María Retamar, ex docente y directiva de una escuela, sabía de la catástrofe educativa y social en primera persona, por vivirla en la cotidianeidad de su actividad. Mientras imaginaba su futuro ante la inminente jubilación, un amigo fue la oportunidad para conocer la labor de la fundación Fonbec (Fondo de Becas), cuyo objetivo primordial es evitar la deserción por falta de recursos económicos en cualquiera de los niveles de la educación. La referente paranaense de dicha institución explica el funcionamiento de la relación entre “padrinos” y “ahijados”, y realiza un pedido de solidaridad al mundo empresarial.
Educación, solidaridad y vínculos, una poderosa fórmula
Por Julio Vallana
Foto: UNO/Mateo Oviedo
Foto: UNO/Mateo Oviedo
Victoria y los chaná-timbú
—¿Dónde naciste?
—En Victoria, zona del Club Huracán, donde viví hasta los 16 años, cuando vine a estudiar acá el profesorado de Historia.
—¿Cómo era en tu infancia?
—Calles tranquilas y con lomadas, jugábamos en las veredas y todos nos conocíamos. Vivíamos en el club haciendo deporte y mis padres formaban parte de la comisión directiva. Cerca están la terminal de ómnibus, la escuela primaria, la cárcel, la plaza y el Club 25 de Mayo, también muy querido.
—¿A qué más jugabas?
—Éramos todoterreno, andábamos en bicicleta, en karting hechos con rulemanes y cuando llovía nos tirábamos por las calles. Estábamos todo el día en casa de amigos.
—¿Leías?
—No tanto, era más del básquet y el patín artístico.
—¿Qué actividad laboral desarrollaban tus padres?
—Mi padre era gasista y trabajaba para una constructora y mi madre maestra de la escuela donde yo fui, aunque primeramente estuvo en Mojones Norte, Villaguay, que era como El Impenetrable, y después fue a la zona del Quinto Cuartel.
—¿Sentías una vocación?
—Mi mundo pasaba por la arqueología y las civilizaciones antiguas. Había un grupo de entusiastas, amigos de mi madre, que se dedicaban a rescatar en las islas restos arqueológicos y alfarería de los chaná-timbúes, actividad que inició un pescador. Formaron un museo arqueológico, se hicieron charlas y exposiciones, lo cual para mí fue una influencia, pero en el anteúltimo año de la secundaria murió mi padre y los planes cambiaron, porque tenía que irme a estudiar a Tucumán o La Plata, y en cambio vine acá a estudiar Historia. El grupo pudo conectarse con la viuda de un arqueólogo muy conocido de Rosario, de apellido Gaspari, quien dejó sin editar un libro muy valioso sobre esa cultura, sobre la cual había trabajado en la zona.
—¿Te impactó algo particularmente?
—Sí; un día un islero le dijo al pescador que había encontrado restos y que los llevaría al lugar. Me acuerdo cuando se organizó la expedición, tenía doce años, fuimos y había un esqueleto completo de un chaná, de color rojo, por el tratamiento simbólico que le hacían a los muertos, lo cual nos impresionó. Estuvimos todo el día para sacarlo y lo llevamos. También había cerros artificiales, muy altos, para enterrar a sus muertos.
De la formación de excelencia a la debacle
—¿Qué materias te gustaban?
—Fui a una escuela que fue un emblema, como la Normal, orgullo de muchos entrerrianos. Tuve un equipo de profesores excelentes, por su preparación y conocimiento. Mucho de lo que recuerdo tiene que ver con eso, como el idioma francés, la Historia del arte, con el profesor Lami; era un nivel muy elevado, comparado con la media de hoy.
—¿Fue contrastante tu formación con la del profesorado de acá?
—En la Normal de acá mis profesores fueron de un nivel impresionante y las clases eran un placer; conocí a los profesores Firpo y Vilar.
—¿Sufriste el cambio al mudarte?
—No, fue bueno porque vine con una amiga; una época hermosa.
—¿Mantuviste la relación con la arqueología?
—Después de mucho tiempo conecté conocí al padre de un compañero de estudio, Miguel Mernes, a quien acompañamos en su estudio e investigación de los túneles de Paraná, incluso bajé al aljibe de la Plaza 1 de Mayo pero no pudimos hacer nada porque estaba taponado de basura. También hicimos trabajos en el Parque Urquiza y otros lugares, y lo acompañé a congresos y a Victoria, donde también exploramos.
—¿Dónde ejerciste la docencia por primera vez?
—Si no me equivoco… está frente a la UTN; tenía 22 años, y otras horas en la escuela de Paraná XIV. La formación que tuve me dio mucha seguridad y nunca sufrí mi profesión, lo cual hoy escucho. Viví de mi trabajo y fui feliz. Después estuve en la Escuela Scalabrini Ortiz, donde me quedé.
