"No se hablaba del pasado, sino de poner empeño en progresar"

La llegada desde Semenovka –Rusia– a tierras entrerrianas de los alemanes del Volga y la formación de la Aldea Santa María.
25 de julio 2019 · 17:48hs

El bisabuelo del doctor Ignacio Getti –quien recientemente presentó el libro Emigrantes del Volga en Aldea Santa María, Entre Ríos– fue parte de los miles de alemanes que a partir de 1763 y durante cien años emigraron a Rusia con el fin de afincarse en las tierras del bajo Volga, y que luego partirían desde allí hacia distintos puntos, entre ellos tierras entrerrianas en las cuales fundaron sus propias aldeas. El autor, a partir de la búsqueda de respuesta a la pregunta de “quién soy”, reconstruyó su historia familiar y la de su comunidad, que supo mantener una fuerte identidad, no obstante las numerosas adversidades y tragedias que la jalonaron.

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Marcado por la iglesia y la escuela

—¿Dónde nació?

—En Aldea Santa María, el 4 de enero de 1953, en un cuartito alquilado de tres por cuatro metros, que hacía de dormitorio y cocina. Tuvieron que usar fórceps, porque mi mamá era menudita.

—¿Hasta cuándo vivió allí?

—Hasta los diez años.

—¿Cómo era por entonces?

—Pequeña, de aproximadamente 300 habitantes; a diez kilómetros de Cerrito y se accedía por camino de tierra. A María Grande hay quince kilómetros y se le llamaba “la ciudad”, a la cual íbamos en carro. Según mi mamá cuando íbamos llegando, yo le decía a mi prima “ahora tenemos que hablar distinto”.

—¿Hablaban el dialecto alemán?

—Sí, con algunas palabras en español, mezcladas. Hice hasta tercer grado allí, luego me llevaron al colegio de curas franciscanos en San Lorenzo –donde estuve tres años–, pero no era para mí, y el secundario, en Cerrito, donde nos habíamos mudado.

—¿Hasta cuándo se habló?

—Hasta mi generación. Somos cinco hermanos, yo el mayor, el menor no entiende prácticamente nada, los otros entienden pero no hablan, y yo hablo bien y estudié –aunque el dialecto cuesta, frente al alemán académico. En Santa María lo hablan muy pocos.

—¿Cuáles eran los lugares de referencia en la aldea?

—La escuela –alemana, construida en 1895 y que en 1906 pasó a ser oficial– y la iglesia –donde íbamos a misa rigurosamente. Fue una de las aldeas que más sacerdotes y religiosos ha dado, junto con Santa Anita –que es un desprendimiento de Santa María. Hasta 1906 la escuela enseñaba alemán, tenían esa bandera y el mapa, lo cual se modifica con la Ley Láinez.

—¿Personajes?

—Tengo miedo de herir susceptibilidades.

—Me refiero a alguien pintoresco.

—Para nosotros eran llamativos los paisanos de la zona, los que no pertenecían a la comunidad, porque Santa María era muy cerrada. Cuando llegaba alguien, se lo ojeaba detrás de la cortina. Al almacén venía un señor de María Grande –quien tenía tienda– y hacía propaganda con un altavoz, pero nosotros lo mirábamos desde lejos, porque no podíamos intervenir en las conversaciones de los mayores. Había otro personaje que se vestía de negro y andaba con una bolsa al hombro, entonces era “el hombre de la bolsa”; también un señor de apellido Castañeda –que le decían “el morocho”– y Poli. Tenía dos lotes inmensos pero vivía en un ranchito de paja y era un caminante. Había otro Castañeda, “Lioncho”, un hombre servicial, que algunos calificaban de mendigo. Cuando mis ancestros llegaron, fueron muy bien recibidos.

—¿Conservaban objetos que trajeron de Rusia?

—Que recuerde, no, aunque algunas familias sí, porque me regalaron un cuadro del zar y su familia.

—¿A qué jugaba?

