Una cárcel es, seguramente, la gran antítesis de un viaje —especialmente después de varios meses de confinamiento—, de esa sensación de libertad que proporciona salir a recorrer y descubrir el mundo. Entonces, ¿por qué despierta tanto morbo y tanto interés el llamado turismo penitenciario? ¿Por qué las visitan los viajeros? Probablemente porque dentro de algunas de ellas tuvieron lugar episodios importantes de la historia de la humanidad, y además nos transportan a otras épocas de una forma casi violenta. Si se viaja para aprender, entre estos muros se pueden comprender muchos aspectos sobre el ser humano.
El turismo penitenciario, un boom que no para de crecer en el mundo
Las antiguas cárceles de todo el mundo tienen tres posibilidades cuando se cierran: ser derribadas —como ocurrió con la madrileña prisión de Carabanchel—, quedar abandonadas y convertirse en edificios fantasma, o ser reconvertidas en museos, espacios culturales o incluso en hoteles. Y es que dormir en una celda puede proporcionar una experiencia diferente —como la sensación de verdadero encierro, sin comodidades—. Entramos en algunas de las prisiones más famosas del mundo.
La celda de Mandela
Isla Robben, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, estuvo preso Nelson Mandela, uno de los reos más famosos del fin del siglo XX: en total pasó 27 años de su vida encarcelado. Cuando el mundo entero cantaba en 1984 Free Nelson Mandela, el líder del Congreso Nacional Africano (ANC, en sus siglas en inglés) llevaba ya 18 años entre rejas; concretamente, en la celda número 5 —de apenas 2 por 2,30 metros— en la sudafricana isla Robben.
Este escueto pedazo de tierra de Table Bay, frente a Ciudad del Cabo, fue la cárcel de los colonizadores holandeses desde 1650. Mandela, como reo de categoría inferior, tuvo pocos privilegios y una vida dura, pero mantuvo su voluntad inquebrantable.
Ahora el presidio es patrimonio mundial y los circuitos guiados que lo recorren —desde la celda de Madiba, apodo del gran activista contra el apartheid, hasta la cantera donde realizó trabajos forzados— transmiten las penurias sufridas allí, mientras un antiguo prisionero cuenta su experiencia desgarradora de primera mano. Los ferries a la isla Robben parten —cuando el tiempo lo permite— desde los muelles de V&A, en Ciudad del Cabo.
La fuga imposible: Alcatraz
Isla natural de la bahía de San Francisco es, probablemente, la cárcel más famosa del mundo, aunque solo funcionara como tal durante 29 años (de 1934 a 1963). Alcatraz fue una superprisión, un experimento penitenciario ante el incremento de los crímenes en Estados Unidos tras la Gran Depresión de la década de 1930. Aquí estuvieron encerrados algunos de los mafiosos más conocidos de la época, como Al Capone o Robert Birdman Stroud. Pero el gran mito de la prisión de Alcatraz es que nadie logró escapar de ella: los 36 presos que lo intentaron fueron capturados, murieron a balazos o se ahogaron en las aguas de la bahía.
Pero esta roca —este era su apodo— aislada es mucho más: hoy las audioguías hacen hincapié en las celdas, pero también en las colonias de aves y los recuerdos de su ocupación por los nativos americanos entre 1969 y 1971. También ha sido escenario de no pocas películas ambientadas en la cárcel, la más famosa entre ellas Fuga de Alcatraz, con Clint Eastwood como protagonista.
Desde el Muelle 33 de San Francisco salen ferris cada 30 minutos hacia la isla de Alcatraz, integrada dentro del área recreativa nacional Golden Gate.
Perpetua haciendo turismo
Otra cárcel de película la encontramos en Mansfield, en el Estado de Ohio. ¿Quién no recuerda Cadena perpetua, con Morgan Freeman y Tim Robbins? Fue rodada en una prisión de verdad, lugar que en la actualidad se ha convertido en enclave de peregrinaje turístico. La gente deambula por las dependencias interiores, los patios donde los presos conversaban, organizaban sus fugas… Pero el Ohio State Reformatory es también un sitio con unas connotaciones esotéricas que atrae a muchos buscadores de la vida en el más allá.
