Selva Almada: "En la naturaleza de las mujeres no está la depredación"

La escritora entrerriana Selva Almada continúa consolidando su voz, de rasgos singulares en la narrativa argentina. Contó cómo gestó su última novela.
26 de diciembre 2020 · 21:12hs

Río y monte, territorios con leyes e idiomas propios; la apertura de las aguas del primero, la impenetrabilidad y la cerrazón del segundo funcionan como elementos en disputa a través de la pluma de Selva Almada en No es un río (Random House).

“Aquí todo en penumbras. Afuera el sol, una bola de fuego que se apaga en el río. Hay ruiditos de pájaros, de bichos chicos. Un bisbiseo de yuyos. Aperiás, comadrejas, vizcachas se escurren entre los pastos. Anda cauteloso el Negro, con respeto, como entrando a la iglesia (…) Este hombre no es de este monte y el monte lo sabe. Pero lo deja. Que se meta. Que se quede el tiempo que le lleve juntar leña. Después, el propio monte va a escupirlo, los brazos llenos de ramas, otra vez hacia la orilla”, escribe Almada.

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En esta historia hay pescadores y hay isleños; varones que intentan apropiarse del monte y del río. Sin embargo, la chispa aparecerá de la mano de una mujer, Siomara: “Siempre le gustó hacer fuego. De chica, si se peleaba con la madre, no discutía con el hermano, se metía en el monte y hacía fuego. O si estaba muy enojada prendía fuego ahí mismo en el patio del rancho de su familia. Hacer fuego era su manera de sacar la rabia, de ponerla fuera de su pecho, como si les dijera: miren qué grande puede ser mi furia, cuidado que puede alcanzarlos. Y una vuelta casi los alcanza”.

Selva Almada comenzó a escribir No es un río antes que Chicas muertas, novela publicada en 2014. De modo que la historia tiene ya varios años de gestación y viene a cerrar esta trilogía masculina integrada por El viento que arrasa (publicada en 2012 y ganadora en 2019 del premio First Book Award otorgado por el Festival Internacional del Libro de Edimburgo) y Ladrilleros (publicada en 2013 y finalista del Premio Tigre Juan de España). Si bien el proceso de conformación de estos tres libros en serie fue más bien espontáneo, es también cierto que la literatura de Almada trabaja, desde los inicios, fuertemente marcada por la particular geografía del Litoral y por las voces de quienes habitan esa región.

Selva Almada
Selva Almada.

Selva Almada.

En la novela hay ecos de la precisión descriptivista de Haroldo Conti y de las canciones de Ramón Ayala, uno de los mayores representantes de la música litoraleña. “Creo que es mi libro más entrerriano”, señala Selva, quien en marzo publicó, además, Los inocentes (Editorial de Entre Ríos) un conjunto de cuentos con ilustraciones de Lilian Almada.

Además del profundo trabajo a nivel argumental y en la construcción de los personajes, la novela evidencia un manejo muy cuidado de los elementos formales. El libro no posee cortes de capítulos ni separación alguna. “Me gustaba que la prosa fluyera como la corriente de un río” afirma Selva.

La escritora, que actualmente pasa sus días en un pueblo cerca de La Plata y que trabaja junto a unas amigas en un proyecto de librería virtual (Salvaje Federal) reflexiona sobre los diversos planos de la novela, los recuerdos de infancia como materia creativa y el lugar de la naturaleza y la poesía en su escritura.

–La novela abre con un epígrafe del también entrerriano Arnaldo Calveyra. ¿Sentís que de algún modo estos versos del “Diario del fumigador de guardia” anuncian el tono poético que tendrá “No es un río”?

–Sí, hay una escena del libro en la que ellos son jóvenes, van a pescar y se cruzan entonces con un tipo, un viejo sin dientes. Esa escena me llevó hacia el diario del fumigador. Al principio había elegido un fragmento más largo, que hablaba de la siesta como una muerte breve. Pero tenía alrededor de diez versos, y si quitaba una parte perdía sentido. Después encontré los que finalmente quedaron. Como en la novela estaba esta idea de no saber qué es y qué no, me pareció que iba muy bien con esa imagen de las casuarinas, que ya eran agua…

–Yo lo pensaba en el sentido del tono. Una novela que se abre con versos de un poema. Pero claro, también está la historia ahí anticipándose sutilmente…

–Sí, en realidad pensé que podía ser algún verso de Calveyra ya promediando la novela; no salió desde el principio, como a veces suele suceder. Y además de su vinculación con Entre Ríos, pensé en él porque es un poeta que me encanta; me acordé enseguida del Diario... Y sí, me pareció que abrir con unos versos, en este caso de Calveyra, cuajaba también con el tono lírico de la novela.

