susi“Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico tecnológico, y los países pobres lo siguen siendo porque no lo hacen. La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”, sostenía el doctor Bernardo Houssay, el primer investigador latinoamericano en ganar un Premio Nobel en ciencias, y quien impulsó la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en 1958, que presidió hasta 1971. En el marco de una campaña electoral donde uno de los candidatos a presidente propone la privatización del organismo, las expresiones de Houssay circulan en las redes sociales a modo de recordatorio y llamado a la reflexión, frente un futuro que se presenta incierto para la ciencia nacional.
En la disputa discursiva que bombardea a la ciudadanía por estos días, el candidato de ultraderecha Javier Milei afirmó en una entrevista televisiva que de asumir como presidente de la Nación no solo cerraría el Ministerio de Ciencia y Tecnología sino que también privatizaría el Conicet. Una propuesta que se replica en un breve video de TikTok donde hace volar papelitos con los nombres de ministerios y organismos del Estado para ilustrar un programa de gobierno donde se presenta al mercado como gran regulador. Frente al anuncio del libertario, La Capital conversó con investigadoras de Rosario para que expresen su mirada sobre esta propuesta. En la charla, contaron sobre el aporte de sus trabajos, definieron al Conicet como organismo generador de conocimiento aplicado y alertaron sobre el impacto para el desarrollo nacional que implicaría su privatización.
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Por el desarrollo
Hablar del Conicet implica referirse al principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en el país, en la medida que constituye una red de 310 institutos de investigación federalmente distribuidos. Sus investigaciones se desarrollan en cuatro grandes áreas del conocimiento: ciencias agrarias, ingeniería y materiales; ciencias biológicas y de la salud; ciencias exactas y naturales; y ciencias sociales y humanidades. De acuerdo a la información oficial, actualmente se desempeñan en el organismo más de 11.800 investigadores e investigadoras, unos 11.800 becarios y becarias de doctorado y postdoctorado, más de 2.900 técnicos, técnicas y profesionales de apoyo a la investigación, y aproximadamente 1.500 administrativos y administrativas. Todas estas personas trabajan en favor de la ciencia argentina distribuidas en todo el país.
“De la universidad y el Conicet salen profesionales capacitados para resolver problemas, brindar ayuda y capacitar gente”, dice María Cecilia Marinelli, licenciada y doctora en física, investigadora adjunta del Conicet en el Área Metalurgia Física del Instituto de Física Rosario (Ifir). Marinelli da cuenta de esta afirmación con su propio trabajo: investiga con el objetivo de buscar las mejores propiedades para perfeccionar el tipo de acero. Dice que para eso se hacen diferentes caracterizaciones del material, se estudia en la microestructura con microscopios, se analizan deformaciones, propiedades mecánicas y qué le puede pasar a ese material.
Lo que parece un trabajo estrictamente de laboratorio luego tendrá su aplicación en la industria. “Ese material puede ser aplicado para producir una herramienta. En mi caso, máquinas agrícolas y semirremolques”, cuenta y explica de qué se trata su proyecto de investigación: “El material que estamos usando es un acero que se fabrica en el país. Si bien se ha comprobado que disminuye el peso de las estructuras, que es la problemática principal en el sector del transporte, la idea es disminuir lo que más se pueda el peso de la estructura para tener mayor capacidad de carga y realizar menos viajes. Eso implicaría menos consumo de combustible y menos desgaste. Lo mismo pasa con las máquinas agrícolas. La idea es aplicar estos nuevos materiales y para eso hay que caracterizar y estudiar el material”.
La investigadora indica que su proyecto está subvencionado por el Estado provincial y la universidad nacional. Que todos los equipos que usan en el Conicet están subvencionados por el Estado, aunque también hay lugar para el sector privado, que al mismo tiempo se beneficia de las investigaciones del organismo. “Estamos llevando a cabo junto con una empresa de remolques este tipo de proyectos para probar este material que ya se está usando, para evitar futuras fallas, y además lo que hacemos es capacitar a los trabajadores de la empresa, porque muchas veces construyen una máquina pero no tienen la herramienta como para hacer un mejor diseño que dé mayor confiabilidad, por ejemplo, para que no se produzcan fisuras. Esto es importante porque hace que la industria nacional pueda competir a nivel internacional”, indica. Asegura que en otros países cuando las empresas tienen un problema acuden directamente a la universidad.
