El circo y la calle como camino de aprendizaje

Entrevista con Rocío Beltramini. Garúa y el zapateo. Isabel Allende y Zarité. Comunicación, circo y malabares. Siete artistas, cinco espectadores y una pizza.
3 de febrero 2022 · 08:10hs

La regla de hierro es que el espectáculo debe continuar y la artista en cuestióntambién sabe que no tiene excepciones, para lo cual el arte callejero le ha dado un plus de fortaleza y resiliencia. “Garúa se la va a rebancar”, dice, sonriendo, Rocío Beltramini, algunos días después de tantas lágrimas que ahogaron su simpatía de clown, al encontrarse con las puertas de su auto abiertas y comprobar que los ladrones también se habían llevado la querida valija con las valiosas clavas, diábolo, ukelele, hulas, nariz, pañuelo, mono negro, sombrerito y chalupas.

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Concordia y las mudanzas

—¿Dónde naciste?

—En Buenos Aires, de donde es la familia de mi mamá, y a los cuatro años me fui a vivir a Concordia.

—¿Qué actividad laboral desarrollaban tus padres?

—Mi mamá es maestra jardinera y mi papá empleado público.

—¿Cómo era tu barrio en Concordia?

—Vivía en el centro, bastante cerca del río, en una casa muy antigua de mis bisabuelos, arriba de un gimnasio, así que nos criamos jugando allí. Con mi mamá nos mudamos varias veces en Concordia y una vez fuimos a Saavedra, por siete meses, cuando tenía 13 años.

—¿Sufriste el desarraigo?

—Era raro y diferente pero me gustaban los cambios. Con mi prima éramos como hermanas y recuerdo el Parque Saavedra.

—¿Un descubrimiento en Buenos Aires?

—Lo loco era que en Concordia no había McDonalds y en Buenos Aires sí (risas).

—¿Lugares de referencia de Concordia?

—El lago, la costanera, el río, por su energía, y el campo

—¿Había un límite que no podías trasponer?

—En la esquina, a una cuadra, había un policlínico abandonado y era el lugar del terror por los fantasmas. Cuando éramos adolescentes entramos una vez al patio.

—¿Personajes?

—Eran personajes de la calle, turbios (risas), como Cuncún, quien tiraba chistes que no eran simpáticos. Cococha vendía maní en la costanera y Chuculengo, el hijo del payaso Papafrita, vendía globos.

—¿Tuviste trato con él?

—Una vez hicimos funciones en los centros de evacuados por las inundaciones y nos cruzamos con sus hijos, grandes acróbatas.

—¿Cuál fue tu relación con el circo en la niñez?

—Muy poca. Con mi mamá, tía y primos en Miramar íbamos a ver unos payasos en la peatonal, uno de cuyos números participativos me quedó y lo hago ahora en mis shows. Son una serie de movimientos, todos terminan en cuclillas y se tumban. En Concordia había unas chicas que tenían un salón para cumpleaños y hacían una función de payasas muy divertida.

Danza, escritura y paredes pintadas

—¿A qué jugabas?

—Desde chiquita me gusta mucho bailar y hacía coreografías con mis primas y amigas; jugábamos a hacer radio con mi hermano y amigos, y siempre dibujaba, porque a mi vieja le gustan las artes visuales y las manualidades. Yo pintaba las paredes con témpera y jugaba mucho en la calle con las muñecas, a la rayuela y nos disfrazábamos.

—¿Qué bailabas?

—Danza jazz y zapateo americano, que lo incorporé a Garúa. Iba a un instituto hermoso que se llama Orange Jazz, hasta los 13 años, cuando dejé.

—¿Sentías una vocación?

—Cambiaba todo el tiempo. Pero desde chiquita quería ser veterinaria, porque al lado de mi casa había una veterinaria y siempre estaba con los perritos. La secundaria estaba orientada a la comunicación social y también fui a una escuela con orientación contable.

—¿Qué materias te gustaban?

—Todas, sobre todo Historia del arte, de las ideas, Nuevas tecnologías y Redacción, y armar eventos.

—¿Leías?

