Amorosi: “Cuando veo los títeres me emociono totalmente”

Marcelo Amorosi, actor y titiritero. Timidez y semillas de Diment. Todo es contar historias. Muñecos con vida propia.
19 de abril 2014 · 12:23hs

Julio Vallana/De la Redacción de UNO
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El sábado 12 el actor y director Marcelo Amorosi –de María Grande– pasó por la sala Arteatro de Paraná para mostrar su Terapia –sobre el texto de la comedia de Martín Giner–, en una muestra de lo trabajado hasta ahora y que tendrá su estreno en noviembre. La charla en la sala de Juan Carlos Gallego –en Tucumán 378– fue un paréntesis en el ensayo a pocas horas de la función y giró, también, en torno a esa vigente forma de darle vida a lo que no lo tiene: los títeres, un oficio que Amorosi asume con tanto entusiasmo como su amor por las tablas.

Películas entre piedras y arena
—¿Dónde naciste?
—En María Grande, en el barrio centro –donde sigo viviendo.


—¿Cómo es el lugar para quien no lo conoce?
—Está a 60 kilómetros de Paraná y lo característico es el reloj municipal –una especie de emblema. Estoy en pleno centro de la ciudad. Desde que es una ciudad termal cambió mucho y de lo que había en la infancia lo que se mantiene todavía son las fachadas del centro. Son caserones grandes y hay una esquina emblemática de la cuadra de mi casa con unos negocios que son históricos.
 

—¿Negocios de qué?
—Hay una ferretería desde hace muchos años y enfrente un bar con esa fachada de caserón grande.
 

—¿Tu casa?
—Sobre avenida Córdoba, a dos cuadras del reloj.
 

—¿Qué otro gran cambio señalarías como el de las termas?
—Desde las termas hubo cambios en lo que respecta a la gente ya que ha ido mucha a construir, tienen casas, otras familias han ido a vivir y gente que –con fines turísticos– construye cabañas. Es un crecimiento grande. Otro cambio importante en este último tiempo es la plaza –que no tenía– y el paseo de los artesanos –en la zona de lo que era el ferrocarril. Ahí también está la terminal de ómnibus –que tampoco había.
 

—¿A qué jugabas?
—Ahí, en el ferrocarril, todo se centraba en ese lugar. Había montañas de arena y piedra, y mi familia tenía enfrente un taller metalúrgico –que pertenecía a mi abuelo y todos sus hijos. Me hacía mis grandes películas porque eran las “islas” donde iba y protagonizaba mis historias; llevaba todos los chicos del barrio y jugábamos ahí. Éramos “aborígenes”, “soldados”… y pasábamos toda la tarde.
 

—¿Tu abuelo nació en la zona o era inmigrante?
—Oriundo de la zona; tenía una empresa muy grande –que incluso trabajó en Colón, Concordia y Corrientes– con fábrica de silos, así que todas esas construcciones de la zona son de ellos.
 

—¿Qué actividades laborales desarrollaban ellos?
—Mi mamá trabajó mucho tiempo en una tienda grande que se llamaba La economía, se casó, quedó embarazada, cerró el negocio y se dedicó como ama de casa. Luego emprendió otros negocios de venta de tela y ropa, pero no funcionaron. Mi papá, después que cerró el taller, entró en una depresión muy grande y falleció en 2000. Mi mamá está en pareja y vive en Hasenkamp, aunque va y viene cada tanto. La vemos bien y eso es lo importante.
 

—¿Otros juegos además de las historias en esas dos “montañas”?
—No… todos mis juegos tenían que ver con las actuaciones, crear historias, armarlas y desarmarlas a mi gusto.
 

—¿De qué se nutrían?
—De la televisión, mucha, soy adicto de toda la vida, y más a las películas. Era un escape.
 

