Javier Aragón/ De la Redacción de UNO
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Los ladrones no son de saco y corbata
En estos días en Paraná recrudece el debate por los dichos de un diputado provincial del FPV, que tuvo un poco feliz y lamentable vocabulario con una oyente que lo llamó a su radio, y si bien nadie se rasgó las vestiduras (desde el mundo periodístico o de organizaciones que defienden los derechos de las mujeres, y menos los observadores de medio de comunicación) por la agresión verbal y discriminación que profirió un destacado periodista de Radio Mitre y Canal 13 hacia su compañera de trabajo, hoy nos desayunamos con los estereotipos de la delincuencia en la visión de un sector empresarial de esta ciudad.
El fin de semana que pasó a una adolescente de 14 años y un grupo de amigas que viven fuera de los bulevares de Paraná no se les permitió el ingreso a un shopping de la ciudad ubicado en el centro. Se les alertó que por los hechos de inseguridad no podían pasear allí, habida cuenta de que adolescentes y personas con las mismas características habían sido los responsables de los arrebatos y hurtos en los iluminados y alfombrados comercios.
Es evidente que hay una brutal discriminación hacia las “pibas” que por su condición de ser morochitas y no tener la “ropa de onda”, no las dejan ingresar al paseo de compras porque tienen ciertas condiciones generales que son parecidas a la de los delincuentes. El tan bendito derecho de admisión fue pisoteado por el shopping capitalino, empresa que hace un tiempo se dio el lujo de prohibir el ingreso de personas que tuvieran gorras.
A criterio de los empresarios que se encuentran en el shopping, los únicos que roban en la ciudad son personas de condición humilde, que se colocan gorras y además para completar el prontuario visual no son rubios de ojos verdes.
Parece una obviedad, pero estos empresarios deberían saber que los mayores ladrones y asaltantes que hay en la Argentina, Paraná o Entre Ríos, son justamente personas que suelen estar bien vestidas, de traje y corbata realizando pingües negocios en colaboración con algunos funcionarios de los gobiernos. Es así que en los tribunales, los ladrones de guante blanco, poco a poco están siendo cada vez más convocados para enfrentar denuncias por enriquecimientos ilícitos, defraudaciones o malversaciones.
Hasta hace poco tiempo la Justicia se había animado a “meter presos” a un puñado de políticos por quedarse con el dinero de todos nosotros.
Recuerdo al exdiputado radical Delfor Valente, los exfuncionarios de la gestión de Sergio Montiel: Osvaldo Cepeda y Oscar Berón; el intendente de Santa Elena Domingo Rossi, o los exsenadores justicialistas Mario Yedro y Abelardo Pacayut. Si nos remontamos a la Nación habría que empezar por el actual vicepresidente, los exfuncionarios de Transporte de la gestión Kirchnerista; de las gestiones del menemismo, pasando por legisladores y funcionarios del penoso e impresentable gobierno de Fernando de la Rúa.
Hoy está todo raro, donde todo se permite y de a ratos todo se cuestiona. La libertad y la democracia tienen tal vez estos vicios que habrá que superar: de palabras y frases irreproducibles, misóginas, de un diputado. O agraviantes de un experimentado periodista hacia su compañera de trabajo. En pos de la libertad nadie criticó las imitaciones hacia Fernando de la Rúa, pero sí hoy se oponen a las efectuadas hacia Cristina Fernández o el jefe de Gabinete Jorge Capitanich.
Por lo pronto habría que empezar a cambiar con varios paradigmas: que la mujer no es un trapo de piso, para lo cual no habrá que permitir por nada del mundo la imagen que se nos impone de los programas de mayor audiencia en la Argentina: tal es el caso de Bailando o de chimentos que son largamente consumidos por todos nosotros. La verdad es que no he visto cuestionamientos de organismos que ni sabía que existían y que deberían estar para sancionar las presentaciones de moldes en la que la mujer es poco más que una prostituta que se entrega al mejor postor, que no piensa y que para lo único que está es para saciar sexualmente a los hombres.
Y el restante, que los morochos de clase media baja, no todos son delincuentes. Es fácil atacar políticamente y desde el punto de vista periodístico obviedades que a algunos les permiten y a otros no. Lo que debería hacerse -entiendo humildemente- es que si un diputado habla mal, debe ser reprobado y si un político es acusado de robar, no tratar de cubrirlo por ser amigo. En la misma medida debería ser severamente cuestionado el empresariado que tiene en su mente que los únicos delincuentes corresponden a un determinado estrato social. Si esto no ocurre, se debería pensar que los intereses están por arriba de este presente y que se acomodan los discursos a las necesidades o mandados dejando para un segundo plano los agravios o situaciones penosas.