—¿Qué momentos marcás como hitos en cuanto a la decadencia del sistema durante tus 28 años de actividad?
—Pasaron cosas no particularmente con una gestión. La declinación fue muy rápida y nunca paró. A mediados de los 90, cuando comencé a dar clases, y finales, todavía disfrutaba de una escuela que daba determinados aportes valiosos a los chicos. Después se puso muy complicado, se notaba de todo y se fragilizaron las instituciones en todos los aspectos. Cada gestión volvía a comenzar desde cero o iba para atrás, y no puedo rescatar una etapa como buena. En los últimos diez años hubo un gran empobrecimiento social y muchas familias ya no se preocupaban porque sus hijos estudiaran, sino que solo iba a la escuela para asegurarse la ayuda social, pidiendo que le firmen la libreta de Anses. Cada vez fue más fuerte y evidente, con más cantidad de chicos queriendo comer en la escuela, atravesados por la droga, violencia familiar y abusos.
—¿La escuela, en general, colapsó?
—Tuve la suerte de estar mis cinco últimos años de trabajo dirigiendo una escuela, muy humilde y cerca de acá (Parque Gazzano) y comprobé que el equipo de profesores, ordenanzas e incluso los padres de los chicos dieron lo mejor para que fuera un lugar, no igual al que estudié pero nos acercamos mucho a lo que viví en mi secundaria. Fue un momento hermoso.
—¿Qué pensaste que nunca verías siendo docente y directiva?
—Nunca pensé ver chicos con muchas oportunidades en cuanto a lo tecnológico y facilidades de acceso al conocimiento, que yo no tuve, pero con muchísimas imposibilidades y fragilidades. Aquello no los ayuda a ser personas más fuertes y seguras frente al futuro, sino todo lo contrario.
De padrinos y ahijados
—¿Cómo te relacionaste con la fundación?
—Estando con un amigo, Juan Carranza, quien es cura en Santa Fe y que se cruzaba durante la pandemia, charlábamos sobre qué iba a hacer al jubilarme, a lo cual le tenía un poco de miedo porque me levantaba todos los días a las cinco de la mañana y me acostaba a la 1 de la mañana. Me negaba a pensarme haciendo manualidades o cocinar, porque lo haría muy mal (risas). Me dijo que “Dios me daría un respuesta” pero hizo lo suyo (risas) porque él es amigo de Facundo Garayoa (presidente de Fonbec), le comentó que tenía una amiga en Paraná, jubilada y con tiempo, y me dijo que lo llamara. Pasó un buen tiempo, lo llamé, me dijo que me estaba esperando y me contó lo que hacía.
—¿En qué contexto nació?
—Él es ingeniero mecánico, daba clases en la universidad de Córdoba y uno de sus mejores alumnos le dijo que no podía seguir estudiando por cuestiones familiares y económicas, lo cual lo shockeó y se planteó qué hacer. Se lo comentó a un amigo, y consiguieron pasajes y ayuda. Facundo también hacía actividades catequísticas para niños y mayores, conoció a una viejita de una parroquia que “era un camión”, porque había puesto de pie al barrio, y quien le dijo que había una nena muy pobre y muy buena alumna. Eso también lo marcó y un médico amigo le dijo que se despreocupara porque “la acompañaría económicamente durante toda su carrera”.
—¿Fue el germen de la figura del padrino?
—Exacto, ya que otros amigos de Facundo también comenzaron a pensar cómo ayudar y a acercar a quien tiene la necesidad con quien puede dar una mano, sabiendo que la educación es lo mejor que puede tener un ser humano.
—¿Cuál es el perfil predominante de los padrinos?
—Todos son personas que tienen como valor muy importante el acceso a la educación en sus vidas y también es común que digan que la vida les cruzó con personas que le dieron una mano en una situación límite.
—¿Dónde más desarrollan la actividad?
—Hay 16 filiales en todo el país y nosotros somos los más nuevos. Mientras la sociedad se enloquecía con el virus, yo arrancaba acá con dos compañeras, con mucho miedo por la responsabilidad, pero aparecieron los ahijados, los padrinos y gente en otros países que sin conocernos quería ayudar. El primer año la mayoría de los padrinos no eran del mismo lugar que el de los ahijados. Hubo y sigue habiendo una sociedad que confía en el otro, la reserva moral de una gente que habitualmente no se ve en los medios.
—¿Un anécdota de esa primera etapa?