La investigadora cuenta que su experiencia la adquirió en una universidad de Alemania, porque usualmente los científicos se perfeccionan en el exterior. “Eso es lo que te da Conicet, la posibilidad de perfeccionarte dos años afuera para que ese conocimiento que adquiriste luego lo apliques en tu país”, dice. En Alemania también el Estado financia a la universidad al igual que las empresas privadas, que recurren a ella para hacer investigación aplicada.
Marinelli sostiene que la posibilidad de una privatización del organismo genera una gran incertidumbre en los y las investigadoras: “Si se llegara a privatizar no sé qué objetivos o qué visión tendría la empresa que tomaría el organismo. El Conicet siempre fue del Estado, yo soy investigadora adjunta y hace años el organismo nos forma, y una vez formados siempre volvemos para replicar todo lo que aprendimos afuera”.
Por el bien público
La licenciada en biotecnología y doctora en ciencias biológicas Pamela Cribb también toma la palabra. Se desempeña como investigadora en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR), es docente de parasitología en la Facultad de Bioquímica de la UNR y estudia el parásito que causa la enfermedad del Chagas. “Estudiamos unas proteínas del parásito que parecen ser muy importantes para él. Esto sirve para que más adelante nosotros mismos u otros investigadores puedan diseñar un tratamiento específico que tenga como objetivo inhibir esta proteína y así matar al parásito”, cuenta, y explica que lo que hace se llama investigación básica, que a simple vista puede para algunos parecer inútil pero que puede tener un gran impacto.
Afirma que es así como funciona la ciencia y cómo cada investigador aporta a la comunidad, porque en ese camino que emprenden a veces se producen descubrimientos que sirven para resolver otras problemáticas. “Por ejemplo —dice— vemos que esa droga que iba a ser solo para curar el Chagas también sirve para tratar otras enfermedades, o al revés”. ¿Qué significaría para esa área de investigación la privatización del Conicet? Cribb indica que el Chagas es una de esas enfermedades a las que llaman “desatendidas”, asociada a la pobreza y a condiciones de vida precarias donde habitan las vinchucas. E interpela: “¿Las grandes empresas farmacéuticas, que invierten millones en investigación y desarrollo de nuevos fármacos, elegirían investigar en Chagas? ¿O invertirían en enfermedades que afecten a más gente o a personas que puedan pagar un tratamiento?”. Dice que la respuesta es obvia y que si el Conicet pasara a manos privadas seguramente muchas líneas de investigación se cerrarían por no aportar un rédito económico a corto plazo. Algo similar pasaría con las investigaciones de enfermedades raras que afectan a poca gente o del medioambiente. Y agrega: “Podría ocurrir que la empresa que financia el estudio sea la misma que está contaminando, entonces: ¿publicarían un estudio que diga que ellos mismos están dañando el planeta?”.
La doctora en ciencias biológicas sostiene que una privatización del organismo es inviable y califica la propuesta como una provocación. Pero dice que si esto llegara a ocurrir no sería bueno para el país. “La ciencia argentina es reconocida mundialmente, muchos de nuestros investigadores vuelven del exterior para hacer ciencia en la Argentina, no porque no conseguimos nada mejor, sino porque lo elegimos. Estamos convencidos de que la ciencia, aún cuando sea ciencia básica que no da un rédito económico inmediato, es importante para que avance el conocimiento, para generar ideas o incluso productos o empresas de base tecnológica que llegan a concretarse en un elemento tangible a veces indispensable para la comunidad”, dice e indica que la Argentina también es importante a nivel mundial en la creación de startups biotecnológicas, algunas de las cuales son financiadas o adquiridas por capitales extranjeros. Se trata de empresas que surgen de investigadores del sistema científico. “Aun si lo miramos desde el punto de vista económico y productivo, la ciencia del Conicet aporta capital en todas sus formas a la sociedad”, concluye.
