Marcelo Medina / De la Redacción de UNO
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Dos hombres condenados por trasladar droga en colectivo
El eslabón más débil del narcotráfico otra vez tras las rejas. Hombres y mujeres sin trabajo nacidos en zonas con poca oferta laboral dispuestos a jugarse la libertad fruto de la desesperación económica son los “empleados” preferidos de los narcos, que siguen libre amparados por el poder.
Las denominadas mulas son personas que viven en lugares inhóspitos donde la oferta laboral no abunda. Si bien esto no justifica el delito que cometieron, debería servir para que los gobiernos abran los ojos y apunten con políticas sociales y de inclusión a esas ciudades.
En la semana en Paraná, el Tribunal Oral Federal dictó condenas a prisión efectiva a las denominadas mulas: un peruano, dos paraguayos y un hombre y una mujer nacidos en Argentina. El peso del Código Penal otra vez recae con contundencia sobre los más débiles y sigue sin llegar a los verdaderos empresarios de la droga.
Entre los condenados hay dos muy similares: dos hombres que fueron arrestados, uno en 2012 y otro en 2013, en operativos realizados en la ruta 14. Las similitudes que tienen los casos son: ambos son de clase media, se hicieron mulas por plata, no tenían trabajo y viajaban en colectivo trasladando marihuana en bolsos a Buenos Aires. Los dos reconocieron que la droga les pertenecía. De esta forma evitan colaborar con la investigación y dar datos de los verdaderos narcos, que son los que les deben interesar a las fuerzas de seguridad detener. El argentino recibió una pena de cuatro años y seis meses de cárcel de cumplimento efectivo que se le unificó con otra que tenía por homicidio por eso pasará 10 años y seis meses tras los muros; mientras que el paraguayo recibió una condena de cuatro años y cuatro meses.
Lo último que alcanzó a hacer Carlos Miño antes de ser detenido fue enviarle un mensaje de texto de su novia. “Sos lo que más quiero, pero a este compromiso ya lo tenía planeado, y al de la semana que viene también”. El hombre nacido en Paraguay sabía que todo se terminaba ese martes 4 de diciembre de 2012. El colectivo había sido detenido por la policía en Zárate-Brazo Largo. Los funcionarios subieron y, según se desprende del expediente, lo vieron nervioso. Le pidieron abrir las dos mochilas que tenía y ahí todo concluyó: había 20 kilos de marihuana. Lo único que dijo Miño fue que al colectivo lo había tomado en Posadas, en la provincia de Misiones y que tenía como destino Retiro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. De inmediato quedó detenido en la cárcel de Gualeguaychú.
Ante el Tribunal reconoció que llevaba droga: “Yo reconozco lo que hice”. También comentó que trabajaba para personas de Buenos Aires y que por el viaje cobraba entre 4.000 y 5.000 pesos, más los gastos. Aseguró que en la Unidad Penal Nº 2 lo tratan muy bien. Miño mencionó que trabaja en la cárcel donde recibe una retribución mínima, simbólica, por lo que hace. “Estoy haciendo todos los cursos y talleres”, precisó el hombre que lleva preso un año y cinco meses. Afirmó que en la prisión estudia para poder tener las salidas condicionales por buena conducta. Antes de culminar, el preso realizó dos pedidos: “Me preocupaba saber si el tribunal me dejará ir a la casa de mis padres una o dos veces. Viven en Encarnación, frente a Posadas”, y la otra solicitud tiene que ver con la reparación de los teléfonos de la Unidad Penal de Gualeguaychú porque están incomunicados.
Nombre falso, droga y un crimen
Sergio Romero viajaba desde Iguazú a Buenos Aires con un nombre falso porque estaba en libertad condicional, ya que en 2008 había sido condenado a ocho años de cárcel por homicidio simple.
En el expediente figura que pertenece a una familia humilde y numerosa. También dice que se gana la vida como jornalero y que por sus tareas cobrar casi 200 pesos por día.
El 5 de marzo de 2013, a las 6.45 su vida otra vez volvió a cambiar porque le encontraron 21 kilos de marihuana. El personal del Escuadrón 4 Concordia de Gendarmería Nacional Argentina, apostado en el kilómetro Nº 280 de la ruta nacional N° 14, procedió al control físico y documentológico de un colectivo de la empresa Singer, interno Nº 769, proveniente de la ciudad de Puerto Iguazú, en Misiones y con destino a la Ciudad de Buenos Aires. En la baulera del coche, el can detector de narcóticos, Bruja, indicó la presencia de estupefacientes en dos bolsos de color verde tipo camuflado, que se encontraban identificados con los tickets números 01514584 y 01514585. La prevención procedió entonces a examinar la totalidad de los boletos de los pasajeros, no pudiendo hallarse en principio los talones de control correspondientes a los bolsos, hasta que los mismos fueron ubicados adosados en el reverso de un pasaje emitido a nombre de Matías Benítez que se encontró debajo del apoya piernas de la butaca N° 5, donde viajaba Sergio Javier Romero.
Al revisarse los dos bolsos detectados en la baulera, se constató que en su interior contenían paquetes marihuana, los que se encontraban envueltos en cinta engomada color ocre.
Romero reconoció que la droga era de él y, como muchos, evitó dar el nombre de los narcotraficantes que lo habían contratado por 4.000 pesos. El Tribunal le impuso una pena de cuatro años y seis meses de prisión y una multa de 3.000 pesos. Además le unificó la condena en 10 años, ya que es reincidente. Romero en la cárcel no estudió ni aprendió ningún oficio. Lo único que le pidió a los jueces es que lo envíen cerca de su familia que está en Misiones. En la sentencia el Tribunal reconoce la situación de vulnerabilidad que atraviesa el condenado que es muy similar a las cientos de mulas que llenan las cárceles del país.