Era un lunes de los más normales en la vida de Brenda. Estaba por cenar en su casa, con sus padres (Ana y Osvaldo) y su hija (Aitiana). Cara (así lo apodan al padre) hizo fideos con albóndigas. Salsa. Mucha salsa. Por lo tanto, sonrisa de oreja a oreja de Brenda, la protagonista de esta serie, de 30 episodios, con un final inmensamente feliz.
Se tragó un vidrio, no tenía chances de vivir y hoy disfruta de su hija
Por Alan Barbosa
Para conocer un poco más la historia hay que acercarse a Los Conquistadores, un pueblo muy chico al norte de Entre Ríos. Si pasaste por la 127 viste la entrada de este poblado con un poco más de 1.000 habitantes.
UNO viajó hasta allí y se encontró con Brenda Dalzotto, quien, con lujos y detalles, narró durante más de 30 minutos todo lo que pasó durante 30 días. Desde sus posibilidades de seguir con vida hasta aceptar las cicatrices que un pedazo de vidrio (pico de botella de puré de tomate triturado) le dejó al pasar.
“Mi comida preferida son las salsas. Siempre”, comenzó la joven su testimonio.
“Ese día, el que me tragué el vidrio, estaba por comer con mis viejos y mi hija unos fideos con albóndigas cocinados por mi papá. Era como las 21.30 y recuerdo que al tercer bocado siento un pinchazo muy fuerte en la garganta. Lo primero que pienso es que podía ser algún hueso”, continuó.
Sus gestos de dolor hicieron que su padre rápidamente le pasara un vaso de agua y le dijera que comiera un pedazo de pan para poder tragar eso que había quedado atorado en su esófago. “Me desesperé mucho y empecé a toser. Sentí cómo se movió, porque iba rompiendo, hasta que se incrustó de vuelta. Intento vomitar para devolverlo y me salía sangre, sangre y más sangre”, relató Bren.
Al ver la situación los padres deciden llevarla a la sala de primeros auxilios del pueblo. Allí analizaron el problema y determinaron que, al no tener las herramientas adecuadas, lo mejor sería trasladarla hacia Chajarí. “Decidimos volver a mi casa a buscar los documentos y partir a la clínica de Chajarí. Recién ahí mis viejos se dan cuenta de que lo que en realidad me había tragado era un vidrio, y no un hueso como suponía yo”, recordó.
“Estuve 16 horas internada, con suero y consciente, esperando los resultados de una tomografía. Se dan cuenta de que había cortado todo al pasar y que además se había infectado porque la comida iba infectando todo lo que el vidrio iba cortando”.
“En Chajarí, después de 16 horas, me dijeron que tampoco tenían los medios necesarios para solucionarlo”, lamentó la joven. A su vez agregó y destacó la valía de sus padres: “En primera instancia deciden derivarme, pero cuando el médico me va a ver para proceder con el traslado le dice a mis papás que no me iban a derivar porque no iba a llegar con vida a Paraná. Me moría en Chajarí o de camino. Mis padres se pusieron firmes y determinaron que me iban a derivar igual argumentando que yo soy una chica joven, sana y que iba a llegar. Tenían mucha fe”.
“Para mis papás no había diferencias en morirme sin hacer nada en la clínica, morirme de camino intentándolo o llegar a Paraná y salvarme. Yo esto no lo sabía. Prefirieron no contarme para mantenerme calma. Lo supe una vez pasado todo”, agregó.
En Paraná 29 días
Al llegar a la capital entrerriana la atendieron de urgencia, la operaron y le salvaron la vida. “Leonardo Flory fue el médico que me operó y me salvó la vida”, sentenció.
“En terapia fueron pasando los días, tenía muchísimas recaídas y el vidrio no aparecía. Me abrían, buscaban el pedacito de vidrio, no lo encontraban y volvían a cerrar. Mientras eso transcurría yo estaba agonizando, inconsciente”.
“Con los días fui mejorando. Recuerdo que el doctor llegó y me dijo: ‘Brenda hoy sábado te aviso que el lunes te voy a sacar el respirador’. Ahí me entero de que era sábado y no miércoles como yo pensaba. Habían pasado un montón de días”, recordó.
Justo en el momento de mayor felicidad, de saber que de a poco las máquinas se iban a ir desconectando de su cuerpo, justo ahí tuvo una recaída. La peor según el relato de la joven. Así lo contó: “El domingo estaba grave y sucedió algo. No sé qué tan real fue. Si realmente pasó o sólo fue un delirio pero vi la luz”.
“En esa luz había una persona que nosotros perdimos hace poco. Un amigo de la familia. Él me decía que no iba a cruzar esa luz. No me dejaba irme, morirme. Me decía que la pelee. Después de eso volví a estar consciente”, recordó, entre lágrimas.
A Terapia Intensiva, cada tanto, llegaba de visita un cura a bendecir el lugar. Brenda no podía hablar, pero sí hacía gestos para comunicarse y recuerda unas palabras del sacerdote: “Me dijo que para algo me quedé. No sabía bien el propósito pero rezamos y me hizo entender que debía permanecer acá. Lo único que sé es por quién me salvé y es por mi hija Aitiana”.
Los días siguieron pasando y no se podía dar con el paradero del vidrio. “Por mi mejoría deciden pasarme a pieza. A los dos días voy al baño y despido el vidrio. Nadie se explica cómo ni por qué ya que tenía el estómago cerrado. Me di cuenta porque al despedirlo sentí como que algo me cortó, apenas. No fue un gran dolor sino más bien algo raro”, contó.
“Al día de hoy nadie explica cómo me salvé. Ese pedacito de vidrio hizo mucho daño”, aseguró.
Parece irreal, pero esa ingesta de vidrio no causó temor ni generó traumas en la joven, y así lo contó: “Al día de hoy sigo comiendo cosas con salsa. Es más, lo primero que pedí cuando volví a ingerir comida fue un guiso jaja”.
“En relación a las cicatrices, recién me estoy amigando con ellas. Es un largo proceso, pero recuerdo que durante mis primeros días en el pueblo no quería que la gente me viera con lástima, pero mi mamá me dijo ‘te miro y te toco. Estás viva’. Me hizo concientizar”.
“Por otra parte, mi hija entendió todo a la perfección. Sabe que estoy en proceso de recuperación, que, por ejemplo, todavía no la puedo alzar a upa”, agregó en relación a su hija de 4 años.
“Si tengo que agradecer a alguien por estar con vida es al doctor Flory y a su equipo. También le debo las gracias a mis viejos, que no se quedaron quietos e hicieron todo para que yo, primero sobreviva, y después, durante este proceso de recuperación, se la ingeniaron para que sea lo más liviano posible”, dijo la joven entre lágrimas.
“Además de ellos, mis hermanos que estuvieron al cuidado de mi hija durante un mes. Pero ellos no estaban solos. Hubo quienes se acercaron y dieron una mano. Tampoco me quiero olvidar de la gente del pueblo, que nunca dejó de orar por mi salud. Creo en Dios y siento que fue muy importante durante todo el proceso”, cerró.