Algunos, al verlo enfrascado obsesivamente durante horas con sus modelos suelen decirle “ya estás jugando de nuevo”, pero para Sergio Dubini –como para cualquier modelista que se precie de tal– más allá del factor recreativo del hobby, su actividad implica una paciente labor de información, conocimiento y trabajo puntilloso.
Sergio Dubini: "No tengo en cuenta el tiempo que le dedico al modelismo"
“Mecánico de hombres”
—¿Dónde naciste?
—En Paraná, en Villa Mabel –a media cuadra de avenida Ramírez–, hace 57 años.
—¿Cómo era la zona en tu infancia?
—Cuando vine al mundo era todo descampado, con calles de tierra y para tomar un colectivo había que ir hasta Racedo, hasta que llegó el asfalto hasta el almacén de Lipschitz, y después a la estación de servicio de O’Higgins y avenida De las Américas. Mis padres fueron transformando la casa en lo que es ahora.
—¿Qué se veía al salir de tu casa?
—Todo campo y monte; recién comenzaba a construirse la capillita Santa Lucía.
—¿Había un límite que no podías trasponer?
—El triángulo entre las calles Barilari, Granadero Baigorria y otra que no recuerdo. Pero en las casas no había rejas.
—¿Qué idea te hacías sobre el centro de la ciudad?
—Fui a la escuela Normal y el primer año estuve con mis abuelos de calle Salta. Hice la Primaria, comencé la Secundaria, me fui a la escuela de la Base hasta segundo año; quería ser infante de Marina pero mi papá no me dejaba. Hubo una pequeña discusión, mi abuelo se hizo mi tutor, pedí los requisitos para ingresar y me dijeron que no podía. Entonces le dije a mi papá que me iba –a los 16 años– a la Escuela de Suboficiales –en Córdoba–, hubo otra discusión, pero finalmente aceptó. Como quería ser infante y no pude, terminé siendo “mecánico de hombres”, instructor de tropa.
—¿Sentías la vocación militar?
—Tengo casi todos mis familiares que son militares. Mi abuelo había estado en la Escuela de Especialidades de la Armada hasta segundo año y mi papá cuando tenía 15 años se fue a la Escuela de Mecánica de la Armada, pero en el segundo año lo fletaron porque se tomó una licencia que no le correspondía. Ingresé a la Fuerza Aérea en 1979 y me retiré en 2015.
—¿Qué materias te gustaban?
—Historia, mucho, algo de Física y las manuales.
—¿Personajes del barrio?
—El Turco Julio, un pordiosero, muy servicial, quien hacía changas y que había sido abogado, muy instruido y con muy buena caligrafía. Y una señora de escasos recursos, La Yuyera –con quien nos asustaban a todos los chicos–, que pasaba con una bolsa al hombro y no se sabía lo que llevaba.
—¿Hasta cuándo viviste allí?
—Hasta los 24 años.
—¿La actividad laboral de tus padres?
—Mi papá, trabajador ferroviario, y mi mamá, ama de casa.
—¿A qué jugabas?
—A los cowboys, soldaditos, la guerra y carreras de bicicleta. Nos juntábamos todos los chicos y jugábamos al fútbol en la calle. Para carnaval, la gente salía a jugar y bailar, igual que para Navidad.
Una revista en un galpón
—¿Desarrollaste alguna afición regularmente?
—Siempre hice algo relacionado con el modelismo y la culpa la tiene un tío, quien tenía una chacra cerca de Crespo. Dibujaba muy bien y me llamaba la atención. Cuando tenía diez años, encontré en su galpón la revista Hobby –alguno de cuyos ejemplares conservo– y me impresionó todo lo que se podía hacer con las manos. La primera maqueta que hice fue un cañón naval, con un palito de paraíso –tallado a mano–, la parte de la culata era con un rayo de bicicleta, y la cureña con pedacitos de madera. Después intenté hacer barcos y hacía espadas para mis amigos, porque veíamos muchas series.
