Luis Nipón Ruiz rememora su relación con la música, marcada prematuramente y para siempre por The Beatles y emparentada con la época dorada de algunos de los grandes boliches de la capital provincial. El DJ y creador del programa Perdidos en el tiempo, de Radio de la Plaza, rescata de su “museo musical”, la cabina donde desempeña sus tareas, autores, bandas y momentos, y no escatima calificativos al opinar sobre algunos géneros y formas de producción actuales.
Luis Nipón Ruiz: "La música del reguetón y el trap es una reverenda porquería"
Hogar con música
—¿Dónde naciste?
—En Paraná, el 13 de mayo de 1951, frente al sanatorio La Entrerriana, donde viví hasta los ocho años, y luego en calle en Garay 80, cuando falleció mi abuela. Después nos fuimos a 25 de Mayo 342, una casa parecida a la de Tucumán, hasta que me casé.
—¿Cómo era aquella zona?
—Con casas típicamente clásicas: dos balcones, zaguán y fondo de 30 metros.
—¿Lugares de referencia?
—El parque y la playa del Rowing.
—¿A qué jugabas?
—En la calle, al fútbol, la escondida, la rayuela, el balero, y con soldaditos, trenes y autitos. Jugué al básquet en Echagüe hasta que salí de la colimba.
—¿Se escuchaba música en tu hogar?
—Siempre, papá escuchaba boleros, folclore, Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Las Voces Blancas, Los Trovadores, y mucho jazz, las big band como la de Glen Miller, de donde nació mi gusto por la música. Me interesaba mucho el jazz hasta que mi hermana, en 1963, apareció con un simple que compró en Santa Fe, y que tenía de un lado Por Favor, Yo y del otro, Ámame, de los Beatles. Me rayé, hacía como si tocaba la batería y comencé a comprar discos.
—¿Qué sabías de The Beatles hasta ahí?
—No había escuchado nada porque escuchaba las big band, y mi hermana con Tulio (hermano) compraban discos de canciones románticas italianas como las de Peppino di Capri, Ornella Vanoni y Mina (Mazzini), y de Los Iracundos.
—¿Bailes memorables?
—Los de carnaval, en Echagüe, con las orquestas características como la Jazz Club, Los relámpagos, Los Diablos…
—¿Qué actividad laboral desarrollaban tus padres?
—Papá trabajó en el Banco Hipotecario y mamá falleció cuando yo tenía quince años. Papá se volvió a casar y tengo una hermana de ese matrimonio. Soy chozno de Urquiza y a papá lo invitaban a los actos. Mi hermana tiene los documentos.
—¿Qué imaginabas ser cuando mayor?
—Piloto de aviones porque me apasiona la aviación y era adicto a las películas de guerra.
—¿Leías?
—Bastante, tengo buena ortografía y buena letra (señala los prolijos guiones de su programa radiofónico).
—¿Algún libro revelador?
—Recuerdo los de la escuela, era bueno en Historia, Geografía y Castellano, y cuando fui más grande me gustaron las novelas. Tras fallecer mi madre me internaron en La Fraternidad, en Concepción del Uruguay, donde hice la secundaria, tuve muy buenos profesores y me hizo muy bien. También nadaba.
—¿Cómo viviste ese cambio?
—Bien, Concepción me encantaba y había pibes de todo el país. No me recibí porque debo Física y Química, y era medio vago para estudiar.
Plomo, Brujos y música inglesa
—¿Qué hiciste al volver?
—Antes de la colimba, en la infantería de marina, anduve de plomo con Los Brujos, que habíamos llevado a Concepción del Uruguay para un baile de la primavera. Recorrí durante dos años gran parte del país. Dos semanas antes de que me dieran la baja me ofrecieron dar la vuelta al mundo en la Fragata Libertad pero preferí irme de baja. Acá tuve la suerte de entrar a El solar del duende, mi primer boliche.
—¿Qué escuchaste tras ese primer simple de The Beatles?
—Siempre me gustó la música inglesa y el soul, y apareció el rhythm and blues.
—¿Conocías el idioma?
—No, me gustaban las melodías y armonías. Lo aprendí mucho, leo y entiendo, gracias a los discos.
—¿Otro impacto comparable a ése?
—Aparecieron los Rolling y nos peleábamos entre amigos por cuál era mejor, aunque había quienes eran fanáticos de Palito Ortega y de Leo Dan. Aunque no era para boliche, me prendí mucho con Pink Floyd, Yes, el rock sinfónico, Santana con un rock centroamericano que era una barbaridad, Eagles, The Doobie Brothers, música negra, Earth, Wind & Fire, Tina Turner… estaría dos horas.
De pasatiempo a profesión
—¿Cómo era el trabajo de disc jockey por entonces?
