“No podría hacer otra cosa porque me cagaría de hambre”, admite Antonio Tardelli sobre su temprana vocación y herencia de la “manía” por la radio, venida de su padre, quien se enfervorizaba con José María Muñoz. El periodista, indignado, dispara críticas hacia aspectos del actual clima de época decadente en lo ético, cuyo inicio ubica en el menemismo y extiende al “progresismo”, y revela contenidos de un trabajo que elabora sobre la figura del ex gobernador Sergio Montiel.
"En el periodismo, la pérdida de matices es una tragedia"
Por Julio Vallana
Foto UNO/Juan Ignacio Pereira
Foto UNO/Juan Ignacio Pereira
Foto UNO/Juan Ignacio Pereira
Derecho, peronismo y discusiones
—¿Dónde naciste?
—En Paraná, en la clínica Rawson, el 28 de octubre de 1965; mis viejos vivían en calle 9 de Julio, entre Urquiza y 25 de Mayo, lo cual no recuerdo. A mis tres o cuatro años se fueron a la que toda mi vida fue la casa paterna, en Andrés Pazos, donde aún vive mi vieja.
—¿Cómo era esa zona?
—Muy parecida al presente aunque sin tantos edificios. Si iba con mis viejos, por ejemplo, a calle Pronunciamiento, pasando Ramírez, donde vivía un carpintero que trabajaba en casa, ya era calle de tierra.
—¿Lo percibías como un límite?
—Claramente, y después lo entendí hasta en términos sociales. Mi radio de movimiento era el centro, con los amigos de la Escuela Normal. También iba al Rowing, en el celeste, a jugar al básquet.
—¿Otros lugares de referencia?
—Pasaba mucho tiempo en lo de mis amigos e íbamos a los jueguitos electrónicos, donde perdimos fortunas boludeando, y andábamos en bicicleta alrededor de la Plaza Alberdi.
—¿Personajes?
—Un vecino caracterizado, muy calentón, (Armando) Mandy Degani, quien cubría para El Diario y El Día la actividades del minibásquetbol, cuyos recortes guardo.
—¿Qué actividad profesional desarrollaban tus padres?
—Abogados los dos; mi vieja, que viene de un hogar muy humilde, desde siempre fue funcionaria judicial, y por una enfermedad de mi abuelo, jubilado de la Policía, se convirtió en el sostén de la casa. Le pidió trabajo al gobernador (Raúl) Uranga, que había sido su profesor, y le ofreció una vacante de fiscalía en Rosario del Tala, con un sueldo que superaba lo que había imaginado. Después la trasladaron y fue jueza correccional. Mi viejo tenía el estudio en mi casa, yo volvía de jugar al básquet y en el living había quince personas esperando, ¡un delirio!, hasta que mi vieja se cansó y lo trasladó.
—¿Juegos?
—Al fútbol, la bicicleta y la escondida. Mi viejo, un gran radiómano, escuchaba Radio Rivadavia y anotaba los partidos de fútbol, con los relatos de (José María) Muñoz. Siendo adolescente, en 1981, llegó Víctor Hugo Morales y me hice su hincha. Se escuchaba Rapidísimo, a Héctor Larrea y a (Antonio) Carrizo. Heredé la manía por la radio y lo de anotar y guardar. Mirábamos Canal 13 de Santa Fe y Canal 7 de Buenos Aires, en blanco y negro.
—¿Cómo era la cotidianeidad con la cuestión jurídica?
—Me acostumbre a escuchar todo el tiempo conversaciones de ese tipo, sin entender mucho.
—¿Y entre ellos?
—Discutían todo el tiempo, al igual que de política: mi vieja es sarmientina y mi viejo era alberdiano. También convivían dos versiones del radicalismo: aunque mi vieja no podía hacer manifestaciones por su cargo, era más intransigente con el peronismo y le adjudicaba todos los males de la patria. Mi viejo era más conciliador, próximo a Línea Nacional y al grupo de (Ricardo) Balbín, y su papá fue senador nacional, ministro y estuvo preso durante el gobierno peronista. Cuando Balbín se entrevistó con Perón, en la familia estaban quienes decían que era un traidor y mi viejo, solitario, lo defendía. Crecí escuchando esas discusiones.
“Ya vas a ver cómo son”
—¿Te gustaba la secundaria?
—Era buen alumno, con lo justo y necesario. Me gustaba Historia, lo cual heredó mi hijo, y las ciencias sociales, y detestaba Química y Física. Mi vieja me hizo aprender las fórmulas presidenciales de 1973.
