La instructora de yoga y terapeuta Nora Netto, de Colonia Crespo, relató la vivencia de difundir esa práctica india en un ámbito rural, cargado de prejuicios, incluso hacia ella misma cuando llegó a radicarse desde Buenos Aires. Se refirió al descubrimiento de otros saberes y terapias complementarias, que integró con aquella ciencia, y con las cuales desde el confinamiento comenzó a trabajar en forma virtual, otra adaptación que, a pesar de su propia resistencia, concretó.
Yoga en el campo cuando te consideran "porteño" y "extraño"
Por Julio Vallana
Foto UNO / Juan Ignacio Pereira.
Yoga en el campo cuando te consideran "porteño" y "extraño"
La danza y muchos otros gustos
—¿Dónde naciste?
—En San Nicolás, Buenos Aires, y hace 28 años que vivo en Colonia Crespo.
—¿Cómo era tu barrio de allá?
—Bonito, con calles de tierra, pocas casas, terrenos baldíos donde jugábamos, y tranquilo. Andábamos mucho en bicicleta con mi hermano y una amiga.
—¿Otros lugares de referencia?
—El más importante por las vivencias fue la Escuela María Auxiliadora y el río, a diez cuadras.
—¿Personajes?
—(Risas) Varios, pero no los nombro por si leen la nota…
—Uno...
—Una vecina, especial y que nadie quería, quien tenía más de diez perros que a la mañana largaba… (risas).
—¿Otros juegos?
—Con mis amigas nos disfrazábamos y pintábamos la cara (risas).
—¿Sentías una vocación?
—Me gustaban y me gustan muchas cosas: quería ser bióloga, estudiaba ballet y quería ser bailarina, coreógrafa, cantante y actriz, psicóloga, estudié guitarra, folclore y pintura… pero terminé no siendo nada de lo que pensaba.
—¿A qué le dedicaste más tiempo?
—A la danza, clásica y moderna, que hice hasta los 12 años en la escuela del teatro municipal.
—¿Te imaginabas bailando en el Colón?
—Me llamaron para ir pero no se pudo, porque era difícil trasladar la familia o irme sola cuando tenía nueve años. Nos daban clases profesores del Colón pero luego la escuela se terminó por política y chusmeríos, trajeron nuevos profesores y no me gustó.
—¿Leías?
—Mucho y lo tengo que retomar, ya que ahora me dedico más a estudiar.
—¿Libros influyentes?
—El pájaro canta hasta morir, de Colleen Mc Culough, porque mostraba la vida en Australia en determinada época; Corazón, de Edmundo de Amicis… y también me gustaban Patoruzito y Mafalda, ídola.
—¿Materias predilectas?
—Todas menos Matemáticas (risas) y no tanto Filosofía, por la profesora que no me la hizo querer.
Del aburrimiento total al
embarazo y parto cómodo
—¿Te gustaba la disciplina de la danza clásica?
—Sí; en mi familia, sin tener una disciplina demasiado estricta, mi papá imponía el orden, iba a una escuela religiosa y tomaba clases en el conservatorio de guitarra, así que estaba muy estructurada y no me resultaba difícil. En quinto año me decidí por contemporánea, se rompió la escuela y muchos años busqué, así que probé gimnasia jazz, aeróbica, localizada, danzas africanas y todo lo nuevo que aparecía pero no encontré lo que quería. Hasta que mi amiga Gabriela me insistió con ir a yoga porque estaba fascinada, fui, me parecía un aburrimiento total, muy lento, y al mes sentí que era lo que buscaba, por su intensidad. La profesora era María Luisa Salum, la mamá de Christian Roth, quien fue una excelente maestra y me hizo amar el yoga, que nunca dejé. Quedé embarazada y durante los nueves meses practiqué, hasta el día antes de tener a mi hijo.
—¿Por qué cambiaste de opinión?
—No hubo algo puntual, aunque noté más elongación, fuerza y alineamiento, cambios en mi forma de ser, armonía, y por l me despojé de límites mentales que me autoimponía acomodar el cuerpo.
—¿Cómo fue el parto?
—Maravilloso y natural, en 15 minutos; llegué caminando a la clínica y tenía dilatación completa; estuve solo un día descompuesta, sin dolores, ni várices ni estrías, por el yoga.
“Extraños” en la colonia
—¿Por qué te mudaste a Colonia Crespo?
—Fue al mes y medio de que nació mi hijo. Mi padre es de acá y dijo que el día que se jubilara iba a volver. Mi esposo trabajaba en Somisa pero no se sentía cómodo y la ciudad tampoco estaba bien. Dijimos “vamos al campo”.
—¿Sufriste el contraste?
