En la batalla de Villar, después de volver locos a los realistas al mando de la guerrilla, al norte de Chuquisaca y las selvas de Santa Cruz de la Sierra, Juana Azurduy logró escapar con dos proyectiles en su cuerpo, pero su compañero, Manuel Asencio Padilla, cayó y su cabeza fue exhibida en una pica. Juana, que ya había perdido a cuatro de sus cinco hijos, en su huida se enteró de su viudez e intentó regresar al campo de batalla para morir junto a su amor. Sus lugartenientes la disuadieron. Tenía 35 años y sobrevivió. Ostentaba el grado de teniente coronel, vestía uniforme y blandía el sable que acompañó a Manuel Belgrano en Salta y Tucumán, y que el mismo general le había entregado, por sus méritos. Había llegado hasta allí con el anhelo de ver su tierra libre.
Juana Azurduy, Mercedes y la Matria
Juana Azurduy, Mercedes y la Matria.
Sentí terrible curiosidad por la historia de esta mujer a los nueve años, cuando escuché por primera vez a Mercedes Sosa cantar “Juana Azurduy, flor del Alto Perú, no hay otro capitán más valiente que tu”, (la letra de Félix Luna, la música de Ariel Ramírez y la conmovedora voz de Mercedes). Pregunté en la escuela, pero las maestras no la conocían y los manuales no la mencionaban. Ya en el secundario, revolviendo libros de historia argentina, recién pude enterarme jirones de su vida. Al quedar huérfana, sus tíos la habían dejado en un convento para que fuese monja, pero su rebeldía hizo que la superiora la echara a los 16 años. Juana había nacido en 1780 en Toroca (hoy Bolivia), en plena rebelión de Túpac Amaru, por eso no era extraño que no se quisiese doblegar a la tiranía familiar, ni a la española.
Según la historia revisionista Juana Azurduy iba a la vanguardia de “Los Leales”, con asombrosa temeridad durante la guerra de la Independencia, bajo el régimen de las “republiquetas” y al mando de Belgrano. Participó en más de 30 combates y su accionar, junto a Padilla, permitió reconquistar Arequipa, Puno, Cuzco y La Paz, que estaban bajo el dominio realista. En su viudez Juana siguió peleando junto a Uriondo, Méndez y los hermanos Rojas. Y estuvo al mando de Güemes hasta el asesinato del General. Cuatro años después de su regreso a Chuquisaca, Simón Bolívar le concedió una pensión vitalicia de 60 pesos que, gracias a la burocracia, debió mendigar, como tantos héroes de guerra. Y como tantos murió en la pobreza y la soledad.
Si se recorre la historia de la Independencia hay una constante: en el interior y sin recursos, hombres y mujeres de mucho coraje y abnegación, libraron batallas heroicas sin ayuda de los gobiernos centralizados en Buenos Aires -y hasta en oposición a éstos- como lo hicieron José de San Martín, Manuel Belgrano y Miguel de Güemes y sus subordinados. Para sus expediciones usaron el ingenio y los recursos que aportaba el pueblo con mucho sacrificio. En la historia escolar no mencionaban a Juana, ni al alférez Manuela Pedraza, de destacada actuación durante las invasiones inglesas; ni a Macacha Güemes, la valiente hermana, espía, estratega y soldado del general salteño; mucho menos a la mulata María Remedios Del Valle, capitana de la tropa de Belgrano que peleó en Vilcapugio, Ayohúma, Tucumán y vivió el Éxodo jujeño. De Mariquita Sánchez solo estaba la imagen de una mujer lánguida tocándose el pecho y entonando el himno, que “prestaba su casa” para que los hombres decidieran allí el futuro de la nación. Luego supe que hizo un juicio de disenso para poder librarse del marido que le imponía la familia y poder casarse con su primo a quien amaba; y también que abrió su fortuna para financiar la revolución y subvencionar orfanatos y hospitales.
Tampoco me ensañaron en la escuela que en la guerra de Zapa San Martín se valió de mujeres como “La Chingolito”, quien arriesgó su vida en las filas de Casimiro Marcó del Pont, como doble espía. Le transmitía al jefe español datos falsos que terminaron en decisiones militares erróneas, en favor del Ejército de Los Andes y le mandaba a San Martín códigos numéricos escritos con zumo de limón que solo se revelaban ante las llamas de las velas. No mencionaban a Carmen Ureta, a Mercedes Sánchez, a Eulalia Calderón ni a Agueda de Monasterio, quienes participaron de la valiosa red de espionaje entre San Martín y los patriotas chilenos. La última, descubierta y torturada hasta la muerte.
La historia de la Independencia está llena de mujeres anónimas, soldados, espías, enfermeras, lavanderas, costureras, cocineras, curtidoras, campesinas que alimentaron las tropas. Este 9 de julio se escucharon gritos de “Viva la Patria”. Mañana -12 de julio- es el natalicio de Juana Azurduy, que esta vez el grito sea “¡Viva la Matria!”.