No va a ser magia. El día en que Mauricio Macri termine su mandato –y es mi sincero deseo que sea el 10 de diciembre, ni un día antes– no se llenarán de alimentos las heladeras de quienes hoy no tienen para comer, ni se reactivarán las fábricas cerradas ni florecerán por doquier puestos de trabajo. El proceso de sanación del tejido social y la economía nacional va a ser largo, porque la herida es profunda.
Tiempo de esperar
Foto UNO/Archivo/Ilustrativa
De nada sirve hoy salir a las calles a demostrar descontento si no se hizo en su debido momento, como en 2016 con la primera megadevaluación del peso y la quita de retenciones a los sectores más concentrados. Ni siquiera en mayo de 2018, cuando el Ejecutivo decidió obviar al poder Legislativo para retomar unilateralmente las relaciones carnales con el Fondo Monetario Internacional, con el único objetivo de financiar la fuga de capitales. Estos dos ejemplos, por citar sólo algunos de los tantos puntos que deberían haber significado un quiebre de la gestión Cambiemos. ¿Acaso no se vislumbraban entonces las consecuencias de tales acciones?
Es tarde para despertar con un estallido social después de un letargo de casi cuatro años. El “que se vayan todos” es demodé, muy 2001, un fracaso rotundo que dejó muertos (pobres, por supuesto) e incluso habilitó al presidente depuesto, años después, a lavarse las culpas alegando que no lo dejaron terminar su mandato.
Es tiempo de superar los sueños de levantamientos jacobinos; una eventual renuncia de Macri no reactivaría la economía, sino que generará histeria en los “mercados”, suspensión de garantías constitucionales, gobiernos provisorios, postergación de las elecciones, represión brutal y muerte.
Octubre está cerca, la posibilidad de una transición constitucional está a poco más de un mes de distancia. No es momento de tirar cascotes a los reaccionarios, es tiempo de actuar con civismo de una buena vez por todas y expresar el descontento en las urnas; lo contrario es funcional a quienes verdaderamente detentan el poder y cuyos rostros vagamente conocemos.
Después de octubre será tiempo de sembrar sobre la tierra arrasada, tiempos de austeridad. El actual gobierno sabe que es un exgobierno aún en funciones, y por eso no tiene voluntad política de trabajar para evitar que las consecuencias afecten al pueblo. Eso ya se vio cabalmente el 12 de agosto con la embestida cambiaria, una pequeña demostración de la capacidad de daño que tienen los especuladores que accedieron al gobierno escondiéndose detrás de una campaña mentirosa, pues no demostraron una mínima intención de cumplir con ninguna de sus promesas grandilocuentes.
Pero ya falta poco, es mejor optar por el tiempo que por la sangre, para luego poder encarar la tarea de reconstrucción. Por fin se dio una correlación de fuerzas que era impensada hace cuatro años atrás. Una correlación que movilizó y encauzó la acción política y ahora hay que plasmarla en las urnas. La democracia, cuando no se interrumpe, siempre es la voluntad de las mayorías, le pese a quien le pese.