—Con una paranaense a quien no le conozco el rostro y que vive hace 33 años en Londres. El primer año de la pandemia recibí un mensaje por WahtsApp diciendo que quería ayudar. Me comuniqué, me contó quién era, que hacía ayudas y que sabía de la fundación. Giró un dinero que sirvió para becar por un año a una de nuestras primeras becarias, de Las Garzas. Jerónimo, una persona de 44 años de María Grande a quien le va muy bien y quien se fue a los 17 años a Alemania, se enteró por las redes sociales de nuestros pedidos y hoy apadrina a dos chicos de Paraná. En 2021 vino a conocer a sus sobrinos y también conoció a su ahijada.
Ahijados y vínculos
—¿Cómo buscan a los potenciales ahijados?
—El primer año la actividad fue a través de conocidos del ámbito de la educación quienes decían, por ejemplo, “este chico es excelente y tiene una historia de vida que hay que ayudarlo ya.” Luego siguieron vecinos, amigos y las redes sociales tuvieron un impacto muy positivo. Vivo en un departamento pegado al Parque Gazzano, un día durante la pandemia salgo a pasear el perro, me cruzo con mi vecina de la planta alta, Carina, docente de la Escuela Hogar, le cuento lo que estaba haciendo, nos despedimos y al rato vuelve diciéndome que tenía alguien a quien podía ayudar. Me dice “Yoel está viviendo arriba de tu casa”, es un nene que vivió desde los seis hasta los 11 años en los Ángeles Custodios, alumno de la Escuela Hogar, fue escolta de bandera. Es alumno de mi vecina, cuando llegó a esa edad conversaron sobre su salida del hogar y el chico le dijo a la monja “me voy a ir a vivir a lo de El Colo”, su mejor amigo e hijo de su maestra. Fue el primer ahijado.
—¿Pero cómo es la gestión?
—El chico llena una solicitud con sus datos y si es menor lo hace un tutor, hay una especie de “banco de espera”, y paralelamente buscamos las personas que ayudan, los padrinos para cada uno de ellos. Al padrino se le explica y cuando se aprueba su ingreso a la fundación, deposita en una cuenta única el dinero que le aportará a su ahijado.
—¿Quién define la prioridad?
—Es parte más difícil porque todas las historias son delicadas y necesitan un padrino “ya”. Se prioriza quien lo necesite con mayor urgencia. Lo maravilloso es que el padrino que llega es “para ese ahijado”. Así ha sucedido con las más de 20 historias hasta ahora.
—¿Qué descubriste a partir de esta actividad?
—-Como directiva docente conocía una realidad muy dura, así que son historias que veo desde hace muchos años. Igualmente no deja de dolerme, más allá de que esté “naturalizado”.
—¿Hay algún tipo de encuentro entre el padrino y el ahijado?
—Cuando el padrino hace la solicitud tiene la opción de elegir si quiere conocer o establecer algún vínculo con su ahijado. Los becarios tienen la obligación de, periódicamente, presentarles sus calificaciones con una carta en la cual cuentan cómo va su vida. Además, hay un monitoreo de los voluntarios de la fundación para sostener el vínculo.
—¿Cuál es el mensaje para quienes quieran ayudar?
—Que siempre se está a tiempo y lo que piensa que se puede hacer, que lo haga, porque la persona, el cómo y el dónde aparecerán. En las últimas 24 horas (martes 14) se sumaron dos madrinas para dos chicos que estaban en lista de espera.
“Nos falta llegar a los empresarios, que sé que son generosos”
La responsable de Fonbec en Paraná admitió como déficit la falta de relaciones con el mundo empresarial e instituciones oficiales que por sus características podrían ser potenciales colaboradores para favorecer el acceso a la educación de quienes carecen de los recursos necesarios.
—¿Qué déficit observás a medida que la organización ha crecido?
—Mi círculo y sistema de relaciones tienen que ver con la educación, y nos falta llegar al mundo de las empresas e instituciones grandes, que sé que son generosos. En otros lugares de Argentina las empresas becan a través de Fonbec a muchos chicos, así que les pido a esos sectores que nos contacten porque esto se hace con seriedad y amor.
—¿Pueden participar instituciones estatales?
—Hace poco se contactó conmigo una persona del Tribunal Oral Federal y me dijo que habían decidido donar los fondos de una causa a Fonbec. A quien fue sentenciado se le explicó que su dinero iba ir a Fonbec, dijo que estaba de acuerdo y el dinero fue depositado en la cuenta oficial de la fundación.
—¿La ayuda tiene que ser exclusivamente económica?
—Hay quienes no han podido ser madrinas pero, por ejemplo, donaron mochilas nuevas y hay una persona que tiene un gimnasio y apadrina a los chicos para que asistan al mismo en forma gratuita.
—¿Qué direcciones tienen en las redes?
—En Instagram, la página oficial de Fonbec y por WhatsApp 343- 4747730. También hace poco que se formó un equipo de voluntarios y padrinos en Concordia.