“Presidente Putin ¿Qué cree usted que los países occidentales no entienden sobre su posición respecto de la situación en Ucrania?”.
Las razones de Putin y el juego de las perspectivas
Un 23 de Diciembre de 2021 el presidente ruso Vladimir Putin tomaba impulso para responder la pregunta realizada por la periodista británica Diana Magnay, en la conferencia anual organizada por el gobierno de Moscú para la prensa extranjera.
Putin aprovechó la pregunta para desarrollar una suerte de exposición sobre la perspectiva histórica de Rusia y sus intereses en la región, argumentó por qué Ucrania era un límite para la seguridad de su país y hasta se animó a realizar comparaciones históricas con hechos similares que tuvieron como protagonista a los Estados Unidos.
La respuesta del presidente se convirtió también en un discurso premonitorio: apenas unas semanas más tarde, los tanques rusos cruzaban sus fronteras y se adentraban en territorio ucraniano, iniciándose formalmente una guerra que –en realidad- lleva más de siete años en curso.
Rusia y sus zonas de influencia
Ucrania, al igual que Rusia, fue uno de los estados constitutivos de la Unión Soviética, una de las superpotencias emergentes luego de la Segunda Guerra Mundial.
La URSS fue, desde mediados del Siglo XX, protagonista del escenario internacional, a la vez que competidor directo de Estados Unidos por establecer zonas de influencia en el mundo, en un período conocido como la Guerra Fría.
Algunas de estas zonas, como por ejemplo América Latina y Europa Occidental para Estados Unidos como así también Europa Oriental para la Unión Soviética, se constituían en “colchones” en los que cada superpotencia se aseguraba un mínimo de seguridad ante una eventual escalada militar.
En el resto del mundo, la competencia se desarrollaba de manera encarnizada y en muchas ocasiones se agitaban las tensiones propias de cada lugar –religiosas, limítrofes, culturales, etc.- para que la balanza geopolítica se incline hacia Estados Unidos o la URSS.
Este período concluyó a inicios de la década del noventa con la caída y extinción de la Unión Soviética y la emergencia de un nuevo orden unipolar, liderado de manera indiscutible por Estados Unidos.
En este contexto de desmembramiento del gigante soviético, Ucrania declaró su independencia como país soberano en 1991, mientras que Rusia se declaró sucesor de la URSS, heredando sus problemas, pero a la vez conservando importantes privilegios, como por ejemplo el poder mantener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Durante la década del noventa, Rusia se hallaba en una profunda crisis política y económica, intentando poner en práctica una democracia al estilo occidental que le resultaba extraña, como así también ingresando sin anestesia a una economía de mercado competitiva y globalizada.
A pesar de ello, la dirigencia rusa nunca dejó de considerar a los nuevos países independientes de la Unión Soviética como partes constitutivas de su zona de influencia. Ucrania, país con el que comparte fuertes lazos culturales, se incluyó dentro de esta categoría.
En Ucrania, los gobiernos electos popularmente a partir de la década del noventa mostraron una afinidad más o menos constante con su poderosa vecina Rusia. Sin embargo, comenzó a crecer en ciertas áreas del país –especialmente las occidentales y centrales- un sentimiento pro europeísta que terminaría siendo determinante décadas más tarde.
En 2014, el presidente Viktor Yanucóvich, de marcada afinidad con Rusia, tuvo que renunciar ante protestas de ciudadanos que denunciaron la corrupción del gobierno y una excesiva dependencia de Moscú, a la vez que abogaban para que su país pueda ser parte de la Unión Europea. Dicha revuelta se denominó Euromaidan, y tuvo por consecuencia la instalación de un nuevo gobierno pro europeo que tomó las riendas del país y modificó drásticamente el equilibrio existente.
Los sectores orientales y surorientales del país, de mayoría pro rusa, se rebelaron ante la nueva situación y las provincias ucranianas de Lugansk, Donetsk y Crimea, declararon su independencia de Kiev. El gobierno central ucraniano, por su parte, respondió con una rápida intervención en las zonas rebeldes, iniciándose una guerra civil de desgaste. Moscú, finalmente, se limitó a suministrar apoyo armamentico y asesoría militar a los insurrectos.
Crimea y los casos de Texas y California
“¿Acaso México y Estados Unidos no tuvieron nunca problemas territoriales? ¿A quién pertenecía California y Texas? ¿Lo han olvidado? Nadie lo recuerda como se recuerda hoy a Crimea”
El caso al que se refería el presidente ruso se remonta a mediados del Siglo XIX: lo que hoy son los estados de California y Texas en algún momento constituyeron parte del estado mexicano.
