“Sacarme una foto a mí es como pegarme un tiro en la frente", les había dicho el empresario Alfredo Yabrán a los periodistas de la revista Noticias que le hicieron una entrevista en su chalet de Pinamar en el verano de 1996. Fue su respuesta cuando quisieron acompañar con su retrato el reportaje en el que se defendía de la campaña pública en su contra que encabezaba el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, quien lo acusaba de liderar una “mafia enquistada en el poder”. Así lo cuenta el periodista Gabriel Michi en “El fotógrafo y el cartero: el crimen de Cabezas”, el documental que Netflix lanzó en la Argentina hace un par de semanas y que puede verse en la plataforma de streaming.
Periodistas: las lecciones de Cabezas y los desafíos de hoy
Por Ramiro García
José Luis Cabezas fue asesinado el 25 de enero de 1997.
Unos días después, el reportero gráfico de Noticias, José Luis Cabezas, obtenía en un balneario de Pinamar la foto que le costó la vida. La Argentina conoció el rostro del siniestro empresario y desde entonces Yabrán tuvo que salir de las sombras para defenderse en los medios. Un año después, el 25 de enero de 1997, el cuerpo de Cabezas fue hallado en un camino rural, con dos tiros en el cráneo e incinerado, dentro de un auto que ardía en llamas.
El documental de Netflix es recomendable porque cuenta con mucho detalle la trama del homicidio y porque permite conocer a quienes no vivieron o no recuerdan aquella época un crimen que marcó a la sociedad argentina como pocos lo hacen. Como lo hizo, por ejemplo, el del fiscal Nisman.
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A pesar de que Cabezas, en rigor, ejercía la profesión de reportero gráfico, el documental también merece una mención hoy, a propósito del Día de las y los Periodistas, por las lecciones que ofrece sobre este oficio. En su desarrollo se observa, o se interpreta, el clima de época que vivía el periodismo argentino de la década del ‘90, muy distinto al actual y al de los últimos años. El film bien podría incluir referencias a otras investigaciones periodísticas que signaron aquellos años y revelaron oscuros pactos de poder político y empresario, pero el caso Cabezas es un ejemplo icónico.
Sería ingenuo romantizar el periodismo, o mejor dicho a las empresas de comunicación de los ‘90, como exentas de los vicios y las complicidades con los poderes que vemos hoy. Y sería injusto subestimar a colegas y medios que, actualmente, priorizan su pacto con sus lectores y con la verdad por encima de los acuerdos, las ofertas y las presiones de gobernantes y financistas.
Tampoco hay que viajar en el tiempo a la Costa Atlántica de 1996 para encontrar estos ejemplos: acá en el pago, entre muchas otras, están las notas de la revista Análisis que desembocaron en investigaciones y condenas judiciales de corruptos.
Hace un año esta misma columna se refería a los riesgos del oficio periodístico en la actualidad. Estaba el Covid, algo que hoy parece resuelto con las vacunas. Lo que sigue cundiendo entre las y los trabajadores de prensa es la precarización laboral, que obliga a tener varios trabajos para arañar un sueldo digno; el ‘multitasking’, que impone la ejecución de diversas tareas (generalmente por la paga de una sola) e impide la especialización; y la falta de tiempo para producir contenidos de la calidad que merecen lectores y audiencias.
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En la otra cara de la moneda, el periodismo de hoy cuenta con recursos tecnológicos por los que los reporteros y redactores hace 25 años hubieran dado un brazo. Las toneladas de datos que se encuentran en Internet, lo rápido que circula la información y la cantidad de personas que pueden acceder a ella crecen abismalmente año tras año. Una oportunidad sin precedentes para el oficio, para el derecho de la población a informarse y para construir cada vez mejores experiencias de lectura. Sin olvidar la tarea primera que debemos saber y ofrecer, primera antes que ninguna, las y los periodistas: contar una buena historia que le deje algo especial al otro. Una labor que requiere sostener, y en muchos casos recuperar, la salida a la calle y el contacto con la gente, una fuente de información, y fundamentalmente de empatía, que ninguna tecnología puede reemplazar.
Lejos de la nostalgia y el pesimismo, volver a Cabezas sirve para dimensionar la importancia de trabajadores comprometidos con su labor, sin importar la cara de quién quede al descubierto.