–Sos muy lectora de poesía. ¿Qué te lleva a sentarte a leer este género o ir, en cambio, hacia la narrativa?

–Creo que son disposiciones distintas. Al principio de la cuarentena pensé en leer narrativa, en aprovechar porque tengo más tiempo, pero después me fue más difícil, algo que creo que empezó a pasarnos, en cierta forma, a todos. En este momento, siento que estoy en un estado más dado a la lectura de poesía.

–¿Cómo sentís que influye en tu escritura?

–Lo que busco, que tiene que ver con la poesía, es la síntesis. Y también cierto sonido, que creo que es lo que aparece como lírico en las novelas y en esta en particular. En ese sentido, esta novela fue la apuesta más fuerte a ese lugar.

–Incluso pensaba que Tilo y Enero son nombres superpoéticos…

–Sobre todo Tilo. Enero apareció a partir de una anécdota que me contó una vez un amigo, que un tipo de su pueblo, del campo, les ponía a los hijos el nombre del mes en que nacían. Y así surge Enero. Yo estaba con la idea de la novela, no tenía tan clara la trama pero sí esta escena inicial de la pesca y estos tres tipos yendo a pescar…entonces pensé en Enero, el mes del verano –a mí me encanta el verano–, y también es el mes de las fiestas. Porque el tono del personaje fue cambiando, en la reescritura se volvió un poco más retraído, pero al principio era muy expansivo y cuando lo bauticé me pareció que ese nombre decía mucho de él. Y en cuanto al nombre de Tilo, la verdad no recuerdo cómo aparece. Supongo que porque la calle donde vivo en Buenos Aires está llena de tilos enormes, de muchísimos años, y también en esta época empiezan a florecer y está todo perfumado. Quizás la relación venga de ahí.

–¿La historia surge de una anécdota?

–Sí, estaba en un asado y un amigo contó que hacía poco habían ido a pescar con unos parientes por el delta del Paraná y habían sacado una raya gigante. Ahí contó cómo se pesca y el tiempo que lleva, porque tenés que despegarla, que es lo más difícil; nosotros ni siquiera sabíamos que en agua dulce podían tener semejante tamaño. De hecho en la escena del libro son dos para levantarla. Y luego también contó que para matarla le pegan un tiro. Me llamó la atención que a una criatura acuática la maten de un disparo. Me pareció muy violenta y muy sugerente la escena, y tuve ganas de escribir algo sobre esto. Así aparece Enero, este personaje que es expolicía, aparece también con la excusa de que es quien tiene un arma y le dispara.

–En una entrevista, Dolores Reyes habla de su novela (“Cometierra”), y de la tierra como principio femenino para muchas culturas. Pensaba que el río y este entorno más agreste podría pensarse, en tu libro, desde una especie de “principio masculino”, con todos los privilegios y también con todos los mandatos de masculinidad que esos roles configuran y que aparecen muy claros en la historia. En “No es un río”, la apropiación de la naturaleza como botín. Y si quisiéramos sumar otras obras tuyas, el ejemplo más nítido es el de “Chicas muertas” con la apropiación y la violencia sobre los cuerpos de las mujeres. Tampoco quedarían afuera “El viento que arrasa” o “Ladrilleros”.

