Eva y Ramona Sánchez son hermanas de quien llaman el primer desaparecido de Paraná. Ramón Héctor Sánchez, militante peronista del barrio La Pasarela, fue secuestrado por la Policía de Entre Ríos un año antes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Su cuerpo sin vida apareció en el río Paraná días después. Su muerte todavía permanece impune.
Esta semana, Eva y Ramona ingresaron junto a un equipo de UNO al lugar donde Ramón permaneció secuestrado durante los días que estuvo desaparecido: una vieja casona de calle Urquiza 1.214, a dos cuadras de la peatonal San Martín. En la década de 70 era la sede de la Dirección de Investigaciones de la Policía y hoy allí funciona un club de música. En medio de esa contradicción en que el arte le disputa y le gana terreno la muerte, al fondo del lugar todavía existen dos pequeños calabozos y uno de ellos tiene marcas dejadas por los detenidos en las paredes. Entre frases y firmas está calada en el revoque la palabra “Pichón”, el sobrenombre de Ramón.
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Foto: UNO/Mateo Oviedo
Gracias a la predisposición de Martín, uno de los integrantes de este espacio que lleva el nombre de Tierra Bomba, Eva y Ramona recorrieron el inmenso salón de baldosas en damero y columnas de hierro, donde ahora se toca música y se baila y antes había un mostrador de atención al público. Caminaron por las habitaciones donde funcionaban las oficinas policiales y salieron el patio donde la gente va por las noches a tomar aire, que termina en las diminutas construcciones de puertas de chapa con una ventanita para alcanzar algo de comida al preso y un hueco cuadrado en la parte superior de la pared como única entrada de oxígeno.
“Hace 48 años entramos a esta casa buscándolo a Ramón”, dijo Eva, mientras abría la pesada puerta de madera e ingresaba al zaguán junto a su hermana. “Estuvo acá, en esta casa tan grande donde era Investigaciones de la Provincia. Está todo igual, sólo han cambiado algunas cositas. Esta fue una casa del terror, un centro clandestino de detención, aunque todavía no está reconocida así”, apuntó. "Él fue el primer desaparecido", sentenció luego.
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Foto: UNO/Mateo Oviedo
“Vine al mediodía con mi mamá para traerle ropa y comida porque sabíamos que estaba acá. Pero nos dijeron que no estaba, que a lo mejor se había ido a la casa de alguna novia. Y no era así, porque acá está el nombre de él escrito y lo hizo él para que se sepa que estuvo acá”. Mientras hablaba y caminaba observando los rincones del ambiente, recordó también que en ese lugar hubo muchos otros detenidos por razones políticas, además de Pichón.
Eva y Ramona no tienen dudas de que en el secuestro, muerte y desaparición de Ramón no solamente intervinieron efectivos de la Policía, sino también integrantes del Comando Paraná, el brazo local de la Triple A, que se dedicaba a perseguir a militantes peronistas y de izquierda en los tiempos anteriores al inicio de la dictadura. Tampoco tienen dudas de la responsabilidad del entonces gobernador, Enrique Tomás Cresto.
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Foto: UNO/Mateo Oviedo
Ramona tiene casi el mismo nombre que Pichón: es su melliza y su mamá los llamó así por una promesa que hizo a San Ramón para que le fuera bien con el embarazo y con el parto. Ramona y Ramón compartían todos los juegos de la infancia. La bolita, la pelota, el arroyo. Fue ella quien fue hasta Alvear, cerca de Diamante, cuando se enteraron de que allí, en el río Paraná, habían encontrado el cuerpo. Lo que más le dolía era tener que contarle la peor noticia a su mamá, que esperaba novedades en el barrio La Pasarela.
A través del tiempo, los relatos de los compañeros reconstruyeron que el militante de la Juventud Peronista se dirigía a una reunión política cuando fue secuestrado por la patota de la Dirección de Investigaciones de la Policía de Entre Ríos, en la esquina de Corrientes y Uruguay de la capital entrerriana, el 20 de marzo de 1975. En ese lugar, en la vereda misma del Consejo Provincial del Niño, el Adolescente y la Familia, hoy se encuentra una “baldosa por la memoria”, en recuerdo de lo ocurrido.
La familia hizo la denuncia y presentó un Habeas Corpus que fue rechazado, hasta que el cuerpo fue encontrado el 25 de marzo de 1975 en la costa del río. "La autopsia confirmó que había sido torturado", contó Eva. Tenía 21 años.
Las hermanas esperan tener algo de justicia. Hasta ahora ningún responsable ha tenido que rendir cuentas por este caso. En 2022 hubo una inspección ordenada por la Justicia federal en la casona de calle Urquiza y se confirmó la existencia de las marcas de los detenidos y de la inscripción de Pichón. Piensan que esta vez sí se puede lograr que el crimen que prologó a la dictadura en Entre Ríos no quede impune.
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Resignificar y resguardar
Martín Chemez, uno de los integrantes de Tierra Bomba, presenta a este espacio como el primer club de música y arte de Paraná. Pero enseguida cuenta la historia de cómo y por qué él y sus compañeros decidieron darle a esta casa antigua un color exactamente opuesto a la oscuridad que lo dominó hace más de cuatro décadas. “Desde que entramos a este lugar, en 2015, siempre supimos que en su momento fue un centro clandestino de detención. Lo sabíamos porque la gente que alquilaba anteriormente nos había contado”, relata. Por eso, desde un principio pensaron en “resignificar el espacio, darle una vida distinta”; hacer que “un lugar que ha sido de tortura sea un lugar de cultura y de diversión y de arte”.
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Foto: UNO/Mateo Oviedo
Martín es arquitecto y tiene la mirada puesta en la
conservación del patrimonio. Sabe bien que un lote tan grande en pleno centro, con la especulación inmobiliaria que existe, puede tener destino de “volar todo y hacer una torre”. Y ante eso asegura: “Por lo menos, mientras estemos, va a tener un poquito más de vida y otro contenido”.
Mientras se despide de Evita y Ramona, asegura que esa es la esencia que los mantiene en este camino de seguir apostando a la cultura y a este espacio. Por Tierra Bomba pasan artistas provenientes de lugares remotos del país y del mundo y todos sienten esa energía, dice, la energía de “la reconversión del espacio, con una vida nueva, con otras esperanzas”; la esperanza de que lo que pasó en esa casona, como en tantos otros sitios del horror, no vuelva a pasar.
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Foto: UNO/Mateo Oviedo
Como remarcando sus palabras, una enredadera crece desde el techo y se acerca a la puerta del calabozo donde están las inscripciones de los secuestrados, como queriendo meterse por la ventanita.