, es decir, se hace cargo del “desorden” y crea algo nuevo.

Sin diques entre géneros musicales, sin amoldarse a los espacios establecidos, abriendo lugares alternativos, gestionando actuaciones y grabaciones por mano propia, grupal. De ahí la Alternativa Musical Argentina, un trozo de historia artística ineludible donde manda la reciprocidad. Y es que Magma no se entiende sin los otros, las otras: ahí el asunto, ahí la trascendencia de una agrupación artística que nos muestra ese otro mundo, un mundo no sólo posible sino palpable, a la vista, o mejor: al oído.

Las patas en el suelo

Desde este Magma del litoral la fusión no es confusión sino claridad de propósitos, como puede apreciarse en las actuaciones en vivo del grupo y en los discos grabados, con temas que no pierden vigencia. Miguel Ángel Martínez, el Zurdo, dice que el artista camina con las patas en el suelo. En los Magma está clara esa mirada honda y serena del territorio, para dar en el clavo; eso se nota por caso cuando este enlace artístico señala el desarraigo, el destierro, nos alerta, nos enseña ese flagelo que en la Argentina ahoga por igual, principalmente, a mujeres y hombres de Entre Ríos y Santa Fe, desde hace un siglo. Es decir, ahoga a los pagos de Magma. Y cuántas connotaciones, claro, desde allí, sobre el estado de la humanidad en este medio siglo.

Los ritmos de Magma van y vienen, se presentan, saltan muros, se confunden con otros; los instrumentos parecen salir de otros instrumentos; de cuerdas afloran aires, hay parches que cambian el paso como se decía de los caballos para darles otro aliento; y hay variaciones sobrias, despejadas, en el teclado de Ibarrola, siempre piano y tantas veces con sonidos de comparación difícil que nos trasladan a otra dimensión. Es que Magma no lo dice, pero es también un bastión contra los apuros, de ahí que introducciones, puentes, solos, interludios, con distintos instrumentos, cobren un lugar no solo para prepararnos, sino apreciables en sí mismos.

Alberto Felici juega con su voz firme y elástica, la canción está en su garganta envidiable (aunque nos atendió engripado esta semana) y en su cuerpo; disfruta detenerse por ahí, explorar agudos, con un fraseo delicado para que la poesía se escuche, se comprenda, y con la misma versatilidad se escapa de los casilleros autoimpuestos, tan comunes; si es con rimas, rimas, si es en versos libres, libres. Magma es magma, va donde quiere, sopla donde quiere como el viento de San Juan, y allá en los fondos se presienten un río, un monte, una canoa, un mundo costero siempre al borde, siempre en la resistencia contra los vientos del desarraigo.

Defensor de los instrumentales, Alberto Felici nos hace una aclaración: “No me gusta en el rock argentino -admite- la manera de ocultar la voz debajo de los instrumentos. Porque una cosa es dar espacio instrumental y otra es tratar de ocultar la voz, las imperfecciones de la voz debajo de los instrumentos; ese manejo que se hizo del rock acá en nuestro país: no comulgo con eso”.

La “Canción para el momento de partir” resume desde hace tres largas década una aún más larga inquietud del litoral por el destierro y anticipa la repetición de la historia en el presentes siglo XXI. Su letra, su melodía, la conciliación de instrumentos, piano y quena, y la voz de Felici, toda esa conjugación se escucha al modo de una melancolía que eriza la piel. Un tomo entero sobre el desarraigo dice menos que esta zamba canción estremecedora, esta intersección de melodía y denuncia y lamento y compromiso. Pero Magma es esto y es aquello, por eso responde con una rendijita abierta en el chamamé “Mirando la casa de uno” (Mario Corradini): “Mirando un poco la casa de uno, dejando hablar a la identidad, nadie querrá llorar su pasado en una pensión de la capital”. Si estos artistas se han propuesto pintar su aldea, lo están logrando sobremanera porque aciertan, a corazón abierto en el escenario, en una despedida de Linares (“Desprendimiento”), o con todo el desparpajo del pueblo que ya no llora al ver a la dirigencia, sino que da un paso superador y se burla. Eso ocurre en “El hotel rosado” (Felici, Aguilar): “Estos son los nuevos dueños del albergue transitorio que todos conocemos”. ¿Qué es lo primero que hacen estos propietarios del albergue? Bueno, escuchemos a Magma…