—¿Cuándo comenzaste formalmente con el modelismo?
—Después de los 20 años, cuando ya había egresado y tenía mi plata para ir a Buenos Aires –donde se conseguía la revista Modelos y Colecciones, que era muy completa–, y podía comprar alguna maqueta para armar. Recorría todos los quioscos de calle Florida. De esa revista tomé el modelo para esta lancha (la muestra).
—¿Mantuviste la afición a la par de la carrera militar?
—Estuvo parada, porque entraba a las siete de la mañana y cuando me tenía que ir, tenía que cubrir a alguien –para pagar derecho de piso. Así que estaba dos días sin volver a mi casa. Antes no había tantos recursos como hay ahora a través de la computadora e Internet, y tampoco libros.
—¿Desarrollaste otra habilidad?
—El dibujo, cada tanto, y la lectura.
—¿De Historia?
—Sí, y también de ciencia ficción.
—¿Algunos libros que te marcaron?
—El señor de los anillos y Conan el Cimmerio; leía mucho las revistas D’Artagnan, El Tony y Fantasía.
Los aviones de don Santos
—¿Qué fue lo fundamental que aprendiste por aquel entonces?
—Cuando tenía 15 años en la Escuela Industrial estaba el profesor don Cacholo Santos, quien armaba aviones mientras los chicos estaban ocupados. Mi papá habló con él, me llevó a su casa, me regaló dos y cuando se retiró siempre que iba al centro me daba una vuelta por su casa, porque tenía muchas piezas. Los comercios que tenían ese tipo de cosas en Paraná eran Hobbilandia y La viejita Pagy.
—¿Las primeras piezas o modelos que obtuviste?
—Partes de un Mecano que fue de mi papá y que mi abuelo lo tenía guardado. Más adelante comencé a conseguir cosas en Buenos Aires y Santa Fe, aunque a veces por los precios eran prohibitivos. Cuando tenía 27 años conocí a gente e hicimos una reunión en Casa de Italia con el objeto de crear un asociación, cuando por entonces los modelistas que había eran gente mayor como don Santos, quien llegó a tener más de 400 piezas, donadas al Museo de Fuerza Aérea de Buenos Aires. Junto con un señor de apellido Olmos –de calle El Plumerillo–, fueron los pilares de todos los modelistas paranaenses de mi edad.
Colores y reciclado
—¿Que la pieza tenga el color original de lo que fue el objeto real le da una valor particular?
—Tengo una discrepancia con todos los modelistas y para mí es una cuestión relativa. No se puede decir cuál es el color real, por ejemplo, de un avión, porque es lo que se ve en una foto. Se trata de ser lo más fiel posible. Por ejemplo, ninguno de los Canberra de la Base (Paraná) tenía el color original porque tuvieron desgaste, estuvieron en la guerra y fueron repintados. Una vez vi temprano por la mañana un helicóptero negro del Ejército pero luego el color cambió a gris verdoso oscuro –porque se le había ido el rocío– y al mediodía era verde negro. Así que el color dependía de la hora en que lo hubiera visto. El color real de los tanques israelíes no tiene nada que ver con lo que se ve en las fotos, porque casi nunca se lavan, ya que viven constantemente en guerra y cubiertos de polvo.
—¿Cuál fue el primer modelo que hiciste con rigurosidad técnica?
—Un (avión) F 104 alemán y después un Tiger Moth –un biplano de entrenamiento–, y entre 1987 y 1990 –cuando no se conseguía nada– juntaba las cosas que otros tiraban y reciclaba, que es lo que hoy se llama scratch. Esa lancha (la muestra) es un scratch, hecha desde cero, con cartón, plástico y alambre. Me gusta hacer algo que no tengan los demás. Este tanque con pala (lo muestra) también está hecho con scratch, lo comencé hace dos años y falta pintar. Entremedio hice otras piezas, como este diagrama de Vietnam (lo muestra) o este tanque Sherman –que también me falta terminar.