Al igual que Cribb, la investigadora Ana Rosa Pérez también estudia sobre la enfermedad del Chagas. Una parasitosis endémica en Latinoamérica que tiene más de 2 millones de infectados en el país. Pérez es doctora en ciencias biomédicas y actualmente dirige el Instituto de Inmunología Clínica y Experimental de Rosario. Un instituto mixto Conicet-UNR, localizado en la Facultad de Ciencias Médicas. A la pregunta sobre qué está investigando, responde que dos de las aristas más relevantes en las que trabaja radican en encontrar las respuestas a por qué solo el 30 por ciento de los infectados desarrolla la miocardiopatía chagásica, y si éstos individuos presentan diferencias en sus respuestas neuro-inmuno-endócrinas que condicionan su progresión. Explica que entender estos aspectos de la patología permitiría evitar o atenuar el daño cardíaco, y que al igual que otros grupos de científicos se trabaja en el desarrollo de una vacuna contra la enfermedad. La investigadora sostiene que el apoyo estatal para enfrentar el Chagas es esencial, y además coincide con Cribb en considerar que es poco probable que el sector privado se interese en el desarrollo de nuevas drogas o vacunas debido a la falta de incentivos comerciales.
Pérez sostiene que en la actualidad existe un alto nivel de conciencia social a cerca de la importancia de tener un sistema científico y tecnológico soberano, y que la comunidad entiende que la inversión estatal en ciencia es vital para el progreso del país. Y agrega: “El apoyo estatal sostenido en el tiempo al sistema científico tecnológico ha sido la base del éxito de países como Estados Unidos, Alemania o Israel. Un recorte en estas áreas no sólo impedirá lograr soberanía sobre temas de interés nacional, sino que debilitará la posibilidad de lograr un acceso equitativo a la salud, generará pérdidas irrecuperables de oportunidades reales de desarrollo y una nueva diáspora de recursos humanos altamente capacitados, capitales imprescindibles para la competitividad y crecimiento del país”.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
Contra la privatización
Quien se pronuncia sobre el tema desde las ciencias sociales es Irene Gindin, doctora en comunicación social por la UNR e investigadora asistente del Conicet. Su tema de estudio es el discurso político en circulación por redes sociales. Una temática que atrae su atención desde que cursaba los últimos años de facultad. “Ese interés se fue afinando y variando del mismo modo que fue variando la forma en la que circula la palabra pública. No es novedad que hace 20 años los estudios en comunicación se centraban, por ejemplo, en la televisación de un discurso y hoy, cada vez con más énfasis, los investigadores nos preocupamos por comprender las lógicas de funcionamiento de las redes sociales”, explica.
Sobre los aportes de sus investigaciones, indica que contribuyen a poder comprender colectivamente cómo circula el sentido sobre temas de interés público. Y agrega: “Dado que lo que estudio son discursos políticos, que de distintas formas ponen sobre el tapete temáticas que hacen a la vida en comunidad, resulta interesante y necesario entender cómo aparecen ciertos temas, de qué forma son nombrados, qué temas son dejados de lado, cuáles son los actores que entran en disputa en esa conversación pública. Todo eso en este preciso momento nos puede iluminar sobre, por ejemplo, lo que se denominan discursos de odio, o la importancia que adquieren determinadas redes sociales en distintas franjas etarias o sectores socioeconómicos”.
Cuándo se le pregunta a Gindin qué impacto tendría para su área de investigación la privatización del Conicet, la investigadora explica que históricamente las ciencias humanas y sociales se han visto vapuleadas, y que una medida como ésta influiría sin dudas en el presupuesto que se les otorga y en la federalización de esos fondos. La comunicadora sostiene que una privatización del organismo de ciencia y técnica equivale a la entrega de la soberanía del conocimiento. “No puede haber ciencia que no sea pública, es una contradicción en sí misma”, afirma, y sostiene que quienes tienen ideas privatizadoras tienden a pensar la producción de conocimiento solo en términos de utilidad. “¿Para qué sirve lo que hacés? Por ejemplo, en el caso de la semiótica, una disciplina que se preocupa por el sentido de las prácticas sociales, esa pregunta es tan difícil de responder que probablemente signifique que su importancia, y por lo tanto el dinero destinado a financiarla, quede muy atrás en la lista de prioridades”, alerta.