—No tenía mucho tiempo para pensar, por el bebé; después me di cuenta de que no nos aceptaban muy bien por ser “porteños” y “extraños”, si bien teníamos parientes allí. Fue difícil integrarnos y recién cuando comencé a dar clases de yoga hubo un poco más de interacción. Además, me costó no tener todo cerca y no tener vehículo, así que me acostumbré a hacer una compra mensual en el mercado.
—¿Cómo es la zona?
—Estoy sobre la ruta nacional 12, a un kilómetro del conglomerado de unas 20 casas. Tengo un vecino enfrente y mi mamá al lado. Trajimos todo: plantas, perros y gatos. Cuando abrís la ventana solo ves campo.
Itinerante y virtual
—¿Dónde dabas clases?
—En mi casa: comencé con mi mamá y una vecina, y después vino un par más; también en varias juntas de gobierno, en Villa Urquiza, El Palenque, La Picada, en escuelas, casas de vecinos que me cedían un espacio y en Paraná, en Rincón del Alma. Siempre ha sido itinerante y virtual.
—¿Te resultó difícil que entendieran?
—Quienes se acercaban eran mujeres porque al hombre le cuesta, más en estas zonas. Algunas me sorprendieron porque amaron el yoga y me decían que les había cambiado la vida. No conocían nada o pensaban que era sentarse y estar calladas, porque en esas comunidades hay muy poca oferta, salvo algún cursito o profesora de gimnasia.
—¿Quién te resultó importante a vos?
—Mi primera maestra fue fundamental porque mamó de las fuentes y no de un librito. Estudió con un maestro que se formó en la India, lo cual se nota y, además, vivía según lo que predicaba. Luego, mi maestra formadora fue Susana Leonhardt, en el Centro de Yoga Aplicada, y la última maestra es Yanet Starosta, una de las primeras discípulas de Indra Devi y con quien en poco tiempo aprendí mucho.
—¿Un caso destacado?
—Dos: el de una señora con artrosis general, quien llegó a las clases con las manos “duras”, que no podía abrir ni cerrar, y con dolores en todo el cuerpo. Ama sus plantas y su jardín, y lloraba porque no podía atenderlos. Tras cuatro meses, salía feliz de las clases, podía estirar las manos y trabajar en el piso, al igual que logró mucha libertad interna ya que estaba muy “encerrada”. Tenía resistencia de su familia porque tenía que atravesar el campo para ir y ellas les decía “no se dan cuenta lo que he logrado; antes no me podía mover ni hacer nada, y estaba tirada en la cama”. Seguía con dolores pero desde otro lugar, y se compró una colchoneta para practicar en su casa. El otro caso fue el de doña Beba, de Villa Urquiza, de 83 años, acostumbrada a las tareas pesadas de campo, flaquita y en cuya columna había de todo menos salud. Había comenzado con otra profesora hacía tres años y la recuerdo por su energía, ya que hacia todas las posturas, al punto de que tenía que decirle que se cuide por cómo se exigía. Fue muy generosa porque ofreció su casa para las clases.
Integrando otros saberes
—¿Cuál fue el primer saber que luego descubriste?
—Reiki, sobre el cual no conocía absolutamente nada pero en el ambiente del yoga me decían que “tenía que hacer”. Al principio me preguntaba ¿dónde me metí? pero me enamoré y resultó divino, con la maestra Nancy Espinoza. A partir de ahí fue una catarata de oportunidades en cuanto a formación
—¿Cómo lo integraste?
—En yoga, al igual que en el reiki, trabajamos con los centros energéticos y la integridad de la persona. Comencé a practicar en mí y cuando verifiqué los resultados me di cuenta de que se complementaban, además de que me ayudaba para ordenarme física, mental y emocionalmente. Luego aparecieron otras técnicas que también se complementaban.
—¿Cuáles?
—Fue una avalancha: terapias bioenergéticas, deeksha giver, técnicas de medicina ayurvédica, que me fascinó, aromaterapia y cosmética natural, lectura de registros akashicos, sanaciones populares, tarot y péndulo hebreo, con el cual comencé a trabajar mucho porque la gente lo recibe fácilmente. Jamás pensé que el tarot me podía gustar y lo desconocía, hasta cuando vi que funcionaba para encausar las energías y saber hacia dónde dirigirlas.
—¿Qué te impulsaba a explorar un universo tan diverso aunque con puntos de contacto?
—La curiosidad geminiana (risas), siempre practicando en mí y para poder ayudar a otros desde ahí, compartiendo.
—¿Algo fue un salto cualitativo, comparado con las demás?
—Cuando hice la maestría de reiki, que nunca pensé en hacer, ya que mi meta era solo el segundo nivel, para trabajar a distancia. El tercer nivel fue revelador y cuando hice la maestría fue un paso muy importante.