Mundo sin tiempo
—¿Cuánto tiempo has invertido en ese tanque?
—No lo tengo en cuenta. Comienzo algo, me apabulla, comienzo otra cosa, me da apuro por terminar…pero tampoco me enloquezco. O se genera un problema que no se puede resolver, hasta que aparece una solución. Es un proceso. A veces tengo maquetas guardadas para armar durante años y no estoy inspirado para hacerlas, hasta que un día comienzo.
—¿De cuánto puede ser una jornada de trabajo?
—A veces he estado desde las nueve de la noche hasta las dos y media de la mañana, aunque hay días que no hago nada.
—¿La pieza que más tiempo te demandó?
—Una que ya no está porque se rompió en una mudanza. Un robot tripulado, que lo hice con dos mitades de huevos de Pascua plásticos. Lo vi en una revista.
—¿Abandonaste alguna en construcción?
—No, la he dejado colgada porque me he dedicado a otra cosa, pero no porque no me guste. Un amigo me carga y me dice que dentro de 18 años… porque tuve una maqueta de un tanque ese tiempo sin terminar y cuando vino él la terminé.
—¿Cuál es la etapa que más disfrutás?
—Verlo terminado y que alguien lo vea.
Habilidad y persistencia
—¿Dos o tres claves de un buen modelista?
—Constancia –lo cual no tengo–, informarse y habilidad manual. En algunos casos nos
resulta fácil, y otros no tienen tanta habilidad pero son persistentes.
—¿Hay algún libro que sea una referencia especial?
—Las revistas que venían de España nos abrieron la cabeza. Tuvimos mucha influencia a través de Modelismo e Historia.
—¿Cuando se parte desde cero, el modelo es una fotografía?
—Hoy a través de Internet es una gran ayuda porque encontrás los planos y miles de fotos de cada parte, veo documentales sobre mecánica, carpintería y de todos tomo algo. Europa y Estados Unidos han revolucionado el hobby de una forma extraordinaria, al punto que hay periodistas especializados en fotografiar un tanque, un barco o cualquier pieza. Quienes hacemos aviones de combate, vehículos, tanques y uniformes, es una cosa, y quienes hacen autos de carrera es distinto. aunque igualmente hay que informarse. En este caso, los colores son los colores, porque un auto de Fórmula 1 está pintado de determinada manera y no hay vuelta de hoja. El tanque lleva algún camuflaje pero se soluciona, porque es un vehículo rústico y sucio. El avión es más limpio pero si estuvo en servicio tuvo su desgaste.
—¿Sólo hacés piezas bélicas?
—Hago lo que tengo. Me gusta mucho la ciencia ficción y lo creativo.
—¿Tenés contabilizada la cantidad que hiciste?
—No sé… unas 80 o 90 maquetas.
—¿De cuál no te desprenderías?
—Me costó mucho hacer el Sherman argentino –de la década del 70– y el tanque AMX 13.
—¿El modelista vende sus piezas?
—Hay quienes sí, aunque a mí me cuesta un montón desprenderme. He hecho aviones de madera por encargo. Si tuviera que vender, por ejemplo, la maqueta del tanque con pala, cuesta más de 7.000 pesos. No son juguetes. Cualquier maqueta de tanque o avión, no cuesta menos de 1.500 pesos.
Apuntes para comenzar
—¿Con que herramientas hay que contar para comenzar?
—Quien quiere comenzar necesita hojas de lija al agua de distintos grosores – para devastar–, un pedazo de cartón para hacer una lima, un cúter, cemento de contacto o La Gotita, una pistolita para pegar, pinceles y pintura. Y buscar un plano o algo que te guste. En el caso de las cajas, vienen con todas las piezas para armar, como si fuera un rompecabezas.
—¿Cuáles son los mejores materiales?
—Trabajo en plásticos, madera, madera balsa y cartón, porque es más fácil para cortar.
—¿Cómo ha evolucionado la asociación que los nuclea?
