Muchos espectadores han dejado de ir al teatro u otros espectáculos de artes escénicas por miedo a los contagios. Ello, unido a las restricciones por parte de las administraciones sanitarias al acceso no solo a los teatros sino también a la cultura en general, ha llevado a ver teatros, cines o museos como posibles focos de contagio. Nada más lejos de la realidad, ya que –además de reducir el aforo– las salas independientes se pusieron manos a la obra desde el principio para que cualquier persona pudiera acceder a la cultura siguiendo protocolos que eviten el contagio y, a la vez, prevenir el cierre de estos valiosos espacios culturales. Por eso, poder volver a una sala de teatro es, ahora más que nunca, un motivo para celebrar. El sábado, en la Escuela del Bardo, tuvo lugar la segunda función de Extraño tu perfume (un manifiesto raro), un unipersonal protagonizado por Sebastián Boscarol, bajo la dirección de Valeria Folini, y con dramaturgia de ambos.
"Extraño tu perfume", un manifiesto queer, con algunas ideas truncas
Por Luciana Actis
En la propuesta –que tiene elementos autobiográficos y otros no tanto– Boscarol desarrolla la trama a partir de emociones auténticas y espontáneas, nacidas de la acción. No es una obra de teatro, es un manifiesto. Raro, queer. ¿Un work in progress? Probablemente, pues deja espacio para incorporar cuestiones del día a día –como los partidos de la Copa América–; e incluso lo que va saliendo de la interacción con el público, que por momentos fue excesiva y por motus propio. Además, no se ocultan las condiciones de producción, la cuarta pared no existe ni se sugiere.
Al principio del espectáculo, el actor lee un texto atrapante, un ‘teaser’ de lo que vendrá, una promesa: “La selección natural perdió el rumbo y el hombre se siente por encima de la flora y la fauna, los jóvenes se sienten superiores a los viejos. Los hombres creen ser mejores que las mujeres, sin saber que incluso la más débil es mejor que un hombre egresado en la escuela de varones. Hombres, mujeres, niños, adolescentes y ancianos creen ser superiores a las travestis. El rico se siente superior al pobre, el contemporáneo se siente mejor que el clásico. Los heterosexuales se creen mejor que los homosexuales, pero el homosexual con dinero se siente mejor que el puto pobre. El homosexual atlético se cree mejor que el maricón gordo, que lamenta no ser mejor que nadie”.
A medida que el actor va contando aspectos de las vivencias de un niño homosexual y las peripecias de crecer por fuera de lo que la sociedad establece como lo normal, el personaje va virando en escena, transformándose, cruzando los límites que hacen que una persona se defina “trans”.
Sin embargo, la idea original que comienza con fuerza se va diluyendo; las sutilezas, las historias sensibles en primera persona pierden acento y se desvían debido al diálogo demasiado abierto con las primeras filas de espectadores. Algunas ideas quedan truncas, como las charlas que el personaje tendría con su madre, o con su psicólogo. Líneas que hubieran resultado interesantes, pero quedan sin anudar.
De todas maneras, está claro que es una performance y no pretende repetirse en otra ocasión. La idea general es reivindicar el derecho a sentir, ser, amar, disfrutar, decir, marchar, bailar, desear y plantarse. Hacia el cierre, Boscarol vuelve en sí para cicatrizar con algunas reflexiones y autocríticas, cuestionamientos sobre su representación trans desde un lugar de hombre gay, pero cis. Por eso el punto final lo ponen un grupo de mujeres trans, que pasan a escena para celebrar su vida, su derecho a ser, su existencia.