—En la adolescencia iba a la Escuela Borges y nos incentivaban mucho la lectura. Recuerdo un libro de Isabel Allende (La isla bajo el mar) del cual quedó la frase “Baila, baila Zarité que el esclavo que baila es libre.” Una vez encontré en la biblioteca ¡Viven! y fue un impacto. También escribía y había una pared de mi dormitorio con dibujos y collage.

—¿Y cuando niña?

—Mi mamá me leía todas las noches La familia conejola, con el cual me dormía, y después lo seguí leyendo.

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Los malabares y la felicidad

—¿Qué escribías?

—Poesías y sobre temas muy diferentes, porque lo hacía todos los días, también con mis amigas, pero odiaba que lo vieran otras personas. Quiero recuperar la escritura porque la perdí durante la carrera de Comunicación Social.

—¿Otra afición?

—En los últimos años de la secundaria me gustaban las relaciones públicas, vender entradas para recitales y trabajar en bares de rock. Luego me vine a Paraná a estudiar Comunicación Social.

—¿Se concilió la carrera con lo que imaginabas?

—Era mucha teoría y lectura, y no sentía que iba por ahí. Después salí a la calle, conocí el circo y me di cuenta de que hay muchas formas de comunicación, con el cuerpo y con un personaje.

—¿Cómo fue ese descubrimiento?

—Durante el primer año del profesorado de Teatro, aunque acá ya veía muchos malabaristas y payasos en las plazas y eventos, lo que no sucedía en Concordia. Pero no pensaba que pudiera hacer eso hasta que un día uno de los chicos del profesorado dio un taller de malabares, fui, aprendí a cruzar una pelota por detrás y fui feliz (risas). Fue hermoso. El malabar me gusta mucho porque es el cuerpo en movimiento con un objeto que se manipula. Fui a Buenos Aires y volví con tres clavas.

—¿Te aportó algo la danza como malabarista?

—Son muy diferentes aunque también existe la danza con malabares. El cuerpo tiene memoria y descubrí otras posibilidades distintas de las de los malabares rígidos.

El fenómeno de las payasas

—¿Qué otra formación fue importante?

—Las convenciones en Paraguay, Uruguay y Rosario porque son el mundo del circo en toda su esencia, desde la vieja y tradicional escuela hasta las más contemporáneas. Pero mi escuela fue la calle porque ahí me curtí. Si lo hacés en la calle, lo hacés en cualquier parte. Tenés la posibilidad de probar todo lo que quieras y la relación con el público es hermosa porque nos encontramos todos: grandes, chicos, pobres, turistas, personajes, todas las clases sociales… Pasan muchas cosas, demanda mucha energía y tenés que tener mucho ritmo.

—¿Un motivador en esa primera etapa?

—Muchos. En esa primera etapa fue el papá de mi hija, quien ahora no se dedica más al circo. Éramos un grupo de amigas que estábamos comenzando y nos encontrábamos acá (plaza Sáenz Peña). Hay payasas muy copadas que son inspiradoras como Pauli (Righelato) y Debo (Ramírez), y voy conociendo a otras como Eureka, Rosita… cada vez somos más payasas cuando antes en el circo no existían.

—¿Hay un país que sea pionero en este último aspecto?

—Brasil tiene mucha historia de payasas y se ha recopilado mucha información.

—¿Hay algo que sobresalga particularmente en una clown o malabarista comparada con un par masculino?

—No sé si los puedo diferenciar por género. En el clown hay diferentes formatos como el de nariz roja, negra o cara blanca, que pueden ir por un lado o por otro, sin diferenciarse en lo masculino o femenino, son lo mismo. Las payasas siempre existieron pero estaban invisibilizadas.

—¿Una referente o espectáculo del ámbito mundial?

—Hay tantos y tantas payasas, y modelos y maneras de serlo que no tengo uno, porque cada uno tiene su particularidad ya que el clown es propio de lo que uno es.

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Garúa o la payasa que salía de la valija robada

La malabarista señala que la actividad callejera y en los espacios públicos presenta una declinación en la capital provincial, analiza las posibilidades y limitaciones de dicha modalidad laboral, y narra anécdotas propias de la autogestión.