—Luego de aquella reunión de unas ocho o diez personas –entre ellas don Santos– formamos la Asociación Modelistas de Paraná (AMPA), comenzamos a juntarnos, se sumaron hasta unas veinte personas y como en todo grupo llegó un momento en que algunos se creyeron los dueños. Por aquel entonces Guillermo Barreto –quien transformaba los soldaditos Gi Joe– había hecho un trabajo muy lindo sobre ciencia ficción para un concurso. En 1996 se hizo la primera exposición en el Club Social, en la cual se mostraron unas 300 maquetas, luego se hicieron otras y también teníamos una escuelita para los chicos –aunque con problemas por la falta espacio. La asociación se dividió y nos denominamos Modelistas Independientes de Paraná.
—¿Algo para anunciar?
—El 6 y 7 de julio tenemos la exposición en el Círculo de Suboficiales –en calle Belgrano– a partir de las 11.30 y hasta las 20, y el domingo, desde las 10, en horario corrido. Ya nos confirmó que viene gente de Rosario y de La Plata. Pueden ubicarme en Facebook o a Guillermo Barreto. En el Casino de Suboficiales –frente a la Brigada Aérea– hay un Canberra de dos metros por dos metros en escala 1/10, que lo hicimos con Guillermo y se puede ir a ver.
Cuando todo es digno de convertirse en una maqueta
Dubini hace remontar los orígenes del modelismo hasta los egipcios y griegos y apunta que actualmente se ha ampliado hacia las más diversas temáticas. “Hago modelismo militar para recordar lo que es la estupidez humana”, reflexiona.
—¿Por qué hay un predominio de maquetas bélicas?
—El modelismo comenzó con los primeros prototipos de armas. Los egipcios y griegos para armar un barco, primero hacían una maqueta. Si se hacía una catapulta también se hacía una chiquita para que el rey viera y aprobara la construcción. Con las pirámides, igual, hubo que hacer un modelo a escala. En el caso de Da Vinci, muchas de sus invenciones eran modelos. Tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados estaban en sus trincheras, hacían modelos y los japoneses hacían modelos de aviones. Del Titanic, se hizo una réplica de lo que sería, y Ford comenzó a promocionar sus modelos con maquetas. Aquí en un momento todo lo que venía de modelismo era con temática militar, pero ahora se diversificó y hay trenes, barcos, vehículos civiles, figuras medievales, motos, bicicletas, ciencia ficción, figuras civiles… Hago modelismo militar para recordar lo que es la estupidez humana, por la capacidad de autodestrucción que tenemos, y para recordar la Historia.
—¿Qué países están a la vanguardia?
—Francia, Alemania, Estados Unidos, también tenemos una competencia muy grande por parte en las ex repúblicas soviéticas, donde se hacen concursos que son espectaculares. Y los japoneses están por sobre todos, porque hacen cosas que sólo ellos pueden hacer.
—¿Cuáles son los impedimentos, comparado con un modelista europeo o norteamericano?
—El problema es que todos los insumos son caros porque están dolarizados y se hacen muy pocas cosas en Argentina. Juan Heredia –de Córdoba– hizo algunos modelos en resina y en Buenos Aires hay gente que compra afuera y copian figuras para el mercado local. Hay muchas cosas e insumos –esmaltes, cemento, masilla, etc– pero no llegan a Paraná; lo más cercano es Rosario. Yo pinto con pintura acrílica artística. A mi gusta copiar piezas, sé hacer moldes con silicona, caucho y resina, pero hay, por ejemplo, bombas de vacío, tornos en miniatura y otras herramientas que no son accesibles.
—¿Dónde irías si no tuvieras limitaciones en cuanto a posibilidades?
—A Japón, Hamburgo –donde al lado de su aeropuerto tiene “la ciudad de la miniatura” (la más grande del mundo)– y a Polonia, o alguno de estos países del Este europeo, porque tienen una calidad extraordinaria.