—¿Personajes o historias que pretendías recrear?
—Mi papá veía muchas películas de acción y de vaqueros, cosa que a mí no me gustaba mucho porque no las entendía. Era más del dibujo animado. Pero cuando nos trasladábamos al escenario de las piedras y la arena, lo único que tenía en la cabeza era caballos, indios… y esas eran las historias que jugábamos. Cuando salió la película Paraíso –creo; la de la parejita en la isla– trasladábamos esa historia. Hacíamos cuevas, nos metíamos en ellas…

—¿Dirigías eso?
—Compartíamos todo porque era lo único que teníamos para salir y nos dejaban porque estábamos cerca. En esa época se podía estar hasta tarde y luego la mamá de cualquiera de nosotros salía, decía “adentro” y todos adentro.
 

—¿Personajes?
—Sí, por supuesto. Uno falleció hace no mucho tiempo, Magú, un hombre grande pero nunca supe qué edad tenía. Andaba mucho por las calles, siempre hablando en un tono que nunca entendíamos qué era lo que quería decir y era rara la vez en que se podía entender algo. Estaba sobre la misma cuadra donde mi abuelo tenía el taller. Frente a donde jugábamos también había una verdulería muy conocida durante muchos años –de la familia Usini– cuyos hijos –Sonia, David y Daniel– son muy conocidos porque hacen música. Magú siempre estaba ahí.
 

—¿Deambulaba por la calle?
—Sí, pero ahí se lo podía encontrar.
 

—¿Se podía dialogar con él?
—Sí, pero nunca supimos lo que nos decía; por ahí lloraba, se reía, te contaba cosas… se iba, seguía hablando… Cuando falleció don Usini, entre los llantos se pudo escuchar que nombraba a David, Daniel y a don Usini.
 

—¿Qué se contaba sobre su historia?
—Era una persona querida. No tuve conocimiento sobre dónde vivió, era un misterio para mí y también quise guardarlo, porque me gusta mucho esa característica de este tipo de personajes. También está –ahora con un estado de salud bastante malo– una mujer que se llama “La cortita”, cuya historia de boca en boca hemos ido rescatando, aunque no sé si es verdadera. Es una mujer que andaba por las calles –ahora no porque está internada en el hospital– y a veces era agresiva, aunque en otros momentos cantaba, con una voz potente, clara y muy buena. Cantaba un repertorio que iba desde Palito Ortega hasta los mejores tangos.
 

—¿Tuviste trato con ella?
—Sí, contaba mucho de sus hijos. Al parecer los tuvo y se los llevaron a Buenos Aires, y muchos cuentan que su crisis vino por eso.
 

—¿Se los llevaron?
—Estaba casada y se llevaron esos hijos. Quedó sola y vino su crisis. Estuvo mucho tiempo internada en el hospital Roballos, la llevaban y la traían. Cuando estaba cuerda contaba cosas de los tratos en el Roballos, sobre su esposo y su actual pareja. En otros momentos pasaba y no te saludaba.

Escribir, un escape
—¿Cine y teatro de esa época?
—El cine que existió fue histórico, cerró sus puertas y en 2000 las reabrió. Gracias a Dios tuve la suerte de –cuando se hizo la reinauguración– escribir algo y ser “la voz del cine.” Fue muy lindo por lo que significó el cine, ya que está en pleno centro. Durante toda mi infancia estuvo con las puertas cerradas. En el boliche bailable Gran Judas –pegado a mi casa– supo haber los domingos alguna que otra película en una pantalla gigante, nos juntábamos e íbamos. Eran las películas de Calabró y Minguito, me acuerdo de haber visto ahí Mingo y Aníbal contra los fantasmas.
 

—¿Lecturas?
—De la Colección Billiken –la roja– todo y un libro que tengo guardado en el mejor lugar de la biblioteca y cada tanto lo releo es Mi planta de naranja lima –de (José Mauro) Vasconcelos. No sé porqué pero me llega mucho y me transporta a la casa de mis abuelos maternos.
 

—¿En María Grande?
—Sí, también.
 

—¿Por qué?
—Lo de la vivencia y la humildad de esta familia, también lo del protagonista –Zezé– con el hermano, que juegan en el gallinero y ven a las gallinas como panteras, arman su propia película de ese juego y su zoológico –por mencionar un capítulo del libro. También lo del protagonista con el hombre grande con quien tiene una amistad encubierta y no puede decirlo. En mi vida me pasó mucho eso –por mi timidez– de tener muchas historias y no contar a mi familia lo que me estaba pasando. Sufrimos un período donde el taller presentó quiebra, y todos quedaron con una mano atrás y otra adelante, entonces no podía cargar a mi familia con algún problema mío.
 

