El mate, más que una bebida, es un símbolo profundo de la identidad cultural argentina, especialmente en Entre Ríos. Sin embargo, a medida que pasan los años y el mate continúa extendiéndose por el mundo -con los deportistas de élite como Messi, Di María y De Paul como embajadores-, cabe preguntarse cuánto sabemos de su historia. Con el paso del tiempo, escritores, periodistas, académicos e investigadores aficionados se han zambullido en su estudio y en la tarea de difusión sobre los orígenes de la tradicional infusión nacional.
El mate en Entre Ríos: tradición e identidad
Francisco Scutellá, el maestro del mate, preserva y difunde la historia de esta emblemática tradición desde su museo itinerante en Paraná.
“Mate es la voz castellanizada del quechua mati, que significa vaso o recipiente para beber. Pero se ha generalizado, desde el Perú hasta el Río de la Plata, como nombre vulgar del fruto de la calabacera -Lagenaria vulgaris- y de esta misma planta, que se llamó puru, es decir, calabaza, en la lengua general del imperio de los Incas. No es fácil descubrir la razón del tránsito semántico: desde siglos el fruto de la cucurbitácea -en sus distintas variedades o tamaños y cortado de diferentes maneras- ha proporcionado toda la vajilla doméstica a las clases pobres, antes de indígenas y hoy criollas. Y, desde luego, les ha provisto el recipiente de uso más obligado o común: el vaso, la copa o taza para beber”, explicaba el periodista y escritor Amaro Villanueva en su obra “El Mate. El Arte de cebar y su lenguaje” .
El maestro del mate
El artesano tradicionalista y escritor Francisco Scutellá, de 88 años, es una de las voces autorizadas en la cultura del mate en la provincia. Nacido en Coronel Moldes, Córdoba, y afincado hace muchos años en Paraná, es reconocido por ser el creador del "Mate Criollo Universal", que sobresale sobre el paisaje de la Avenida Laurencena de Paraná. Se trata de una estructura imponente de hierro, fibra de vidrio y tejido pajarero, con una gran bombilla de metal. También es el autor de un libro sobre la tradicional infusión, que ya va por su quinta edición.
Producto del amor por la historia y el mate, Scutellá creó el ‘Primer Museo Itinerante del Mate’ con el fin de divulgar algo tan nuestro y que muchas veces pasamos por alto. Se encuentra en calle Venezuela 144, un rincón de la ciudad conocido por estar a pocos pasos del Shopping La Paz. “La Matera / Scutellá – Argentina / Artesanías de colección”, dice el cartel de entrada.
El Museo es un espacio atiborrado de mates de todas las formas y tamaño. Muchos son de calabaza, pero también se encuentran curiosidades como uno realizado en un huevo de ñandú. En ese paisaje, también llama la atención una gran fotografía en la que se lo ve a Atahualpa Yupanqui. “Argentinísima. Último programa de Don Ata. Canal 7, Capital Federal. R.A. 1992”, informa un cartelito. El artesano era el creador de los mates que Argentinísima entregó durante una década, todos los domingos en Canal 7 y América. En el fondo del Museo, la figura de Scutellá se recorta entre una gran cantidad de herramientas y objetos. Trabaja en una mesa pequeña mientras espera las primeras visitas de la mañana.
El especialista expone con cierto rechazo que no es correcto llamar mate a los recipientes que se utilizan hoy en día para compartir la infusión. “Si es de vidrio o metal no es un mate, es un vaso o pocillo. Mate es la calificación de la calabaza matera. El mate es un nombre propio”, dice ante las primeras consultas de UNO.
Reflexionando sobre su significado, asegura que el mate es un legado que debe celebrarse y preservarse en el tiempo. "El mate es algo que interesa a todo el mundo. Cada persona que ingresa al local se va con historia", dice.
Admite que en sus años de investigación se encontró con muchas dudas y certezas. Una de ellas es que el entrerriano no tendría un conocimiento tan profundo del mate. “Algunos me han dicho que el mate es originario de Brasil o Perú”, dice y se lamenta.
Luego señala una calabaza alargada en forma casi en U que cuelga del techo. “Esa es la primera botella del mundo”, dice y enfatiza que el hombre le dio diferentes usos: se convertiría en recipiente, instrumentos musicales e incluso trampas para la caza.
En una pared cerca de su mesa de trabajo, destaca un instrumento particular hecho con una calabaza. “Es la Sachaguitarra, la creó el maestro rural de Santiago del Estero, Elpidio Herrera. Es un instrumento que combina guitarra y violín”, detalla el especialista.
También muestra otros tres objetos creados con la calabaza: una especie de lámpara que, según Scutellá, los pueblos originarios llenaban con cientos de bichos luz para iluminar sus noches; y dos artefactos que servían para la caza de patos y monos.
“A este objeto se lo ponían como escafandra y se iban nadando despacio hasta donde estaban los patos y los capturaban. ¿Quién intervino? El mate. Los aborígenes también cosechaban la calabaza para cazar monitos. El cazador llevaba una fruta y la ponía en el interior de una gran calabaza que tiene un agujero en el medio, donde entra una mano. Los monos querían sacar la fruta pero no podían sacar la manito. Ahí venía el cazador y lo atrapaba con una bolsa, sin maltratarlo ¿Te dás cuenta que no sabemos nada del mate?”, asegura.
