Los políticos actuales del macrismo, del kirchnerismo, del radicalismo, y del peronismo se tendrán que hacer cargo de que desde que llegó la democracia en 1983, tuvimos una franja de pobreza que oscila entre el 25% y el 50%. Una vergüenza por donde se lo mire, ya que en un país productor es imperdonable que la gente se muera de hambre.
El tema es cómo también se enfrenta por parte de la población el drama de no tener trabajo o no de tener la garantía de poder poner todos los día en la mesa un plato de comida. Muchos esperan la respuesta del gobierno, del Estado, porque otra no les queda. Y también creo, con respeto lo digo, que muchos se acostumbraron, o no les enseñaron, a tratar de "rebuscárselas". Se dice "les dan el pescado, pero no les enseñan a pescar". Sé que hay mucha gente que cobra los planes sociales y trata de salir de esa situación. Le ponen ganas, pero chocan con la cruel realidad de este país que no le da oportunidades, y mucho menos un trabajo digno.
Pero también hay otros que se sientan a esperar el maná del cielo. Cuando era niño, cerca de mi casa había una zona de montes donde vivían personas muy humildes, y en Nogoyá y Gualeguay, los vecinos más pobres tenían algunas costumbres que hoy –francamente– no veo. Los vecinos que tenían trabajo o no hacían en los fondos de sus casas huertas o chacras, y tenían pequeños gallineros. Al menos en la ciudad podían contar con verduras, huevos, hortalizas y algo de carne aviar o de alguna oveja en la emergencia.
En el
campo la leña siempre estaba, lo mismo que la carne segura para el almuerzo o la cena. Y cuando se decía comer, no había delicadezas, desde la carne de vaca, oveja, pavo, gallina, chancho, mulita, vizcacha, nutria, pato o cabra se consumían en las distintas variedades: puchero, asado y guiso. ¿Qué quiero decir con esto? Por más pobre que fuera, siempre iba a existir una pequeña granja con frutas (naranjas, mandarinas, duraznos, ciruelas, quinotos), chacras con zapallos, zapallitos, tomates, lechuga, acelga, morrones, batatas, papas, cebolla de verdeo, perejil. Y en verano, hasta melones y sandías. Les puedo asegurar que si querían, comían todos los días.
Y eso ocurría en las familias más pobres y humildes que tenían una
cultura, la del trabajo, por más que no tuvieran un sueldo mensual. El pan casero, la torta asada y frita, siempre estaban, lo mismo que los buñuelos o dulces caseros. Claro, "había que agachar el lomo", sembrar la semilla que el INTA les daba gratuitamente. Hoy está el mismo programa. Y obviamente había que agarrar la pala, la pala ancha, la guadaña y la azada. No tener un trabajo fijo es una desgracia, es tremendo, pero también debemos fomentar la idea de que si se quiere en este país nadie debería morirse de hambre