Él caminaba a la siesta bajo soles inclementes solo protegido con un casco de rulos y una coraza invisible que emanaba de sus auriculares. Iba atento al pulso urbano, a las miradas que le devolvían sus cohabitantes, a las escenas caprichosas que las ramas de los árboles dibujan en las veredas, y las volvía historias.
Inmortal Ramiro
Él podía describir sentimientos dolorosos con metáforas perfectas. “Se hunde mi cuerpo en el barro del miedo, y escupen mis ojos, el dolor”. Él podía jugar con las palabras hasta hacerte ver una autopista en el pelo lacio de una mujer o un cielo estrellado en el brillo de las tapitas de cerveza hundidas en el asfalto.
Venía de vuelta de grandes dolores que le habían atravesado la vida y de descarnadas batallas consigo mismo. “ Ella se cansó, de esperarme así, masticando las postales enviadas desde el fin. Ella se apiadó de mí, me abrazó el corazón, y su alcohólica cintura, alegró mi salón. Ella sabe amar, y también lastimar. Ella sabe amar, besando en soledad”.
Era un sobreviviente. Se había aferrado a la vida a través de la sonrisa de su hija, al latido en el vientre de la mujer amada, a los acordes paridos con amigos en largas tardes de ensayos, al horizonte verde de un nuevo amanecer político y social. Se había comprometido.
Los sentimientos le fluían a borbotones, en versos, en prosas, en cada latido de ese corazón arrebatado a Los Lobos. Urdía palabras y las volvía canción mientras cruzaba la ciudad hacia el sur, caminando sobre sus zapatillas deshilachadas. “Media vida en esta banda, rezumando rock and roll. Me mira el espejo y me pregunta: ¿Es un hobby tanto amor?”.
Vivía de desahogos, esperando ser reconocido, describiendo descarnadamente su Mundo Barrio y los dolores de la patria desangrada. “Desde Roca hasta hoy, de Chaco hasta Santa Cruz, siguen llenando la zanja con cuerpos de indios”. Cuando subía al escenario operaba en él la más poderosa de las transformaciones. No había lugar para las inseguridades o la timidez. Él estaba allí para conmover: “No hay agua que calme esta sed. No hay huella si no existe un pie, no hay historia sin identidad. Dónde estás? Respirás? Ellas buscan…”.
Nos cruzamos en la Facultad a fines de los ochenta, nos volvimos a encontrar años después, en alguna noche de recital, y nos hicimos “hermanos de dolor”. Nos dolía Argentina del mismo modo y con la misma intensidad. También amábamos la misma música y ese fue nuestro punto de intersección más poderoso. En momentos de zozobra personal me regaló las mejores palabras de consuelo, me dedicó canciones y me abrazó el alma.
Hoy lo recordé feliz, contándome alguno de sus proyectos. Lo vi riéndose de sus propios chistes malos. Releí fragmentos de su “Joven pelilargo”, uno de los tantos y excelentes cuentos que escribió y que aún permanecen inéditos. Hoy lo escuché cantar por primera vez desde su partida física, hace dos años. Antes no me había dado el corazón.
Amigo mío, brindo por vos, donde quiera que estés, Ramiro Inmortal!