El asesinato de Flora Müller, ocurrido hace casi 30 años en Hernández permanece impune. Sin embargo, Mauricio Koch escribió primero una novela y después una obra de teatro que está basada en el hecho. Baltasar contra el olvido hará honor a su nombre hoy desde las 20 en el Salón de la Cultura de Hernández.
Un femicidio ocurrido hace 30 años en Hernández contado en clave literaria
Dialogamos con Mauricio Koch, un escritor que reside en Buenos Aires, pero pasó su infancia y adolescencia en Hernández. En esta entrevista con UNO cuenta cómo es convertir un femicidio en literatura, elegir a un niño como narrador y tener el coraje de volver al pueblo donde quedó impune para presentarlo.
—¿Cómo surge la idea de contar un femicidio en clave de ficción?
—Es una historia a la que le venía dando vueltas hacía años. La retomaba y la dejaba, trabajaba en otros textos y volvía, pero no avanzaba, tal vez porque no tenía la suficiente madurez literaria ni el compromiso que la historia me pedía. En las primeras versiones había capítulos protagonizados por dos hermanos estancieros que iban en una camioneta y levantaban a Renata, la madre de Baltasar, en una esquina del pueblo y la llevaban al campo donde habían organizado una joda con amigos. Esos capítulos se alternaban con otros protagonizados por los hijos de Renata, Baltasar y Leo. Pero me quedaba desbalanceado, los asesinos me salían estereotipados, no me los creía. Por el contrario, el hijo mayor de Renata iba ganando protagonismo y matices, y esa voz sí me resonaba. Y me fui quedando sólo con él. Su rabia mezclada con la candidez propia de la edad (tenía 13 años cuando mataron a la madre), hicieron que me encariñara mucho y lo escuchara con atención.
—En la novela nunca nombrás a Hernández, pero el lector se puede orientar porque sí nombrás a Nogoyá, por ejemplo. ¿A qué se debe esta decisión?
—El nombre de los lugares es un arma de doble filo. Por un lado sirve para situar y dar verosimilitud, pero por otro puede quitarle universalidad a la historia. Hace que ciertos lectores se despeguen y piensen la problemática sólo en relación con ese lugar en específico. Como si dijeran “mirá vos lo que ocurre allá, qué bárbaro”. Y mi intención era que el lector pensara en su entorno, más allá de los nombres propios y las regiones, que el pueblo donde ocurren los hechos es o puede ser el suyo. Ya había trabajado de esa manera en Los silencios, mi novela anterior, donde la zona y las características del pueblo son perfectamente identificables, pero el nombre es un apodo con el que los habitantes llaman al pueblo, Pueblo Lechuza. Un chiste. De todas formas la lectura que hace el habitante de Hernández siempre es distinta a la del lector ajeno a ese lugar. Pero eso es inevitable. El hernandense lee buscando pistas, tratando de identificar de quién hablo, a quien se parece tal o cual personaje. Confieso que nunca me preocupé demasiado por eso, yo me preocupo por que las escenas tengan vida, el resto corre por cuenta del lector. La convención que yo establezco no es periodística sino ficcional, y eso me da mucha libertad.
—¿Cómo decidiste que el narrador fuera un niño y el hijo de la mujer víctima de femicidio? Siento que era un gran riesgo y que funciona perfecto porque como lectores nos identificamos con su dolor.
—Gracias. Si eso está logrado, me doy por satisfecho. Entre las obsesiones de poder narrar esta historia, el primer puesto se lo lleva Baltasar como personaje. Desde el principio tuve claras algunas cuestiones y trabajé a partir de eso: tenía que ser la voz de un chico/adolescente muy enojado, rabioso, quebrado en muchos aspectos, con las modulaciones propias de su edad, del habla de la zona y la clase social a la que pertenece, y al mismo tiempo con un costado muy tierno, una mirada de mucha inocencia que aparece cuando habla de su hermano, o de su abuela, o de la Lucre, la chica de la que está enamorado. Otras aristas aparecieron ya durante el proceso de escritura: el hecho de registrar por escrito los recuerdos, el hábito diario de sentarse a escribir, la toma de conciencia de que esa es su única herramienta para que su madre no se olvide, y su facilidad para el dibujo. Esa relación que descubre con la naturaleza es lo que para mí de alguna manera lo salva.
—¿Hiciste algún tipo de reporteo típico de la no ficción para este libro o tomaste el hecho real como una excusa y te desenvolviste con libertad para crear tu propio mundo?
—Hice algunas entrevistas, bah, hablé con algunos familiares y les hice algunas preguntas que tenían que ver con ciertos hechos que quizá mi memoria podía haber falseado o confundido. Por ejemplo, la cantidad de días que Flora Müller (el nombre real de la mujer asesinada) estuvo desaparecida; si se sabía o se sospechaba en qué lugar la habían escondido hasta que descartaron el cuerpo en el campo donde finalmente fue encontrada; el tiempo que pasó entre ese caso y el de un chico de 15 años que encontraron ahogado en un arroyo, una muerte también rodeada de sospechas de homicidio y que nunca se investigó. Ese tipo de cosas yo las recordaba, pero para la novela me servía tener algunas precisiones. Consulté eso, más que nada entre mis familiares y un par de amigos. Después, en cuanto a documentos oficiales, el caso está cerrado hace mucho tiempo, prescribió. Este año se cumplen 30 años de la muerte de Flora, 30 años de impunidad.
