En “La frontera imposible: Israel-Palestina”, la escritora Sonia Budassi narra en forma de crónica la cotidianeidad de uno de los territorios más candentes del mundo, mientras compone un minucioso mosaico de voces que provienen de ambos bandos, convertidos en involuntarios protagonistas de la primera guerra tuiteada de la historia.
“La frontera imposible: Israel-Palestina”, o una radiografía de la zona más candente
La autora realizó sucesivos viajes junto a contingentes de latinoamericanos ávidos por conocer de primera mano a los protagonistas de un drama tan ancestral como latente, y coloca a su relato una pizca de ironía al catalogar a los viajeros que la acompañan, como el empleado del ombudsman, la periodista de derecha, el coordinador, o la reina madre.
¿Qué tan lejos llegan en 15 segundos? Le preguntaron a Budassi y a sus compañeros de viaje en su arribo a Sderot, una de las ciudades israelíes más cercanas a Gaza. Y todos se rieron.
“No, no se rían... porque si no llegan a un refugio en quince segundos.. más vale que tengan listo el testamento”, se puede leer en una de las primeras hojas del libro editado por Marea. Recorridos por Gaza, Tel Aviv, Belén, Jerusalem, Ramallah, Hebrón y otras ciudades, pero también entrevistas personales, conversaciones por skype, informes de ONGs, estadísticas, libros, obras de teatro y hasta canciones (como “Antiviral”, de Calle 13) dan volumen a un relato que se construye desde una mirada curiosa y sagaz, que analiza los discursos al tiempo que intenta no tener prejuicios, frente a un conflicto que se remonta a principios del siglo XX.
“Jerusalem resulta un estudio hollywoodense con actores de vestuarios diversos”, escribe la autora en su afán por ahondar en cada detalle de sus excursiones que arrancan de madrugada, con un guía que, por ejemplo, les traduce la tapa de los principales diarios locales, de camino a un kibutz o al Santo Sepulcro. Con cada recrudecimiento del conflicto, explica Budassi, las redes sociales son lugares por excelencia donde seguir las noticias, mientras que frases como IsraelUnderFire, GazaUnderFire y FreePalestine se disputan, virtualmente, el primer puesto del trending topic (el hasthag de mayor tendencia).
Incluso, un periodista argentino cuenta desde Gaza la mejor manera de reportear el conflicto: se puede contratar un fixer, una suerte de tour de 300 dólares, que te lleva, por ejemplo, a una escuela bombardeada y te muestran dónde está la sangre; en el hospital te muestran quiénes son parientes de las víctimas y al final, te llevan a la morgue, “donde el padre de una niña muerta estaba justo llorando en la intimidad de su familia, ante decenas de cámaras y periodistas”.
—Se dice que la verdad es siempre la primera víctima de una guerra. ¿De qué manera es escamoteada o tergiversada esta verdad entre los bandos que confluyen en el territorio en disputa?
— Budassi: Lo que ocurre durante la guerra explícita y más brutal, está contado en una nota que cito en el epílogo del libro, de la jefa de corresponsales de la BBC, Lyce Doucet quien, al contrario que lo que sucede en mi texto, suele trabajar en el territorio durante los picos más violentos de enfrentamientos. Ella sostiene que debe esforzarse el doble en chequear la información pero que ha podido encontrar fuentes oficiales confiables. Por mi parte, me interesó lo que pasa, el clima, durante la guerra cotidiana y sorda, la que no sale en las noticias a menos que se cumpla ese “criterio de noticiabilidad” que vuelve un hecho relevante para publicar como es, por ejemplo, que haya muertos. En esos períodos de tensión que aún no estalla, cada representante de los gobiernos de cada país se empecinan en demonizar al otro, y situarse a sí mismos como víctimas. En cada caso, afirman, tienen “a la prensa en contra” .
La relación, de todos modos, entre ellos, no es simétrica como ya se ha dicho tantas veces. De hecho, Israel es un Estado, mientras Palestina aún no. Pero básicamente ambos, desde su lugar, muchas veces recurren al mismo truco retórico: no conceder nada al otro, ni siquiera un detalle. Dicho todo esto, estando en el lugar, leyendo los discursos mediáticos, pueden encontrarse matices, verdades, y entender. No todo es engaño, en absoluto; tampoco lo es cuando uno mira de más lejos aunque siempre haga falta indagar un poco más. Creo que un efecto que va generando el libro es que, apenas la narración y el lector encuentran una pequeña certeza, vuelve a aparecer una gran incertidumbre. Y eso es lo que empuja y problematiza el relato.
“Buscadores de identidades robadas”
El documental de Miguel Rodríguez Arias “Buscadores de identidades robadas”, sobre el Equipo Argentino de Antropología Forense, se emitirá por La tevé pública el sábado 20 de diciembre a las 17.30. El filme cuenta cómo y quiénes iniciaron la enorme tarea de intentar identificar los restos de víctimas de la última dictadura cívico militar -enterrados como NN- en distintos cementerios, cuando al comienzo de la democracia empezaron a aparecer personas jóvenes muertas en circunstancias violentas. Ese pequeño grupo, en el contexto de inseguridad aún reinante de los años 1984 y 1985, formó el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), solo conocido entonces por los familiares empeñados en encontrar a sus parientes. Comenzó aplicando técnicas de arqueología para la recuperación de los restos, reemplazando las exhumaciones que se realizaban con pala mecánica, que destruían elementos esenciales, para luego incorporar médicos, biólogos y odontólogos forenses. Después de casi 30 años de actividad, se transformó en un equipo multidisciplinario modelo, no solo por lo que hace, demostrando al país y al mundo un modelo de trabajo que se caracteriza por la ética y la excelencia científica.
El documental da testimonio del aporte que representó la iniciativa y el asesoramiento del recientemente fallecido antropólogo forense norteamericano Clyde Collins Snow, y de Eric Stover, entonces director del Programa de Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Cuenta también cómo a fines de la década del 80 se descubrió que se puede identificar personas con el ADN de los huesos, comparándolos con el de familiares directos. Esto se pudo lograr gracias a la búsqueda de la Abuelas de Plaza de Mayo, que tratando de encontrar la manera de identificar a sus nietos, cuando les fueran restituidos, tomaron contacto en Nueva York con Marie Claire King, Víctor Penchaszadeh, Cristian Orrego y Fred Alen, quienes descubrieron el “índice de abuelidad”, que habían descartado de plano otros científicos argentinos, norteamericanos y europeos.