De gurisitos

Alfredo Ibarrola tenía cinco o seis años y asistía a las clases de piano, por sugerencia de sus padres. “Eran los conservatorios, te tenían ocho o nueve años enseñando, con exámenes al final de cada año; Eloísa de la Rosa de Montiel fue mi primera profesora, vivía en calle Andrés Pazos, casi Misiones. Después tuve perfeccionamiento, algo en armonía, composición, contrapunto; mi instrumento es el piano, después accedí a otro tipo de teclados, pero a partir de la técnica pianística”, nos explica el artista, uno de los puntales de Magma.

Alberto Felici tenía cinco o seis años y cantaba, se acuerda bien. “Tengo memoria de cantarle, de muy chiquito, a una maestra vecina de mi casa, tapial de por medio, unas versiones de Puente Pexoa. Entonces ella me premiaba con unas frutitas de mora, para mí era un premio máximo. Así que me recuerdo cantando a los cinco o seis años, y después ya en la escuela secundaria siempre en algún grupo para zafar de las materias bravas (risas), con permiso para ensayar porque había un acto importante. Cuando encaramos Magma en el ‘74 ahí me sentí como un cantante, un cantante responsable, de un laburo más profesional. Ese fue un momento bisagra de nuestra adolescencia para pasar a ser unos muchachos con ganas de hacer música de verdad ”, nos comenta.

Hoy el grupo es un quinteto, pero son decenas los músicos, mujeres y hombres, que contribuyen a Magma, y vienen de distintas vertientes. Eso resume un poco Ibarrola cuando le señalamos que hemos escuchado en el repertorio del grupo rock y pop, así como rasguido doble, chamamé, gualambao, chacarera, zamba, loncomeo. “Hay unas rítmicas, unas notables, otras no tanto, mixturadas con otras influencias, en cuanto a la armonía, el trabajo rítmico, la instrumentación. Yo vengo más del folklore, Alberto viene más del rock, además de toda la influencia de cada integrante que ha pasado por Magma, que ha dejado sus semillas; y de ahí surge una música propia, composiciones, letras propias, que mixturan estas influencias”.

Si nos concentramos en aquellos integrantes que han grabado discos en Magma podemos mencionar (y seguro se nos escapará alguien) a los nombrados Alberto Felici y Alfredo Ibarrola, como a Ernesto Mockert, Jorge Mockert, Sergio Petrich, Luis Rocco, Rubén Villarroel, Mario Caligaris, Moli Verón, Oscar Sosa, Luis Barbiero, Osvaldo Aguilar, Nardo González, Pancho Torres, Elina Goldsack, Martín Aguilar, Cacho Bernal, Roy Valenzuela…

A la reflexión de Ibarrola sobre las influencias, agrega Felici: “Creo que el tema de romper diques aparece con el despertar de una identidad, ¿no? En la medida que fuimos despertando, de sentirnos parte de esta sociedad, uno tiene ganas de pintar la aldea. Pintar el tiempo presente. Entonces va rompiendo esquemas de repetición. Hay mucho ‘copismo’ cultural; en Paraná te diría, no quiero equivocarme, pero hasta la aparición de Magma prácticamente lo que existía aquí (en las bandas) era el cover musical, la imitación, tratar de sacar tal cual músicas que eran hit de tipos nacionales o mundiales. Nosotros en cierta medida nos preocupamos por una música que nos representara. Y eso medio que fue el pasaporte para poder salir de aquí y conocer otros lugares, comunicarse con otros lugares, y al mismo tiempo ir haciendo las autocríticas y los cambios para que la música generara una comunicación con el público. Porque de eso tampoco hay que olvidarse. Si no, es como que uno hace un laboratorio de experimentación, y a nosotros eso nunca nos interesó. O sea, siempre hay un lazo comunicante con la emoción de la gente, y al mismo tiempo esa emoción de la gente nos vuelve a nosotros en emoción, o sea, se termina formando un circuito virtuoso”.