Texas formaba parte por aquel entonces de la provincia mexicana de Coahuila y Texas. Durante el primer cuarto del Siglo XIX comenzó allí una etapa de tensiones entre el gobierno central y los cada vez más numerosos colonos angloparlantes que fueron asentándose en esos territorios.
Con el paso de los años, el equilibrio demográfico fue rompiéndose y las diferencias idiomáticas y culturales se convirtieron en insalvables. Los colonos estadounidenses declararon la independencia de la República de Texas, situación que desembocó en una guerra abierta con el gobierno mexicano. Estados Unidos no entró en conflicto de manera explícita con su vecino, sino que se limitó más bien a prestar apoyo armamentístico, financiero y logístico para que sus connacionales logren el objetivo planeado. Los insurrectos lograron hacerse con el triunfo y, ya como vencedores, solicitaron en 1845 la adhesión de Texas a Estados Unidos.
California, por su parte, formaba parte de la provincia mexicana de Alta California. Hacia 1846, en medio de un clima de tensiones, los colonos estadounidenses asentados allí declararon su independencia de la República de California y, luego de una guerra de relativa corta duración, pudieron imponerse sobre las fuerzas armadas mexicanas. Al igual que lo sucedido en Texas, los colonos estadounidenses solicitaron su adhesión a los Estados Unidos ese mismo año.
El paralelismo con Crimea presenta algunas peculiaridades. Esta área tuvo y tiene una importancia estratégica innegable. Es una porción de tierra que se adentra en el Mar Negro, y su principal puerto, Sebastopol, además de ser el único de “aguas calientes”, ha funcionado como base naval de la poderosa Armada Soviética –al día de hoy bajo soberanía rusa-.
Con la constitución de la Unión Soviética, hacia 1922, Crimea formó parte de la Rusia soviética, hasta que en 1954 y por decisión del por entonces líder comunista Nikita Kruschev la península fue transferida a la Ucrania Soviética.
Con la independencia ucraniana a inicios de la década del noventa y tras arduas negociaciones con su contraparte rusa, se acordó que la península siga bajo el mando de Kiev e carácter de provincia, aunque se le permitió a Rusia conservar la posesión de la base naval de Sebastopol.
Durante los años subsiguientes, el escenario político fue favoreciendo cada vez más a aquellos sectores rusofonos alineados a Moscú. Una vez desatado el conflicto en 2014, y ante la presencia de un gobierno de Kiev hostil a sus intereses, organizaron un referéndum independentista, en el que finalmente ganó el “Sí” por abrumadora mayoría. El Parlamento local de Crimea -la Duma-, de mayoría pro rusa, declaró en un rápido movimiento la independencia de la República de Crimea. Acto seguido, solicitó su anexión a la Federación Rusa, hecho que se concretó apenas un día después.
La OTAN en el vecindario de Rusia
“Después de la desintegración de la Unión Soviética nos prometieron que no expandirían la OTAN hacia el este, y realizaron cinco oleadas de expansión de la OTAN. ¿Cómo se sentirían los estadounidenses si pusiéramos nuestros misiles en la frontera entre Canadá y Estados Unidos o en la frontera entre México y Estados Unidos?”
La Organización del Tratado del Atlántico Norte –OTAN- es una alianza militar intergubernamental creada en el año 1949, liderada por Estados Unidos e integrada en aquel entonces por los países de Europa Occidental. Se constituyó como un sistema de defensa colectiva, en la cual los estados integrantes acordaron defender a cualquiera de sus miembros que sea atacado por una potencia externa.
La Unión Soviética, por su parte, formó su propio bloque militar, denominado Pacto de Varsovia, el estaba integrado por los países del bloque comunista de Europa Oriental, en un intento por contrarrestar la iniciativa occidental de la OTAN.
Desaparecida la URSS, Estados Unidos y sus aliados de Europa Occidental aprovecharon el debilitamiento de Rusia –país sucesor de la Unión Soviética- para expandirse hacia el este y firmar convenios de asociación con Estados que se encontraban antiguamente bajo la zona de influencia de Moscú.
Las “oleadas” a las que hace referencia Putin son los acuerdos de integración de la OTAN firmados con Hungría, Polonia y República Checa (1999), Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituana y Rumania (2004), Croacia y Albania (2009), Montenegro (2017) y Macedonia del Norte (2020). En los últimos meses, Ucrania inició conversaciones para formar parte de este club.
