El colectivo, esa experiencia inquietante en Paraná

Moverse en colectivo puede alterar la vivencia del tiempo, en especial con servicios como el local, así como predisponer a la contemplación de la ciudad.
9 de septiembre 2023 · 12:20hs

Cada pasajero sube los primeros tres escalones, apoya la tarjeta sobre el lector de la máquina que cobra, paga su boleto, termina de ascender y pispea el interior de la unidad, a ver cómo está de lleno. Una vez que decide en qué asiento sentarse o en qué lugar quedarse parado, termina de entrar al colectivo. Así hacen, una tras otra, siete u ocho personas que suben en la tercera parada del recorrido. El hombre observa el movimiento repetirse una y otra vez, pero su mente está en cualquier otra parte. La mirada no se le ve, cubierta por anteojos de sol estilo policía que le suman seriedad a un semblante no muy amistoso de por sí. Inclinado hacia adelante y recostado sobre el volante con ambos brazos, mira y recibe el saludo de cada usuario con un gesto mínimo, una inclinación de cabeza casi imperceptible. Y aguarda callado. Cuando subieron todos retoma el recorrido que en 50 minutos tiene que llegar al centro de Paraná.

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El trayecto desde el área metropolitana de la ciudad, y luego desde su zona sur, es largo. Pese a que todavía es invierno, hace una temperatura agradable gracias al sol de las tres de la tarde que atraviesa los vidrios. Si no fuese por la brisa que dejan entrar algunas ventanillas abiertas, haría calor. El camino por el Acceso Sur se hace aún más lerdo con los semáforos de la colectora, que encienden el verde por unos pocos segundos antes de cerrar otra vez el paso. Los autos y motos aceleran y se apuran por llegar antes de que la luz se ponga roja. Pero el hombre no. En una de las esperas entra en preparativos dentro de su suerte de cabina de conducción. Empieza el ritual.

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De la matera que tiene a un costado en el piso levanta el mate y la yerba y prepara el contenido del recipiente mágico. Luego, toma el termo y echa un primer chorro de agua caliente. Sorbe la infusión inicial, muy amarga, y queda ansioso por cebarse el segundo, porque el semáforo da verde. Arranca el colectivo, avanza 50, 70 metros, y, si quisiera, podría agarrar velocidad para hacer varias cuadras de una.

Pero afloja el tranco, deja que el velocímetro se estabilice, que comience a bajar y, en los últimos metros de la cuadra, la luz roja lo “obliga” a detener la marcha. Entonces se agacha, agarra el termo que había dejado trabado en un recoveco que parece diseñado para esa función, y se sirve un magnífico segundo mate. Lo toma mirando el apurado tránsito de las vías principales, como si estuviera lejos, extrañado de ese acelere. La luz roja da tiempo para cebar y tomar un tercero, que disfruta mientras echa un vistazo despreocupado a los pasajeros por el espejo interior del coche. El ritual se repite en varios semáforos de los próximos kilómetros. El mate regula el tiempo del viaje.

¿Quién puede cuestionar a este chauffeur? ¿Quién osaría levantar el dedo acusador y achacarle que está retrasando el traslado por degustar, un semáforo por vez, la bebida nacional? ¿Quién se adjudica una autoridad suficiente para determinar que los horarios que pretenden los usuarios tienen jerarquía sobre esta ingesta fundamental para el conductor?

El mate reconcilia al sujeto con un entorno desfavorable, como es trabajar en horario de siesta. Lo ayuda a mantenerse despierto y ahuyenta la somnolencia. Previene así, los riesgos que supone el sueño al volante. También mejora las condiciones de humor. Cualquiera que tiene el privilegio de tomar mate mientras labora puede testificarlo. Deberían los pasajeros agradecer más que mascullar contra el parsimonioso mateo del colectivero.

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La vivencia espiritual

Además de trasladarlo físicamente, el colectivo moviliza en las profundidades de su ser al viajante urbano. La vivencia del tiempo de la persona que utiliza el transporte público guarda una distancia abismal con la de aquella que se mueve en algún vehículo propio, sea el que sea, desde una bicicleta o un monopatín hasta una moto o un auto. Mucho más lejana aún es la experiencia del que puede dirigirse a su destino necesario a pie. El tiempo pareciera ser el mismo, universal e inconmovible, desde su medición moderna a la que estamos habituados, educados y sometidos: segundos, minutos, horas. Pero transcurre, existe, de maneras varias y muy diversas para quien se maneje en ómnibus. Adquiere una forma en el momento de la espera, cuando se aguarda la llegada de la unidad, y otra en el traslado, durante el viaje.

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Por supuesto que la primera de esas formas es mucho más propicia a la ansiedad. Si cuando uno llega a la parada hay alguien más esperando, se lo interroga de inmediato. En una estación céntrica por la que pasan varias líneas, la consulta busca saber si vio pasar la que uno necesita. Si la parada es barrial, donde pasa sólo una línea, la duda es cuánto hace que espera.