—¿Leías?
—Sí; mi vieja, todavía una gran lectora, me decía que leyera novelas, no me gustaban y me contestaba “ya te van a gustar y cuando seas grande las vas a entender.” Nunca logró que leyéramos la colección completa de Alejandro Dumas. Estoy tratando de reproducirlo con mi hijo, en un tiempo muy difícil en ese sentido.
—¿Alguno influyente?
—No, siendo estudiante universitario busqué el Facundo, de (Domingo Sarmiento), para ver qué era lo que a mi mamá la maravillaba. Leí bastante Historia y biografías de políticos radicales, dirigentes conservadores y sobre el peronismo. Hace poco comencé con la poesía, para ver si me puedo enganchar.
—¿Cuáles llevás a una isla sin conectividad?
—El corazón helado, de Almudena Grandes, La sangre derramada, de José Feimann, y Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa, y me quedan unos cuantos.
—¿Qué imaginabas ser?
—Periodista deportivo. Hay una anécdota, que no sé si es cierta, de que a los cinco años yo preguntaba “¿qué opina usted de la Luna?” Anotaba las formaciones de los equipos y conservo los libritos del Mundial 78. Mi hermana siguió la tradición familiar.
—¿Continuó la grieta familiar?
—Ya había comenzado a militar cerca de la Junta Coordinadora Nacional, y percibía lo de qué hacer con el peronismo. Le preguntaba a mi mamá por sus posiciones tan duras, que no les encontraba sentido, y contaba historias increíbles sobre el autoritarismo peronista. Mi viejo repetía frases sobre la unidad nacional de los argentinos (risas). Sigo pensando más como mi viejo pero la entiendo cuando me decía “ya vas a ver cómo son”.
—¿Qué te relató?
—Ella trabajaba en la Intendencia del Ejército, agonizaba Eva Perón, le informan que tienen que ir a una misa, fue sin ningún problema, comienza, el sacerdote habla sobre las maravillas del peronismo, se levanta y se va llorando, porque sabía que significaba que al día siguiente la echaban. Al otro día un mayor la llama al despacho, cierra la puerta y le dice “cállese la boca, esto se termina, ya va a cambiar”. El militar era muy antiperonista pero cumplía las órdenes del régimen. Mi mamá le agradeció y cuando le preguntaron dijo “no sabés cómo me retaron.” Lo que nosotros sentimos por la dictadura ellos lo sintieron por el peronismo.
La tragedia del blanco y negro
—¿Considerabas la política como una carrera?
—No, tuve poca militancia, en la universidad, donde me convencí que carezco de condiciones. Milité en el Sindicato de Prensa, aprendí mucho, pero exige una entrega, sacrificio y generosidad que no tengo.
—¿Algún formador importante?
—En la facultad era un momento complicado porque ingresé en 1983 y no tuve los buenos profesores de las generaciones siguientes. Me fue enormemente útil como formación general, y en cuanto a los mecanismos del oficio me enseñó poco y nada. Pero no me quejo. Lo que sé lo aprendí trabajando y por las lecturas a las que me llevó la facultad, por ejemplo de Alcira Argumedo o el Informe MacBride, que luego relativicé por considerarlas esquemáticas. Las cosas no son blanco y negro, y en el periodismo la pérdida de matices es una tragedia, aunque en la política resulte legítimo.
—¿Cuándo desististe del periodismo deportivo?
—Nunca lo ejercí, salvo haciendo campo de juego en un amistoso de River y Belgrano, y algo en un programa de Canal 9. Me gustaba más el periodismo político.
—¿Hubo un momento de enamoramiento de la profesión?
—Aprendí mucho en el período inicial de Análisis, teniendo cero experiencia en gráfica. Aprendí a escribir con mucho temor y mis primeras crónicas tenían las dudas, potenciadas, que mantengo cuando escribo un artículo. Mario Alarcón Muñiz fue un tipo que nos enseñó; terminó siendo director del canal pero no era un burócrata.
—¿La primera nota con la cual te sentiste muy satisfecho?
—Aún me sigue gustando y se llamaba El supremo toba de Dalí, una crítica a Sergio Velazco Ferrero quien en la inauguración del Canal 9 privado, confundió a los charrúas con los tobas, dijo que Dalí pintó el Guernica y que el supremo entrerriano era Justo José de Urquiza. Creo que fue en el primer número de Análisis. Hoy me cuesta mucho encontrar un tema que me apasione y escribir. No sé por qué lo sigo haciendo en Análisis, desde ya que no es por la remuneración del señor Enz (risas).