—¿Cómo lo canalizabas?
—Fue cuando comencé con la escritura, con lo que me escapaba –cuando tenía 12 o 13 años– aunque escribía desde siempre. Eran horas enteras encerrado en mi pieza, escribía, escribía y escribía. Mi mamá me hablaba y yo estaba en otra dimensión: una vez –cuando me fui de mi casa– fue hasta donde yo estaba en la mesa escribiendo –desbordada por la situación que vivíamos–, arrastró los papeles, los tiró al piso y me dijo: “Te estoy hablando”. Fue muy fuerte y me escapé por tres días a la casa de unos amigos y de mi abuela… Hasta que mi papá fue, habló con mi abuela y tuve que volver.
 

—¿Cómo cicatrizó esa herida?
—No se habló del tema, creo que los dos reconocimos que tuvimos un poco de culpa con lo que había pasado. Cuando sos adolescente te llevás el mundo por delante. Lo agradezco porque todo lo que me está pasando es por lo que pasó.
 

—¿Otros libros y autores cuando creciste?
—Muchos años fui socio de la biblioteca de allá, así que sacaba libros todas las semanas, novelas que tenían que ver con el misterio, (Sidney) Sheldon, Stephen King… también Lo que el viento se llevó… y cuando arranqué con el teatro leía mucho sobre esto.
 

—¿Cómo eran los momentos de escritura?
—Tengo guardadas muchas historias, cuentos, cuentitos… y en algún momento venían a la cabeza y se armaba algo. Siempre desde el lado de la novela. Tengo una historia escrita durante mi infancia que la bauticé Marino al sol, la historia de un chico marino cuyo padre alcohólico lo quiere vender a un hombre que tiene un circo, quien lo quiere comprar para venderlo a una familia adinerada. El chico se escapa de su casa y encuentra amigos, hasta que regresa. Es lo del escape… la libertad… voy siempre por ahí. Desde que trabajo con chicos en teatro infantil es lo que busco de ellos: que tengan esa libertad y puedan expresarse. En María Grande hicimos cuatro novelas en el canal de cable: la primera se llamó Preminiano –con un grupo de chicos– y eran historias de papá y mamá que se iban al África, y Preminiano quedaba a cargo de una tía que venía del campo. Entra un tipo a su casa y dice que es el cuidador de los chicos, cuando lo que quería era secuestrarlos y venderlos. La mamá se había ido al África porque este tipo lo había promovido para quedarse con los chicos, hasta que aparece un personaje que les cambia el corazón a todos, incluso a este tipo.

El periodista que no quería ser
—¿En qué momento la escritura dejó de ser una especie de terapia para tomar otro sentido?
—Después de 2000 cuando por una cuestión laboral había que comenzar a trabajar de esto porque siempre hacía teatro por gusto. Entonces con unos chicos armamos un espectáculo en el cual escribí monólogos y sketch, que se llamó Cada tema con su loco. A partir de allí hicimos varios durante seis años, en el verano. Era sentarse a escribir y hacerlos.
 

—¿Te aproximaste al teatro desde la escritura?
—Comencé a escribir como un escape. Era sumamente tímido y muy tartamudo, así que no decía cuáles eran realmente mis gustos. Siempre decía que quería ser periodista, algo que se aproximaba a la televisión pero que no era la actuación. No obstante siempre supe que quería ser actor, pero no lo decía… una locura mía.
 

—Imagino que en tu medio la cuestión de ser actor sería un verdadero estigma.
—Sí, sí, claro. Tenía 12 años y mi mamá escuchó que iba a dar un taller de teatro, dirigido por Judit Diment, una “grosa”, aunque no sabía quién era, ni mi mamá tampoco. Mi mamá me preguntó, le dije que sí pero el taller ya había comenzado, así que por mi timidez no quise. Además mi mamá me dijo que era a partir de 13 años. Pero yo quería estar ahí. Hasta que una compañera de escuela me dice que comenzó teatro, me invita y fuimos. La conocí a Judith… siempre la iba a esperar a la terminal, la acompañaba, escribía cosas que ya no recuerdo y se las llevaba… ¡Pobre, me bancó todo! Bajaba del colectivo a tomar un café y yo ya estaba esperándola para darle lo que escribía. Hace poco le dije que siento vergüenza por aquello.

