Río y naturaleza agonizantes o los rostros del monocultivo

Entrevista con Catalina Aranda, estudiante de Biodiversidad. Monte, humedales y devastación. Un río sin agua y lleno de fuego. El glifosato que deforma y mata.
17 de marzo 2022 · 14:10hs

El vivir desde niña de cara al río, íntima e integradamente con la Naturaleza expresada en su variada riqueza, le hizo adquirir un conocimiento y sensibilidad propios de quienes se sienten verdaderamente parte del todo. Catalina Aranda es estudiante de la Licenciatura en Biodiversidad pero antes transitó tres años por la Biología y en la secundaria la Agroecología le abrió las puertas hacia nuevas e inquietantes ideas. De ahí lo válido de su opinión y análisis sobre lo que acontece en la ecorregión, síntomas de la destrucción de los bienes naturales comunes.

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El río, los bichos y el monte

—¿Dónde naciste?

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—En Paraná, pero viví siempre en La Juanita (Diamante), cerca del río, al igual que mi hermano. Este año me voy a mudar acá.

—¿Cómo era el lugar en tu infancia?

—Cuando mi mamá y mi papá fueron a vivir era un paraje de pesca y estaba mi familia y otra más; mi casa está sobre la barranca y yo bajaba a jugar a la playa. Un entorno natural y sin rejas.

—¿Qué se ve al salir de tu casa?

—El río (risas), maravilloso.

—¿Tus padres nacieron en la zona?

—Mi papá es de Paraná, se fue a estudiar a Buenos Aires, donde conoció a mi mamá, se casaron y vinieron a vivir a La Juanita.

—¿Qué actividad profesional desarrollan?

—Él es psicoanalista y ella artista plástica.

—¿Cómo te influenciaron esos dos universos?

—(Risas) Más por el lado del arte, porque me gusta mucho, y por el lado de él, la lectura y lo científico.

—¿A qué jugabas?

—Con mi hermano, con bichos, plantas, perros y gatos, a cazar chicharras, en la costa, con barro, arena y agua.

—¿Te imponían algún límite en cuanto al lugar?

—No; nos comentaban sobre el respeto hacia el río y los animales, mirar dónde pisar, por las víboras, y estar atentos al entorno, lo cual me quedó. Mi mamá siempre nos cuidaba y crecimos en armonía con ese medio. Hoy veo cualquier ser vivo como lo que es, no como una plaga que invade mi casa o que lo tenga que matar. En la ciudad hay una tendencia a separar lo humano del resto, como si no fuéramos parte de la Naturaleza.

—¿Cómo era tu relación con el río?

—Es parte mía y yo de él, muy importante, siempre jugué ahí, y cuando viví en Buenos Aires durante tres años me di cuenta de que me hace bien su inmensidad y su fluir. Me gusta nadar y recorrer.

—¿El primer viaje cuando descubriste algo nuevo?

—El contraste siempre fue Buenos Aires ya que íbamos seguido porque mi mamá es de allá. Cuando fui a estudiar tenía ganas de mudarme, estuve un tiempo pero me di cuenta de que me gustaba más vivir fuera de la ciudad. Le di más valor a la cercanía con el río, la isla y la Naturaleza.

—¿Impactos de Buenos Aires?

—La cantidad impresionante de gente (risas) y poder viajar todos los días a un lugar distinto.

—¿Leías?

—Bastante, siempre; a mi papá y abuelos les gusta, así que estuve rodeada de libros.

—¿Alguno influyente de los primeros?

—Muchas novelas y cuentos. Acá en Paraná mi abuela paterna me daba Cuentos de la Selva, de (Horacio) Quiroga; el primero largo que leí con mi mamá fue Las crónicas de Narnia, (de Clive Lewis) y me gusta mucho (Julio) Cortázar.

—¿Sentías una vocación?

—Nunca sentí que la tuviera, incluso ahora me lo pregunto, pero siempre jugué a investigar, explorar y hacer experimentos con bichos, plantas, agua y barro.

