20 Aniversario. Es claro que estamos atravesando una crisis, las dicotomías entre la libertad de la falta de estructura y el “peligro” de salir afuera nos nublan la razón.
20 Aniversario: Todo junto se escribe separado y separado se escribe todo junto
Cuando nos sacan las certezas, cuando todo lo “normal” se pone en crisis, nada nos mantiene a salvo de un peligro inminente… el otro, la cercanía, lo tangible, el actor del riesgo es invisible, pero el riesgo es lo tangible, lo cercano, lo que se siente de cerca, solo de cerca, al contacto directo, y afecta entre otras cosas y casi en mayor medida, al olfato y el gusto, dos de las herramientas más poderosas de advertencia de peligro, claramente nos hace sentir que nos puede convertir en presas vulnerables, y nuestro instinto sabe que es la peor opción, entonces estamos alerta, y nos refugiamos, nada es tan seguro como el hogar, nada es más seguro que estar aislado, nada es más seguro que vincularse a través del sistema, pura y exclusivamente del sistema. Es el sistema o el aislamiento total. Es el sistema o desaparecer para los otros. Es la virtualidad o la invisibilidad... y ahí vuelven a desaparecer los que no pueden acceder al sistema, los que no están (porque no quieren o porque no pueden) “conectados” a las “redes sociales”. ¿Serán reales “esas” redes sociales? Si no podemos tocarlas y olerlas, ni degustarlas... ¿Son lo que nos mantiene vivos y activos? ¿Son la solución al problema de la conectividad, a la socialización, o son la raíz del aislamiento? ¿Cuánto tiempo pasamos antes de hablar con los vecinos, de patio a patio? ¿Cuánto tiempo pasó hasta que empezamos a jugar como niños con los niños(muchas veces resignados porque es lo único que “te dejan hacer”)? ¿Cuánto tiempo pasó hasta que nos pusimos junto con los niños a cocinar desde las recetas más básicas hasta las más sofisticadas, y a ser pintoras, jardineras, encargadas de nuestra salud, de producir nuestro propio alimento, nuestra huerta, de escribir nuestras propias historias, cuándo nos dimos cuenta que el sonido más fuerte y constante es el canto de los pájaros? ¿Cuándo volvieron la flora y la fauna silvestre a transitar libremente por los territorios que le usurpamos a la naturaleza? ¿Cuándo nos consideraron parte de la naturaleza? CUÁNDO PARAMOS.
Algo que nos dejó a la vista la situación estresante de cambio rotundo de hábitos y escenarios fue cuán vulnerables somos y que una de las aristas menos atendidas en la “educación” es la educación emocional. Al salirnos del sistema, al pararse la rueda del engranaje que nos mantiene en movimiento, nos damos cuenta que no nos movemos por nuestras propias inquietudes o certezas sino que nos movíamos porque alguien nos empujaba hacia algo que no terminábamos de entender, pero sabíamos que si nos quedábamos quietos o cambiábamos el ritmo nos caíamos, o nos pasaban por encima, o nos corrían.
Los lugares preforman a sus usuarios y conllevan un valor simbólico, es por ello que el conjunto escolar habla de la institución que alberga, y aunque lo haga de manera silenciosa, se hace oír. Su lenguaje es sutil, siempre perceptible y si bien muchas veces está ausente desde los planes oficiales o en las acciones privadas, cada decisión, desde las aparentemente menos trascendentes a las más visibles, señalan una posición.
“…La escuela comenzó con un hombre bajo un árbol, un hombre que no sabía que era un maestro, y que se puso a discutir de lo que había comprendido con algunos otros, que no sabían que eran estudiantes.
Los estudiantes se pusieron a reflexionar sobre lo que había pasado entre ellos y sobre el efecto benéfico de aquel hombre. Desearon que sus hijos también lo escucharan y, así, se erigieron espacios, y surgió la primera escuela. La fundación de la escuela era inevitable porque forma parte de los deseos del hombre.
Todos nuestros complejos sistemas de educación, hoy delegados en las Instituciones, derivan de aquella pequeña escuela, pero hoy se ha olvidado el espíritu con que comenzó. Los locales exigidos por nuestras instituciones escolares son estereotipados y carentes de inspiración. Las aulas exigidas por el Instituto, los pasillos tapizados de armaritos y los otros locales y dispositivos llamados funcionales, son organizados claro está en bellas confecciones por el arquitecto, el cual obedece a los requisitos de superficies y costos establecidos por las autoridades escolares. Da gusto ver las escuelas, pero son superficiales como arquitecturas porque no reflejan el espíritu del hombre bajo el árbol. Todo el sistema escolar derivado de su comienzo no habría sido posible si el comienzo no hubiera estado en armonía con la naturaleza del hombre. Además, se puede afirmar que la voluntad de ser de la escuela existía ya antes que la circunstancia del hombre bajo el árbol”. (“No para pusilánimes”, KAHN, Louis, artículo publicado en AIA Journal, vol. 55, Nº6, junio de 1971, págs. 25-31).
