Débora Gianatiempo sufrió en primera persona las consecuencias de algo tan difundido como igualmente de dañino en términos de bienestar: la falta de psicoeducación relacionada con las emociones, especialmente en determinados contextos y situaciones. Lo padecido la llevó en su propia profesión, la de consultora psicológica, a especializarse en la Medicina del estrés, sobre cuyo mecanismo, funcionamiento y efectos se refiere.
Emociones, desconocimiento de su manejo y psicoeducación
Por Julio Vallana
San Agustín y un emblema perdido
—¿Dónde naciste?
—En Paraná, San Agustín, en la zona de la plaza Linares Cardozo, donde vivo actualmente.
—¿Cómo era en tu infancia?
—Un lugar hermoso que ahora está muy poblado. La plaza era el lugar de encuentro porque siempre estaba llena de gente y había grandes arboledas. Hace 30 años había una laguna detrás de la comisaría Quinta, donde los niños cazaban ranas, y más allá todo era campo. Andábamos en bicicleta, jugábamos a la rayuela, a la pelota y fui a la Escuela Normal.
—¿Cuál fue el principal cambio urbanístico?
—El crecimiento de la cantidad de viviendas. El frigorífico, ahora abandonado, era un emblema y nunca se ha hecho nada en ese predio.
—¿Personajes?
—Un chico que todavía vive, Claudio, quien siempre quiso ser policía pero no lo logró por sus limitaciones, pero lo siente y siempre está parado en una esquina, vestido de policía y con un silbato.
—¿Qué actividad laboral desarrollan tus padres?
—Comerciantes, siempre tuvieron un local de decoración en la peatonal, mi papá ahora tiene otro local de venta de ropa de niños, y mi mamá es psicóloga.
—¿Sentías una vocación?
—Bióloga marina, porque disfrutaba mucho del mar cuando íbamos a Brasil. Me imaginaba en un acuario con delfines y pingüinos. Me decían que “no me iba a dar ganancias”.
—¿Cómo influyó que tu mamá es psicóloga?
—Se recibió de grande. A mí me gustaba Psicología y lo humanístico desde primer año en la secundaria. Un profe que teníamos era muy práctico y me movilizaba mucho. También me fascinaban las artes plásticas, fui a los Niños Pintores desde los tres años a los 18, y la actividad física. Ahora comparto el dibujo y la pintura con mi hijo.
Doctor López Rosetti, un inspirador
—¿Leías?
—Muchísimo, de todo tipo, soy fanática.
—¿Libros influyentes, de los primeros?
—El primero que leí fue de (Paulo) Coelho…
—¿El alquimista?
—Sí; me lo regaló mi mamá.
—¿Qué entendiste?
—Lo leí varias veces y es tan conmovedor como El principito. La primera vez me resultó muy difícil, mi mamá me explicó que era un alquimista y sobre el equilibrio de la vida; en las otras relecturas fui encontrando más respuestas, como también me pasó con El principito. Después leí al doctor (Daniel) López Rosetti, fue maravilloso, muy claro y descubrí nuevos universos como el de las emociones; Osho, por la meditación, y muchos clásicos y novelas de Isabel Allende y autores ingleses.
—¿Rosetti es tu autor de referencia?
—Sin dudas, fue mi profesor y mentor, y lo recomendaría por su experiencia en el tema del estrés.
—¿Estudiaste Psicología?
—Cuatro años en la Universidad Católica Argentina y después, por los Federales, no lo pude mantener, tuve que trabajar y tras diez años me dediqué al counseling (psicológico), en Santa Fe, por indicación de mi mamá.
—¿Qué enfoqué tenía la UCA?
—El sistémico, aunque fue bastante completo, ya que incluso vimos logoterapia, que es maravillosa, por la historia emocionalmente sobrehumana de Viktor Frankl.
—¿Qué incidencia tuvieron esos cuatro años en la carrera de consultora?
—Me sirvió mucho, al igual que también para diferenciar ambas profesiones, entre las cuales suele haber inconvenientes. Son espacios y funciones diferentes. La mayoría de los formadores que tuve fueron psicólogos.
Vivencias y psicoeducación
—¿Cuándo entendiste la esencia del trabajo del consultante psicológico?
—Cuando comencé a ejercer y a poder vivenciar, más allá de lo teórico, en cuanto a generar la prevención. Mis mejores aprendizajes son con mis consultantes. Igualmente las clases fueron interiormente muy movilizadoras en cuanto a las emociones.
