Don Segundo no recuerda cuántos años tiene. “Debo estar cerca de los 70″, duda con una sonrisa avergonzada. Las palabras hacen eco bajo la sombra de los árboles de la selva y se escurren hasta ser absorbidas por el ruido blanco del Bermejo, río correntoso que no sólo es un recurso esencial para la supervivencia de Don Segundo, sino que también divide formalmente los territorios de Argentina y de Bolivia. Sin embargo aquí todo parece una misma cultura, una misma tierra partida en dos. Eso explica que para llegar al rancho de Don Segundo, el equipo a cargo de la zona del Parque Nacional Baritú en el Censo 2022 hayan tenido que cruzar a pie el cauce de este afluente, en una aventura extrema y patriótica, con el agua por la cintura, a ciegas, sobre cantos rodados gigantes, aferrados a un bastón improvisado, desde la orilla del país vecino: un cruce de frontera ilegal y a la vez legítimo.
Censo 2022: cruzar a pie el Bermejo para censar a un hombre que vive en la selva
Llegaron hasta Las Pavas, una zona dentro del Baritú, a una hora del pase internacional de Aguas Blancas/Bermejo. Por la complejidad de la selva de las yungas, no hay manera de llegar hasta la casa de Don Segundo por rutas argentinas terrestres. Solo es posible a través de la ruta Panamericana del Estado Plurinacional de Bolivia, un camino de paisajes de belleza paralizante, donde los tucanes y las urracas son como las palomas.
Cruzaron al país vecino a bordo de una camioneta de Parques Nacionales desde la ciudad de Orán, en Salta. Pasaron el límite con un permiso excepcional, dado que el cruce está cerrado. El destino final fue el pueblo de Los Toldos y el paraje El Lipeo, a donde los censistas terminaron su trabajo.
Pero antes se encontraron con Elio Romero, intendente del Parque Nacional Baritú, y con Clemente Espinoza, empleado del Parque, baqueano de la zona, hombre de 48 años que conoce la selva como lo que es: el patio en el que creció toda su vida.
Desde la ruta había que identificar por algún monte o algún árbol la altura de la casa de Don Segundo. Desde la orilla boliviana no se ve la vivienda de Segundo. La única señal es un bote desvencijado que el hombre usa para cruzar a Bolivia cuando el río está tranquilo (en invierno), hacia el paraje El Salado, en el departamento de Tarija. Lo hace apenas cuando necesita algo que no puede resolver en la pequeña porción de tierra donde vive su vida austera. Puede ser comida, la atención de un médico, una cerveza o una charla con otro ser humano. El hombre vive completamente sólo el 90% de su vida.
“Hay que censar a todos. Y acá sabemos que hay tres viviendas, vamos a ver cuánta gente encontramos”, advirtió Romero antes de cruzar. Los guardaparques suelen patrullar toda la superficie del Parque, especialmente la zona de frontera. Vadean el río como una práctica cotidiana de protección del territorio nacional. Pero hace rato que no pasan por la zona donde reina, solitario, Don Segundo, entre arañas y serpientes venenosas, insectos de todo tipo y la presencia suprema del yaguareté, símbolo cultural de las yungas.
“Hay que cruzar a pata”, anunció Clemente, según publica Infobae. El cruce es lento. Hay que tantear primero con el bastón. Y después dar un paso seguro atrás del otro. La correntada del río es fuerte. La temperatura del agua, muy baja. Se siente el frío en los pies. El Bermejo exhibe su fuerza. El ser humano es débil bajo las montañas, los árboles milenarios, entre las rocas de todos los colores.
El cruce dura unos 10 minutos. Del otro lado se sorprende Don Segundo al ver llegar al equipo de censistas, empapados desde los zapatos hasta el cinturón. Se saca la gorra para recibir, como gesto de cortesía. Se presenta con un apretón de manos suave. Sus manos están como corteza de nogal. Invita a pasar y sentarse en una mesa de madera, sobre lo que alguna vez, cuando esta tierra era productiva, un comedero, un techo de chapa sin paredes, un sobrepiso de cemento y un horno de barro.
El guardaparque Juan Cuhna, 32 años, misionero, es el encargado de explicarle el cuestionario y hacerle las preguntas. Una nube de jejenes ataca a los visitantes. Espinoza advierte estar atento a las picaduras de garrapatas sobre el pasto y a las arañas en los postes y los bancos. El ataque de una viuda negra podría letal.
Don Segundo responde las preguntas que pronuncia Juan. Vive solo. Sobre piso de cemento. Bajo techo de chapa. Que no tiene agua. Que usa el agua del río. No tiene baño. Cocina a leña. Nunca fue a la escuela. No tiene cobertura social. No cobra jubilación. No se reconoce indígena. Se alimenta de la agricultura: come papas, naranjas, mandarinas.
El cuestionario toma unos 15 minutos en los que Don Segundo responde en voz bajita. Después cuenta que llegó hasta aquí desde Bolivia, su país natal, en 1980. Y nunca se movió. “Antes venía de peón y después me quedé de sereno”, dice, tímido. El terreno que ocupa fue una finca donde se cultivaban verduras, frutas, hortalizas y hasta café. Ya no. Cada tanto, dice, vienen los dueños del lugar a ver que esté todo bien. Y, se sospecha, también a pagarle algunos pesos.
“Me siento argentino”, aclara cuando le dice a los censistas que nació en Bolivia. “No sabía que llegaban aquí”, admitió sorprendido. “Recuerdo algún otro censo pero no sé cuándo fue. Hace rato que no viene nadie. La última vez pasaron de Sanidad para revisarme”, cuenta.
Don Segundo vive en lo que hasta 1940 fue territorio boliviano. Actualmente es el límite sur del Parque Nacional Baritú, cuya cabecera está en Los Toldos, pueblito de 1.300 habitantes al que se llega por la ruta boliviana hasta el pueblo La Mamora.