De pulso certero y oído paciente, Hugo Fosgt está detrás del mostrador del bar Girard, en avenida Ramírez 2.511, hace ya unos 45 años. Su padre fue quien alquiló el lugar cuando abandonaron la vida de campo, en Villa Urquiza, departamento Paraná. Vinieron a la capital de provincia, en familia, a buscar nuevas oportunidades ya que el trabajo rural venía de malas. Su hijo, de joven, lo ayudaba a atender a los clientes. Años más tarde heredó el oficio y, en el 1996, concretó la tan ansiada compra del local.
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Según Fosgt el bar tiene 90 años funcionando. Los fundadores fueron una pareja de origen judío de los cuales no recuerda el apellido, pero sí que lo llamaron, en ese entonces, Bar El Abuelo. Luego le siguieron otros dueños, entre ellos un familiar suyo, de apellido Girard, como su madre. Es en honor a ella que el lugar lleva ese apellido.
Tuvo épocas realmente magníficas beneficiado por su ubicación estratégica, a escasos metros del hotel Supremo Entrerriano y de la hoy ex terminal de ómnibus, inaugurada en los años ´40. "Llegamos a preparar 100 cafés con leche por mañana. Acá paraban todos y hasta los choferes venían a consumir al bar. Se ofrecía agua caliente, café con leche, vermouth, un copetín, fiambre picado, de todo. Además, los colectivos en su mayoría eran del interior, llegaban muy temprano y regresaban por la tarde, entonces los viajeros tenían horas de espera, por eso se acercaban a comer algo y pasar el rato", explicó y dijo: "Alrededor de la terminal vieja había como quince negocios y todos trabajábamos bien".
Los viajeros no eran los únicos que detenían sus horas en ese bar. Por el año ´76 eran más de 600 los obreros que trabajaban en la Dirección Provincial de Vialidad. "Levantábamos persianas a las 4 de la madrugada y la mayoría pasaba a tomar una copita de ginebra. Lo mismo pasaba con los operarios del ferrocarril y trabajadores rurales. Era un clásico, no arrancaban la jornada sin esa copita", contó.
Pecheando las crisis
Fosgt explicó que han vivido adaptándose a los vaivenes económicos. Con la hiperinflación – recordó- llegó a cambiar tres veces los precios en un mismo día. "Nos acostumbramos a no derrochar", dijo. Ese es su secreto para la permanencia.
La escenografía de hoy le gana la pulseada al tiempo, las paredes respiran nostalgias de tango, noche y reunión junto a un pocillo de café, están los naipes para el truco, un televisor clavado en un canal con partidos de fútbol, un mostrador de madera, la máquina de cortar fiambres, herraduras, arco y flecha pendiendo de la pared, imágenes del Gauchito Gil, las vitrinas de antaño, todo coronado por el andar cansino y meticuloso del cantinero.
En un cuadro, por encima del mostrador, están detallados "Los Mandamientos del Vino": 1- Amar el vino sobre todas las cosas. 2- Jurar beberlo en verano y en invierno. 3- Santificar las bodegas. 4- Honrar al tinto y al blanco. 5- No matar el gusanillo con menos de seis cuartillos. 6- Nunca se haga el desatinado de mezclar agua con vino. 7- No hurtar la botella o bota que esté vacía o rota. 8- No murmurar sin jumera ni mentir sin borrachera. 9- Cuando se desee botella ajena que sea de 16 litros y finalmente la regla de las TRES CES: debes observar bebe con calma, calidad y sin cambiar.
La publicidad de Viejo Viñedo, las persianas de chapa, amontonadas las botellas de piña colada, caña Legui, ron y whisky y los parroquianos acodados a la ventana. Algunos de ellos permanecen con la vista clavada en la vereda por un rato.
Si bien las bebidas se mueven al compás del clima, el boliche mantiene vivo el ritual del vermouth, del vino tinto y la magia de la ginebra matutina. Además de ofrecer un trago Hugo convida con sus años de trayectoria y anécdotas.
"Acá se cuentan cuentos, juegan al truco y yo disfruto de las conversaciones. Un albañil viene con que se peleó con el jefe, a otro lo echaron de la casa, toman dos o tres copas, se sinceran y cuentan sus penas", explicó. Espacio ideal para ahogar tristezas, compartir anécdotas, discutir sobre fútbol, boxeo y para encontrar un oído amigo.
La mayoría de los concurrentes son jubilados, changarines y vecinos del barrio. Hay hijos que llegaron para compartir una copa con su padre y hoy, con nostalgia y apego, van a la misma mesa en la que surgieron largas charlas. Una copita y el saludo con un gesto ínfimo a los parroquianos de siempre ofician como contraseña de pertenencia, de identidad, son una vía de acceso a aquellos tiempos lejanos que, al ser recordados, vuelven al presente.
El peor momento, el traslado de la terminal
Uno de los peores momentos del bar de avenida Ramírez fue el traslado de la terminal unas cuadras al norte, donde estaba el Mercado del Abasto, allá por 1995. Con la habilitación del túnel subfluvial la antigua estación había quedado chica. Los comerciantes de la zona debieron ser pacientes y reinventarse. "Fue un sacudón fuerte, pero siempre tuvimos una clientela fiel que nos ayudó a mantenernos", señaló
Rituales
Los cambios de fisonomía de una de las avenidas más importantes de Paraná no repercutieron en el interior del bar, allí el tiempo parece congelarse. Lo que sí cambiaron fueron los horarios. Hoy el histórico cantinero abre a las 8 de la mañana y baja persianas a las 14. Por la tarde repite, pero ya no se queda hasta la madrugada. El bodegón mantiene su perfil bajo, pero están los habitués que no le fallan.
"Soy jubilado. Vengo acá porque es tranquilo. No hay tanto ruido. Si quiero charlo un rato, o vengo y simplemente me tomo un vaso de vino mientras veo el movimiento en la calle", contó a UNO un parroquiano.
Discusiones políticas o deportivas, reflexiones filosóficas o confesiones de algún amor no correspondido. Todo pasa en este bar. Es compañía para el solitario, refugio para el que está de paso y rincón ideal para los que gustan contar sus historias y anécdotas.