Improvisar con los sentimientos
—¿Qué sentiste ese primer día de taller?
—Todas las emociones juntas. No tenía conocimiento de los ejercicios… yo quería actuar, hasta que dijo lo de hacer improvisaciones, yo no sabía qué era y entendí que era eso lo que quería hacer. Ahí fue cuando descubrí que se conectaban todos los sentimientos en una sola órbita. Era eso lo que quería hacer desde ese momento hasta que me muera.
 

—¿La timidez quedaba en la puerta del taller?
—Costó mucho, pero la opción era mi timidez o lo que quería hacer. Tuve que comenzar a trabajarla. Judit fue quien se dio cuenta un poco de lo que me pasaba y puso muchas fichas, es la culpable de que hoy esté acá.
 

—¿Herramientas adquiridas en ese ámbito?
—La forma de trabajar, cómo tratar al actor, conocerlo y generar un vínculo. Siempre hablo con los chicos de que tenemos que conocernos y crear un vínculo, no solo el de director-actor, y eso lo genera Judit.
 

—¿Qué pasaba con tu cotidianeidad cuando salías de allí?
—No sé… eso era todo. Mi semana giraba en torno a que el sábado había que llegar ahí. También me transmitió eso de pensar historias así que toda la semana estaba observando en la calle, gente, situaciones… era un ente andando por la calle (risas) Tal vez estaba viendo una madre y su nena que le pedía una muñeca en la vidriera, ella decía no y yo ya pensaba que iban a la casa, no tenían para comer… armaba una historia. Sigo mirando gente y armando historias (risas).
 

—¿Había algún mandato familiar en cuanto a la profesión?
—No, no, al contrario, tengo que agradecerles mucho. Mamá fue quien me dijo que comenzara con teatro aunque muchas veces también rezongó y lo sigue haciendo. Nos dejó hacer lo que queríamos, sabiendo y haciéndonos cargo de las consecuencias. Hoy vivo de esto, por ahí se vive bien, por ahí se vive mal, por ahí se vive pésimo… pero es lo que elegí. Ella sabe que si bien fue lo que elegí, si me va pésimo es responsabilidad mía. Aunque como toda madre nos ayuda. Me falta un peso y me lo da, siempre. Tengo que estar pésimamente mal para decirle: “Prestame algo de plata porque no llego a fin de mes.”

Una profesora y una historia
—¿Cómo te llevabas con la escuela?
—Bien… por mi timidez, amigos no tenía, salvo algunos que otros, con quienes nos hemos reencontrado de grande. En la Secundaria fui a una escuela para adultos, donde comenzamos 60 y terminamos seis, que eran gente mayor y algunos chicos de mi edad. El último año había que hacer la fiesta de fin de curso y nos llevábamos muy mal entre todos. Ahora… después de un tiempo con tres de ellos nos encontramos y nos saludamos bien.
 

—¿Te gustaba alguna materia?
—Ninguna (risas). En 4º año, Literatura, cuando comenzamos a estudiar el Popol Vuh; aparte tengo una historia con esa profesora, Alicia, con quien ahora somos muy amigos. Tenía la necesidad de escribir una historia pero no sabía qué. Se aproxima una mujer grande, alta, con un peinado de “león”, morocha, muy interesante y dije: “Es la mujer que necesito para mi historia.” Comencé a escribirla –todavía la tengo– y le alcancé una copia: La rosa con pétalos de algodón. Es de una mujer loca que se escapa de una clínica psiquiátrica, hay un escritor joven que necesitaba una mujer joven para inspirarse y la encuentra. Se hacen amigos, escribe la historia –ya había escrito un libro, Rosa Marina y sus cabellos de algodón– y esa mujer decía llamarse Rosa Marina. A esta mujer le falta la última hoja del libro, sabe que en la historia la terminan matando, entonces creyéndose esa mujer sale a buscar al dios que escribió esa biblia. Se hace amigo del chico sin saber que es el escritor de la obra. Para hacerlo más romántico, la mujer muere con un beso que el chico le da. Una vez la profesora me dijo: “¿Qué pasa que me mirás tanto?” Le conté la historia que estaba escribiendo, se largó una carcajada y me dijo: “Te pido una sola cosa, no me matés con asfixia porque sufro de los bronquios.” (risas) Me mató el final. Le pasé una copia y le encantó.
 