—¿Cómo fue la decisión de salir a trabajar en la calle?

—Las primeras veces que me animé fue en bares, con el papá de mi hija. Cuando me separé tuve un caos, me llamaron para una función en La vieja usina y fue la primera función como Garúa, sola.

—¿Por qué Garúa?

—Porque me llamo Rocío (risas); el primer personaje fue Camota. En Córdoba conocí a un personaje bastante denso que cada vez que me veía me decía “Rocío, lluvia, garúa” y se reía. Un día me acordé y me gustó como sonaba Garúa, y fui construyendo el personaje.

—¿Cuándo encontraste la clave de tu clown?

—No sé… porque cinco años es un montón y no es nada. Garúa es una payasa que sale de una valija y viene de un mundo donde no podía ser payasa. A veces salgo de la valija, mis chalupas me poseen, me caigo porque soy torpe, improviso... Cuando trabajaba de presentadora me daba cuenta de que llegaba a la gente y podía trasmitir. Si le diera más importancia a la redacción me serviría, por ejemplo, para guionar, y para la comunicación gráfica.

—¿Anécdotas de funciones callejeras?

—Muchas… En la Plaza de las Naciones hicimos una función hermosa de siete artistas, con música en vivo y con solo cinco espectadores, quienes nos regalaron una pizza. Lo autogestionado es así.

—¿Sujetos molestos?

—En Villa Urquiza, ¡qué mal la pasé, por favor! Borrachos de playa y babosos… y lo tenés que resolver, dejándolos en ridículo ante el público. También hay niños que te tiran piedras (risas), hay de todo… En otra función, probando algo con un colega, yo me metía caramelos en la boca mientras que él actuaba, hasta que no pude masticar, porque no lo habíamos ensayado. Tuve que salir de escena para sacarme de la boca los caramelos.

—¿Cómo es el panorama actual en Paraná?

—Me llamó mucho la atención la movida que había. Ya viviendo acá y dedicándome a la actividad creo que se debiera valorar un poco más. Descubrí mi profesión porque vivía en Avenida Ramírez y había cinco malabaristas en diez cuadras y payasos en muchas partes. Ahora somos cada vez menos, hay un desgaste, sobre todo en la calle y en los semáforos, es difícil no tener un sueldo fijo… no obstante que hay gente que sigue activando y organiza festivales. Hay una Escuela de Circo y tienen que rogar por sus sueldos y materiales, cuando podría ser más fuerte ya que de ahí sale la mayoría de quienes se dedican a la actividad.

—¿La informalidad propia del trabajo callejero no atenta contra una mejor consideración?

—Sí, eso lo entendí con el tiempo, hasta que me contrataron por primera vez desde lugares públicos y privados. Para eso es necesario armar un curriculum, una carpeta para vender funciones, páginas en las redes sociales, el registro en los organismos específicos… Sucede que el circo siempre se caracterizó por ser independiente y darte mucha libertad para hacer, y a veces nos excluimos nosotros mismos.

—¿Hay actividad en Oro Verde, donde vivís?

—Poca, es un territorio nuevo que estoy conociendo desde hace un año, con otra manera de manejarse. Trabajé para el Mes de las Infancias y una función en el Polideportivo, con la Feria Americana.

—¿Cómo te sentís ya transcurridos varios días de haber perdido todas tus herramientas de trabajo?

—Es un momento raro porque tengo que ir a trabajar y no tengo el vestuario que diseñé durante tanto tiempo. Es lo que hablábamos fuera de la entrevista en cuanto a cómo construimos nuestro personaje con todos sus detalles. La valija tenía todo mi vestuario y elementos de malabares. Es un garrón, por lo simbólico y lo que te hace sentir en el cuerpo cuando te metés en el personaje, aunque todo se puede reconstruir. Lo bueno es que tengo que agradecer mucho a la gente porque en las redes se activó una plataforma para colaborar a través de Mercado Pago y ya tengo para comprar las cuatro clavas, lo cual es una ayuda enorme.

—¿Tenés espacios en las redes?

—Sí, Garúa Circo, en Facebook e Instagram.

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