—¿Qué cambios del paisaje hubo en la zona?

—A lo poco intervenido que estaba cuando era chica cambió un poco en cuanto a las casas a partir de 2008, aproximadamente, y ahora hay unas cien viviendas, lo cual es un montón para el lugar. La mayoría son quintas de fin de semana, con piletas y grandes portones, mientras que antes eran ranchitos para pasar el fin de semana y pescar. Me gustaba cuando era más salvaje y sin tantos carteles de propiedad privada. Igualmente, sobre la ruta para llegar, cada vez comenzó a haber más campo donde antes era monte nativo.

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Lo tradicional y la Ecología

—¿Materias predilectas?

—En la primaria me encantaba ir a la escuela y en la secundaria no tanto, fui unos años a la de Alberdi, donde también estaba bastante con los bichos y plantas. Tuve una que me gustó un montón, Agroecología, y resulta muy copado que esté en la secundaria. Había un contraste marcado entre las materias de ese palo y las tradicionales. También me gustaban Matemáticas, Física, Lengua y Biología.

—¿Qué te aportó ese primer conocimiento de la Ecología?

—Era Agroecología porque es una escuela agrotécnica pero visualicé mejor la Ecología entendida como ciencia que estudia la integración de los ecosistemas y las conexiones e intercambios de la Naturaleza, diferenciada del ecologismo, que es la lucha por lo ambiental. Trabajábamos mucho fuera del aula y teníamos que contar, por ejemplo, cuántas plantas diferentes, aunque no supieras el nombre, había dentro de un cuadrante de 20 por 20 centímetros. O hacer remedios para plantas con otras plantas, o para controlar plagas. Todavía me resulta muy interesante.

—¿Lo conciliabas con las materias de la agricultura clásica?

—Es chocante porque son dos modelos muy distintos aunque el campo de estudio es el mismo. Tenía la materia Maquinaria agrícola y recuerdo cuando nos explicaron cómo funcionaban los mosquitos (aviones) para la fumigación con agrotóxicos y no me gustó nada.

—¿Qué posibilidad hay de aproximarlos?

—Hay una idea de que no se puede hacer lo agroecológico a gran escala cuando justamente hace mucho tiempo que se generan más pruebas de que sí, y hay mucha gente que lo hace. En las ciudades nos gana la urgencia, la comodidad y practicidad, y terminamos comprando lo que está más cerca o cuesta más barato, y eso hace que no se pueda acceder al otro tipo de productos. No es tan binaria la cuestión, sino que se trata de pensar un poco y en la medida de cada familia elegir lo que se come. Hay productores agroecológicos que llevan sus productos a ferias, ciudades y otros circuitos comerciales.

—¿Se pueden morigerar los efectos del sistema tradicional?

—No hay una intención de eso porque se busca el monocultivo, incrementar las ganancias y exportar para luego comprar productos manufacturados. En conferencias y distintos ámbitos gubernamentales se habla del impacto ambiental y de la alimentación pero queda en discursos y tecnicismos, ya que las prácticas están lejos de eso. No hay políticas a futuro aunque me esperanza que la gente lo va poniendo en la agenda, debate y exige.

—¿Qué estudiaste al terminar la secundaria?

—No terminé en Alberdi porque decidí estudiar Biología, así que terminé la secundaria en Aldea Brasilera y me fui a Buenos Aires. Hice tres años, me volví y comencé Biodiversidad en Santa Fe.

—¿Lecturas de por entonces?

—(Julio) Cortázar, (Alejo) Carpentier, Isabel Allende, (Gabriel) García Márquez…

—¿Mantuviste el interés por lo ecológico?

—De a poco me fui interesando más por la Agroecología, la conservación y la cuestión de los agroquímicos.

—¿Qué enfoque configuraste?

—Bastante simple: que somos parte de la Naturaleza y que hay que volver a verlo así, sin separarse, y a partir de ahí desandar ciertos caminos que nos hicieron envenenar el suelo y el agua, desforestar y causar desequilibrios en los ecosistemas que nos sustentan.