—¿Te enamoraste de ella?
—Creo que en ese momento sí… en ese momento tendría 36 y yo 14 o 15.
 

—Y con tu timidez no daba para nada…
—No, no… aparte no sabía si era casada, si tenía hijos…

—¿Te corrigió la historia?
—Los errores de ortografía (risas)… le gustó mucho.

Seguir sin Judit
—¿La primera vez que actuaste?
—Una obra que dirigió Judit que se llamó La chancha. Era sobre gente de campo, la casa de una pareja donde viene gente que quiere comprar el rancho y los terrenos. Y había una chancha que estaba por parir. Habíamos conseguido un chancho para hacer la obra y en las dos funciones se hizo pis sobre el escenario… Estaba feliz y me creía el mejor aunque si lo veo ahora tal vez me quiero matar.
 

—¿Qué pasaba cuando pensabas en torno a cómo ibas a ser actor en María Grande?
—María Grande es muy difícil… Judit estuvo dos años, terminó, seguimos solos con un grupito y después se diluyó. Me presenté a la Municipalidad, hablé con el intendente, excelente, y le dije mi inquietud de seguir con el grupo, aunque tenía 17 años y no estaba en condiciones de dirigir a gente grande. Me comenzaron a pagar –50 pesos en ese momento– y tenía un grupo de chicos durante dos horas semanales. Estaba en mi salsa, comencé a dirigir e hicimos una obra que se llamó Dejame que te cuente, la historia de chicos perdidos como el zapato, con varios sketch musicales, armados por ellos.
 

—¿Por qué pensaste que podías dirigir?
—Fue por desesperación porque al irse Judit no había nadie que hiciera teatro y el grupo se disolvió. ¿Qué iba a hacer solo? Tenía que seguir actuando. Comencé a dirigir a estos chicos y nos juntamos a hacer algo, hasta que comencé a tener conciencia, prepararme, leer mucho, hice acá la Escuela Itinerante (del Instituto Nacional de Teatro) en la cual aprendí muchísimo y talleres.
 

—¿Qué pensás que comentaba la gente sobre tu decisión de hacer teatro?
—Siempre fue bien recibido. Eran 20 o 25 chicos y llegué a tener 50, aunque luego bajó por Internet. Pero tuvimos la novela que hicimos en televisión y existía Chiquititas, que los chicos miraban mucho y querían hacer esos musicales. Estábamos todo el día juntos y uno de los chicos actualmente está trabajando en el Teatro Colón, otros hacen sus profesiones pero en algún rato libre se meten a hacer cosas, otro anda dando vueltas por el mundo con el tango y tuve la gracia de que alguno me dijera ya de grande: “Si no me suicidé fue gracias al teatro.” Agradezco mucho todo esto y cuando me va pésimo me acuerdo de estas historias.
 

—¿Qué repercusión tuvo esa novela que hicieron en televisión?
—Muy bien porque era un programa local, salíamos a la calle y se hablaba de eso. Trabajábamos con una sola cámara, un camarógrafo y nosotros (risas). Después hicimos una segunda novela con gente de Paraná como Vanesa Pressel, con quien “me casé” (risas).
 

—¿Qué herramientas técnicas del oficio aprendiste como eficaces?
—La Escuela Itinerante fue un gran aprendizaje y antes era mucho de observar; venía a Paraná a ver teatro y observaba mucho a los actores y los efectos técnicos.
 

—¿Pensaste en dejar todo en algún momento?
—No, aunque tuve angustias grandes y llantos cuando las cosas no funcionaban o cuando los talleres que hacía se terminaban.
 