—Comencé pensando que sería un pasatiempo, pero me fue bien y cuando entré a La Belle Epoque comenzaron a pagarme bien. Lo más extraño era que ibas a las diez de la noche, y a las diez y media estaban todos bailando, hasta las cinco o seis de la mañana. Se trabajaba con bandejas y discos. En El Solar estuve cinco meses, porque ya estaba decayendo, y tuve la suerte de que me llevaran a La Belle, en su esplendor, donde las chicas iban de largo, los vagos con riguroso traje y en la puerta El Gordo Romero decía “vos no entrás, vos no entrás…” Estuve tres años y me llamaron de Borboleta, donde estuve diez años.
—¿Otro boliche de moda?
—Natacha.
—¿Cómo te informabas de las tendencias?
—Escuchaba programas como Modart en la Noche, y Música con Thompson y Williams. Cuando hacía guardia en el Edificio Libertad tenía una radio con un audífono chiquito para escuchar los programas de Buenos Aires. Y compraba la revista Pelo.
Momentos de La Belle y de Borboletta
—¿Un momento especial en La Belle?
—Cuando llegué aún utilizaban la onda de los boleros, mucho Frank Sinatra y temas pegadizos; comencé con el rock y el soul, Aretha Franklin, Wilson Pickett, Earth, Wind & Fire y Pink Floyd, porque había una generación que terminaba. Una vez viene Lito (Sonaillon, propietario) para decirme que cambiara la música, me encerré con llave en la cabina, golpeaba y me gritaba ¡cambiá la música! Yo le decía ¡mirá la pista!, que estaba llena. Se fue y a la hora me mandó un vaso de whisky. En 1973 Lito me llevó a Buenos Aires, estuvimos una semana conociendo boliches y comprando discos, pero no noté ninguna diferencia musical con lo que hacíamos.
—¿Cuándo lo asumiste como tu profesión?
—Se fue dando. En Borboleta pasé a ganar más del doble de lo que ganaba en La Belle, era soltero, pude comprarme un auto… y pude ir a trabajar a Enterprise, en Mar del Plata.
—¿Un recuerdo de Borboletta?
—¿Te acordás que en el medio había un plantero?
—Sí.
Cuando vino a jugar la selección francesa de rugby hubo una fiesta en su honor, vi que uno de los jugadores comenzó a mear las plantas, que cuidábamos mucho con mi hermano, salí, lo enfrenté, vino el director técnico y lo mandó a la habitación. Hubo desfiles de modelo con Teté Coustarot y el jet set de Buenos Aires.
—¿Fue insuperable?
—Sí, más importante que La Belle. Cuando Borboleta cerró en 1985, Lito me dijo si quería volver, volví, estuve un año y me ofrecieron ir a Paradise, por más plata y donde estuve dos años.
—¿Dónde ganaste mejor?
—En Paradaise y Borboleta, donde trabajaba de martes a domingo. Me casé trabajando en Borboleta y comencé a comprar discos en Buenos Aires. También tuve una entrada económica muy buena cuando grababa casetes, de enganchados, seis o siete por día.
—¿Cuántos discos de vinilo tuviste?
—Unos 4.500, vendí todo, a principios de los 90 cuando comenzó el CD, al igual que las bandejas, y me arrepiento.
—¿Porque ahora volvió el vinilo?
—¡Y sí! Cuestan una fortuna y prácticamente los regalé, pero me sirvió para comprar los CD.
—¿Cuándo termina la época de los boliches clásicos?
— Paradise fue el último que tuvo sillones y comodidades, porque luego apareció Danhes, con pocos sillones, mucha tribuna y más masivo. A La Belle la llenabas con 250 personas, al igual que a Borboletta, y tenían sillones de cuero y pluma de ganso, un lujo, barra, tragos largos y mozos. Ahora es imposible y, aparte, es horrible.
—¿Cuándo fue la última vez que fuiste a un boliche?
—Tuve un cumpleaños de 70, donde estaba Borboletta, el 23 de diciembre del año pasado, al cual me invitó Edgardo Proietto. Me llevó “de regalo” y me encontré con gente de mi edad. ¡No lo podían creer porque largué con una música épica! Fui por una hora y tuve que estar otra.
—¿Cuál era tu diversión preferida?
—Dormía, porque de noche trabajaba, los días de franco me iba a bolichear con mi hermano a Santa Fe y los sábados jugaba al fútbol, en la quinta de los Chapino.
—¿Escuchás música por fuera de lo laboral?
—En casa no escucho, salvo cuando chequeo el programa; soy muy peliculero y veo fútbol.
Amor por la radio
—¿Cuándo te metés en la radio?
—En 1986 comencé con FM Paraná y a los seis meses me vine a la Río, lo cual me cambió la vida porque amaba la radio y estaban en auge las FM en Buenos Aires.
—¿Cómo fue la sensación de pasar de un tipo de cabina a otra?