—A la pelota –con tiento–, que cuando cabeceabas te rompía la cabeza, sobre todo si había rocío (risas), a las canicas y a los autitos. El sacerdote Alfonso Kaúl preparaba durante todo el año pequeños juguetes que se entregaban durante la fiesta patronal. Y algo que ahora estoy totalmente en contra, salir al campo a cazar pajaritos y sacar huevitos –para vaciarlos y hacer collares.

—¿Leía?

—No mucho porque no había oportunidad. Papá se divertía con los cohetes, hasta que un hermano mío se quemó y de ahí, nunca más pirotecnia.

Una historia triste y dolorosa

—¿Cómo era el apellido original?

—Goetten, que en Rusia se transforma en Götte, y luego algunos fueron Gette y en el caso de mi papá, el juez de Paz en vez de poner el punto final, lo puso arriba. En Aldea Valle María hicieron lo mismo que hicieron allá, una especie de viviendas llamadas “vizcacheras” (cuevas), para protegerse del frío.

—¿Conoció a sus abuelos?

—No.

—¿Su padre le trasmitió algún tipo de relato?

—No, nunca hablaba. Para mí fue una historia triste y dolorosa. Una vez le pregunté a mi madre por qué no me contaba sobre los abuelos y me decía “sobre eso no se habla porque es muy triste”, hasta que una hermana de mi papá me dijo que “tu papá nació y al otro día murió la mamá”. Entonces se lo dieron para criar –junto con otros dos hermanos– a un tío, quien no podía tener hijos. Ahí entendí por qué papá siempre estaba tan callado. Nunca se habló de lo pasado, sino de cómo salir adelante, poner todo el empeño para progresar. El camino recorrido por mis ancestros, y el dolor vivido por mi abuelo y mi padre, quedó muy grabado, y no obstante esa génesis tuve la oportunidad de desarrollarme en un medio abierto.

—¿La cultura originaria se mantuvo?

—Sí, trataron de mantenerla y por eso cuando vinieron en lo primero que pensaron fue en la iglesia –muy rudimentaria, y en la cual los hombres quedaban afuera– y en la escuela.

—¿Y en su hogar?

—Lo de la religión era muy fuerte: oración a la mañana, al mediodía y a la noche, misa, doctrina… La fiesta patronal –Nuestra Señora de la Asunción– era el 15 de agosto, la cual era espectacular porque llegaba gente de todos los alrededores. Mis padres eran muy humildes, mi mamá trabajó en casa de familia y mi padre también. Eran muy solidarios entre ellos, cosechaban en común, dividían equitativamente, y se dedicaban a la agricultura y la ganadería.

El dentista y el dolor

—¿Qué imaginaba ser profesionalmente?

—La vocación comenzó con el trauma del dolor. Mi padre tenía un pequeño almacén de ramos generales y venía en carro a Paraná a comprar yerba, azúcar y aceite. Luego recorría las casas de campo, donde hacía canje por huevos, pollos y gallinas –que luego vendían, también en Paraná. Como era un almacén, había caramelos, yo embolsillaba, los compartía con mis amigos y comencé a tener caries. Así nació la vocación en Cerrito –en el secundario– donde había un buen dentista pero con un carácter que me hizo sufrir una barbaridad. Tenía que haber una forma distinta, lo comenté a mis padres, fuimos a Córdoba, averiguamos, pero vi un artículo espectacular en la revista Gente sobre la Facultad de Odontología en Buenos Aires. Mandé una carta, fuimos y me inscribí.

—¿Qué materias le gustaban de la secundaria?

—Biología y Anatomía –en la cual tenía una profesora excelente.

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Un trabajo en homenaje

—¿Por qué el libro?

