Por estos días la mayoría de los canales de televisión y medios digitales le han dedicado un buen tiempo a la escandalosa ruptura de Wanda Nara y Mauro Icardi, con lo cual otros temas de mayor importancia quizás han quedado relegados. Más allá de eso, a raíz de esta separación se suscitaron innumerables memes y acusaciones a la figura de quien sería “la tercera en discordia”. En el común de las conversaciones de la gente no ha faltado la adjetivación de “robamaridos”, “zorra” y otras tantas acepciones poco felices e inapropiadas para referirse a una mujer.
Ni "zorras" ni "robamaridos"
Una y otra vez el peso de todas las acusaciones recaen sobre la mujer, como si el varón no hubiera tenido participación alguna y como si hubiéramos vivenciado lo que en realidad sucedió entre las tres personas involucradas.
A partir de estas opiniones es oportuno detenerse en analizar algunas cuestiones. En principio, no se puede acusar a alguien de “roba maridos” cuando se entiende que toda persona casada o en pareja es responsable de sus propios actos, de decir que sí o que no a una proposición.
Al mismo tiempo, si bien vivimos en una sociedad donde las parejas son mayoritariamente monogámicas, hay quienes no consideran un límite que la otra persona esté casada. Son diferentes modos de vincularse y de vivir la sexualidad que posiblemente se salen de la norma ya que no se condicen con las formas habituales y culturalmente normalizadas.
El hecho de interesarse por personas que se encuentran comprometidas con otras y que, además, han conformado una familia, también puede leerse como un acto que las termina por definir como malas personas. No obstante, hay quienes prefieren no reprimir sus deseos y vivir de forma más libre las relaciones amorosas, aún sin dimensionar los posibles daños que se pueden ocasionar.
Ahora bien, señalar y juzgar a una mujer de la forma en que se hizo estos días, tanto en los medios de comunicación como en las charlas banales entre amigos, sólo deja al descubierto cuánto nos falta aprender en cuanto a cómo vincularnos. Son estos mismos vínculos, caracterizados por actos de control (con actitudes como revisar el celular), y por considerar al otro/a como una posesión, lo que nos lleva a pensar en cuan necesaria se torna una educación que inste a repensar la afectividad, las relaciones, y las masculinidades.
Puntualmente este caso toma relevancia porque son figuras del espectáculo y el deporte. Pero situaciones como éstas son las que a diario viven otras parejas y matrimonios que muchas veces por tratarse de un engaño o infidelidad se desencadenan otras expresiones y formas de violencia.
El señalamiento que puede sufrir una mujer en un barrio, en una localidad pequeña o en la televisión por sus acciones es una expresión machista que denota lo que culturalmente se ha establecido como lo correcto. En ese sentido, se recompensa a las mujeres que cumplen expectativas patriarcales y se castiga a las que no lo hacen.