Gustavo Koky Satler, más allá de sus méritos académicos, es músico por inmersión, un método muy recomendado, por ejemplo, para incorporar una nueva lengua. La música fue y es la atmósfera que lo rodea, la cual nutrió de distintas fuentes, no obstante que los mandatos le jugaron malas, y matemáticas, pasadas. El ex referente de Los Príncipes, y compositor y tecladista de Genitales Argentinos, repasó dicho derrotero, marcado grandemente por la figura del príncipe mayor, su padre, y aportó ideas para reflexionar en torno a la música actual y la porvenir.
Koky Satler: "Hay letras que no volvería a escribir ni estando en pedo"
Diálogo abierto con Koky Satler. Abuelo simulador, exigencia principesca y príncipes blasfemos. ¿Qué hacer con el reguetón?
Por Julio Vallana
Garaje y abuelo melómano
—¿Dónde naciste?
—En Paraná, calle Santa Cruz y Uruguay, detrás del Colegio Don Bosco, la casa de mis abuelos paternos, y a los cuatro años me mudé a Almirante Brown, frente a la placita Pancho Ramírez, donde vive mi vieja.
—¿Cómo era aquella zona?
—Recuerdo el garaje donde mi viejo (Santiago “Nenín”) tenía los instrumentos y ensayaba con Los Príncipes del Compás. Mis abuelos eran fanáticos de la música, y cuando fui adolescente y tuve mi primera banda de rock, y mis viejos no me dejaban hacer quilombo en casa, mi abuelo me decía que fuera para allá. Los fines de semana se escuchaba a los trompetistas de los exploradores de Don Bosco; cuando llovía la calle se inundaba y ponían una tabla para que no entrara el agua, y nos tirábamos a nadar a la calle, una especie de “pileta”.
—¿Qué visión tenías del centro?
—Estaba lejos e ir era una aventura porque mi ámbito era Villa Sarmiento y jugar al fútbol en el Club Don Bosco, donde mi viejo fue dirigente. Luego fue algo más cotidiano cuando comencé la secundaria en el Colegio Nacional
—¿Tu abuelo sólo escuchaba música?
—Era un melómano y fanático del tango; cocinero del Hotel Central, donde Gardel vino varias veces, le cocinaba lo que pedía y a cambio le pedía entrar al escenario para llevarle la guitarra. Se casó de grande y en su auto llevaba a todas las orquestas, a cambio de subir al escenario y hacer mímica con un bandoneón que compró.
—¿Para levantar minas?
—Sí. En su casa, cuando terminaban de tocar y la joda, se llenaba de músicos. Cuando fue padre le enchufó el bandoneón a mi viejo y lo mandó a estudiar música desde chico, y cuando nací yo y comencé a tocar el piano fue feliz. Mi abuelo materno tocaba el violín.
Piernas cortadas y números
—¿A qué más jugabas?
- Fanático del fútbol y si hubiera jugado más o menos como la gente no sería nada de lo actual. Jugaba con los instrumentos musicales que estaban en mi casa.
—¿Imaginabas ser profesional?
—Me cortaron las piernas como a Diego (risas), pero por maleta. Jugué un par de años en las inferiores de Don Bosco, comía banco a lo bestia pero era feliz jugando diez minutos. Nos mandamos una macana con mi hermano, mi viejo se enojó y se cortó el fútbol, a los 15 años. Fue terrible.
—¿Sentías una vocación?
—La música era transversal a todo lo que hice. Mucho tiempo fantaseé con ser guardaparques porque me gustaba la Biología y la conservación del ambiente. Leía mucho.
—¿Algún libro influyente?
—Enciclopedias, porque a mi vieja le interesaba que tuviera una cultura general. De mi viejo heredé una colección de atlas, así que sé la geografía política de los 193 países de las Naciones Unidas.
Me gustaba la economía y pensé que podía ser mi vocación, así que perdí un par de años estudiando Ciencias Económicas, hasta que un día, cerrando una carpeta de Matemáticas II, me pregunté qué estaba haciendo, cuando tenía la cabeza llena de canciones. Me di cuenta tarde.
—¿Cómo convivían números y música?
—Mi viejo fue el punto de contacto por ser gerente del Banco Municipal, donde ingresó como cadete, y su hobbie fue la música. No era académico, porque abandonó cuando era chico, sino músico popular.
—¿Qué materias te gustaban?
—Fui buen alumno, nunca rendí y fue una mala suerte porque me confundió. Contabilidad la hacía de taquito.
—¿Por eso comenzaste Ciencias Económicas?
—Fue por el mandato y porque los números me salían bien. La música no era una opción laboral porque quería hacer rock. Mi viejo sólo me bancaba si era director de orquesta. Cuando dejé, hice un año de Ingeniería en Sistemas, y después el Profesorado de Educación Musical.
Piano, príncipes y academia
—¿Cuál fue tu primer instrumento?