—No pensaba hacerlo. Tengo varios blogs en Internet, que son el ejercicio de memoria que mi mamá me insinuó que hiciera. Comencé con mi familia, descubrí los cuarenta fundadores –de quienes hay una placa– y por eso en el libro digo “desandando una hipótesis”, ya que para mí deben haber sido más de esa cifra. Un informe del gobierno dice que en 1892 había más de 700 pobladores –aunque me parece un poco inflado–, pero pueden ser 350 personas. Igualmente hubo quienes compraron campos pero no habitaron. Comencé a investigar y relacionar datos. Me conecté con un señor –a quien también le gusta la Genealogía– quien nació en un pueblito correntino llamado Liebig. Ahora vive en el sur de Alemania y me dijo que escribiera un libro porque “haría un bien a mi pueblo”. Ahí me cayó la ficha y conté con la colaboración de una amiga, Bernarda Rausch de Hergenreder, y Laura (Martincich), “el hada” que encausó todo esto.

—¿Cuándo comenzó los blogs?

—Después que falleció mi mamá, hace 10 años. Lo hice con un nombre bien complicado para que nadie lo descubriera, porque era para mí. El padre Fabián Castro me ayudó con Internet y le nombré eindeutscheinargentinien, pero cuando ponían el nombre Ignacio Getti aparecía enseguida (risas).

—¿Qué lapso comprende el libro?

—La primera parte es sintética, con el transcurso del viaje desde Alemania –1767– a Rusia, y de allí a Argentina –1878–, pero el núcleo del libro es entre 1887 –la fundación de la aldea, con la mensura y compra de los campos–, rindiendo homenaje a las señoras, porque muchas trabajaban a la par de los hombres. Sobre todo las hijas solteras, ya que había la costumbre de que la hija menor tenía que cuidar a los padres –más si quedaban viudas. A una prima de la señora que me ayudó con el libro le prohibieron andar de novia con un señor, quien luego se casó, tuvo familia, murió la esposa, volvió a ponerse en contacto, fue a la aldea y se la llevó. Y viven felices en cercanías de Hinojo (provincia de Buenos Aires).

—¿Cuáles fueron los primeros datos o información que le resultó sorprendente o totalmente desconocida?

—Lo de la bisabuela. Mi papá falleció en 2012. En 1995 le dije si no le interesaba ver la tumba de su abuelo. Fuimos a Santa Anita a visitar a una tía de él, se emocionó mucho, luego al cementerio y había una losa con dos cruces, la de mi bisabuelo y de la segunda esposa. ¿Y la bisabuela? Nadie sabe. Comencé a investigar y fui a Santa María –donde habían quemado todos los papeles cuando voltearon el edificio de la escuela.

—¿No se supone que es un edificio con valor histórico?

—Hoy sería un atractivo histórico. En su lugar hicieron un salón polifuncional. Nuestra generación está muy dolida con eso. La aldea ha progresado mucho pero se perdió un poco lo que nos marcó.

—¿Qué otras pérdidas hubo en ese sentido?

—Todos las construcciones originarias, salvo cuatro o cinco. Según el Censo de 1895 eran 57 casas, 52 ranchos y cinco casas de azotea –las que tenían el techo plano.

—¿Cómo se entiende la paradoja de que un pueblo con una identidad tan fuerte no haya conservado algo representativo de una etapa fundacional?

—Es difícil de responder (risas). Eran muy católicos y religiosos, y dependían del cura…

—¿Quien hacía y deshacía?

—Exactamente. Había gente muy a favor y otra que no estaba tan a favor. Un sacerdote vio que se estaba deteriorando la escuela, y en vez de invertir y restaurarla –y hacer un salón detrás, porque tiene cien metros de largo–, decidió voltearla.

—¿Qué fuentes le resultaron provechosas?

—Dos: un blog de Semenovka y antes, Carlos Alberto Schwab –un investigador brasileño–, quien escribió un libro con mucha información, fundamentalmente de esa aldea –que es de donde vino la mayoría de los habitantes de Santa María.

—¿Archivos que le resultaron útiles?

—El del Arzobispado de Paraná –que fue microfilmado por los mormones. Junto con el de Valle María, Cerrito y Crespo, fueron las fuentes más importantes. En el Consejo de Educación encontré papeles sueltos.

—¿Por qué?

