La noticia sacudió la siesta nublada de enero de este miércoles en Paraná: falleció Sultanino, el nombre con el que todo el mundo conocía a Rubén Medina en la capital entrerriana. "El mundo" es una manera de llamar a los miles de clientes y visitantes asiduos que tuvo el librero y disquero que alimentó durante décadas la cultura local.
Falleció Sultanino, entrañable difusor de cultura en Paraná
Por Ramiro García
Foto UNO/Juan Ignacio Pereira
Rubén Medina murió a sus 82 años, de los cuales unos 60 vivió en Paraná, y fue velado e inhumado este miércoles. La novedad fue publicada en las redes sociales por Paraná Hacia el Mundo y por el portal Río Bravo.
Sultanino nació el 30 de octubre de 1940 en Villa Maza, un pequeño pueblo a escasos kilómetros del límite entre las provincias de Buenos Aires y La Pampa. Llegó a la capital entrerriana a comienzos de la década de 1950 y desde sus 14 años trabajó como empleado de correo, oficio que cambió unos años después para emprender un negocio de venta de ropa.
Ese local de indumentaria que aún recuerdan algunas personas en la ciudad fue el primero que llevó el nombre con que Medina pasaría a la inmortalidad. El entrañable hacedor cultural lo recordó hace unos años en una entrevista con UNO. Rememoró que uno de sus proveedores era un negocio de Nápoles, Italia, que se llamaba Sultanino. “Con mi mujer decidimos ponerle ese nombre al negocio, total ellos ni se iban a enterar”, confesó.
Sultanino se casó en Paraná y tuvo dos hijas.
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La crisis económica del país impuesta por la dictadura militar lo obligó a buscar alternativas a su negocio textil. Sultanino ya poseía una colección gigantesca de libros, revistas, discos y casettes, que incluso vendía o compartía con sus clientes de ropa, y decidió que el comercio cultural sería su salida y su nuevo rubro.
Con los años se convertiría en un sello popular en ámbitos culturales, artísticos, académicos y del público en general de Paraná. Pero su prestigio no se circunscribía a la ciudad o la provincia: bohemios de Rosario, Buenos Aires y distintas partes del país peregrinaban en busca de sus tesoros literarios y musicales. Incluso Alejandro Dolina llegó hasta sus puertas y, luego de un rato de conversación con el Sultán, se llevó algunos libros y discos.
En sus estanterías, bibliotecas y grandes mesas repletas se conseguían obras imposibles de encontrar en el circuito comercial más conocido. El hallazgo producía una sensación simultánea de alivio y euforia que recuerdan todos los que acudieron a su almacén de arte. Estas búsquedas, necesarias hasta hace no más de 15 años, resultan lejanas con las ventajas tecnológicas actuales. Hoy Google y las plataformas de contenidos ofrecen el resultado en unos segundos.
Además, Sultanino ejercía el intercambio cultural casi como un benefactor. Cientos de clientes recuerdan que cuando encontraban un disco preciado pero no tenían el dinero suficiente para comprarlo, el Sultán se los grababa en un casette por unos pocos pesos (o centavos, según la época).
Las reliquias de Sultanino viajaron por varios locales céntricos de Paraná. Sus últimos escaparates fueron un local en un primer piso en San Martín al 700 a metros de la plaza Alvear, un altillo arriba de un garage en Monte Caseros al 600 y una habitación en Uruguay al 200, donde recibió a UNO en su última entrevista.
Sultanino ya no ejercía durante los últimos años el oficio que lo inmortalizó en la memoria local. Sí se lo veía hasta hace poco caminando como siempre el centro de Paraná. La ciudad extrañará su andar ligero, su rostro inconfundible y su mirada algo esquiva y profunda, pero atesora su legado.