En 2019, asume en Ucrania un nuevo gobierno, liderado por el actual presidente Volodimir Zelenski que, al igual que su antecesor Petró Poroshenko, continúa marcando una senda pro europeísta. En un contexto de guerra interna en el este ucraniano, y teniendo un amplio apoyo de los líderes occidentales, Zelenski intentó avanzar con el plan de adhesión de su país en la OTAN, lo que al parecer significó la gota que rebalsó el vaso para Moscú.
¿Por qué Rusia no actuó de la misma manera en las anteriores oleadas de adhesión de países que se encontraban bajo su órbita como sí lo está haciendo ahora con Ucrania? La respuesta, tal vez, se encuentre en la actual relación de fuerzas en la región, que hace que Moscú pueda imponer sus intereses y marcar límites a los Estados Unidos en lo que respecta a su zona de influencia. En el pasado, Rusia estaba centrada en intentar poner orden al caos interno y evitar un colapso económico.
En este nuevo contexto, cualquier intento de expansión de OTAN hacia el Este sería considerado por Putin un acto hostil hacia su país. El no cumplimiento de este pedido significó, ni más ni menos, que el inicio de las hostilidades con Ucrania.
Del apoyo a los rebeldes a la intervención total
“Cada vez que mostramos los dientes intentamos evitar algo. Queremos garantizar nuestra propia seguridad”
El objetivo central, mencionado por el mismo Putin es el de neutralizar y desmilitarizar Ucrania, en un claro mensaje hacia los países occidentales.
La invasión del territorio ucraniano constituye una acción militar finamente planificada con tiempo de anticipación, medida en todos sus detalles y con objetivos claros y precisos. Cuesta creer, como se menciona en algunos medios, que ha sido una decisión impulsiva tomada de la noche a la mañana.
La estrategia político-militar rusa se desarrolló en dos etapas. En primer lugar, el Kremlin decidió reconocer a las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, aceptar su pedido de ayuda militar y lanzar una “operación especial” sobre el este ucraniano, en clara flagrancia del derecho internacional.
En segundo lugar, proceder a invadir paulatinamente toda la geografía de Ucrania, atacando instalaciones militares, sedes gubernamentales, tomando puertos, aeropuertos y combatiendo abiertamente con las fuerzas armadas ucranianas. De más está decir que en esta guerra, como en todas, los civiles terminan también siendo blanco de ataques, más allá del establecimiento de corredores humanitarios que se generan para permitir su evacuación.
En el juego de las perspectivas, Rusia argumenta que lanzó esta “operación especial” en Ucrania como última opción ante las matanzas generadas por el gobierno de Kiev, quien desde 2014 ataca indiscriminadamente a la población pro rusa del este del país y ante el inminente riesgo de una adhesión de Ucrania en la OTAN, que se traduciría en la instalación de misiles a escasos kilómetros de la frontera rusa.
Ucrania, por su parte, desde 2014 acusó a Rusia de amputar su soberanía territorial -al promover la adhesión de Crimea a su territorio-, inmiscuirse en sus asuntos internos -tomando parte en la guerra civil del este ucraniano- y finalmente impidiendo tomar una decisión soberana –el derecho de Ucrania de formar parte de la OTAN-.
Es difícil saber hasta qué punto el gobierno ucraniano encabezado por Zelenski tensó la cuerda hasta un punto de no retorno, pensando que quizás una amenaza de invasión rusa se cortaría de plano con una acción militar de apoyo de Estados Unidos y los países de Europa Occidental. La realidad es que eso no está sucediendo y estos apoyos se limitan al establecimiento de sanciones económicas a Moscú y a una lenta provisión de armamentos al gobierno ucraniano
En 1846, el gobierno estadounidense fue más allá de su estrategia inicial de prestar apoyo a los rebeldes en Texas y California y reconocerlos como estados de la Unión. y procedió a lanzar una operación a gran escala sobre todo el territorio mexicano, iniciándose una guerra abierta entre estos dos países.
Apenas unos meses después, las tropas estadounidenses al mando del General Winfield Scott quebraron la resistencia en torno a la capital y entraron en la Ciudad de México, poniendo fin a las hostilidades. El gobierno mexicano firmaba un año más tarde el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, por medio del cual aceptaba la cesión de más de la mitad de su territorio en favor de los Estados Unidos.
Colaboración José María Amado - Licenciado en Relaciones Internacionales