Toda una vida

Después de escuchar un relato de Alfredo Ibarrola sobre el día que lo fueron a buscar Alberto Felici y el Tata Mockert para tomar la posta de Jorge Mockert en el teclado, le preguntamos:

—¿Qué sentís cuando mirás esta trayectoria de casi medio siglo, y eso de seguir en el escenario?

—A esta altura de mi vida me conmueve, me emociona ver para atrás la historia, la cantidad de cosas que se han hecho, y que seguimos planificando. Porque tampoco estamos apegados a los recuerdos sino que seguimos activos, mirando para adelante. Eso siento, y orgullo por lo que se ha hecho. Magma no se comprende despegado de la Alternativa Musical Argentina, que nos marcó a nosotros y a muchos músicos, marcó un pedazo de historia en la música popular del país, fundamentalmente hablando de autogestión, independencia, una idea todavía vigente en el sentido de que toda esa problemática sigue pendiente de resolverse, e incluso algunos problemas se han agravado, pero bueno: fue una idea que nació allá por los 80 y que la generamos desde Magma.

—¿Qué significa Magma para vos, Alberto, cuando van ya para medio siglo de encuentros? —preguntamos a Felici.

—Es increíble que estemos cerca del medio siglo (risas). Yo no concibo otra manera de encarar el arte si no es en conjunto con otras personas. Uno puede tener su aporte personal pero la posibilidad de que el acto creativo se comparta con otras personas, cuando uno está armando una canción, debe ser uno de los momentos más placenteros. Junto con, obviamente, interpretar la canción y que a la gente le guste. Vos te das cuenta, sos la persona que está directamente relacionada con la gente. Esas cosas son fascinantes. Para mí, Magma es la posibilidad de hacer arte de manera grupal, nunca se me ocurrió hacer un camino solista. Y fui compartiendo escenario con músicos de primera, siempre, generalmente formando amistades con esas personas, y conviviendo. Cuando los tiempos no fueron felices desde el punto de vista de hacer música nos dedicamos a algo muy cercano a la música que es la producción, y de hecho sobrevivimos en el terreno de la música trabajando de eso durante dos décadas prácticamente. El tema de la producción está in situ en nuestra manera, creo que el rock de los 70 tiene mucho de eso, de autogestión, de cómo abrirse camino. Tener la visión de lo que después fueron los productores artísticos. Nosotros lamentablemente nunca tuvimos la ayuda de un director artístico. Esa función siempre nos correspondió a nosotros. Hablo como grupo de música que se desarrolló en el interior del país. Entonces el producto no deja de ser una cosa que a uno le da orgullo, de lo que se hizo, desde acá, y ni hablar de cuando la cosa se abrió hacia la Alternativa Musical Argentina, hacia el encuentro con los pares de otros lugares del país. En ese sentido son más los placeres que los sufrimientos; en estas cosas del arte generalmente hay situaciones ingratas y dolorosas que a uno lo afectan en lo emocional. Cuando uno ve determinadas mezquindades o gente, como en todos los ámbitos, que está más interesada en sobresalir como un personaje que en conmover a un espectador... Hoy prevalece el disfrute de la creación y de poder cantar canciones que tienen más de treinta años y con vigencia en la letra y en la música; que la gente se conmueva por eso es fantástico. Magma me acompañó toda la vida, no sé, es como una gran familia para mí. Con todo lo que conlleva una familia, ¿no?

Algunos clásicos

El grupo ha sido cruzado por artistas entrerrianos y santafesinos, principalmente, y es eso: una comunidad, una trama, como el sueño ancestral de vida colectiva sin mandones. No estamos ante un nombre personal que facilite la identificación, como se acostumbra. Y en eso, hay que decirlo, Magma nos recuerda a los debates en torno del destino de Paraná, en los que tantas veces la vecindad llegó a la conclusión de que los visitantes no vinieran a la capital entrerriana por una sola razón sino por todo: las barrancas, el río, las guitarras, las calles, sus jacarandás y lapachos florecidos, sus platos, su arquitectura, su gente, en fin.