—¿Por qué pensás que se da esta incertidumbre constante?
—No sé, es la parte que me enoja un poco de todo esto; el no saber qué pasará el mes siguiente me jode muchísimo. Tengo un trabajito extra de dos o tres días al mes y tengo un sueldo como para pagar mis cuentas.
 

—¿Qué te enoja?
—El no saber producir, porque si me gustara un poquito, sería más lanzado y conseguiría más cosas. Pero no lo sé hacer. Además trabajo con títeres en las escuelas, digo: “La función cuesta tanto”, y me dicen “No tenemos esa plata” –porque es una escuela de campo– y entonces vamos por monedas, hacemos la función igual. Me sirve por el hecho de escuchar la risa de los chicos y lo que pasa luego cuando salimos con los títeres fuera del teatrillo. No tiene un pago pero… hay que comer.

La Magia del teatrillo
—¿Cómo hiciste el puente entre el teatro y los títeres?
—Los títeres me gustaron siempre por la magia que me producen. Veía un muñeco que se movía y me quedaba embobado porque no le encontraba explicación.
 

—¿Participaste de alguna función en María Grande?
—Sí, y después conocí a Guillermo Atué en Hasenkamp y me dijo si se podía hacer títeres en María Grande, así que lo traje. Hicimos la relación y hemos tenido grandes charlas. Comenzamos con Carlos Hirschfeld, nos mandamos a invertir para armar el teatrillo, los títeres y la función, y salimos a hacer funciones. Lo que se genera con los chicos es impagable.
 

—Pero es universo que cuando niño no lo tenías…
—No, surgió de grande.
 

—¿Algo que te sorprendió de un chico porque era irreal, al menos para vos?
—Sí, una nena me dijo una vez que cómo hacía para manejar tres títeres, cuando nunca lo había hecho. “¡Cómo que no: estaba Pedrito, el perrito y la madre! –me dijo. Nunca estuvieron los tres juntos en escena pero ella vio que estaban los tres. Incluso antes se lo había dicho a la madre. Me quedé pensando.
 

—¿Qué te sirve del oficio de actor como titiritero?
—Mucho, no sé cómo trabajará un titiritero que se dedica solo a los títeres, yo actúo. Hay dos personajes que son como los claves en todas las funciones –Pedrito y Margarita– y nos sirve porque los chicos los quieren y los piden. También está el conde Drácula, me calzo el títere y va solo, me encanta hacerlo, su voz y me los creo a todos. Mientras los iba armando, charlaba con ellos, viendo cómo podían moverse, cómo hablarían, qué tono tendrían…

—¿Qué te sucede y observás cuando ves a un actor y cuando ves un títere?
—El actor me transmite muchas cosas, si están bien transmitidas, me emociona, me río, me quedan las preguntas, salís con la cabeza dada vuelta por lo que viste o por los mensajes… pero cuando veo los títeres me emociono totalmente, así hagan reír o se golpeen con la cachiporra. Más cuando ves esas obras que no sabés qué pasa detrás del retablo, me produce intriga. Tuvimos la suerte con Carlos en un festival que se hizo en Paraná, de acompañar a una titiritera de Chaco con la obra La casa de los fantasmas. Me asombraba porque veía en la función el personaje masculino de ella y a un fantasma que pasaba por detrás, luego otro, luego otro… y yo decía: “¿Cuántas manos tiene esta mujer?” En un momento le pregunté y fue tan generosa –algo difícil de encontrar en el ambiente del teatro– que me invitó a una función en el teatrillo, para mirar desde atrás. ¡Yo estaba en otra dimensión viendo eso! Veía su trabajo… aprendí todo lo que no había aprendido con todos los libros de títeres que había leído.
 

—¿Cuál es la clave para que el títere realmente tenga vida?
—Que viva con vos. Me lo calzo a Pedrito en la mano y tiene vida propia, él me lleva a mí, yo no le doy vida al títere, me pide: “Levantame la mano que tengo que actuar.”

