La profesora Águeda Guarneri rescató el valor de la crítica y la autocrítica en el trabajo artístico, y admitió su poca afición hacia el mundo digital aunque destacó las ilimitadas y rápidas posibilidades pedagógicas que brinda. “Los tutoriales no son ni buenos ni malos, son un método que surgió, pero soy de recalcar mucho la cuestión de la paciencia y de respetar los procesos”, acotó la artista visual en torno a las nuevas tensiones.
"Los jóvenes no cuestionan las nuevas formas de hacer arte"
Por Julio Vallana
Mucho arte y mucho juego
—¿Dónde naciste?
—En Villa Carlos Paz, Córdoba, pero mis padres vinieron a Paraná cuando era chiquita, así que muchas cosas las conocí después, porque siempre íbamos y una buena parte de mi familia paterna vive allí, no obstante que mi papá era oriundo de la provincia de Buenos Aires.
—¿Dónde vivían?
—Cerca del Cóndor del parque (Urquiza), en unos dúplex, de donde tengo los mejores recuerdos de la infancia, porque éramos muchos chicos.
—¿Qué actividad profesional desarrollaban tus padres?
—Mi papá era, aunque no ejerció mucho, profesor de Dibujo Técnico y estudió Arquitectura, y mi mamá, profesora de Geografía.
—¿Quién decidió tu nombre?
—Mi papá.
—¿De quién proviene la relación con lo artístico?
—Por los dos lados: a mi papá le gustaba mucho dibujar, admiraba y compraba arte, aunque fueran pequeños formatos, y le apasionaban las esculturas; sus hermanas pintan, dibujan y son espectaculares en artes decorativas. Por el lado de la familia de mi mamá, mi abuelo era coleccionista, le encantaba la música, tocaba el piano, estaba en el Museo Martiniano Leguizamón y y fue la primera persona que me llevó al Museo de Bellas Artes. Mi abuela materna también pintaba y era profesora de caligrafía.
—¿A qué jugabas?
—¡A todo! Dibujaba mucho, iba a taller de arte y lectura, y cantaba en un coro. Tenía amigas con quienes descubrí la literatura ya que me leían cuentos, jugábamos a que éramos escritoras en “la Olivetti”, grabábamos radionovelas, cosíamos ropa para muñecas y hacíamos desfiles a los cuales invitábamos a las chicas del barrio. El juego sigue siendo muy importante, al igual que los vínculos.
—¿La literatura te inspiraba para dibujar?
—Después sí. Sigo siendo fanática de Ray Bradbury, (Howard) Lovecraft y Edgard Alan Poe, y alquilábamos películas de misterio de (Alfred) Hitchcock. Mi abuelo me regalaba muchos libros de Agatha Christie porque me fascinaba cómo escribía, al igual que Shakespeare, García Lorca, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Elsa Bornemann y María Elena Walsh, e intenté con Borges pero no hubo caso El mundo onírico también es un gran tema y con valor; comencé a escribir mis sueños a los nueve años y continúo.
—¿Estudiaste o exploraste la conexión entre sueños y arte?
—Muy poco, pero me gustaría hacerlo porque es una vida paralela muy potente que tengo, les hago mucho caso y se vuelcan en el dibujo y la pintura. Me han dicho que los analice un poco más.
Ser dibujante, y docente
—¿Quién te trasmitió los primeros fundamentos?
—Mi papá, quien me compraba los materiales. Mis compañeros de primaria me decían que “vivía dibujando”. Era lo que deseaba hacer todo el tiempo y todavía conservo mis dibujos.
—¿Con quién adquiriste la técnica?
—Con Raquel Melhem, mi primera profesora, en su taller casi pegado a mi casa, y Beatriz Repetto, en pintura y cerámica. A lo conceptual comencé a encontrarle sentido más de grande.
—¿Qué dibujabas?
—Muchas personas; conservo un dibujo del salón de actos de la Escuela Centenario lleno de chicos. Pero mi mundo pasaba totalmente por fuera de la escuela.
—¿Lo sentías como una vocación?
—Siempre supe que sería dibujante, cómo y dónde, aunque no sabía que me dedicaría tantos años a la docencia, porque empecé por una invitación y ya son 20 años. Igualmente, las primeras muestras que hice fueron porque alguien vio un dibujo mío pegado en una heladera y me invitó.