—Porque están las constancias de los nacimientos, bautismos y casamientos. En el libro le rindo homenaje a los primeros pobladores, basándome en eso.

—¿A quién le puede interesar el libro, más allá de la comunidad y descendientes?

—El motivo más importante que me llevó a escribirlo es trasmitir cómo yo pude cambiar lo que traía de herencia, cómo a través del conocimiento de mi pasado comencé a conocerme a mí mismo. Me preguntaba por qué tengo vergüenza, miedo, dudas y de dónde viene todo esto. Fui así pero pude cambiar y ser mejor persona, sin juzgar ni manifestar enojos con mis ancestros. Cuando uno se conoce, cambia totalmente la perspectiva y encuentra muchas respuestas.

—¿Dónde se puede conseguir?

—Ya se agotó (risas), sólo hice cien ejemplares, y está la segunda edición en el Ateneo, en el shopping La Paz, en Cerrito –Marta Jacob de Velázquez–, en Santa María –Laura Werner y Marita Smith de Hergenreder–, en María Grande –Oscar Cacho Sacks.

—¿La dirección de los blogs?

—El personal, Nacho Getti, y Aldea Santa María, casas y habitantes.

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Un largo y dramático camino desde Rusia hasta Entre Ríos

Getti reseña el itinerario de los alemanes –incluyendo a su bisabuelo– que llegaron por estos lares y constituyeron una serie de aldeas, entre ellas Spatzenkutter, Valle María, Salto, Protestante y Brasilera.

—¿Quiénes fueron sus ancestros que llegaron a Argentina?

—Mi abuelo –el papá de mi papá– nació en el barco –según lo que me comentó una tía– y en el Registro Nacional de las Personas no existió, según pude constatar. En la placa del cementerio figura que nació en 1878 y en una lista del desembarco figura que tiene menos de un año –nació en diciembre de 1877–. Como no tenían papeles, ponían lo que se acordaban.

—¿Cuándo salieron estos alemanes de Alemania hacia Rusia?

—Entre 1764 y 1767, de Heddinghausen –entre Berlín y Frankfurt. Se estima que fueron unas 30.000 personas –murieron unas 3.000 en el trayecto– las que emigraron a la región del río Volga. Mi bisabuelo sale de Semenovka –una de las 104 aldeas que fundaron en Rusia. En el transcurso de la Guerra de los Siete Años –1756-1763– Catalina La Grande se casa con el zar Pedro II de Rusia, e invita a los alemanes a que fueran a poblar tierras –donde mantuvieron la división entre protestantes y católicos. Fueron atacados, secuestrados y saqueados por distintas etnias nómades, luego mejoró la situación y cuando terminaron los beneficios de que gozaban, mandan emisarios a Estados Unidos, Canadá y Brasil. El primer contingente que venía a Brasil llegó a Buenos Aires, protestaron, nombraron dos representantes para ir a Brasil, los embarcaron río arriba hacia Entre Ríos y desembarcan en la zona de General Alvear (Diamante), donde las mujeres decidieron quedarse –por entender que se trataba de un mensaje divino– no obstante que ya tenían el beneplácito para ir a Brasil. Mi bisabuelo se instaló en aldea San Francisco, un hermano en Aldea Spatzenkutter y es el grupo que funda las primeras aldeas madres –junto con Valle María, Salto, Protestante y Brasilera.

—¿Regresaron alemanes del Volga a Alemania?

—Sí, con la caída del Muro de Berlín, alrededor de tres millones de rusos-alemanes y ucranianos-alemanes. Alemania reconoció el error de haberlos abandonado en la época de Stalin y en la Segunda Guerra Mundial, cuando fueron deportados a Siberia.

—¿Qué diferencias se pueden marcar entre los alemanes y los del Volga?

—Fundamentalmente, la cuestión familiar. Por ejemplo, acá, el traslado de Santa María a Santa Anita, o de ésta a Valle María. Siempre se visitaban, no obstante los medios precarios de la época.

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