—¿Un descubrimiento propio?
—Lo más importante fue descubrir la importancia de la psicoeducación, sobre lo cual se genera mi trabajo. Hay que aprender de las propias emociones, vivenciarlas, entenderlas porque no se puede ir contra un enemigo que no se conoce. Comprendí que no entendía nada de lo que sentía (risas) y es lo que le sucede a la mayoría de las personas.
—¿Nunca habías tenido consciencia de ello?
—Nunca y por eso me prendí con la carrera. Al no haber psicoeducación la persona sabe que siente enojo o amor, pero no sabe por qué ni para qué. Las emociones son un sistema de defensa y se despiertan para que prestemos atención a algo. Si no sabés el por qué y el para qué, es difícil vivenciarla de la manera más sana posible.
—¿Había algo que te resultaba recurrente?
—No sé si algo específico… tal vez en torno al enojo, una emoción que está desde la niñez hasta la adultez y es la más difícil de manejar.
—¿Qué recursos encontraste?
—Saber por qué y para qué me enojaba, y aceptar la emoción para poder generar una respuesta. Cuando la emoción no tiene una respuesta y no se trabaja, vuelve.
—¿Por qué, culturalmente, está tan ausente la psicoeducación?
—Subestimamos lo emocional porque se le da más importancia a lo físico, no obstante que somos una conjunción de cuerpo y alma, psiquis. Cuando hacemos algún tipo de educación emocional se va hacia “lo que hay que hacer” pero no se dice cómo, en lo cual hay que poner énfasis. En otros países hay psicoeducación desde el jardín de infantes, en cuanto a saber qué es el enojo, la alegría, la tristeza, el amor… y también poder vivenciar las emociones del otro.
De la “psicóloga espía” al “vínculo maravilloso”
—¿Qué imaginaste laboralmente, teniendo en cuenta que es una profesión incipiente?
—Al principio sentía mucho miedo por no saber cómo salir hacia adelante, ya que fui una de las primeras en Paraná y todavía la gente no conoce bien de qué se trata. Muchos me preguntan “¿en qué consulado trabajás?” (risas), por la palabra counseling, pero le puse mucha pasión. Es algo que va más allá de la enfermedad ya que se trata de trabajar la salud y generar el desarrollo personal.
—¿Cuánto hay de las emociones como fase previa de una enfermedad?
—No creo que las emociones enfermen, aunque sí el no encontrar recursos para poder solventarlas, reconocerlas y entenderlas. La persona enferma por no encontrar la forma; la emoción despierta porque hay que prestar atención.
—¿Cuándo verificaste el mecanismo de abordaje?
—Lo primero que tuve que generar fue un perfil para el encuentro con el consultante, y las claves son la escucha activa, la aceptación incondicional de la persona y todo lo que trae, sin juzgar, y la empatía, en cuanto a ponerse en el lugar del otro para saber lo que le pasa, con sus emociones.
—¿Un caso paradigmático o revelador?
—La primera consultante fue una psicóloga. ¡Imaginate!, con todos los mitos de la pelea con el Colegio de Psicólogos (risas). Me movió mucho porque no sabía con qué me iba a encontrar y hasta pensé que era “una espía”. Pero me encontré con algo totalmente diferente y me ayudó en todo su proceso. Fue un vínculo maravilloso.
—¿Por qué te consultó a vos y no a un psicólogo?
—Comencé a difundir en Facebook, ella leyó y quiso probar, porque había tenido “feas experiencias” con psicólogos, según lo que me confió.
Trabajo y estrés: “Quemada” en el 911
—¿Por qué te especializaste en estrés?
—Tuve un pico de estrés laboral cuando trabajaba en asistencia a la víctima (911) y no la pasé bien, con lagunas, insomnio y mal humor; mi hijo era bebé y de su primer mes de vida no recuerdo nada, ni siquiera si le daba la teta. Conocía el estrés pero no lo había vivenciado; me di cuenta de que no estaba bien cuando llegué a la despersonalización. Se le llama estado de Bournout o síndrome del trabajador quemado y es muy difícil cuando se genera la cronicidad.
—¿Cuánto tiempo estuviste en ese estado?
—Dos años. Subestimamos mucho al estrés y decimos “ya pasará”.
—¿El problema es la falta de respuesta?
—Así es, la no respuesta, el no tramitarlo. El estrés, un sistema de alerta necesario, es una demanda, laboral, emocional, cognitiva, física, social, y un recurso.
—¿Cuáles son los mecanismos óptimos para gestionarlo?
