"La historiografía oficial creó la imagen semibárbara del caudillo". El 29 de septiembre se conmemoraron los 200 años de la proclamación de la República de Entre Ríos, un hito del federalismo en nuestro territorio. Aunque nunca se proclamó como Estado independiente ni tuvo intenciones separatistas, Ramírez expidió un reglamento constitucional con 16 artículos normativos para la administración pública, la Justicia, el orden militar, la economía y la Policía. Conmemorando la fecha, días atrás vio la luz el libro Francisco Ramírez: 200 años de identidad entrerriana, un trabajo de investigación de un equipo integrado por el exgobernador Jorge Busti, los doctores Flavia Martínez Aquino y Gonzalo García Garro, y el historiador, profesor de Historia Argentina e integrante del Instituto Federal Artigas de Entre Ríos, Rubén Bourlot.
"La historiografía oficial creó la imagen semibárbara del caudillo"
Por Luciana Actis
García Garro, coautor del libro, destacó: “Era república en el sentido similar a una provincia y como cosa pública, como la etimología clásica de la palabra, como cosa pública. Republicana y no monárquica, una fuerte impronta de soberanía popular que tenía Francisco Ramírez que se cristaliza en la elección del Supremo, que es la primera elección que se hace en estas tierras. La república ocupaba tres provincias, lo que son las actuales Entre Ríos, Corrientes y parte de Misiones. La idea era hacer una suerte de organización política fuerte que se pensó a los efectos de integrarse en la discusión de las Provincias Unidas, pero desde la identidad entrerriana”.
—¿Ramírez creó la República pensando en estados confederados?
—La idea de Ramírez siempre apuntó a la organización de una federación, se entendía a la República de Entre Ríos como parte integrante, no tenía una visión de una confederación en términos jurídicos entendida como estados independientes asociados. Claro queda con la firma del Tratado del Pilar, donde se sientan las bases de la organización nacional y de un gobierno en términos de federación, provincias cuyas autonomías se respetaban pero había una organización superior que las agrupaba.
—¿Cuáles eran las características más sobresalientes de la República de Entre Ríos?
—Hay que reconocer que la República de Entre Ríos fue la primera organización constitucional en nuestra tierra, con la sanción del Bando y tres reglamentos; el militar, el económico y el político, se crea la primera carta organizativa de nuestra provincia. Tuvo instituciones realmente de vanguardia, primero con la particularidad de convocar a una elección, un acto democrático sin precedentes. Establece criterios de administración muy austeros, con control de gastos, con rendiciones de cuentas, establece cosas avanzadas con respecto a la educación, posicionándola como un deber del Estado. Creó el Poder Judicial, estableciendo juzgados de primera instancia y de segunda, crea el derecho a la apelación, se fundó el primer hospital militar de campaña; realizó una organización distrital. Tenía un gabinete de ministros destacados, con Cipriano de Urquiza, hermano de Justo José, como ministro de Hacienda. Otro aspecto importante es el rol que le dio a la mujer, el rol de la Delfina, más allá de esa muerte romántica que la literatura ha recuperado con Leopoldo Lugones y otros autores, no sólo es una cuestión anecdótica. Ella era una coronela de los Dragones de la Muerte de Ramírez, era una jefa del ejército, había sido jerarquizada y tenía un lugar de referencia dentro del proyecto político. Otro aspecto importante fue que durante su mandato hubo libertad de culto, cuando en otras provincias el no ser católico se consideraba delito. En los bandos no había referencia a una religión de Estado. Hay que tener en cuenta que su mandato fue efímero, como un rayo en la historia. Porque su proceso entre la Batalla de Cepeda, la República de Entre Ríos y su muerte se da en un lapso de menos de dos años. Todo ese tiempo él tenía que estar combatiendo, trasladándose a caballo, firmando resoluciones, discutiendo con abogados. No olvidemos que la república tenía capital en Corrientes. En ese contexto agitado logró todas estas cosas.
—En el libro se mira a la figura del caudillo bajo otra mirada, una no peyorativa.