Abandonada en 1990, las instalaciones se han ido renovado, eso sí, algunas de las zonas más significativas se conservan tal y como eran. Hoy se puede incluso celebrar un evento en sus antiguas salas de comedor y esparcimiento de los presos. Hay quien incluso se casa aquí, adornando un poco sus instalaciones. Pero si no aspiramos a tanto, siempre podemos limitarnos al tour turístico, con o sin guía.
Fugarse con Papillón
Henry Charrière, el famoso Papillón, fue un ciudadano francés acusado de un crimen que no cometió y sentenciado a cadena perpetua y trabajos forzados en un penal en las colonias francesas. Podría haber sido un paraíso tropical, pero la Île du Diable (isla del Diablo) a la que fue trasladado era, en realidad, un infierno en vida, un presidio para 80.000 delincuentes franceses entre 1852 y 1946, del que pocos escaparon. Se trata de la más pequeña de las tres islas de la Salvación, frente a la costa de la Guayana Francesa. Las condiciones eran miserables, con un calor insoportable y voraces mosquitos transmisores de la malaria. Incluso cuando los internos encontraban una salida entre la selva o los embravecidos mares, cocodrilos y otros peligros les acechaban.
Charrière escapó, aunque algunos lo duden; Papillon, el libro que narra su historia, se adaptó al cine en 1973 con Steve McQueen y Dustin Hoffman encabezando el reparto. Pero él no fue el único preso famoso. También estuvieron aquí Alfred Dreyfus, el protagonista del caso Dreyfus a finales del siglo XIX, o el anarquista francés Clément Duval. Hay ferris y catamaranes (más cómodos) que llegan a la isla desde Kourou en una hora y media de travesía, aproximadamente.
Un pasado sangriento
Durante siglos, la Torre de Londres, construida como baluarte de Guillermo el Conquistador en el año 1070, ha protegido a reyes, salvaguardado las joyas de la Corona británica y acogido a algunos de los prisioneros más populares de Gran Bretaña: Guy Gunpowder Plot Fawkes, los Little Princess (supuestos hijos ilegítimos de Eduardo IV) y Sir Walter Raleigh pasaron por esta fortaleza junto al Támesis. Otros muchos de sus reos fueron ejecutados. Enrique VIII utilizó aquí su tabla de rebanar para despachar a dos de sus esposas. La torre es ahora más refinada (historias de fantasmas aparte), y los circuitos comentados por los beefeaters (guardianes de la torre) resultan de lo más truculentos.
Su pasado de asesinatos terribles ha convertido a este edificio en una de las mayores atracciones turísticas de la capital británica, e incluso sus cuervos son famosos: se dice que si algún día desaparecen, caerían tanto el edificio como la corona británica. Y continuando con su leyenda, se dice que el único espacio del complejo donde no hay fantasmas es la Torre Blanca, ya que durante su construcción se sacrificó un animal (un gato) y se enterró entre sus muros para su protección.
Venta de esclavos
Hay enclaves en el litoral de África Occidental que aún recuerdan uno de los capítulos más terribles de la historia de la humanidad: la trata de esclavos. Uno de ellos es el castillo de la Costa del Cabo (Cape Coast), a tres horas de Accra, la capital de Ghana. Aunque algo dejados, los muros —blancos y altos— y las terrazas de esta fortaleza declarada patrimonio mundial por la Unesco siguen resultando imponentes, como cuando fueron levantados en el siglo XVII. Parece una villa más sobre el Atlántico, pero dentro esconde mazmorras por las que pasaron más de mil almas durante la época álgida del comercio de esclavos, y en las que permanecían meses antes de ser enviados, hacinados en barcos, al Nuevo Mundo. No resulta difícil imaginar lo infernal que tuvo que ser aquella espera, con la brisa marina colándose por los barrotes como único contacto con el mundo.