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En los próximos minutos el usuario tiene dos opciones. Puede aceptar que no tiene los recursos necesarios para acelerar el ritmo del coche por venir, y menos aún del paso del tiempo, y allanarse a una espera sin tanto tormento. O puede entregarse a un pensamiento repetitivo, obsesivo y, desde ya, estéril, en el que dos palabras repiquetean la mente: cuánto falta.

Esta inquietud puede ser turbadora y atormentar al pasajero con cavilaciones sucesivas pero diferentes: el primer enojo será con la empresa y la escasez de móviles en circulación. Luego, la persona dirigirá la crítica hacia sí misma y se reprochará las acciones con las que se entretuvo antes de salir rumbo a la parada. Pero el ciclo del pensamiento obsesivo no se detendrá allí y los cuestionamientos seguirán hacia los demás. El que (des)espera comenzará a acusar a individuos de su entorno, que pasarán a tener la culpa. Es muy difícil que la persona ansiosa pueda desarticular este mecanismo mental con voluntad propia: el tormento sólo se anula cuando aparece el cole.

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Una vez arriba, la experiencia del tiempo cambia hacia una ansiedad moderada por el avance hacia destino. El viaje predispone a la contemplación externa e interna del pasajero. Puede apreciar paisajes, personas y distintas situaciones que ocurren en el recorrido. El panorama que atrapen sus ojos puede embellecer o ensombrecer el camino.

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En cualquier caso, si su ruta es habitual, esas imágenes irán dejando de asombrarlo y llamarle la atención. Se harán indistintas. A mayor rutina, más lento pasará el tiempo. En cambio, quien haga por primera vez o poco asiduamente ese trayecto y se predisponga a la contemplación, podrá disfrutar de su curiosidad para conocer lugares nuca vistos o, lo que es mejor, descubrirlos nuevamente con una mirada renovada.

Paraná y el colectivo

Los paranaenses (y debemos sumar en esto a los vecinos de San Benito, Colonia Avellaneda y Oro Verde) tenemos una relación muy especial por el colectivo. En su dimensión histórica, porque la capital entrerriana es pionera en el país en el uso de este medio de transporte, así como Argentina se jacta por su invención a nivel mundial; en la actualidad, porque estamos hace años en el indeseable podio de los peores servicios de transporte urbano de la Nación.

Los primeros móviles colectivos habrían circulado en Paraná en 1919, según atestigua el Archivo General de la Provincia. Los habría corrido una empresa llamada “El Entrerriano” en dos trayectos, con sendos inicios en el Puerto Nuevo y el Parque Urquiza y ambos finales en las Cinco Esquinas. Otras versiones ubican la salida de los primeros colectivos en la ciudad en 1924, con varias líneas y traslados que llegaban hasta el Ferrocarril, en el hoy Boulevard Racedo, y el Hipódromo de la actual avenida Almafuerte. En cualquier caso, la capital entrerriana se adelantó varios años al resto del país, incluso a Buenos Aires, donde la aparición del colectivo se registra hacia 1928.

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En el siglo que transcurrió desde estos surgimientos hubo todo tipo de cambios. Desde coches con carrocería de madera y sus destinos pintados a mano en carteles colgados de su fachada, cada uno con un conductor y un cobrador a cargo, hasta los móviles dentro de todo modernos que ruedan hoy por las calles de la ciudad, con el pago electrónico de la tarjeta SUBE.

En el camino quedaron el abono con monedas y después con aquellas tarjetas de plástico blando, que podía dañarse e inutilizarse fácilmente para terror del pasajero distraído o torpe. Una mojadura con agua, una torcedura o doblamiento podían dejar a uno a pie, salvo por la presencia de un chauffeur solidario.

El devenir tecnológico del colectivo también lo despapelizó, pero hasta hace pocos años el pago se certificaba con el pequeño boleto. Los más prácticos lo tiraban a la basura apenas llegados a destino. Los acumuladores los guardaban a montones en bolsillos o, peor, en abultadas billeteras que simulaban grandes sumas de dinero y en realidad acreditaban la falta de vehículo propio del dueño.

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El sistema de transporte urbano de Paraná es malo desde hace muchos años, pero a mediados de la segunda década de este siglo ingresó en una debacle sin precedentes. La falta de inversión de las empresas concesionarias se evidenciaba hace tiempo en la escasez de unidades en circulación y el consiguiente incumplimiento de horarios, como también en el estado lamentable de los coches. Este último aspecto mejoró. Pero el deterioro del servicio parece haber acompañado como un correlato a la crisis económica nacional que se desató en 2018 y que aún no termina.

Los paros en la ciudad han alcanzado récords funestos con hasta un mes y medio sin transporte: más de 45 días consecutivos sin colectivos. Es increíble sólo pensarlo y lo vivimos hace poco. Los choferes sostenían durante semanas su huelga en reclamo de salarios dignos, las empresas alegaban que no les alcanzaban las tarifas ni los subsidios y los gobiernos municipales tampoco lograban una solución. Los peores momentos de la crisis del transporte parecen haber quedado atrás, pero no es común que pasen muchos meses sin que estalle un nuevo capítulo del conflicto y los miles de paranaenses que usan el servicio a diario queden a pie.

LEER MÁS: Paraná: vivir sin colectivos

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