Todavía no hay certezas acerca de cómo será el gobierno de Javier Milei. Si bien el futuro siempre es incierto, dado que nunca se puede saber con exactitud qué es lo que va a pasar, es habitual que existan referencias que permitan trazar un itinerario. Pero no es este el caso.
Javier Milei: muchas incertidumbres y una certeza
Por Alfredo Hoffman
En política, esas referencias pueden ser: la conformación de listas de candidatos con determinadas características y antecedentes conocidos por la ciudadanía; los programas de gobierno expresados en plataformas electorales, en promesas de campaña, en consignas y en eslóganes; los acuerdos partidarios –ya sea en forma de alianzas transitorias o más o menos permanentes– y las propias demandas del electorado que depositó sus expectativas en un candidato que se impuso en una elección y que espera respuestas.
Quedó atrás la apatía dominante en la década del 90. En la actualidad, hay una porción de la sociedad que está pendiente de la política y de lo que hacen los políticos. Es una masa de gente que aumentó mucho su tamaño a partir de la crisis de 2001, con sus revueltas, asambleas y posteriores conformaciones de agrupaciones, sobre todo juveniles. Y también con el interés creciente por las cosas de la esfera pública por parte de quienes no están directamente politizados, pero consumen todo el tiempo noticias políticas a través de los medios de comunicación y las redes sociales.
Esa gran porción de la sociedad es la que hoy está huérfana de certezas. A menos de dos semanas de que asuma Javier Milei como presidente, numerosas señales del mapa del camino que va a transitar el nuevo gobierno permanecen difusas. Por empezar, La Libertad Avanza es un partido que nunca gobernó; su líder es un outsider que se hizo conocido como panelista económico de televisión, y más por su histrionismo que por sus ideas. La vicepresidenta, Victoria Villarruel, tiene como único “mérito” conocido la defensa de genocidas de la última dictadura cívico militar. Los rodearon jóvenes influencers y viejos menemistas, que entre las generales y el balotaje fueron eclipsados por macristas de mediana edad. Mauricio Macri y Patricia Bullrich sellaron con Milei un acuerdo tan de cúpulas que se tradujo en un caos en Juntos por el Cambio y el Pro y en la fuga de legisladores electos de la novel LLA. Ganada la elección, lo que se volvió caótico fue el juego de los supuestos funcionarios que se ponen y se sacan el saco en cuestión de horas. Asunciones y renuncias en los vestuarios, antes de entrar a la cancha. A esto se suman las negociaciones que se encaminan a terminar en la vetusta costumbre del panquequismo, que demuestra gozar de buena salud en las cámaras parlamentarias.
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Para reforzar aún más la incertidumbre, los cambios de los nombres de los próximos funcionarios van de la mano de cambios en las políticas económicas a implementar, cuando se suponía que Javier Milei si había algo en lo que la tenía clara era en economía. Las últimas noticias hablan de que el Banco Central seguirá en pie y que la solución para los problemas del país, empezando por la inflación, no requerirá de dinamita, sino de más endeudamiento externo y más dependencia de organismos internacionales de crédito.
Lo que sí aseguran el presidente electo y sus variopintos aliados –parecen ser las únicas certezas– es que se aproximan meses muy dolorosos, de más ajuste, más aumentos de precios, tarifas y dólares y más deterioro salarial. Y que habrá, como en otras épocas, mano dura en la represión de quienes salgan a manifestarse por sus derechos.
Ante este panorama, desear “que a Milei le vaya bien porque así le va a ir bien al país” es justamente eso: un mero deseo. Como pedir un deseo a la hora espejo. O mejor dicho: un acto de fe. Equivale a depositar las esperanzas en una especie de salvador, un mesías, que guiará a la sociedad –una sociedad angustiada, cansada, desorientada y aturdida– por las tinieblas de lo que vendrá, confiando que en algún momento aparecerá la luz al final del túnel. Un experimento cuyos efectos pueden ser desastrosos.