Los discos de Magma desatan las canciones; es así en las versiones propias de los temas más difundidos, o en las propuestas brotadas allí, en ese barbecho; o en fusiones que, por caso, llevan una chacarera por caminos impensados como ocurre con “La sachapera” de Carlos Carabajal y Oscar Valles.

Del amor, en “La flecha del ángel”, de Bibiana Artazcoz y Alfredo Ibarrola, a la más cruda historia en “Chau al tiempo” (Felici e Ibarrola), de esas intensas donde la ficción se funde con la realidad en una ciudad cualquiera pero que es Paraná, con desenlace conmovedor en un barrio cualquiera pero que es Puerto Sánchez, y uno no sabe si la protagonista es ella o somos todos nosotros, todas nosotras, en el río.

Si Linares Cardozo quiso dejar sentado su desapego y su liberación de los asuntos terrenales en la última hora, con aquel manuscrito que le entregó al Mange Casís, bajo el título “Desprendimiento”, hay que decir que Magma completó esa emancipación porque a los versos libres les acopló una melodía libre para darnos una interpretación única. Allí los tres o cuatro tonos que prefiere Linares para sus composiciones redonditas se convierten en una acuarela, como también le gusta, y la obra alcanza la dimensión que el poeta sueña con todos los sonidos y más. “Presiente el ser una música cósmica, el eterno sonido de la inmensa guitarra de cuerdas estelares” pronuncia el cantante y las mejores cuerdas se confunden en un diálogo ancho, universal.

El guiño va de esa letra última del artista paceño a una de las primeras, “Canción de cuna costera”, con todo lo que el tema sugiere para la gente de por acá en islas, pescadores, saucedales, familias orilleras, Minga Ayala, saberes ancestrales, hospitalidad, y en verdad que logran una versión tan entrañable, tan acunada que uno piensa que Linares compuso esa canción para Magma y que Magma le hace una devolución.

Decíamos de los ritmos: “Soy Limay”, loncomeo de Osvaldo Aguilar, un testimonio más de las búsquedas de Magma, en este caso con reminiscencias mapuche y el contraste de las ganas de correr en libertad con las represas. “El niño de las bardas” (Felici), un rasguido doble. “El almanaque me hace bromas” (Francisco Heredia) juega con el ritmo desde el huayno, y con los tiempos desde que cruza generaciones y siempre quedan canciones por cantar. En “Las noches” (Felici y Aguilar) se animan al gualambao de Ramón Ayala, por si a alguien le quedaban dudas.

Las amistades

Largo sería contar los vínculos de Magma y la Alternativa Musical Argentina con artistas del pago, y con otros consagrados como el Cuchi (Gustavo) Leguizamón, el Dúo Salteño, León Gieco, Raúl Carnota, el Chango Farías Gómez, Manolo Juárez, Eduardo Lagos, Lito Vitale, Alberto Muñoz, Francisco Heredia, Horacio Sosa, Mario y Claudio Corradini, por nombrar algunos.

Los artistas se presentan ahora en quinteto. Con Alberto Felici en la voz, Alfredo Ibarrola en los teclados, Nardo González en las guitarras, Pancho Torres Crespo en el bajo y Moli Verón en percusión.

Temas de antes, temas de ahora, los Magma siguen componiendo y sorprendiendo. A sus discos “Canto para una consagración”, “La Transformación”, “Musiqueros del Silencio”, “Chau al tiempo”, “Magma”, “Krónicas 1”, “Crónicas 2”, “El hermanador” y “El Camino” quieren sumar el décimo con la nueva conformación entre artistas que ya pasaron por el grupo y se reencuentran.

Magma, arte en caliente, pudo dedicarse al arte y sólo al arte, pero al comprender en su momento que la música regional precisaba un empujón, se calzó el overol y tomó el rol de organizador, coordinador, para que decenas de artistas encontraran un lugar, cuando el “no lugar” es una fibra invisible que cruza su repertorio. No fue un desvío. Uno propone, la Pachamama dispone, y por años los protagonistas (ver recuadro aparte) se hicieron puente para otros. Por eso los retornos al escenario tienen, para ellos y para quienes conocemos estas tensiones, un sabor redondo.