—¿La formación política te dio un plus?
—La militancia no me dio nada especial en cuanto a formación aunque sí el conocimiento de códigos de convivencia con el adversario que deben ser respetados. En los años 80 la militancia estaba al servicio de un proyecto y materialización de valores. Me hizo conocer en miniatura algunos de los dilemas que enfrenta el dirigente político, de buena leche, casi todo el tiempo, y eso me sirvió para no ser tan terminante con una apreciación.
Mayorías inescrupulosas y referentes mediáticos
—¿Hay un punto de quiebre en aquel sentido?
—Es una simplificación, pero el menemismo marcó un proceso de convencimiento en grandes sectores de la dirigencia y la sociedad de que se puede hacer política prescindiendo de los escrúpulos y grandes compromisos. Se veía muy claro en esa versión conservadora del peronismo, pero después en sectores del progresismo de ese partido y de otros. Es una decadencia y degradación ética muy notable en las instituciones, la cultura y el periodismo. Veo políticos con los cuales no me sentaría a tomar un café y sin embargo suscribiría cada una de sus palabras, porque me representan, pero están dentro de espacios muy degradados y tolerantes con la corrupción.
—¿Qué aporta la facultad de Comunicación al oficio?
—Los chicos que estudiaron después de nosotros salieron con una formación más o menos parecida a la nuestra y mayores horas cátedra en la práctica que no tuvimos. Pero definitivamente no se refleja en un nivel de excelencia del periodismo de Paraná y entrerriano; es un momento bastante discreto, por ser prudente. Debiera entregar mejores productos y asumir un compromiso mayor con los problemas del periodismo real, más allá de las ideas que hay y que siempre quedan a mitad de camino. Las direcciones de las académicas asumen un compromiso político muy legítimo, con un nivel de adscripción que les impide determinadas miradas críticas. Igualmente, la sociedad ha degradado a sus referentes mediáticos e ideológicos, a un lado y otro de la grieta hay periodistas que hasta hace cinco minutos se dedicaban a ver qué artista se encamaba con qué productor.
—¿Qué significó la Escuela Terciaria de Estudios Radiofónicos?
—Una impresionante experiencia de emprendedor, conocer gente valiosa, incursionar en la docencia y una catástrofe económica, con lo cual me di cuenta de lo difícil que es un negocio. Perdí bastante plata pero me gustó y aprendí. (Eduardo) Aliverti machacó sobre cuestiones importantes que tienen que ver con la rigurosidad y el profesionalismo, y son obsesivos de cierta manera de trabajar, lo cual es muy valioso en el contexto de lo que hablábamos.
—¿Un momento desopilante?
—Muchísimos: entrevisté a las seis de la mañana a un diputado que estaba borracho (risas), no pretendía disimularlo y la sostuve hasta que pude. Entrevisté durante cinco minutos a Osvaldo Bazán creyendo que era Ricardo Bazán (risas) y sólo los oyentes más avispados se dieron cuenta. Le dije “teniendo en cuenta su experiencia en la cobertura de movilizaciones…” y un oyente mandó un mensaje con “boludo, estás hablando con Osvaldo Bazán”, quien se dio cuenta, la piloteó elegantemente y no me hizo pasar el papelón que merecía. Otra nota duró 20 segundos, con (el juez de instrucción Raúl) Herzovich: le pregunté “¿qué me puede decir del caso de ayer?”, y contestó “mire, no le puedo decir nada.” Lo saludé y terminó.
—¿El mayor desface entre un personaje público al aire y su actitud “fuera de escena”?
—No…, ningún caso... Tengo compañeros de laburo que un poco en joda y un poco en serio construían un personaje, como Tomás Ojeda, capaz de apagar el micrófono, decir “mirá lo que voy a hacer”, lo enciende y hace una joda o le toma el pelo al Papa, que está al aire. Esa habilidad y sentido del humor me fascinaba. O expresaba admiración por un entrevistado a quien detestaba o le importaba tres chotos. Es muy talentoso y desaprovechado. Un día llegó Ramón Ayala, con su peluquín, Tomás lo miró e hizo una cara (risas). O le tomaba el pelo a Zulma Geller.
—¿Cómo evaluás el impacto del mundo virtual?
