En los barrios de Paraná la droga rodea a cada vecino. El que consume puede ser un familiar, el de la casa de al lado, el compañero de trabajo, el almacenero o el presidente del club o de la comisión vecinal. Pero también esos mismos pueden ser los que venden, o lo hagan alguna vez, o nunca. Permanecer en un camino o caer en la tentación del dinero fácil y rápido depende de muchas variables, imposibles de juzgar así nomás. La historia de Verónica (que no se llama Verónica, pero le gustó ese nombre para esta nota) desmitifica las miradas cinematrográficas sobre el narcomenudeo. Entró, perdió y lo está pagando. Se arrepintió y parece que el castigo es demasiado si se lo compara con las sanciones y beneficios que obtienen otros, que sí pueden llamarse narcos.
"Tanto el consumo de droga como la venta destruye a la familia"
Confesiones. Una mujer que se encontró en una situación apremiante en su vida, vendió cocaína por poco tiempo y cantidad y fue condenada. Contó los avatares del negocio
18 de septiembre 2016 · 06:30hs
"Acá atrás no sabés lo que venden, baja el sol y van y vienen a comprar", dice y señala una cuadra cercana a su casa donde se tranza a cualquier hora del día. Es la zona oeste de Paraná, donde la oferta crece al igual que la demanda.
"Yo conozco a todo el mundo, y decía que nunca iba a entrar, que era lo último que iba a hacer. Pero así aprendí del nunca digas nunca", lamenta. Fue un momento de su vida que se encontró en una situación muy apremiante en lo económico derivada del grave problema de salud de un familiar. Casi no había qué poner en la olla cuando fue a la casa del narco que conoce, porque lo vio crecer en el barrio como un vecino más.
"Él nunca quiso que yo vendiera, me daba plata, pero yo le decía que no le iba a poder devolver-recuerda Verónica-. Voy un día y le dije que necesitaba 25 gramos para vender. No era una cosa que estaba todo el día, como los de acá atrás que se acuesta uno y vende el otro. Y yo dormía tranquila porque de 10 a 12 vendía 30 alitas y tenía clientes que compraban de a tres o cuatro. Eran personas grandes y con dinero. La escondía en un pocito a unas cuadras de mi casa, no hablaba por teléfono y la iba a buscar a al casa (del narco). No es tan difícil vender, son los riesgos que se corren".
La clientela comenzó con algún conocido y en poco tiempo, sin demasiada propaganda, lo que conseguía duraba cada vez menos. Verónica tenía algún criterio para vender. Además de que no lo hacía de forma compulsiva y ambiciosa, sabía a quién no perjudicar: "Un día pasó una conocida que estaba embarazada. Me dice 'No tenés para fiarme?'. Le dije '¿Pero vos sos loca? ¿Cómo vas a tomar si estas esperando familia?'".
Empezó con poco y terminó con poco. No fueron más de tres meses, en los que subsistió hasta que en un allanamiento le encontraron tres gramos de cocaína.
"No le vendía a gente que no conocía, nunca se me pudo haber filtrado a un milico que preguntara. 'No, yo no vendo', les decía. Un día un policía de la Federal vino de cheto con una mina y me preguntó '¿tenés dos?' Me di cuenta que era policía y le dije que no. El único que se me pasó era uno de Tóxico, porque me había comprado siete gramos y después lo vi en la Meriva de la Policía. Vos cuando estás en el ambiente conocés todo, hasta los autos en que andan", cuenta la mujer.
"Nosotros siempre tuvimos una vida normal, de estar en casa, mirando la televisión, en la computadora, escuchando música. Me arrepiento, fue más lo que perdí que lo que gané. Esto me arruinó la vida, más me duele por mi hijo más chiquito", asegura Verónica y al dolor lo muestra sin disimulo. Aunque destaca: "Con mi marido me saqué la lotería, él me entiende".
"Tanto el consumo de droga como la venta destruye a la familia. Después tenés que pagar abogado y adentro, si entraste por droga, tenés que pagarle a las otras para que no te peguen, aunque hoy ya me conocen todas", dijo. Ahora, con la dura lección a cuesta, que todavía no terminó, los proyectos se encaminan para otro lado: "Me quiero poner una tienda, pero de ropa deportiva porque me gusta mucho", aunque sabe muy bien que el esfuerzo no se compara con la actividad ilícita: "Me puse a vender zapatillas y ahí las tengo hace un mes. Si tuviera 100 alitas no me duran ni un día". En un contexto social y laboral complicado, los límites legales y morales son difusos para muchos.
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Narcos impunes
Verónica cuenta que hoy el kilo de cocaína de buena calidad está a 170.000 pesos, y "si lo cortan con algo bueno le pueden sacar el doble, pero el comprador hoy no es zonzo, más de una vez no lo jodés", dice.
Lo que más le llama la atención es la selectividad de los procedimientos: "Yo no me justifico, todas las noches le pido perdón a Dios por lo que hice. Pero ¿qué pasa con toda esta gente sigue vendiendo? Incluso hay algunas con arresto domiciliario, y siguen vendiendo. Parece que la Policía tenía ojos para mí solamente".
La mujer también opinó sobre la causa que hizo caer a la banda de Nicolás Castrogiovanni, señalado como un importante narco del barrio Paraná XVI. "Al Gordo Nico lo inflaron más de lo que es", aseguró.