—¿Te gustaba la escuela?
—No, pero tuve profesores interesante, aunque me evadía y me iba bastante de la escuela (risas). En la adolescencia no tenía más tiempo que para dibujar, aunque salía mucho. Después de la secundaria tuve una oportunidad que me cambió totalmente la vida, por un viaje de intercambio.
“No tiene que estar aca”.
Viaje, color y estilo
—¿Por la vivencia o algo puntualmente artístico?
—Por la vivencia y experiencia de vida, a los 19 años. Me había inscripto en Diseño Gráfico, en Santa Fe, pero duré ocho meses porque la sentía muy estructurada y no cazaba una de Matemáticas. El profesor de Geometría Descriptiva pasó por mi banco, miró lo que estaba dibujando y me preguntó “¿usted qué hace acá? No es acá, no tiene que estar acá”. Tomé mis cosas y no volví nunca más. Me inscribí en un programa de intercambio, me fui a estudiar Bellas Artes a Córdoba, hice dos años, y acá hacía cursos y entrevistaba a artistas. Cuando se abrió la carrera acá, volví y la hice, porque se podía hacer en forma paralela con lo pedagógico.
—¿Tuviste un formador importante en Córdoba?
—Todos pero particularmente un gran profesor de Historia del Arte, muy exigente e inaccesible, cuyas clases me fascinaban.
—¿Te atraía enseñar?
—Lo que quería era formarme lo que más pudiera en arte, la docencia se dio después, por invitación, y descubrí que me gustaba.
—¿Qué incorporaste tras ese viaje?
—Comencé a trabajar con el color “a rabiar” y cuando volví a Argentina todo me parecía gris.
—¿Pudiste mantenerlo?
—Sí, aunque siempre es fluctuante, pero los colores siempre tienen que estar.
—¿Lo definiste como un estilo?
—Comenzó algo diferente y me impulsó a un montón de cosas, que se mantienen. Otro punto fue después de la facultad, cuando comencé a trabajar, y en 2002 cuando conocí en una muestra a un artista de Paraná y me invitó para hacer una clínica de obra en Santa Fe. Quedé seleccionada, fue durante un año en el (Museo Provincial de Bellas Artes) Rosa Galisteo (de Rodríguez) y hubo críticos, curadores y docentes.
Creación, crítica y autocrítica
—¿Qué descubriste?
—Cómo se mueve el mundo del arte, los circuitos, las miradas, la mirada crítica de uno sobre la propia obra, lo colectivo… Era un momento crítico pero implosivo para las galerías emergentes y los colectivos de artistas, como ahora pasó un poco de otra manera con la pandemia.
—¿Y en cuanto a tu obra?
—Fue la primera vez que en grupo y por fuera de la facultad sometía colectivamente la obra al análisis de un grupo de personas desconocidas. Es un ejercicio intenso, hay que atreverse y me enseñó mucho a activar la autocrítica. Fue una experiencia fantástica de autoconocimiento a la vez que conocí a gente muy interesante, con la que seguimos en contacto y con personas de Paraná continuamos la clínica entre nosotros.
—¿Ese mecanismo interno te quedó incorporado?
—Sí.
—¿Opera mientras trabajás o con la obra terminada?
—Durante el proceso. En muchas instancias de exposición no se muestra el resultado sino los procesos. Para mí debiera ser así, porque es lo más lindo, rico y dinámico, y queda abierto.
—¿No atenta contra tu “libertad artística” como una especie de censor?
—Depende de cada uno… no sé qué decir… Hay conceptos muy fuertes como el de la libertad artística… Para mí fue lo opuesto, no atentó sino que me abrió mucho a la experimentación.
—¿Cómo calificás al ambiente artístico paranaense, en términos generales?
—Es riquísimo y notable, un terreno fértil y con excelentes artistas. Para mí fue importante integrar Máxima Expresión (2007-2010), una casa multiespacio donde tuvimos taller, realizamos muestras y ferias con un grupo de artistas y realizadores. También haber formado parte de Entre nosotras proponemos, asamblea permanente de trabajadoras del arte, donde estuve hasta principios de este año. Con la pandemia surgieron muchos espacios, algunos de los cuales todavía no conozco. Triunfan las iniciativas independientes, desde editoriales hasta espacios intergeneracionales. Gracias a las redes y otros medios hay muchas posibilidades y el diálogo está abierto con todo el mundo.