—¿Una experiencia comparable con aquellas de yoga?
—No una sanación específica, porque son graduales, pero sí cambios rotundos en las personas con problemas de insomnio durante décadas. También en los de ansiedad en niños.
Intuición y diagnóstico
—¿En función de qué decidís utilizar una u otra terapia?
—A veces, según la intuición y otras, por algo que dice la persona y que te das cuenta de que es lo que más le puede servir en ese momento. Hay personas que son muy “mentales”, entonces no podés aplicar algo muy etérico o energético, porque no lo entenderá o no lo aceptará. Por eso el péndulo (hebreo) me permite un acercamiento mayor ya que ven que hay algo físico. No es como el reiki, que se está con los ojos cerrados y no saben lo que estás haciendo e incluso hay gente que se asusta. Otras personas ven al tarot como “raro” pero con el péndulo, como no es tan conocido, explico de qué se trata, los hago participar y lo sienten más cercano.
—¿Utilizás el tarot para diagnóstico?
—Sí, aunque tengo mucho camino por recorrer porque es tan vasto que no terminás nunca de incorporarlo.
—¿Descubriste algo desconocido de vos?
—(Risas) Nada que no supiera, más si tenés un trabajo sobre uno mismo desde siempre, aunque no tenía al alcance estas herramientas. Hace poco descubrí que tenía unos libros del Bhagavad Gita (texto hindú) y de sanaciones con hierbas.
—¿Otros que te sirvieron?
—Tus zonas erróneas (de Wayne Walter Dyer) y Conversaciones con Dios, de Neale Donald Walsch, en el cual encontré muchas respuestas, y cuya película también vi y lloré mucho.
—¿Cuándo utilizás el tarot y cuándo el péndulo?
—El tarot es muy completo en muchos aspectos de la vida de la persona; el péndulo lo conozco desde hace poco y me resulta más concreto. Me asombra día a día. Como diagnóstico, uso más el tarot.
“Durante la pandemia muchos
encontraron otra forma de vida”
La profesora Netto manifestó que la técnica respiratoria yóguica le resultó de gran utilidad para transitar la enfermedad de la Covid 19 y analizó que la crisis derivada del confinamiento marcó una polaridad entre quienes descubrieron nuevas potencialidades y formas de vida, y quienes exacerbaron sus negatividades.
—¿Cómo transitaste la enfermedad?
—No sé de dónde vino porque estoy en mi casa, salgo para llevar a mi hija al trabajo, vengo a Paraná una vez por semana y trato de no andar por la calle. En casa todos nos cuidamos mucho porque mi esposo y mi hijo trabajan como esenciales en la provisión de agua. Nos contagiamos los cuatro y la pasamos bien y sin complicaciones, como una fuerte gripe, con más o menos síntomas, aunque mi hija, que es chef, y yo seguimos con poco olfato y gusto, desde hace tres meses.
—¿Qué te resultó más eficaz?
—Las respiraciones yóguicas. Sentía mucho dolor y agotamiento de todo el cuerpo, aunque no tuve fiebre. De a poco estoy recuperando la energía.
—¿Qué consecuencias observás?
—Hay de todo un poco, pero en general fue un sacudón desde las raíces para muchos. Mucha gente que conozco, no del ámbito de mi actividad, ha encontrado una nueva forma de vida y potenciales que desconocía. En otros, se exacerbaron las negatividades y lados oscuros. La crisis se puede aprovechar para cambiar o quedar estancado, y se ve muy clara esa división entre quienes la aprovecharon y quienes no.
Cambios y virtualidad
—¿Cuál es tu mayor cambio al experimentar las distintas técnicas?
—Siempre vuelvo al reiki, porque evolucioné muchísimo y lo sigo haciendo: me despojé de límites mentales que me autoimponía y además era muy egocéntrica, egoísta, nerviosa y ansiosa (risas). Si bien quedan rastros de todo eso, mejoré muchísimo.
—¿Cómo te adaptaste a lo virtual?
—Había dejado de dar clases presenciales de yoga porque tenía en mente establecerme en un espacio físico pero justo comenzó el confinamiento. Al principio y durante cuatro meses me negué y no quería hacer nada en forma virtual. Hasta que me conecté con todas mi ex alumnas de yoga, el 99% dijo “no”, porque es gente mayor, en un contexto rural sin buena señal de Internet, y se unieron unas pocas. Me costó mucho y no es lo mismo. También comencé a hacerlo con el péndulo y el reiki, hasta que me saqué el tabú de que no es lo mismo, ya que igualmente hay un intercambio. Ahora me siento muy cómoda pero hay gente que se niega.
—¿Publicás contenidos en las redes?
—Sí, en Facebook e Instagram, COLINALUZ-Holística.