La cuna de una alternativa artística a dos bandas

De Almendra a Piazzola, de Paraná a Santa Fe, y un consejo del Cuchi Leguizamón en la memoria de un Alberto Felici que se siente un privilegiado. Una larga charla con protagonistas de Magma como Ibarrola y Felici no puede agotarse en una nota, aunque el periodista quisiera extenderse porque, nobleza obliga, ¿cuántas de las maravillosas creaciones de Magma y sus pares escuchamos en radio, o en televisión por día? ¿Y por año? Todo un asunto ese del ninguneo, que nos interpela. Aquí, entonces, un fragmento de la conversación con el cantante paranaense.

—¿Magma es, entre tantas fusiones, una fusión de santafesinos y entrerrianos?

—En honor a la verdad, Magma fue al principio más reconocido en Santa Fe que en Paraná. Allí fuimos asistidos por la gente que había participado de la facultad de Cine (entonces UNL); cuando Fernando Birri se fue de Santa Fe quedó la gente del Cine Club que en esos momentos era uno de los cine-club más grandes de Latinoamérica, tengo entendido. Llegaron a tener varias salas. Y ellos en ese momento estaban haciendo un documental sobre Juan L. Ortiz. El director se llama Juan José Gorasurreta y vive en Córdoba. Juanjo empezó a aparecer por los ensayos de Magma, y en cierta medida nos abrieron las puertas del Cine Arte Chaplin en Santa Fe, y también de otra sala, Núcleo Joven; llegamos al Teatro Municipal de Santa Fe en esa época, y varias revistas de Buenos Aires como Mordisco o El Expreso Imaginario nos daban como un grupo revelación en la zona esta, del litoral. Y luego fuimos entrando en Paraná. Con recitales más chicos. Haber retomado Santa Fe hace un par de semanas fue fantástico, como volver a un lugar necesario. Necesario incluso por la actualidad de Paraná, ¿no? Yo veo en Paraná en este momento una ciudad venida a menos desde el punto de vista no de la actividad artística que se desarrolla adentro, muchos guetos, todos guardados dentro de casas, con grupos cerrados de gente. En los 80, cuando armamos la Alternativa Musical Argentina, era más abierto, se compartía en espacios públicos. Hoy los espacios públicos fueron como colonizados, y tampoco hay muchos. Para nosotros es necesario frecuentar Santa Fe porque nos permite sobrevivir con la propuesta entre las dos ciudades, y de ahí partir hacia el resto del país. Por lo tanto, sí: participaron varios santafesinos ilustres de Magma como el flautista Luis Rocco, el mismo Pancho Torres Crespo, Elina Goldsack; ellos nos acompañaron en los programas de Badía, tocando como integrantes de Magma. Santa Fe fue muy importante, periodistas como Daniel Caminiti, Enzo Bergesio, muy influyentes, fueron posicionándonos en un lugar como de referencia, para la zona. Eso se agradece. Así que cuando hicimos Alternativa Musical Argentina (AMA), empezó un circuito de tres ciudades, Paraná, Santa Fe, Rosario, y después lo fuimos ampliando.

—¿Cómo fue la etapa de producción artística con AMA?

—Magma fue un sueño de adolescentes que se volvió realidad, y que seguimos construyendo durante toda nuestra vida. Y en la medida que se fue sumando la gente, o que se fue comprometiendo, esas personas fueron aportando lo suyo. Después tuvimos la fortuna de poder hacer crecer ese elefantito que fue la Alternativa Musical Argentina; un elefantito, digo, porque en cierta medida cuando se volvió más grande empezó a rompernos un montón de cosas adentro de nuestra casa, ¿no? En la medida que se movía el elefante nos rompía algún sillón del living, alguna heladera. La artística de Magma sufrió mucho en función de generar ese movimiento, porque empezaron a vernos como organizadores. Después, cuando vino el menemismo, todo este tipo de música que se proponía en la primavera democrática tuvo que buscar otras formas de sobrevivir, algunos pudiendo exiliarse fuera de la Argentina y, los que se quedaron, sobreviviendo de distintas maneras. Es ahí donde nosotros nos dedicamos más bien al tema de la producción artística, la producción ejecutiva de conciertos, siempre dentro del esquema de la Alternativa.