Las visitas
Muchos de los que vienen a este rincón matero son turistas. Llegan, en muchos casos, acompañados por algún residente que sabe de la relevancia de este espacio. Adriana Rizzo es una de ellas. A las 11 de la mañana del último día de octubre, la puerta del Museo se abre y anuncia la llegada de nuevos curiosos. Adriana llega acompañando a su hermano Gabriel, quien vive en Ciudadela, provincia de Buenos Aires; y de Ana González, una joven ecuatoriana que hace más de una década se afincó en Buenos Aires y que poco a poco fue incorporando el mate a su vida.
Scutellá detiene la entrevista y se prepara para dialogar con las visitas. Tiene un método aprendido luego de años de dar charlas en escuelas primarias y otras instituciones que lo solicitan para hablar del mate y su historia.
“Buenos días, mi nombre real es San Francisco del Mate”, se presenta y les arranca una sonrisa a los tres visitantes. “¿Usted es el del mate?”, le dice Adriana y comienza con las consultas.
Quienes se acercan al Museo, por lo general, tienen pocos minutos ya que su recorrido incluye varios sitios de la ciudad. Scutellá lo sabe y por eso responde a cada pregunta con datos, anécdotas y una sonrisa. Su exposición es breve y contundente. Los visitantes se llevan lo fundamental que hay que saber del mate: que hace siglos la planta de calabaza llegó a las manos del hombre, quien la forjó para hacer todo lo que necesitaba.
“Este es el mate pampeano”, dice y muestra el recipiente de grandes proporciones, de cuero negro. “Este mate es el que dio origen al chupe y pase. ¿Sabe lo que es el chupe y pase? Este surge en los velorios. Sucede que a la cebadora de mate se le complicaba cebarle un mate a cada uno de los asistentes. Entonces, utiliza uno de gran tamaño. Así, cebaba el mate a la primera persona del grupo. Esta daba dos sorbitos y lo pasaba al siguiente. Así nació el chupe y pase. Fue en un velorio”, cuenta y atrapa la atención de los fugaces curiosos.
Enseguida, les relata una anécdota que los cautiva y que también describe su fascinación por la infusión. Es aquella que habla de un niño, Dios y el mate. “Hace algunos años estaba trabajando en el local donde está el mate gigante. Era de madrugada, alrededor de las 5 de la mañana. Trabajaba contra una ventana. En un momento me golpean la puerta y era un señor con un niño. Les abro pensando que venían a pedir algo y ahí el hombre me dice que tenía que contarme algo que había pasado minutos antes en el auto. Me cuenta que, cuando pasaban, el nene vio el mate gigante y le dijo: ‘Viste abuelo, el compañero de mateada de ese hombre es Dios. No viste que la bombilla va al cielo’”.
La historia vuelve a sorprender a las visitas, mientras pasean sus miradas por los estantes cargados de mates, bombillas, pavas y termos de toda clase que crean un cuadro homogéneo. Ana, la ecuatoriana, saca su celular y comienza a sacar fotos. Hay un sinnúmero de elementos que es imposible apreciar en una visita rápida.
“Llegué hace 14 años a Argentina. En Ecuador no se toma mate a pesar de que se ha extendido. Sí me encontré con el mate en Paraguay, Chile y Brasil. Está bueno. Cuando llegué empecé a tomar. Al principio no me gustó porque era muy amargo, muy fuerte. Ahora me acostumbré. Tomo amargo. Hace poco también empecé a tomar el tereré”, cuenta.
El diálogo continúa con la compra del libro de Scutellá y una foto con el reconocido anfitrión. La obra que se llevan se titula “El mate, bebida nacional argentina”, libro que ya va por su quinta edición. “¿Me lo firma?”, le dice Adriana al artesano, quien accede como alguien ya acostumbrado a estampar su sello personal en los ejemplares.
Mientras garabatea en la primera página de su obra, Scutellá les entrega su tarjeta personal en la que destaca la bandera de los pueblos originarios y el escudo calabrés. “Mi abuela y mi madre eran mapuche y mi padre calabrés”, informa y resume que su infancia fue en la llanura cordobesa, donde aprendió a leer la niebla y los significados más ocultos de los truenos.
La visita llega a su fin, tras algunas muestras y relatos, Scutellá los despide con un paquete de yerba que entrega invariablemente a cada uno que se acerca a mirar, escuchar y aprender. Explica que puede hacerlo gracias al auspicio de una conocida marca.
Minutos más tarde, un joven en situación de calle ingresa al local. Ambos se saludan como dos vecinos que se conocen hace mucho tiempo. Se comprenden con la mirada. Scutellá va al fondo y vuelve con dos paquetitos de yerba. Se lo entrega y el joven se retira agradecido. “Yo colaboro con todos. Hay mucha gente que no tiene y viene acá, porque yo siempre les colaboro con un poco de yerba para calentar la panza”, dirá más tarde, con la certeza de que el mate nos acompaña, incluso, en tiempos difíciles.