—Me fue a hablar Sergio Webi, quien me dijo que iba a abrir una radio, aunque yo tenía experiencia con JMR, de LT 9, quien cuando se iba de vacaciones le armaba los programas, con casetera y cinta abierta (risas, muestra unos carreteles que lucen de adorno). Fue un punto de quiebre, además de que la música en los 90 comenzó a cambiar. Cuando me fui de Paradise estuve siete años sin poner música, salvo en fiestas que me invitaban. En 1996 abrieron el VIP de Excándalo, para 300 personas y complemento de la disco, un boliche gigante que metía 5.000 personas, y estuve dos años y medio. Un día viene el dueño y me dijo “tenés que cambiar la música porque las chicas piden cumbia”, cuando había salido La Ventanita, del grupo Sombras. Le dije “buscate otro discjockey” y seguí con la radio. Hace algunos años hice una fiesta retro, con otro colega, y nos fue muy bien.
—¿Nunca trabajaste en algún programa radial?
—Hago La fiesta del fútbol, desde que Patronato estaba en la B, porque es una entrada económica extra.
—¿Cómo viviste el paso a las herramientas digitales?
—Bien; lo que no me gustaba del disco (CD), cuyo sonido era excelente, era el ruido, por el uso, y más trabajando de DJ.
—¿La fidelidad del vinilo no ha sido superada?
—Un CD sacado de una reproducción analógica es distinta a la digital. Por ejemplo, este de Simply Red (lo saca de la estantería) salió en 1985: el disco sonaba bárbaro y lo vendí, compré el CD, pero la cinta madre de esto es analógica, no digital. Las grabaciones de ahora en MP3 salen saturadas, porque, para las generaciones actuales, lo que más interesa es “escuchar fuerte”, sin la definición que tenía la cinta. Incluso los grupos graban así.
—¿Qué te atrae de las posibilidades actuales?
—¡Ojalá hubiera existido la computadora antes, es una maravilla para editar! Editaba con cinta abierta, calculando dónde meter las voces, bajar el volumen… todo a mano. Con la computadora hacés lo que querés.
—¿Qué día se emite Perdidos en el tiempo?
—Viernes a las 21, y sábados y domingos a las 19. Tengo una buena audiencia y 2.600 seguidores en el grupo de Facebook.
—¿Para qué target?
—Hay mucha gente de 40 años que le gusta esta música e inclusive chicos. Siempre están los clásicos: The Beatles, Rolling, Pink Floyd, música negra, Aretha Franklin, Earth, Wind & Fire, Al Jarreau, Kool & The Gang, Chaka Khan, Randy Crawford, BB King, Beth Hart, Gary Moore… y las bandas ELO, Alan Parsons, U2, Simple Man, Simply Red, Génesis…, con biografías y anécdotas.
“Los Beatles evolucionaron, los Rolling siguieron tocando igual”
Nipon, no sin cierta nostalgia, destaca por la creatividad musical las décadas de 1960 y 1970, y al momento de la opción Beatles-Rolling no duda en pronunciarse por su amor eterno.
—¿Cuál fue “la década” en términos creativos?
—La de los 70, por los cambios que se generaban, y la de los 60, por los Beatles, quienes incentivaron a todos y todos mamaron de ellos.
—¿Hoy: The Beatles o The Rolling Stones?
—Los Rolling siguen tocando como cuando empezaron y los Beatles durante los casi diez años en que estuvieron juntos cada disco fue una evolución, una evolución continua. Los Rolling, excelentes en lo suyo, siguieron tocando lo mismo. Los Beatles son los Beethoven del siglo XX, lo cual ahora se está apreciando y en unos años será más todavía.
—¿Qué rescatás de lo actual?
—Hay bandas inglesas muy buenas. Coldplay es una buena banda, pero me siguen gustando los viejos, y se están yendo todos. Sigo escuchando a Eagles, David Gilmour, Toto… bandas excelentes, porque no veo la creatividad de antes. Los solistas ingleses cantan muy bien pero algunos graban porquerías para vender. Pero ves los show en vivo y son una barbaridad cómo cantan.
—¿A qué lo atribuís?
—A la absoluta comercialización de la música y la falta de creatividad. Hay una cantante negra que me encanta cómo toca el piano y cómo canta, Alicia Keys, pero escuchás un disco de ella y no te gusta porque no usan de base una batería sino todo electrónico. Me gusta la guitarra, el bajo, caño, saxo, piano… ¡el instrumento! La música electrónica me aburre porque es todo igual y el reguetón es una reverenda porquería, al igual que el trap o la música urbana, más allá de que puedan decir algo interesante.
—¿Te amigaste con la cumbia?
—¡Nunca, no me gusta nada! Los mejores de todos, por lejos, son Los Palmeras pero no compraría un CD ni en pedo. En casa se escuchaba otro tipo de cumbia, como la de Los Wawancó. La salsa me gusta mucho, por las instrumentaciones espectaculares.
—Vas a vivir a una isla sin conectividad, con un soporte para una playlist de cinco temas: ¿cuáles?
—(Risas) ¡Qué complicado! Algo de los Beatles, como el lado B de Abbey Road, que me encanta, algo de Aretha, de Pink Floyd, de Yes y de jazz.