—Justamente hay dos formas de ver al caudillo. La historiografía liberal, blanca, se adueñó del aparato cultural, del sistema de difusión que tiene su origen en su padre fundador, Bartolomé Mitre, que creó esta idea del caudillo como un ser semibárbaro, algo parecido a Atila y los Hunos de este lado del planeta: incultos, sanguinarios, saqueadores, una imagen deformada. Quienes desde una mirada revisora miramos la historia oficial, recuperamos al caudillo como un emergente popular, como una persona que tenía ascendencia y representatividad. La particularidad de que haya llamado a elecciones para el cargo de Supremo, muestra la idea de plebiscitarse. El caudillo era quien discutía en términos políticos, y en esa época las discusiones se sustanciaban a través de las tacuaras, las montoneras y las armas. Por eso los caudillos como líderes populares tenían que convertirse en jefes de ejércitos.
—¿Cómo está estructurado el libro?
—Es un libro que trata de hacer un aporte renovador de la historiografía de Ramírez, un prócer muy olvidado por la historia oficial; y también por la historia provincial que lo soslayó un poco y se centró en la figura de Urquiza. No hay mucha bibliografía actual sobre Ramírez, por eso era una necesidad aportar elementos nuevos desde una nueva mirada. El libro surgió por la iniciativa de Jorge Busti, que nos convocó a formar un grupo de trabajo junto con el profesor Rubén Bourlot y la doctora Flavia Martínez Aquino. El libro cuenta con cuatro capítulos; en el primero el doctor Busti hace una semblanza del caudillo en sí; Bourlot escribe en referencia a la Batalla de Cepeda, el Tratado del Pilar y las campañas militares más sobresalientes de Ramírez. Y también sobre su muerte y la cuestión de la búsqueda de sus restos mortales. En mi caso, me tocó hacer un análisis sobre la relación entre Artigas y Ramírez, que debe ser mirada desde una perspectiva más armonizadora, dejar de lado los enfrentamientos de egos personales para pasar a una instancia que los reivindique a los dos, a Ramírez como padre de la entrerrianía y a Artigas por sus aportes a la revolución y al federalismo. Y la doctora Martínez Aquino hace una especie de relevamiento de las cuestiones más salientes de la República de Entre Ríos desde una mirada jurídica y de sus instituciones innovadoras.
—La muerte de Ramírez es un capítulo hasta hoy inconcluso. La desaparición de su cabeza tuvo el objetivo de disciplinar a quienes tenían un verdadero ideario federal.
—En el marco del bicentenario de la Batalla de Cepeda, el gobierno provincial asume una comisión de trabajo oficial en la que estamos trabajando con la firme convicción de reivindicar, uno de los puntos es retomar los puntales de este trabajo de investigación que se llevó a cabo durante la última gobernación de Jorge Busti, a través de un análisis histórico mediante el cual se llegó a la conclusión del lugar aproximado donde podría estar la cabeza de Ramírez, justamente en Santa Fe. Por eso estamos trabajando con el Consejo Federal de inversiones para obtener el financiamiento para continuar con esta investigación. Estamos avanzados para ver si a través de nuevas tecnologías demos cuenta de si los restos están en ese lugar o no. Es una deuda histórica para los entrerrianos.
—El federalismo, ¿es una realidad hoy?
—Indudablemente la batalla por el federalismo es una batalla que traza toda la historia argentina. El primer hito comenzó con el tratado del Pilar, después de la Batalla de Cepeda, donde Francisco Ramírez y Estanislao López derrotan al directorio porteño y su constitución unitaria. Eso continuó durante todo el siglo XIX con distintos nombres y formas. Luego de Caseros y el advenimiento de Urquiza termina siendo una organización federal, pero no lo suficientemente federal. Porque federalismo no es sólo la idea de distribución de competencias provinciales, sino también es un ideario económico, cultural, político, social que agrupaba el mercado interno, la economía nacional, que entendía la defensa de la cultura local, la tierra propia. Y en muchos aspectos ese ideario fue derrotado después de las guerras civiles del siglo XIX que colocaron a la Argentina como una distribuidora de materias primas, desde una visión capitalista europea y especialmente inglesa, renunciando a muchas banderas enarboladas por el federalismo. La distribución de los recursos al día de hoy sigue siendo una arena de disputa, una deuda pendiente para con las provincias que al día de hoy seguimos reclamando mayores recursos y mayor autonomía a la hora de implementar políticas.