La escuela tal como la conocíamos hasta marzo de 2020, tiene sus orígenes en una demanda de un momento histórico determinado: el nacimiento de la era industrial. Ante los cambios operados por la expansión de la industria y la introducción de nuevas tecnologías en la producción, ciertas calificaciones eran requeridas. Así –y a grandes rasgos–, la expansión de la educación se condice con una de las necesidades básicas del sistema capitalista: la calificación de mano de obra dispuesta a competir en el mercado laboral. En este contexto, los espacios y las formas dispuestas en el espacio educativo presentan claras similitudes con las propias del mundo fabril industrial: individuos separados, focalizados en su propio puesto/tarea, regidos por una disciplina heterónoma y jerárquica, con un sistema planificado de castigos y recompensas, tiempos rígidos y cronometrados, entre otras.
Se necesitaba que todo el mundo reciba educación básica para introducirse en el mercado laboral en un contexto donde la educación estaba en manos de las familias y cada familia educaba como podía o quería. Así las familias intelectuales educaban a sus hijas/os en sus hogares con maestras/os que asistían y les enseñaban a leer, escribir, tocar instrumentos, mientras que otras familias enseñaban a sus hijas/os a trabajar en el campo, a contar, sumar y dividir parcelas con ganado, incorporaban cuestiones relacionadas con el clima, los astros, las estaciones y los valores, en función de sus usos y costumbres.
Cuando fue necesario igualar los conocimientos y (en teoría) igualar las oportunidades de inserción en el mercado laboral para que las personas puedan trabajar en las industrias, surge la necesidad de establecer espacios de aglomeración masiva y normas de disciplina que permitan la convivencia de grandes grupos de niños/as de diferentes estratos sociales y con diferentes niveles de aprendizaje y de conocimiento con la ilusión de que a través de esto podrían adquirir todos al mismo tiempo los mismos saberes.
Hoy en día sabemos que cada persona y cada niño/a tienen diferente forma de asimilar contenidos, y que no es una cuestión directamente relacionada a la edad sino que los procesos son personalizados.
La deserción escolar durante mucho tiempo estuvo enfocada en los triunfos y fracasos del individuo por no alcanzar los objetivos grupales cuando en realidad es sabido que el mayor fracaso son los objetivos grupales que no atienden a las individualidades.
Entonces, quienes decidimos embarcarnos en el tránsito de un aprendizaje en comunidad y no solo en la individualidad de la familia, lo hacemos para generar herramientas y experiencias que nutran y fortalezcan las búsquedas individuales innatas y particulares con la correlación con otres en escenarios diversos o diferentes a los propios.
Por lo tanto se debe reflexionar sobre el hecho de que los espacios que conforman los edificios escolares deben constituirse en sustento de los cambios de formato pedagógico, que la realidad demanda hoy de nuestras escuelas. El ambiente escolar posee gran incidencia en las posibilidades de transformar las condiciones de la educación. En este sentido, el ambiente escolar también educa.
Los escenarios de la educación ya no pueden estar encajados en cuatro paredes, ya no basta (y nunca alcanzo) con ver la naturaleza a través de un libro o una pantalla; o que las salidas al campo sean “actividades especiales”.
Visualizamos así la situación de crisis sanitaria, social y ambiental y quedaron a la luz nuestras debilidades y nuestras fortalezas.
¿Cuáles son las experiencias que se han generado en este tiempo? ¿Qué nos falta cuando nos falta la escuela? ¿Qué le falta a la escuela cuando no estamos? ¿Por qué tuvimos que suspender las actividades? ¿Por qué aún no pudimos volver? ¿Cuáles son las actividades que sí se pudieron realizar? ¿Cuál es el escenario de esas actividades? Y entonces, ¿Qué debería hacer y como debería ser la escuela de nuestro futuro inmediato?
Creo que la clave de cómo deben ser los espacios escolares para poder volver, la tienen sus habitantes, preguntarle a los actores principales qué quieren de sus espacios, cuáles son las formas de contactarse con otres.
La naturaleza nos ofrece el espacio perfecto para desarrollar todo tipo de actividades para desarrollar el intercambio de saberes. Hay disponibles una interminable cantidad de estudios e investigaciones a lo largo y lo ancho del planeta que demuestran que las actividades al aire libre, y sobre todo, en contacto con la naturaleza, (el aire libre en algunos edificios carece de naturaleza viva), es la mejor forma de asegurar que niños y niñas puedan aprender no solo a vincularse entre personas sino a respetar a cada integrante del ecosistema generando un cambio de conciencia que lleva o llevará en un futuro a generar adultos que piensen dos veces antes de ir en detrimento del entorno natural. A su vez, sólo las escuelas al aire libre pueden asegurar hoy en día la posibilidad de habitar un espacio saludable y seguro.
Tenemos la oportunidad (y la necesidad) de generar un cambio real y duradero, ese cambio no es cerrado, las soluciones no tienen medidas numéricas de distanciamiento. Para que esto realmente funcione hay que entender que la proximidad y no la “distancia” social es la salida para caminar el nuevo mundo.
*Escribe Evangelina Pulidori/ Arquitecta