—Lo internalizamos tanto que extraño cuando me falta. Soy poco menos que un analfabeto en ese sentido y entro en pánico con una dificultad o por no tener mi nota editorial en papel. Seguramente llegué más tarde que vos y que todos los periodistas a Internet, Google y otros recursos, porque no tengo facilidad. Los pibes creen que Google y Wikipedia resuelven todo, y no es así. Un expediente no lo podés mirar en computadora. Sigo creyendo en el libro de texto y en el papel, y en eso soy bastante conservador.
—La más importante: ¿por qué hincha de Chacarita?
—No lo sé: una versión es que cuando tenía casi cuatro años, fue campeón, y quienes se quieren burlar lo adjudican a Carlitos Balá. Tuve un tío cordobés que era hincha pero no encuentro la relación. Digo que es porque me gusta el buen fútbol pero es la menos fundamentada estadísticamente (risas). Anoche (lunes 27) me amargué por el 2 a 0 (frente a Defensores de Belgrano).
“Confirmé todo lo bueno y lo malo sobre Montiel”
Tardelli analiza la figura del ex gobernador Sergio Montiel, elegido para la elaboración de un libro que también será su tesis en la licenciatura de Ciencia Política.
—¿Por qué la elección?
—Viene de muchos años como proyecto y lo escogí como tema de mi tesis de la carrera, a la espera de que también sea un libro. Es uno de los personajes más ricos de la política entrerriana desde los 80 para acá. Que sea el único gobernador no peronista es un detalle e individualmente es el político de mayor envergadura. (Jorge) Busti, tres veces gobernador, (Sergio) Urribarri, dos veces, y (Elvio) Bordet, dos veces, le deben mucho más al Partido Justicialista de lo que Montiel le debe a la Unión Cívica Radical. Es un personaje complejo porque hizo alguna de las mejores cosas como proyecto de provincia y de las peores.
—¿Diferencias al analizarlo “científicamente” y no periodísticamente?
—No puedo mirar de otra manera que como periodista, y es una limitación. Es mucho más difícil hacer una tesis que un libro, que creo terminado, aunque no la tesis. El tiempo modificó su propia imagen: en un momento no podía salir a la calle, porque era repudiado. Su ostracismo primero y luego su muerte alivianó las pasiones y hay proyectos que pretenden ponerle su nombre a la Uader, que considero un error. Incluso algunos de sus adversarios tuvieron conceptos relativamente elogiosos o dijeron cosas que no hubieran dicho por entonces.
—¿Cotejaste lo recogido con las “dos miradas” familiares?
— Confirmé todo lo bueno y todo lo malo. Es muy interesante porque fue Montiel quien propuso a mi mamá para ocupar un cargo en el Supremo Tribunal de Justicia, mientras que mi viejo siempre estuvo enfrentado, salvo cuando fue asesor, que renuncia cuando el gobierno me echa de LT 14.
—¿Cómo operaba la dialéctica con Jorge Busti?
—Era un juego de espejos con el cual moldearon la política y eran conscientes. Busti no hubiese sido quien fue y Montiel tampoco, de no ser por esa rivalidad, en lo personal muy notable. Montiel potenció sus defectos e incrementó sus iniciativas más elogiables para diferenciarse. Busti asumió el papel de dialoguista frente al autoritario Montiel, quien jugaba al estadista, pensando que Busti era el cortoplacismo. Casi todo era genuino pero se potenciaba para diferenciarse. Es un problema de la política: ¿por qué el estadista no puede ser dialoguista? ¿O el tipo de mayor sensibilidad social no puede pensar a largo plazo? ¿Por qué no hay una síntesis de los tipos más gravitantes?
—Fuera de ello, ¿Montiel fue fruto de qué?
—Si supiera más de Psicología diría que de su historia personal: hay quien dice que detrás de un autoritario hay un padre ausente y Montiel está marcado por esa muerte, una historia tremenda, sobre la cual hablé con él (se refiere al asesinato en Corrientes, en 1931, del teniente coronel Lino Hilario Montiel, durante el alzamiento para reponer al derrocado presidente Hipólito Yrigoyen).
—¿Era mesiánico?
—Se sentía, como muchos políticos, parte de un proceso fundacional, convencido de sus propias capacidades, con razón, por su enorme formación. Que también le generaba problemas al designar colaboradores poco competentes, pues confiaba en su capacidad de definir en última instancia. No deja un heredero, porque no le importaba.
—¿Un testimonio revelador?
—Quienes me contaron las historias más reveladoras fueron peronistas.