—Vos personalmente tuviste varias responsabilidades.

—Estuve como uno de los productores de La Trastienda, después me convoca Emilio del Guercio como director artístico de la Dirección de Música de Buenos Aires. Estuve a cargo de los anfiteatros, la Orquesta de Tango, la Banda Sinfónica, pasó mucha vida bajo el puente. Y siempre nuestra obsesión de poder movilizar la propuesta artística, la circulación del bien cultural. Siempre buscamos la conciliación del bien cultural con el bien económico. Eso en nuestro país es muy difícil. Y ni hablar de la circulación de los bienes culturales. En eso estuvo el tema de sacar el encuentro de la Alternativa de Paraná, moverlo para no anquilosarlo en un solo lugar y terminar haciendo otro Cosquín, ese no era nuestro interés. De hecho, cuando vino el programa Historias de la Argentina Secreta, el video que hizo ese programa se llamaba “El otro Cosquín”, pero este era un Cosquín que reconocía a los autores y creadores sin distinción de géneros, enclavados en la construcción de una identidad musical argentina, respetando la diversidad de las músicas del país, esa era la fuente de la AMA.

—Nos hablaste de diversas influencias, entre ellas la del Cuchi Leguizamón.

—Fuimos privilegiados. Entrar en contacto con gente de distintos niveles musicales pero que todos tiraban para un mismo lado. Y nos dejamos influenciar por ellos, a tal punto por ejemplo que en AMA la persona que terminó influyendo fue precisamente el Cuchi cuando nos planteó que lo mejor que había para un creador de música a los efectos de ir renovando el staff de los festivales, de los encuentros de la AMA, era que un creador eligiera a otro. No se iba a mentir, porque un creador de música siempre está mirando a otro creador de música. En el devenir de los egos artísticos, de la música en general, eso es algo muy valioso. Reconocerse en otro. O, por ejemplo, el Cuchi, decir, ‘bueno: si yo no puedo en un próximo encuentro me gustaría que mi lugar lo ocupe el Chivo (Rolando) Valladares’. Y ya con eso estaba planteando una cosa notable, llegar a la intimidad de ese creador.

—¿En tu forma de cantar los temas, hubo “maestros”?

—Creo que un cantante llega a generar hasta su propia técnica ¿no? Puede haber referencias, hay técnicas que te hacen bien y otras que te perjudican, forzás el instrumento inútilmente. Y uno va armando una técnica. Creo que fuimos unos rockeros raros desde el principio porque siempre nos gustó ir hacia lo mejor. Chicos de clase media, con influencias obviamente de los productos de la industria musical de esa época, fuimos de a poquito descubriendo la música de raíz nacional, argentina. Así que nuestras influencias fueron muchas, la más notables desde el punto de vista musical te diría que fue Almendra, para todo el comienzo de Magma. Almendra nos marcó a fuego. Esa visión distinta de la realidad. Ese lirismo en la poesía y en el canto. Pero después fuimos incorporando más información, obviamente, la aparición de grandes propuestas musicales como Yes, o Jhetro, o incluso la aparición de Piazzola con la fuerza musical, la representación de Buenos Aires desde el punto de vista instrumental. Siempre nos interesó meter grandes cuotas instrumentales a las partes cantadas porque generalmente en el país lo cantado fue en cierta medida opacando la parte instrumental. Yo recuerdo una presentación de Piazzola en el teatro de Paraná en los ‘70, que Piazzola se iba del escenario para dejar que el noneto pudiera improvisar libremente. Esas grandes porciones de instrumentación son bien de aquella época; una cosa muy meritoria. Después la canción se fue reduciendo, si dura más de tres minutos es ya un fracaso, no te lo difunden. Son reglas de la industria que uno no necesariamente tiene que cumplir. Y si las cumple a veces es por casualidad en el caso de Magma.

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