Más famosa es la penitenciaría de la isla de Goreé, frente a Dakar (Senegal). Se estima que al menos 20 millones de personas (hombres, mujeres y niños) fueron capturadas en las aldeas de la capital senegalesa para ser vendidas por los tratantes de esclavos establecidos en esta isla. El interior de esta casa de los esclavos estaba concebido para el comercio de seres humanos, que permanecían en sus calabozos hasta que eran embarcados por un pasillo conocido como “el lugar de donde no se regresa”, y que era el único sitio donde las familias podían verse por última vez antes de iniciar el viaje a América, de donde nunca regresarían.
En 1848 Francia abolió la esclavitud y se cerró esta prisión que había sido el lugar más activo de este comercio. Desde 1978 es patrimonio mundial y visita imprescindible de todo el que viaja a Senegal.
Conde de Montecristo
También es histórico, y sobre todo novelesco, el castillo de If, que se contempla desde la costa en la bahía de Marsella. Esta prisión se hizo mítica cuando Alejandro Dumas la convirtió en el lugar donde encierran a Edmond Dantès, el héroe de su novela El conde de Monte Cristo, (1844). Pero además del novelesco Dantès, aquí estuvieron otros prisioneros célebres —algunos pura leyenda—, como el hombre de la máscara de hierro, el marqués de Sade o el general Jean-Baptiste Kléber cuando volvió de Egipto (en realidad estuvo su cuerpo, porque él había muerto ya en El Cairo).
El castillo de If funcionó como cárcel de Estado desde 1580 a 1871 y su ubicación estratégica le permitía tanto poner a buen recaudo a los reos como proteger a la ciudad de posibles invasiones.
Tras su cierre y hasta 1950 solo tuvo como residentes al farero y su familia. Hoy es muy fácil entrar y salir de ella sin tener que tirarnos al mar, como hizo el famoso conde: basta con embarcar en un ferri desde el Vieux Port.
Sentirse un auténtico preso
Todavía es posible sentir la fuerza y crudeza de los interrogatorios del KGB en una antigua cárcel militar en la costa báltica letona. Karosta funcionó como tal hasta hace pocos años (1997), pero ahora es un museo interactivo donde los visitantes se ponen en la piel de los antiestalinistas y desertores que poblaron sus lúgubres espacios. Pero las visitas no son las más clásicas: los visitantes (o internos temporales) son fotografiados, examinados, voceados y empujados a través de los huecos y rincones de este cuartel (embrujado, se dice).
Para vivir esta experiencia de sentirse en un auténtico presidio hay también circuitos nocturnos macabros, que incluyen rancho carcelario y estancia en una celda (colchón, taza de metal y poco más). Se puede dormir en sus incómodas celdas y, si se desea, ser tratado como un verdadero desertor nazi o un enemigo del régimen estalinista. Y, por increíble que parezca, hay también tours especiales para colegios.
Karosta está a cinco kilómetros de Liepaja, en la costa oeste de Letonia, y es una experiencia solo para verdaderos adictos al turismo penitenciario.
Los campos de la muerte
En 1975, este antiguo instituto de la capital camboyana se convirtió en una prisión donde los jemeres rojos infligieron un sufrimiento indescriptible a los supuestos enemigos del régimen. Las aulas se convirtieron en cámaras de tortura mientras las pizarras y los libros fueron sustituidos por instrumentos horripilantes, concebidos para sacar información sin escatimar en dolor. Tuol Sleng —también conocido como S-21, su nombre en clave— se cerró en 1979 tras el derrocamiento de Pol Pot y un terrible recuento de unos 17.000 internos muertos. Para que nunca se olviden estas atrocidades, hoy puede caminarse por las aulas y los pasillos, entre fotografías de las víctimas y el relato de la historia de lo que ocurrió en este lugar.