—¿Notás mayor conciencia por parte de las nuevas generaciones?

—Los peques son la esperanza porque están aprendiendo. Quien llega al mundo tiene una conexión muy directa con la Naturaleza que luego se fomenta o se va perdiendo en la ciudad. En los jóvenes hay mayor conciencia que en los adultos porque los daños ambientales son más evidentes y se entiende que si no se problematiza el ambiente donde vivimos, el agua que tomamos y los alimentos que comemos, perdemos calidad de vida y se generan otros problemas. La gente más grande está acostumbrada a otra cosa y ya tiene su forma de ver y hacer.

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Visto y escuchado en primera persona

—¿Qué se evidencia por el monocultivo en tu entorno?

—Yendo hacia La Juanita hay un camino que nos gustaba mucho porque a su alrededor era monte y los árboles hicieron una especie de túnel verde y hermoso. Hace unos años lo talaron totalmente, como en todos los caminos. Como es de tierra cuando llovía no se podía pasar durante varios días, por la humedad que se conservaba, ahora al otro día ya está seco. En la zona de Aldea Brasilera el agua de los arroyos aparece de distintos colores y con peces muertos.

—¿Y en cuanto al río, antes de la actual bajante histórica?

—Cuando era chica las crecientes eran comunes en verano y en invierno bajaba, pero en los últimos años cambió, con subidas y bajantes pequeñas, porque el nivel del agua bajó.

—¿Y la bajante actual?

—Es tremenda la angustia que me genera, más las quemas en la isla. Es evidente que no es algo natural y normal, sino muy abrupto, y no recupera el nivel desde hace dos años. Lo peor es que te acostumbrás a ese paisaje, que cambia muy rápido para lo que son los procesos naturales y es gravísimo para todo el ecosistema, como también sucede con las islas quemadas. Todos los días hay focos de incendio que no se apagan.

—¿Qué dicen los pescadores?

—Al lado de donde vivo era un puerto, donde hay pescadores, quienes dicen que cada vez obtienen menos pescados. Ahora van a la isla y tienen que llevar comida porque a veces no sacan nada. El mandubé, el manguruyú e incluso el dorado, han desaparecido.

—¿Cuántas especies se han perdido en nuestra ecorregión?

—No sé en cuanto a especies puntuales pero pienso en las que son claves, por ejemplo el sábalo en el ecosistema del río. Por su rol son fundamentales y si se reduce su población afecta a la materia orgánica que come, a los huevos de otras especies que viajan en lo que defeca… Esos impactos son muy complejos y no se dimensionan. Por eso son tan graves los daños que se hacen en los humedales, teniendo en cuenta que el territorio argentino lo es en un 21 por ciento. Si el humedal se daña genera desequilibrio en todo el ensamble del ecosistema.

—¿Qué consecuencias tiene la devastación del monte nativo?

—Es muy grave con relación a las sequías y los flujos de agua de los ríos, porque están conectados. Si se desmonta la mayor parte del territorio el agua de lluvia en vez de ser absorbida por la vegetación, drena, se pierde calidad del aire, desaparecen numerosas especies vegetales que dan muchos beneficios, y hay animales que pierden su hábitat. Es un desequilibrio del sistema.

—¿Los incendios en Corrientes eran previsibles y ahora parte del nuevo contexto climático?

—Es parte del mismo proceso; más allá de que estemos divididos en provincias la ecorregión es la misma, e incluye al río y los humedales. Lo de Corrientes tuvo más difusión que lo que sucede en Entre Ríos desde hace mucho tiempo, y no pasa nada.

—¿Hay daños irreversibles?

—Los estudios biológicos y de otros especialistas reflejan que el banco de semillas de las plantas que viven en las islas se ha perdido o está muy dañado, porque las quemas, por su duración, no fueron naturales. Esas reservas son las que permiten que luego de una quema puedan brotar nuevos árboles y vegetación. Siempre hubo quemas focalizadas cada tanto pero estos años he visto que muy lejos de mi casa se levantaban llamas que sobrepasaban el nivel de los árboles de la isla. Es de una magnitud totalmente distinta.