—¿Te dice algo que no se anima a decir en el teatrillo?
—No, son como esos amigos de mucha confianza con quien sabés hasta dónde llegar. Carlos es muy importante porque es el 50% de la función, ya que está detrás pendiente de lo que pasa con el público, y me va haciendo señas. En una función me pasó que estaba con Drácula y Pedrito arriba del teatrillo, no sé qué pasó con Pedrito que Drácula miró para abajo y dijo: “Eh, Marcelo, mirá lo que dice Pedrito.” Luego caí sobre lo que había sido ese juego. La gente queda enloquecida con los títeres.
 

—¿Cómo descubriste el texto de Terapia?
—Es un texto que nos acercó una amiga –Norma Santino– y cuando lo leí me fascinó y reí mucho. Cuando hablé con Julián Dayub –quien también actúa en la obra– le dije: “Tengo este texto para hacer.” Lo leímos y nos reímos muchísimo –aunque no es directamente para reírse– y comenzamos a trabajar. Hace un año que estamos con el texto porque lo comenzamos y tuvimos que parar por una necesidad del trabajo –no por otros motivos. Llegó un momento en que dijimos: “No, esto tiene otra cosa, que nos costaba ver”. Él es estudiante de Psicología así que ayudó muchísimo, porque trata de un psicoanalista con su paciente y habla mucho sobre el Edipo. Es un texto en el que el autor –Martín Giner– lo hace tan magistralmente que te reís muchísmo, con frases muy reales, muy fuertes y hay una parte que dice: “No todo lo que se ve es real”. Eso es lo que ha pasado con la obra: hicimos ensayos con público y una muestra, y la gente sale con que lo que vieron no es real. Tiene una magia muy grande y eso es lo bueno de este texto.
 

—¿Primera vez que actuás en Paraná?
—No, ya actué varias veces. Julián en teatro creo que sí, aunque hace mucho tango y ha venido mucho.
 

—¿Tiene alguna significación particular esta muestra?
—Para mí sí, más que nada porque tengo muchos amigos y conocidos en el ambiente del teatro, entonces sirve muchísimo. María Grande tiene la gente que nos acompaña y es fiel –aunque no es un gran público– y dan la devolución desde lo que ven. Acá me ha pasado que cada vez dan su devolución desde el conocimiento del teatro y es especial.
 

—¿Algo del subtexto por donde va?
—La obra está tan buena porque lo que no se ve queda muy claro, lo cual fue un trabajo grande que tuvimos que hacer con Julián.
 

—¿Por qué?
— Porque nuestros personajes tienen como otras historias detrás –que no son las de ellos. Por eso tuvimos que parar porque en realidad no era lo que estábamos haciendo, sino otra cosa, había que comenzar a buscar desde otro lado para llegar a mostrar lo que queríamos. Es un trabajo grandísimo.
 

—¿Qué ajustes hicieron a partir de las devoluciones que tuvieron hasta ahora?
—Se ajustaron cosas más que nada en la velocidad de obra…

—¿En el ritmo?
—Sí, el ritmo, la veíamos como muy rápida y tuvimos que bajar un poco el ritmo, con lo cual queda mucho mejor. Acá –en Paraná– hicimos un ensayo en el cual vino alguien que hace teatro y dio algunos ajustes que fueron muy interesantes. Venimos bien, según las críticas que se dieron.
 

—¿Disfrutás más como actor o como director?
—Disfruto todo: actuar está bueno en todo sentido, estar en el escenario y que se prenda la luz… Como director el poder levantar el dedo y decir: “No, pará, esto es así”, y sé que las cosas se hacen como yo quiero y pensé. Con Julián peleamos mucho y buscamos un equilibrio para poder trabajar. También busco que el actor se sienta cómodo y que quedemos conformes los dos. Venir a Paraná con esta obra me pone contento porque la dirijo yo y les dije a los chicos: “Vamos a Paraná tal día y la hacemos.”

—¿Quiénes integran el grupo?
—Julián Dayub –quien está conmigo en el escenario–, Carlos Hirschfeld –en la parte técnica–, Sofía Varisco –en la asistencia–, y Mónica Pianetti y Sandra González –quienes se turnan para hacer la voz en off
 

—¿Qué programación tienen de ahora en más?
—Lo de hoy (por el sábado pasado) es una muestra –al igual que haremos otra en junio– y en noviembre será el estreno y le sacaremos el jugo donde podamos ir.

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