—El piano, con el cual mi vieja, la única que no es música de la familia, me enseñó las notas a los tres años. A veces volvía del jardín de infantes con alguna canción, me sentaba al piano y la sacaba. Una vez mi viejo casi se muere al verme y escucharme, y me enseñó el acompañamiento con la mano izquierda, de la melodía que aprendí. Acompañé al coro de la escuela, tenía pánico de salir ante la gente y mi vieja me alentó. Aprendí el chelo porque quería saber qué sentía el chelista. Pasé por la guitarra y por el bandoneón.
—¿Cómo era la alquimia del bancario transformado en músico, por entonces en un ambiente muy bohemio?
—Muy raro, porque mi viejo no encajaba en él. Era muy serio, formal, exigente y excesivamente responsable, y lo trasladaba a Los Príncipes del Compás, donde no se tomaba alcohol. Si bien hacían música popular, tocaban vestidos con trajes, había una disciplina que no tenía ningún otro grupo y grababan en Buenos Aires cuando acá no se hacía. Mi viejo llegaba del banco con un traje y el fin de semana se ponía otro para tocar. Era otra época y lo descubrí y me conecté con él en la adolescencia, cuando toqué con él.
—¿Semejante exigencia te dio aire para ponerlo en valor?
—¡No, me hinchaba las bolas! Tenía un gusto muy cerrado y a mí desde chiquito me mandaron a estudiar, y soy profesor de Música. Estudié con Celestino Viola e hice el profesorado en la escuela. Cuando tenía 15 años estudiaba con el piano que estaba en mi casa, del pianista de Los Príncipes del Compás, se fue del grupo, se lo llevó, mi viejo me dijo que si le aseguraba que estudiaría me compraba uno y acá está (lo señala). Me metió esa responsabilidad y se la agradezco siempre porque no sé si hubiera continuado con el estudio, ya que a mí me gustaba el rock y no lo que hacía él. Me terminó gustando cuando el violinista no pudo venir de Santa Fe y mi viejo me dijo que le diera una mano por unos meses con el sintetizador. A los dos meses me enganché en ese mundo.
—¿Qué más aprendiste de su profesionalismo?
El liderazgo afectivo, porque era muy paternal con los demás músicos, que descubrí al comenzar a tocar con él y que no conocía, porque laburaba todo el día y los fines de semana también. Lo que aprendí nos ayudó para no caer cuando piloteé la nave de Los Príncipes, en una movida mucho más compleja por los vicios que andan alrededor.
—¿Cuánto tiempo tocaste con él?
—Diez u once años, hasta que dejó.
—¿Se peleaban?
—Muchísimo. Cuando grabaron El Principazo 1983, el primero en el que participé, me dejó afuera de la fotografía de tapa del casete, para pagar el derecho de piso. Yo cobraba como los plomos.
—¿Te la creíste, por tu formación?
—Caí varias veces en esa trampa y era la causa de los encontronazos con mi viejo. Él tenía un vínculo muy directo con el público y yo me enojaba cuando se acercaba un borracho y le decía “tóquese un tanguito”, porque paraba lo que estábamos tocando y le hacía caso al borracho. Cero conciencia del marketing. La gente se iba de la pista y el borracho aplaudía. (risas).
—¿Con quién entendiste los fundamentos de la música?
—Con varios, además de los genes. Celestino Viola me hizo gustar el piano, desestructurar lo académico y aprendí su humor maravilloso. Me preguntaba qué me gustaba, lo tocaba y nunca me dijo “tenés que estudiar esto”. En la escuela reforcé conceptos de armonía, descubrí algo de jazz, estudié con César González y dirección orquestal.
—¿Qué hacía tu mamá sin esposo e hijo los fines de semana?
—Siempre quedaba un hermano en casa. Hasta hoy reniega de la vida que le tocó y de que yo haga música, en vez de ser profesor de Geografía.
Príncipes herederos
—¿No obstante el rock, no te rebelaste contra lo incorporado?
—Sí, pero ganó el formato porque cuando armamos la banda Plus, a fines de los 80, fue para tocar cuando vino el papa, y grabamos. Más que rebelión era la expresión de lo que sentía como auténtico y disfrutaba, más allá de lo académico y del trabajo con mi viejo. Nuestras letras no tenían complejidad pero sí de la literatura latinoamericana, que me pegó mucho. Era más una búsqueda poética que social.
—¿Lo académico te significó un límite?
—No era el lugar donde quería estar sino en la banda de rock. Era la posibilidad de tener un título y mejorar, y con Celestino me gustaba tocar. Todo forjó una heterogeneidad en mis gustos musicales y forma de encarar el arte.
Cuando componía en el piano me aparecía Chopin y el rock. En mi casa se escuchaba tango, folklore, e íbamos a Cosquín, cuartetos de Córdoba, quienes pasaban por casa, discos de Carlitos Balá y la música de Titanes en el ring. Una ensalada.