—¿Publicás y exponés en las redes?
—Sí, en Instagram, #águedaguarneri, y Facebook, Águeda Guarneri ARTE, y el taller de arte para chicos es en La Cacerola.
“En la escuela se siguen
manifestando miedos y fobias”
La docente calificó al confinamiento como “un tiempo genial” por las posibilidades creativas y de reflexión artística que le proporcionó. Igualmente señala los emergentes que todavía surgen en el ámbito educativo por el enclaustramiento irracional. “No sé qué hubiera pasado si no hubiera tenido el arte”, admitió.
—¿Qué opinás del traslado de gran parte del mundo artístico hacia lo digital?
—El concepto de arte siempre está en tensión y es pronto para evaluar los cambios.
—Me refiero a, por ejemplo, cuando la obra no existe en el “mundo real” sino solo virtualmente.
—Es un cambio muy fuerte… una forma nueva a la cual las generaciones más jóvenes están adaptadas y no la cuestionan. Elegimos qué ver, cuándo, cómo, dónde y con quiénes. Ahora, si quiero, puedo ver una muestra o escuchar a Marta Minujin sobre lo que está haciendo, lo cual es extraordinario. También hay que ver cuáles son los miedos porque, no obstante, el espacio físico hace falta, sino, no hubieran surgido los espacios colectivos durante la pandemia. Vender por Internet se activó y pude aprender de colegas, lo cual todavía no he terminado de procesar.
—¿Te impresionó algo?
—Que se puede seguir haciendo, como sea. Para mí fue un tiempo genial para estar con nuestra obra, ya que pintaba y dibujaba todos los días, aprendía cosas y daba clases. No sé qué hubiera pasado si no hubiera tenido el arte.
—¿Has incorporado herramientas digitales?
—No, pero me gustaría. Muchas cosas que hago, luego las tercerizo con gente que hace diseño, porque no me gusta pasar tanto tiempo frente a la computadora. Vengo de una generación de oficio.
—¿Te adaptaste a la modalidad de docencia a distancia?
—No me considero muy de lo virtual pero el año pasado, a la fuerza, aprendí un montón de cosas en un tiempo récord, sino no podíamos comunicarnos con nuestros alumnos. Di clases todo el año porque la escuela donde trabajo tiene todos los medios y pudimos transformar nuestra casa según dicha necesidad.
—¿Surgen todavía síntomas o emergentes?
—Muchos miedos y fobias, que se evidencian en las actitudes o en lo que cuentan los padres. Algunas cosas recién se están manifestando y otras surgirán.
—¿Cómo resolvés la demanda de la pantalla por parte de los chicos con tu poca afición hacia ella?
—Hubo una gran necesidad de volcarse a los talleres, y en los últimos años los hago para chicos. Tienen una gran necesidad de dibujar y encontrarse, ya que muchos viven muy encerrados con la computadora. Lo que veo en el taller de arte es que se hacen amigos y trabajan con los materiales tradicionales tales como lápices, fibras y acrílicos, más allá de que estén todo el día dibujando en la tableta o con el teléfono. Por otro lado, aprenden, solos, a usar muchas herramientas con una velocidad increíble, a través de tutoriales: dibujan, y hacen gifs, animaciones y sus propios tutoriales.
—¿El dibujo tiene cierta particularidad por el uso intensivo del teléfono y la tableta?
—Puede ser. Cuando volvimos a la escuela este año costó mucho recuperar lo motriz relacionado con la construcción del dibujo, del espacio y de las figuras en el espacio, hasta que volvió a ser como antes. También hay poca paciencia, lo cual aumenta terriblemente, pero es la época, así que hay que bajar la ansiedad permanentemente.
—¿Se puede aprender arte con tutoriales?
—Los tutoriales también muestras procesos, aunque acelerados. No es ni bueno ni malo, es un método que surgió. Soy de recalcar mucho la cuestión de la paciencia, de respetar los procesos, de tomar distancia de lo que se está haciendo y de lo que están haciendo los otros, sino es muy automático y no funciona. Aunque entiendo que hay otras maneras.