—Primero, entender de qué se trata y que la persona genere recursos ante las situaciones que les resultan difíciles de manejar. Yo necesité un acompañamiento que me ayudó a generarlos. El estrés es bueno pero hay que saber qué hacer cuando deja de serlo y genera cansancio, frustración y sufrimiento.
—¿Cuándo tocaste fondo?
—No me sentía yo misma, estaba todo el tiempo enojada y había situaciones con mi hijo que no recordaba.
—¿No registrabas las correspondencias neuroquímicas y físicas?
—Sin dudas: tenía acidez de estómago, dolor de cabeza, crónico y a reventar, manchas en la piel… También se puede llegar a caídas del cabello, un ACV isquémico, infarto de miocardio…
—¿De qué depende el umbral de estrés de cada persona?
—De las creencias, experiencias, valores, mandatos y aprendizajes de cada uno. Trabajar en la emergencia me demandaba creer que si no podía ayudar a la persona, era estresante, y no siempre se puede generar una respuesta que ayude. Otra persona lo resuelve con un “listo, no pude ayudar, tengo que seguir”.
—¿Lograste elaborarlo de otra forma?
—Sí, gracias a Dios; me di cuenta y arranqué desde cero en cuanto a las emociones y recursos, volví a conocerme desde el estrés, y a estructurar mis pensamientos y creencias.
Ambientes tóxicos y consciencia
—¿Cuáles son los estresores más dañinos?
—En lo laboral, lo más nocivo son los ambientes tóxicos, más allá de que sea una función muy importante. Por ejemplo, trabajar en un hospital, en lo cual es muy diferente trabajar si hay un buen ambiente o malas relaciones, abusos psicológicos y relaciones verticalistas injustas.
—¿Y las emociones íntimamente ligadas al estrés?
—Todas, porque es necesario y se activa en todas las situaciones. Podés estar feliz por casarte y estresado a la vez, porque las demandas no son fáciles. En cuanto al estrés tóxico y crónico, el enojo es la principal y la tristeza.
—¿Por qué la tristeza?
—Por la frustración de no saber cómo salir.
—¿Qué elementos de psicoeducación hay que considerar en ambientes altamente demandantes?
—Olvidarse de subestimar al estrés y ser consciente de la emoción cuando se lo siente; ver lo que me estresa del contexto: mi jefe, los compañeros, el trabajo, el horario… y ver qué hacer con eso. Si sigue, consultar.
La neuroquímica de las emociones
—¿Un caso extraordinario de manejo del estrés?
—El de Viktor Frankl. No creo que haya situación más estresante que vivir en un campo de concentración.
—Pero tenía recursos por su formación psiquiátrica y filosófica.
—Sí; lo que generó en cuanto a los recursos es increíble. Su antropología es trascendental.
—¿Qué te sorprende de los avances neurocientíficos en tu materia?
—Cuando hice el postgrado de Medicina del estrés y neuropsicoinmunoendocrinología aprendí mucho sobre neurociencias y descubrí que la emoción se genera en los sistemas químicos. Somos muy complejos y no lo sabemos.
—¿Tenés alguna página de divulgación de contenidos?
—En Facebook, Counselor Débora Gianatiempo Paraná.
“Nos encerraron por la pandemia y no teníamos recursos”
Gianatiempo puso énfasis en los mecanismos de adaptación para enfrentar el actual contexto y remarcó las consecuencias observadas por el prolongado aislamiento: “Conozco casos de suicidios y caídas en depresión”, reveló.
—¿Cómo influye la incertidumbre y el aislamiento prolongado?
—Hubo un momento de la pandemia en que fue algo desconocido e impensable que nos sucedería, nos encerraron y costó encontrar la forma de adaptarse porque no teníamos recursos. Ahora ya los tenemos, porque sabemos que hay que tratar de usar tapabocas, alcohol, etc, pero ¿qué hacemos con lo otro? No es fácil adaptarse y la gente lo dice en la escuela, en el supermercado, los policías, los cajeros… vamos aprendiendo, es un proceso y estresa porque no hay recursos emocionales.
—¿Situaciones particulares que te resultaron llamativas?
—No he tenido casos de gente que no haya podido manejarlo aunque he trabajado lo de los recursos para la adaptación. Fuera de mi consultorio conocí casos que llegaron hasta el suicidio o pasaron de un estrés crónico a la depresión; en los niños, más allá de la escolarización, hay problemas cognitivos, de socialización y del habla…