—¿Con la experiencia y conocimiento de hoy, qué encontrás en Los Príncipes?
—Armónicamente hay acordes escondidos que tienen que ver con una etapa del jazz. Cuando grabábamos en Buenos Aires teníamosun director artístico y cuando te ibas demasiado al carajo de lo popular, te decía “eso no”, por lo cual había límites. Dentro de ellos nos la arreglamos para voltear un poquito esas paredes. Estilísticamente, a partir del segundo disco, en el piano hay tumbao, que viene de la salsa, al igual que en los arreglos de viento. Detrás del merengue y la cumbia, jugaba con meter detalles de otros géneros, latinos o foráneos, como rock, jazz y country.
—¿Conservaron algo de Los Príncipes del Compás?
—Casi nada, porque el sonido cambió mucho, al igual que la vestimenta y por coreografías típicas del rock. En cambio su formación era de orquesta típica: piano, bajo, bandoneón y violín, y nacieron como orquesta de tango, e ingresó el cuarteto cordobés y en vez de bandoneón fue acordeón. En nosotros quedó el piano y el bajo, y la gente nos decía “Los Príncipes eran los de antes”, porque les parecíamos una blasfemia. Fue una negación hasta tener pantalla nacional.
—¿Una anécdota?
—Un sábado, tocando en Universitario temas que saldrían enun disco, la gente no nos daba bolilla, a la semana salió el disco y a la otra semana salimos en todos los medios. Y en Universitario nos ofrecieron más de diez veces de lo que cobramos en aquella oportunidad.
—¿La época de mejor plata?
—Los 90, y también me despertó una mirada política, porque me iba re bien y tocaba, de jueves a domingo, con tres o cuatro shows por noche, en lugares donde estaba todo mal, como el conurbano bonaerense. A Tucumán íbamos tres veces por año, con quince shows por fin de semana, y la gente no cobraba los sueldos.
—¿Lo político influyó en tu música?
—No sé; todo influye. Me influyó en la vida y con la gente con la que me vinculé.
—¿Qué te inspira?
—La curiosidad, porque me aburre hacer lo mismo. Hay cosas que aparecen y no tengo la más pálida idea de dónde, incluso soñando. Con Juanci Barbagelata hicimos La divina república y redescubrí el folclore de Atahualpa Yupanqui y lo hice electrónico. También viene de trabajos por encargo, y hay canciones generadas por la alegría, el dolor y la tristeza.
—¿Te avergonzás de algo?
—De muchas cosas (risas). Hay muchas canciones que no me gustan para nada, pero soy lo que soy por todo el camino desarrollado.
—¿Por qué no te gustan?
—Por hacerlas a las apuradas, en la época de Los Príncipes. Si hago un jingle para un negocio, siento que hago una gran obra, aunque después me bajo del caballo. Hay letras que no escribiría ni en pedo, propias de otra edady época, aunque significaban el desparpajo y daban resultados. Siempre sentí estar desarrollando un personaje y nunca me creí del todo lo que decía en el escenario.
Con Genitales Argentinos también jugamos con el desenfado y la ironía.
—¿Lo mejor?
—Está por venir, siempre. Lo último es un nuevo tema de Genitales Argentinos, en el cual participó Teresa Parodi, a quien dirigí cuando se hizo el disco “Entre Ríos le canta a Paraná”.
La grandeza y el porvenir
—¿Qué diría tu papá si entra por esa puerta y le contás sobre lo hecho?
—Le encantaría, porque más allá de la disciplina, siempre miraba lo que vendría, y por eso me dio lugar. Se bajó del escenario para que el grupo se renovara. Un acto de grandeza, porque podía seguir tocando. Escuchó todo lo que hice a partir de ahí y seguía hinchandolas bolas. Terminamos de tocar en el estadio mundialista de Mendoza, lleno, estábamos eufóricos en el micro, sube y dice “se equivocaron en…” ¡No rompás las bolas! (risas)
—¿Te has peleado con la música?
—Nunca; a veces me canso y aparece el teatro y la literatura, como refugios creativos.
—¿Podés escuchar música que no sea “en función de”?
—Me encanta abstraerme, cuando puedo, y descubrir cosas nuevas. Aprovecho en el auto.
—¿Tres músicos?
—Dificilísimo: Bill Evans (pianista), Rubén Blades y (Sergei) Rachmaninoff (compositor, pianista y director), y (Ludwig van) Beethoven.
—¿Qué hacer con el reguetón?
—Hay cosas que me gustan…
—Obviemos lo políticamente correcto.
—Sucede como con todos los géneros. Decantará y quedarán los temas que generen algún cambio. No me gusta, pero los años me dicen que vendrá algo peor, y lo añoraremos (risas).
—¿Qué preparan con Genitales Argentinos?
—Filmamos un video clip con Mauro Bedendo del tema Costa del Paraná, que reversionamos con otros amigos, y es parte de su película La Emboscada