Existe la creencia general de que la declaración “educación universal, gratuita y obligatoria” garantiza, per se, la llegada a ella de todos los sectores en una manera uniforme e igualitaria. La realidad estaría indicando algo absolutamente diferente, mucho más en estos tiempos de “aislamiento social obligatorio”.
Educar en tiempos de pandemia
Por Valeria Girard
A los problemas permanentes de nuestra educación, diría –más bien– de nuestro país, tales como pobreza, desnutrición, falta de infraestructura, realidades disímiles según geografía y sector social; ahora sumamos nuevas dificultades que terminan por magnificar las deficiencias de nuestro sistema educativo. Otra vez, en la desorganización imperante, de la que no puede decirse que sea “culpa” de nadie en particular, pues una vicisitud como la presente no era previsible y sus consecuencias mucho menos, tienden a ensancharse las desigualdades, la falta de oportunidades y el relegamiento de lo educativo a expensas de la crisis económica y social.
Una docente que recorre leguas y leguas para dejar en cada tranquera un trabajo para sus alumnos, una docente que utiliza una radio de amplitud modulada para llegar a todos sus alumnos, son encomiables ejemplos que reflejan el compromiso, la actitud responsable y, sobre todo, la firme convicción de que, ante todo y ante cualquier dificultad, ser docente es un “ser”, no un mero trabajo. Pero estos ejemplos constituyen solo una pequeña muestra del esfuerzo y dedicación que día a día ponen de manifiesto nuestros maestros y profesores de todos los niveles. La gran mayoría, por no decir todos, han tenido que aprender nuevas herramientas de comunicación y alternativas pedagógicas para intentar, una vez más, llegar al noble fin de enseñar.
Aplicaciones de videollamada, edición de audio, video, aulas virtuales, plataformas de intercambio, son solo algunas de las nuevas tecnologías que debieron ponerse a punto, todo junto, de un solo golpe. Y las que ya venían usando, debieron potenciarse al máximo por ser las de uso más masivo, como los grupos de la aplicación whatsapp.
Pero a esta altura cabe preguntarse ¿Tienen todos los estudiantes las mismas posibilidades de acceso a la red para realizar los trabajos allí propuestos?
En los últimos días han tomado estado público los casos de familias cuyo acceso a la red es nulo o, al menos, limitado. Sectores rurales sin conectividad.
En zonas urbanas, familias con tan solo un dispositivo para varios hermanos en edad escolar, Internet tomado de vecinos de casas linderas, imposibilidad de imprimir los trabajos, entre otros.
El resultado, como ya se ha dicho: se ensanchan las diferencias entre quienes tienen y quienes no tienen. Cuestiones que, en su totalidad, escapan a la labor docente. Los arrestos individuales no pueden subsanar falencias que son del sistema.
Claro que, en principio, todas las acciones de los trabajadores de la educación devienen de una ética individual fundada en valores, pero no es menos cierto que la sociedad en general y el estado en particular deben arbitrar los medios para que la educación sea efectiva y no una simple declamación proselitista.
¿Cómo es enseñar cuando el alumno no tiene la alimentación mínima asegurada?
¿Cómo es enseñar a estudiantes de educación para jóvenes y adultos que no pueden trabajar para llevar el sustento a sus casas?
¿Cómo se puede enseñar a niños y adolescentes que no tienen siquiera espacio físico para estudiar pues viven en condiciones de hacinamiento?
¿Cómo se hace para enseñar cuando en amplios sectores de la sociedad se dicen del docente que no quiere trabajar?
A pesar de lo que digan los defensores de la “meritocracia” que creen que todos pueden hacer lo que se propongan aunque no tengan las mínimas posibilidades, si algo debemos aprender de esta pandemia, es que no existe igualdad de oportunidades en educación si no hay posibilidades idénticas para todos, en lo económico, en lo social y en lo educativo. Solo así tendremos un país justo, lo demás es puro cuento.