En 1980, Orlando Chiapino y su esposa, Beatriz Falconier, tomaron una decisión: pusieron un negocio con el que empezaron la venta de lanas. Al costo, le agregaron una ganancia que les permitió vivir. Esta temporada, 37 años después, por problemas de salud y caprichos de la economía, debieron cerrar las puertas de ese comercio tradicional de Perú 69.
Luego de 37 años las abuelas ya no tejerán más con lanas de Chiapino
El tradicional comercio de Perú 69 de Paraná cerró sus puertas. Orlando, el dueño, acompañado por su esposa Beatriz Falconier, contó emocionado los pormenores de la salud y la economía que los llevaron a ponerle fin al emprendimiento
Por Pablo Felizia
7 de julio 2017 · 08:25hs
Foto UNO/Mateo Oviedo
Foto UNO/Juan Ignacio Pereira
Los Chiapino son una familia conocida en Paraná y no solo por las lanas o los arreglos de las máquinas de coser, también por la fiesta de los Reyes Magos y otros emprendimientos; son gente de trabajo.
Hay quienes hoy tejen, porque también lo hicieron sus madres y también sus abuelas y muchas de ellas, las de ahora y las de antes, le compraron sus lanas a Chiapino.
Fue un problema de salud lo que llevó a tomar esa decisión, la de poner llave y un cartel que avisa todavía que el 5 de julio el cierre fue definitivo; también le bajaron los precios a las lanas y telares que les quedaban para poder venderlos a todos.
"Me operaron. Iba a ser algo muy simple, pero resulta que fracasó", dijo Orlando mientras buscaba las palabras justas, las definiciones médicas. Habló de fístulas y peritonitis. "Me salvé ahí", agregó e hizo un silencio. "Después me operaron otra vez, la tercera fue fea, de la cuarta a la séptima no me acuerdo, pero me salvé. Tenía un tumor en el recto y gracias a Dios era benigno. Resulta que bueno, se complicó muchísimo y ya no puedo seguir con el negocio. De esto hace 12 o 20 días que estoy en casa, pero pasé 65 internado".
Orlando tiene 72 años y extraña llegar hasta su comercio, estar al frente de esa iniciativa que les permitió avanzar en la vida, charlar con los clientes.
En la década del 70, Orlando trabajaba en un restaurante de su hermano y no paraba nunca: no había feriados, sábados ni domingos. Beatriz, con una máquina pequeña ganaba en proporción más que él y tenía descansos, eso los alentó a encarar el emprendimiento que les cambió la vida. "Nos hicimos de muchos clientes y en el 80 abrimos. Ahora mi señora dice que ya no podemos y con mucho pesar tuvimos que cerrar. Mis hijos me ayudan a sacar la mercadería", agregó el hombre.
Al principio, el comercio estaba más en la esquina de Pellegrini, donde había siete locales en lugar de uno grande que hay ahora. Después se fueron a calle Alem y 9 de Julio y más tarde, en 1989, se mudaron a donde estaban ahora. Por las condiciones de la economía y las particularidades del rubro no pudieron tener un empleado que continúe con la tarea. Siempre fueron ellos dos. "Ni un empleado. Porque es imposible, los márgenes son muy temporarios. Se trabaja bien dos o tres meses y después nada", contó.
Explicó que la actualidad es un buen momento para vender lanas, porque se trata e una mercadería que está atada a las condiciones de la economía. "Cuando el país anda bien nosotros mal, cuando el país anda mal, con problemas, nosotros estamos mejor", sintetizó. En otras palabras, más se teje cuando menos plata hay en el bolsillo.
Con los primeros fríos, la venta de la lana aumenta hasta un 80%, es como el helado. A pesar del paso del tiempo y de técnicas de tejido que hasta podrán ser objetos de estudio de la antropología, un pulóver hecho en casa es algo actual, una prenda que siempre va a existir: además de ser un pasatiempo para quien desarrolla la actividad, puede estar siempre a la moda, forma parte de los gustos, es necesaria porque abriga, es más barata y si uno le siente el aroma, por más que pasen las años, todavía guardan los perfumes de las manos de las abuelas o las madres y eso las vuelve impagables.
De tipos de lana hay de todo, desde las que se llenan de bolitas a los días y de las que soportan lavados regulares. También hay telares de distintos tamaño y complejidad, y talleres que además de enseñar puntos difíciles, son un lugar de encuentro.
Orlando y Beatriz siempre fueron consultados en estas épocas, son numerosas las crónicas en el archivo de UNO sobre el comercio de la lana y los precios. "El cliente para nosotros siempre fue un amigo. Pasaron generaciones. La abuela le tejía al nieto, la madre aprendió, empezó a tejer, y comenzó a pasar por el negocio; y hay nietos que se hicieron grandes y también tejen. No era para tirar manteca al techo, pero con las jubilaciones y un poco de todos los días nos alcanzaba", contó Orlando que esta temporada ya no compró lana, pero dijo que estaba en los 180 o 190 pesos el kilogramo y sobre eso ahora le hacen un 20% de descuento. Al momento, el local está cerrado porque los hijos de Orlando y Beatriz no pueden abrirlo, pero a partir del 17 de julio tendrá algunos horarios para terminar de liquidar la mercadería. La pareja siempre remó de a dos, pensaban esperar unos años y luego retirarse, pero la salud los apuró.
Orlando se emocionó por el recuerdo, por los años y el esfuerzo, pero también por la alegría de haber hecho las cosas bien. Con humildad, remató: "Lo que nosotros tuvimos fue importante. Mi señora sabe mucho y enseña gratis, a la gente no le cobrábamos nada por aprender. Es una súper compañera que en estos días demostró lo que es para mí. Hicimos todo en familia, de a dos. Nunca robamos un gramo de lana al cliente porque eso es lo más triste que hay. No sabíamos si estábamos vendiendo barato o caro, pero siempre los tratamos a los demás como si fuéramos nosotros".