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Conocimiento y conciencia de un formidable entramado

“Hay que ver e informarse sobre los animales con deformaciones al lado de los campos fumigados, o los chicos con cáncer”, enfatiza la estudiante al momento de referirse a quienes minimizan o niegan los efectos del modelo sojero y el glifosato.

—¿Cómo tuviste supiste sobre la carrera de Biodiversidad?

—Al terminar la escuela quería estudiar Biología y no sabía sobre la carrera de Biodiversidad. Estando en el ámbito de la Biología me enteré de su existencia y una amiga comenzó a estudiar. Me fijé el plan y dije “esto es lo que quiero” y me cambié en 2020, con varias materias homologadas.

—¿Cuál es la definición del concepto?

—La diversidad de formas de vida que existen, plantas, animales, microorganismos como bacterias… Cada año se descubren más especies y la relación integrada entre ellas.

—¿Qué te aportó primeramente para ampliar la visión que ya tenías?

—Voy descubriendo por materias, porque el campo de estudio es amplio y profundo. Me llamó la atención lo relacionado con la evolución y sus tiempos, y cómo la Humanidad influye en los procesos naturales. La Naturaleza tiene sus ciclos y maneras de hacer las cosas, y pareciera que los humanos estamos por fuera cuando en realidad participamos, y las especies y ecosistemas se adaptan. Los tiempos de la Naturaleza se amoldan y responden a lo que hace la Humanidad.

—¿Por ejemplo?

—Hongos que pueden degradar plástico y plantas que son resistentes al glifosato.

—¿Una experiencia que te llama la atención por su originalidad?

—Como movimiento, la Agroecología, que no solo se centra en producir sino en un cambio de paradigma en el cual el alimento está pensando como ecosistema. No solo se siembra lo que se consumirá y venderá sino que está asociado a otros cultivos y animales. Es muy importante porque es sostenible y se retroalimenta, y no queda en lo técnico o algo específico sino que es transversal.

—¿Qué le decís a quienes todavía sostienen la inocuidad del monocultivo y el glifosato?

—Que vean o se informen sobre los animales con deformaciones al lado de los campos donde se fumiga, o los chicos con cáncer. No hay ninguna base para sostener eso. Son venenos muy tóxicos que ni siquiera se usan como se dice. Si para aplicarlo tenés que estar vestido como un astronauta, no tocarlo ni olerlo y tener en cuenta otro montón de cosas, ya te dice que no es inocuo.

—¿Prioridades en nuestra ecorregión?

—La degradación de los humedales, vinculada con el río, las quemas y el desmonte, el uso de los suelos con agrotóxicos y la pérdida de ecosistemas.

—¿Algunas buenas prácticas?

—Con prestar atención alrededor ya te cambia la conciencia. En el río hay un montón de basura tirada y los arroyos que atraviesan la ciudad están llenos de residuos sin tratamiento. Hay que pensar cómo cada uno desecha sus residuos, qué cantidad tira y recicla; el uso del agua es importantísimo ya que se derrocha muchísimo; el uso del transporte, ya que en Paraná se puede llegar a muchos lados en bici o caminando, y valorar un poco más el arbolado, no obstante que tenemos bastante verde.

—¿Un libro?

—No sé… (risas, piensa bastante) Los pasos perdidos, de Carpentier, en el cual habla de volver a tomar conciencia de la Naturaleza que somos.

—¿Qué te imaginás haciendo ya recibida?

—Buena pregunta. Estar en un área vinculada a estas problemáticas, poder contribuir a cuidar los ecosistemas y hacer ciencia para poder frenar el daño.

—¿Continúa el taller de infancias naturalistas?

—Sí, está destinado a acompañar la curiosidad de los gurises, de dos a cuatro años, por la Naturaleza y sus ciclos, en Pies descalzos, un espacio de Silvia Zabala, quien también trabaja con infancias y donde estamos formando un equipo.

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