–Ahora que mencionás esto de la tierra emparentada a lo femenino y el río a lo masculino, pienso que Paraná significa “padre de los ríos”. O sea que ya hay una asociación a lo masculino desde el origen mismo del nombre. En realidad, al principio, cuando aún no tenía clara la trama, sólo sabía lo de la pesca de la raya y también sabía que en ese trío de hombres estaría flotando el recuerdo del muerto. Ahí aparece el tema de la paternidad que el muerto deja vacante. Entonces el Negro y Enero, que son solterones, lo toman un poco a Tilo como su propio hijo, sobre todo para iniciarlo en cuestiones como la pesca, que es un ritual muy masculino en nuestros pueblos y en la provincia. Luego el tema de la depredación, o de la masculinidad de esos hombres que depredan no sólo mujeres sino naturaleza, fue apareciendo junto a los isleros, que son el contrapeso de estos personajes. Aunque también, en cierto modo, son personajes espejados, como pasa con los personajes de El viento que arrasa. Los isleros también pueden ser violentos, pueden agruparse para ejercer violencia sobre otros, en definitiva son muy parecidos a Enero y al Negro. Tilo, en cambio, si bien está en este grupo, como todavía es adolescente no tiene definido aún su carácter. En lo que se diferencian es que los isleros protegen el sitio donde viven y del que comen, y entonces toman, pero en su justa medida, sabiendo que de esa tierra y de ese río depende la continuidad de su vida. Y si bien la historia fue deviniendo para ese lado, no era una idea que yo tenía de entrada. El mismo universo de la novela lo fue llevando hacia allí. Pero a tu pregunta, creo que sí, que en la naturaleza de las mujeres no está la depredación y sí lo está en la naturaleza de los hombres. Por eso también, de alguna manera, una de las preocupaciones del feminismo es la ecología, la preservación del medio ambiente.

–¿Cómo nace la idea de la reescritura de las leyendas en la historia?

–Había una escena, en otra versión de la novela, en la que las muchachas bailaban con los pescadores y se llevaban a Tilo. Ni bien ellas aparecen, recordé la leyenda de la dama misteriosa, que seduce hombres en los bailes, los lleva al monte y los mata. Y luego otra que no es tan cruenta, la de la muchacha que baila con un chico, él le presta su campera y cuando al otro día va a buscarla, la madre le dice que la chica falleció hace varios años. Pensé entonces en recrearla, porque la siento de algún modo litoraleña. Y después, cuando retomé la historia para darle un cierre, apareció el personaje de Xiomara y se me cruzó con la Telesita, que es una leyenda más del noroeste, de la parte andina: esta niña huérfana a quien le gusta bailar, y baila tanto que termina prendiéndose fuego. El personaje de Xiomara viene un poco de ahí.

–Siguiendo con esta idea de reescrituras e influencias, y como lectora de literatura norteamericana, ¿sentís que haya ecos de ella en el libro?

–En este en particular, creo que no. Cuando empecé a escribir había comprado La isla del verano, de (Erskine) Caldwell, que también empieza con un grupo de hombres que van a pescar y llevan a un sobrino adolescente. O sea que quizás sí en esa entrada, con esos personajes, pero después no la seguí; aunque fui a esa novela porque me parecía que narraba el mismo universo. Por fuera de la literatura norteamericana, una novela que me causó mucho impacto y de la que sí siento algún eco, es Sudeste, de Haroldo Conti.

–¿Cómo llegás a la elección del diálogo sin guiones, con las acotaciones en la línea siguiente? Pareciera que cuando habla Enero podría ser también el Negro. Es una voz singular pero también podría ser colectiva: los pescadores por un lado, los isleños por el otro…

–Lo de no poner guión me gustaba visualmente. Y lo de la acotación apareció un poco probando cosas. Cuando lo hice, empecé a leer en voz alta y comenzó a resonarme casi como un verso o un estribillo. Y como hay tan pocos diálogos y son tan secos, tan mínimos, esto equivale a que cada cosa que dicen tiene un valor, una reafirmación de la palabra del personaje. Tiene esa doble función, pero básicamente es la idea del sonido y de marcar una respiración, como si esta forma permitiera tomar aire para seguir leyendo.

–En un artículo de Daniel Gigena sobre los pueblos en la literatura, un escritor mencionaba que no le interesan los pueblos, sino lo que la literatura puede hacer con ellos. Este también es el ambiente de tus historias. ¿En qué medida este territorio comienza a emerger en tu escritura?

–Creo que eso empezó a aparecer con uno de mis primeros libros de relatos, Una chica de provincia, que son relatos autobiográficos. Y toda esa idiosincrasia pueblerina, ese universo chiquito como una especie de microcosmos, empezó a aparecer ahí traído por los propios recuerdos, que serían el material de escritura. Fue un descubrimiento para mí reconocer que se podían escribir relatos a partir de historias muy pequeñas y muy cotidianas de mis vivencias. Y entonces me di cuenta de que había algo en lo que me interesaba seguir escarbando. Después empezó a aparecer el paisaje, empezó a aparecer la forma de hablar que tenemos en algunos pueblos del interior, empecé a darme cuenta de que esa manera de hablar, esa música particular, esas palabras específicas de una zona y no de otra, podían ser también material para la escritura, y podía conformar una poética propia. Entonces comencé a investigar un poco más en mis relatos, analizando cómo lo usaba, dónde, de qué manera.