—Parto de la hipótesis de que este femicidio ocurrió cuando vos eras adolescente. ¿Qué cosas cambiaron desde la mirada que tuviste en el momento del hecho y la que podés tener ahora como padre y después de un cambio de época que no se puede desconocer? Con esto último me refiero a los feminismos.
—Sin dudas que el clima de época me modificó, me interpela a diario y estoy repensando todo el tiempo mi mirada. Y la paternidad, más aún. Soy padre de una nena que en pocos días va a cumplir 10 años. El modo en el que ella se planta y me cuestiona es un desafío constante. Es arduo y apasionante. Cansador, por momentos. Pero así debe ser, exige que uno como padre esté a la altura, se informe bien y hable con claridad y buenos argumentos. Hoy leí un texto breve de Rita Segato que dice: “¿Cuál es el lugar de los varones en las luchas feministas? Adquirir conciencia de género y prepararse para desobedecer, en el sentido de desacatar el mandato de masculinidad”. Esto me parece clave porque es un desafío, nos hace llevar a la práctica el discurso, salir de la fácil, de la posturita en las redes, el posteo para el 8M, etcétera.
Yendo al libro en sí, y esto me interesa dejarlo en claro, nunca lo pensé en función del clima de época, ni me siento mejor persona por haberlo escrito. Lo que me guiaba era la curiosidad por saber cómo hizo Baltasar para seguir adelante, en qué encontró motivación para reponerse y vivir, o, dicho de otra manera: cómo alguien que quedó huérfano de madre y de abuela, que perdió toda esperanza en la Justicia y que incluso descartó la posibilidad de hacer justicia por mano propia, sigue adelante. ¿A qué se aferra? Eso y una preocupación ética/estética por no falsear su voz ni sus palabras, estar a la altura de su drama.
—¿Cómo fue la recepción de la novela? Me imagino que el hecho de que se convierta en obra de teatro ya es motivo de orgullo. Contá un poco ese proceso de reescritura.
—Tener lectores es un milagro. Y yo tengo algunos, pocos pero fieles. Con los años he ido aprendiendo a confiar en mi pequeño universo, en el espacio que conozco y que me animo a contar, a valorarlo y arrimarle brasas para mantenerlo encendido. Eso es un trabajo de paciencia y es constante. Y he aprendido también que tarde o temprano alguien se acerca a pasar un rato en ese rincón, a sentir ese calor. Baltasar contra el olvido se publicó por editorial Obloshka en plena pandemia, en diciembre de 2020. Estaba programada para salir en mayo y se postergó. Así que no pudimos hacer presentación ni brindar con amigos, pero aún así el libro fue haciendo su camino y encontrando lectores. La llegada a las manos de Marcelo Moncarz, el director de teatro, es muy azarosa, y es esto mismo que vengo diciendo: si mal no recuerdo, por recomendación de una amiga él leyó Los silencios y le gustó tanto que averiguó mi mail y me escribió para decirme que le gustaría adaptar un texto mío. Justo en ese momento yo estaba terminando Baltasar, se la mandé y le encantó. Tanto que enseguida puso manos a la obra para adaptarla, buscar el actor ideal para el papel, trabajamos juntos en el guion. El teatro es un mundo nuevo para mí, absolutamente nuevo, y un regalo inesperado. Y aprovecho para avisar que en abril vuelven las funciones en Buenos Aires, en Área 623, los sábados a las 18.
—¿Cómo surge la idea de presentar la obra en Hernández? Por un lado, Baltasar tiene una mirada bastante negativa de la gente del pueblo, pero por el otro, vos como autor tenés un amor muy especial por tu tierra, pese a que llevás tanto tiempo viviendo en Buenos Aires.
—Me fui por primera vez a los 12 años de Hernández, cuando empecé a estudiar en la Escuela técnica de Crespo. Y después me fui, digamos más definitivamente, a los 20, cuando me vine a Buenos Aires a buscar laburo (qué iluso), a mediados de los 90. Pero creo que nunca me fui del todo. No sólo por la obviedad de que mis padres y gran parte de mi familia y amigos viven allá y cada vez que puedo me doy una vuelta, sino porque sigo mirando desde ahí. Mi punto de vista no es el de un hombre de ciudad sino de pueblo, no es el de un porteño sino el de un provinciano desplazado. Así lo siento y no creo que eso vaya a cambiar. Sin demagogia lo digo.
La segunda parte de la pregunta la respondo apelando a la idea de lector que yo soy y el que espero para mis libros, que no es alguien que lee para confirmar lo que piensa, y tampoco lo contrario, sino alguien que se lanza tratando de dejar los prejuicios de lado a esa propuesta de mundo que es un libro. Qué sentido tiene adular al lector; a los libros todavía podemos exigirles un poco más que a las redes sociales, eso espero. Saer ironizaba sobre esos escritores que no estampan ni una sola frase que sus lectores no hayan plebiscitado de antemano. Tan obvia es la estética que les proponen, decía, tan de acuerdo con el sentido común, que sus libros se vuelven innecesarios. Bueno, cuando escribo trato de tener presentes estas palabras de Saer. No por el hecho de ser un bocón, sino porque todavía le doy valor a la búsqueda de la verdad, aunque esa verdad sea puramente estética. La belleza, cualquiera sea la idea que uno tenga de ella, sigue siendo una buena razón para no ser bufón de nadie.
Otros libros de Koch
Los silencios (novela), Cuadernos de crianza (diario), El lugar de las despedidas (cuentos).
Por Santiago García