“Este gobierno, que tengo el privilegio de encabezar junto con mi amigo Shimon Peres, decidió darle una oportunidad a la paz. Una paz que solucionará casi todos los problemas de Israel … Este es un camino lleno de dificultades y dolor. Para Israel, no hay camino sin dolor, pero el camino de la paz es preferible al camino de la guerra.” Había terminado de decir el primer ministro israelí Yitzhak Rabin, el 4 de noviembre de 1995 en la Plaza de los Reyes de la ciudad de Tel Aviv; en ese instante, el disparo de un fanático terminó con su vida.
Una oportunidad para la paz
Por Valeria Girard
Cuando vemos los espeluznantes sucesos en Oriente Medio entre el terrorismo de Hamas y el Estado de Israel, tal parece que nadie quiere darle “una oportunidad a la paz”, como pedía en su célebre canción de 1969 John Lennon, ¿casualmente? otra víctima de los fanáticos del odio. Un año antes del magnicidio de Rabin, en abril de 1994, la agrupación Hamas hacía su primer atentado suicida, matando a cinco personas.
¿Por qué se produjo la escalada de violencia en ese momento? Para encontrar una respuesta, debemos remontarnos al 13 de septiembre de 1993, cuando la autoridad más visible de Palestina, la OLP –Organización para la Liberación Palestina– liderada por Yasser Arafat, e Israel sellaron el acuerdo que involucraba la posibilidad de que los dos estados pudieran convivir en las legendarias tierras que conocíamos desde las antiguas escrituras bíblicas.
En efecto, los llamados Acuerdos de Oslo, sellados en Washington bajo la tutela de Bill Clinton, parecían el paso definitivo hacia la paz duradera.
El asesinato del primer ministro que selló el pacto y la creación de Hamas sentencian el germen del actual estado guerra y crisis humanitaria que ha ido escalando en los últimos 28 años.
La mencionada agrupación nace por su disidencia con los acuerdos de Oslo y ha buscado, desde sus inicios, sabotear sistemáticamente cualquier iniciativa para armonizar los conflictos. Desde el otro lado, el asesinato de Rabin significó lo mismo, a tal punto que el Partido Laborista nunca más obtuvo el poder. Por el contrario, desde entonces, gobierna el Likud, mucho más belicista, reaccionario y extremo defensor del libre mercado. Durante largas décadas al mando de Likud en Israel, la mayoría bajo el liderazgo de Benjamín Netanyahu, los conflictos, en lugar de apaciguarse, han recrudecido. Intensificó el control de los territorios en disputa y sometió durante años, de manera más o menos continua, a un bloqueo de la franja de Gaza que muchos analistas no dudan en calificar como criminal. ¿De qué otra manera podría catalogarse una acción que impide paso de alimentos, medicamentos, traslados con fines médicos?.
La Franja de Gaza se fue transformando en una cárcel a cielo abierto, en donde alrededor de dos millones de personas de diversas etnias, culturas y religiones (la gran mayoría de los palestinos son gente que hace vida normal, lejos del terrorismo) son confinadas en un territorio de 41 kilómetros de largo por 11 de ancho, sin salida al mar, con escasez de agua, electricidad, comida y medicina; todo ello antes de los últimos sucesos, durante mucho tiempo y sin repercusión en los medios de comunicación globales.
Los niños son, en Gaza, quienes más viven el horror del odio; condenados a la pobreza, deben hacer peripecias para estudiar, atravesar territorios ocupados por israelíes que suelen hostigarlos, soportar invasivos controles militares y –una vez en la escuela- correr múltiples riesgos como los que, en 2017 significaron los 170 ataques criminales contra escuelas palestinas. Ya en ese entonces, según Unicef, el 25% de los niños y el 7% de las niñas, abandonaba la escuela antes de los 15 años y la desocupación entre los jóvenes escalaba al 60%.
A todas esas atrocidades hoy se suma el corte de la energía eléctrica y el agua, ambas suministradas por Israel a la franja. Obviamente, el suministro no es gratis y, dada la monopolización de los recursos que ostenta el estado sionista, probablemente más costoso de lo normal.
Una crisis humanitaria sin precedentes y –evidentemente– ante el silencio e indiferencia de las grandes potencias.
A casi tres décadas del fallido acuerdo de paz de Oslo, con pesar nos preguntamos si alguien le dará una oportunidad a la paz.