A 12 kilómetros al suroeste se encuentran los llamados campos de la muerte de Choeung Ek, donde ejecutaron a numerosos reclusos. Es una experiencia estremecedora. Los camboyanos pueden acceder gratuitamente como medida para fomentar el llamado turismo de la memoria y que se conserve para siempre entre la población el recuerdo de algo que, esperan, no se repita jamás. Un buen complemento a la visita es ver la archipremiada película Los gritos del silencio (The Killing Fields, 1984), de Roland Joffré, basada en las experiencias de tres periodistas durante el régimen de los jemeres rojos.
María Antonieta
Desde su esplendor hasta la crudeza de la guillotina revolucionaria, este antiguo palacio medieval ubicado en la Île de la Cité, rodeado por el Sena, tiene un pasado de lo más turbulento. La Conciergerie, hogar de la Sainte-Chapelle, ejemplo exquisito del gótico, se convirtió en el principal centro de detención de los reaccionarios durante la Revolución Francesa. Sus oscuras y pestilentes celdas alojaron a quienes se oponían al nuevo régimen durante el Reino del Terror (1793-1794), cuando más de 2.700 almas fueron sentenciadas a muerte y guillotinadas. Entre ellas, la famosa reina María Antonieta. La prisión ocupaba la planta baja del edificio y las dos torres. Arriba, mientras tanto, discurría la labor del Parlamento.
La Conciergerie mantuvo su función carcelaria durante todo el siglo XIX y principios del XX; en 1914 se declaró monumento histórico y se abrió al público. Hoy se puede ver por dentro, incluyendo una reconstrucción de las antiguas cárceles revolucionarias, la propia celda de María Antonieta y también, cómo no, la guillotina.
Más allá del horror
Encarna la representación arquetípica de los campos de concentración y exterminio nazis, que fueron mucho más allá de simples centros de reclusión; Auschwitz, entre otros, acogió la barbarie humana en su más alto grado. Está a unos 43 kilómetros al este de Cracovia y fue el mayor centro de exterminio del nazismo. Bajo la dirección del cruel Heinrich Himmler, en sus barracones fueron encarceladas 1,3 millones personas, de las que un 1,1 millones, la mayoría judíos, nunca salieron de este lugar. Liberado por las tropas soviéticas en 1945, actualmente es mucho más que un museo, es un monumento crudo que recuerda lo que significó el Holocausto.
Declarado patrimonio mundial en 1979, su visita es impactante: tras pasar la puerta donde se puede leer el cartel Arbeit macht frei (El trabajo te hace libre, en alemán), se pueden contemplar los antiguos barracones, las cámaras de gas, los hornos crematorios y una colección de objetos sustraídos a los prisioneros antes de ser ejecutados.
La cárcel de la independencia
Las paredes de esta cárcel cuentan (a gritos) la historia de la independencia irlandesa. Aquí acabaron muchos de los rebeldes que lucharon por esta causa, como los cabecillas del célebre alzamiento de Pascua de 1916. Uno de ellos, Joseph Plunkett, se casó horas antes de su ejecución con Grace Gifford en la capilla de la cárcel, pero en lugar de un viaje de luna de miel después se dirigió hacia el pelotón de fusilamiento. La historia de su breve enlace no quedó allí: Gifford fue recluida años más tarde en esta misma prisión y decidió decorar su celda con una imagen de la Virgen y el niño.
Desde 1971, Kilmainham Gaol está abierto al público, sobre todo su ala victoriana. Allí fue donde se rodó buena parte de la película En el nombre del padre, en 1993, que narra la historia y el proceso judicial de los Cuatro de Guildford. También reconoceremos esta prisión en otras películas de temática similar, como Michael Collins (1996), que nos llevarán, igual que la visita guiada por el interior de las celdas y zonas comunes, hasta las entrañas de este emblemático edificio dublinés.
Fuente: Diario El País de España