–¿Tenías mucho contacto con la naturaleza durante tu infancia en Entre Ríos? ¿Eso vuelve en tu escritura?

–Todo el tiempo. Yo me crié en un pueblo, pero además, vivía en la periferia de ese pueblo, casi donde empezaba el campo; es decir que dentro del mínimo espacio urbano del pueblo, yo además vivía en las afueras, rozando la ruralidad. Fue una infancia al aire libre, muy en relación con la naturaleza. Por ejemplo, esta costumbre de la pesca en los arroyos es algo que en la infancia hacíamos mucho. Y si pienso en mi infancia, no sé por qué pienso en el verano, que también era el momento de la libertad. La sala de juegos era ir a pescar, a los arroyitos, a los cañaverales.

–Estoy pensando que en la mayoría de tus historias es verano…

–Sí, creo que casi no hay invierno, quizás en Una chica de provincia hay algunos pocos cuentos que están ambientados en invierno, pero en todos los demás es verano y hace mucho calor (ríe). Es decir que está el paisaje y están también las palabras. Yo en mi pueblo no vivo desde los diecisiete años. Luego viví diez años en Paraná, que fue una experiencia más urbana, y hace veinte años que vivo en Buenos Aires. Sin embargo, la mayor parte de los giros, de las palabras y hasta imagino que la tonada o la música que puede aparecer es la de la infancia. Igualmente, sigo en ontacto con la provincia, mi familia vive allá, pero bueno… cuando voy de visita, voy muy poco tiempo. Entonces, todo lo que aparece en los relatos son esos diecisiete años que viví en el pueblo, y creo que sobre todo en este, que es para mí mi relato más entrerriano, incluso más que Una chica de provincia.

–¿Cómo ves hoy la situación en Entre Ríos respecto de las enormes quemas que están realizando en los humedales y por ende la destrucción de la flora y la fauna del lugar? Sin mencionar, claro, el tema de los agrotóxicos…

–Creo que son cuestiones que están estrechamente vinculadas. Siempre supimos que había incendios, pero este año fueron espeluznantes. Es tremendo cómo el gobierno provincial y el nacional miran para otro lado y no se ocupan del tema. Con los agrotóxicos lo mismo, es un espanto. Hay un índice muy preocupante que muestra a Entre Ríos como la provincia más contaminada no sólo de Argentina, sino de Latinoamérica. Hay un libro que tiene algunos años, del periodista Patricio Eleisegui (Envenenados) donde casi todos los casos que él recoge, están documentados en pueblos y en personas de Entre Ríos. Y realmente no se puede entender que fumiguen cerca de las escuelas, cerca de las casas donde viven las mismas personas que fumigan los campos y tampoco se entiende que hagan la vista gorda con la tremenda cantidad de enfermedades que son claramente resultado del uso indiscriminado de agrotóxicos. Es muy probable que el gobierno de Entre Ríos no haga nada: no hizo nada con los agrotóxicos, tampoco está haciendo nada con el tema de los incendios. Justamente este año sucedió que Los inocentes, el libro que publicamos con mi hermana en la editorial de la provincia, tuvo mucho apoyo por parte del gobierno provincial. De hecho es un libro que se hizo casi exclusivamente para las bibliotecas de Entre Ríos. Y el gobernador, quien además es un gran lector, apoyó mucho la iniciativa. Como al pasar me han mencionado esto, casi como si hubiera una especie de connivencia entre el gobierno de Entre Ríos y yo, por el apoyo dado al libro. Y lo que yo respondía es que aplaudo el interés del gobernador por el derecho a la educación y a la lectura de niñas, niñes y niños, pero no puede haber educación sin salud. Es una incoherencia. Para que esos niños lean, primero tienen que estar vivos y tienen que estar sanos. Darles un libro y después fumigarlos es absurdo.

Rosario Spina

Especial para Escenario

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