Alejandro Fernández: "La educación es horrorosa y por eso los resultados actuales"

Alejandro Fernández, docente y escritor. Niñez, adultez y videos. Educación, catástrofe y nuevos analfabetos. Teléfono en el aula: ¿sí o no?
20 de marzo 2023 · 10:56hs

El profesor de Lengua y Literatura Alejandro Fernández esboza un panorama desolador y poco alentador a futuro, especialmente en la educación pública, a partir de la imposibilidad de lectura y comprensión por parte de los jóvenes, y enfatiza sobre la total desconexión de la realidad de las autoridades de dicha área. En otro orden, el escritor, autor de Pesadillas macabras, Túneles blancos y Viaje metempsicótico, proporcionó fundamentos para iniciarse en la creación literaria al igual que sugerencias de lecturas.

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El mundo de los videojuegos

—¿Dónde naciste?

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—En Paraná, en calle Carafa.

—¿Hasta cuándo viviste allí?

—Hasta los 13 años, cuando me mudé a calle Panamá, entre Santiago del Estero y Catamarca, me puse en pareja, me casé, alquilé en calle Cervantes, luego en Bavio y ahora tengo una casa en un barrio de Miguel David y Newbery. También viví en Colonia Avellaneda.

—¿Cómo era aquella zona en tu infancia?

—Donde yo vivía no estaba asfaltado y siempre jugaba en lo de un amigo, a dos cuadras. Hay una plaza en calle Francisco Sayos, cerca de donde viven mis padres, donde jugábamos y andábamos en bicicleta, al igual que por Avenida de las Américas y por la virgen, hacia el puente.

—¿Qué visión tenías del centro?

—No pensaba mucho pero cuando iba con mis padres pensaba que podía encontrar más entretenimiento que en el barrio, como los fichines, y recorrer algunos comercios. Parecía “otra ciudad”.

—¿A qué más jugabas?

—Me gustó mucho cuando me regalaron el primer videojuego, una especie de Atari, luego el Family Game, juegos de lucha, el Sega y en la adolescencia jugábamos juegos de rol de calabozos y dragones (Dungeons and dragons).

—¿Qué actividad laboral desarrollaban tus padres?

—Mi papá trabajó en Telecom, en mantenimiento, y luego ascendió al sector administrativo, donde se jubiló, y mi mamá, ama de casa.

—¿Sentías una vocación?

—Me gustaba mucho el cine, jugábamos a que dirigía películas imaginarias, también quería ser diseñador de videojuegos y miraba televisión todo el tiempo. La lectura estaba al margen y no tenía referentes que me llevaran hacia allí.

—¿Cuándo desististe de ser director de cine?

—Todavía andan dando vuelta algunas cenizas (risas)… En la mitad del profesorado de Lengua y Literatura fui más para ese lado y pensé cada vez menos en el cine. Descubrí que la literatura me ofrece lo que ningún otro arte puede brindar: la conexión con el texto, su reconstrucción y la vivencia de la historia, que no me pasó con las películas.

—¿Qué cine preferís?

—Me gustan películas de gánsteres, thriller, terror, ciencia ficción, Stanley Kubrick, (Quentin) Tarantino, de Clean Eastwood…

—¿Otra afición?

—Coleccionaba figuritas, pero saltaba de una cosa a otra y nunca nada me atrapaba. Hoy sobrevive mi afición por la lectura y los videojuegos on line, junto con mi mujer, con quien nos conocimos en la biblioteca de la facultad donde yo trabajaba.

—¿Cómo es hoy la vivencia de los videojuegos?

—La intensidad de cómo se disfruta cuando se es chico se pierde, al igual que la potencialidad que tenía. Es una lástima. Me divierten y sacan un poco del mundo cotidiano, o juego después de escribir, para desconectarme.

Juegos de rol, literatura y filosofía

—¿Qué texto fue revelador al comenzar a leer?

—Me explotó la cabeza uno de terror de Stephen King, a partir de una película basada en ese libro. Más adelante, (John Ronald) Tolkien, en la misma época en que descubrimos los juegos de rol y lo de crear personajes. Fuimos los primeros en Paraná que jugamos rol, bajábamos los manuales y los imprimíamos, y comprábamos dados especiales en Buenos Aires. Luego se hicieron partidas en vivo. Esto influyó en mi mirada de la ficción.

—¿Por qué?

—Porque era ficción en vivo; en ese momento estaba leyendo mucho más y relacionaba los mundos del rol y la literatura, y luego con la filosofía. Buscaba libros que golpearan y perturbaran mi universo creado y el de la vida en general.

—¿Por ejemplo?

—De los primeros, uno de (Albert) Camus, El extranjero, por lo del absurdo, el sinsentido y de que nada vale la pena, y de Thomas Ligotti, La conspiración contra la especie humana, por la idea de que la vida consciente es un error evolutivo y que no debiera haber existido, por el sufrimiento que se genera al ser vivo.

—¿Qué te generaban?

—Trataba de imaginar historias que me gustaría contar. Las fuentes donde más busco son libros, películas y series. Me gusta esa parte experimental de la literatura y mezclar la alta literatura, en la cual prima la forma de expresión, con el mundo de la cultura popular que me gusta.

—¿Había tensión entre ese mundo audiovisual y la literatura?

—Es imposible desligarlas porque crecí con la cultura audiovisual y la del papel, y tratarlas por separado es muy difícil. Cuando cuento algo, visualizo la escena como si fuera una película y ahí te remontás a todo el acervo audiovisual que tuviste desde la niñez. Se complementan y potencian, y las artes cada vez se unen más para formar diferentes productos.

La educación que no cambia

—¿Te gustaba alguna materia de la secundaria?

—Odiaba la secundaria y la institución escolar, y nunca la pensé como un lugar propicio para que el ser humano pueda aprender en serio. Te obligan a ir con gente que tal vez no querés estar, en un horario que tal vez no querés cumplir y aprendiendo materias que no te preguntan si te gustan. Es un horror, más allá de que soy docente de Lengua y Literatura. La escuela se resiste a cambiar y por eso los resultados negativos que tenés. Es peor que antes, porque está compitiendo con cosas que no había.

—¿Tenías referencias en cuanto al conocimiento?

—Buscaba e investigaba lo que me interesaba aprender en el momento. Tengo dos e-reader con los cuales leo mucho y creo que le ganó la partida al libro tradicional porque podés encontrar libros o traducciones que ya no se editan, o en idioma original, ya que me gusta mucho la literatura inglesa y americana. Es más cómodo, le ponés el tamaño de tipografía y la separación de renglones que querés.

—¿Te costó reconvertir ese hábito?

—No fue para nada traumático, porque siempre conviví con lo audiovisual y lo escrito.

—¿Por qué estudiaste una carrera?

—Hice un año de Ingeniería en Sistemas porque quería hacer videojuegos pero no era nada que ver con lo que me planteé. Lo más cercano a lo que me gustaba eran los libros, y por eso el profesorado de Lengua y Literatura, aunque no pensé en la salida laboral. Quería algo rápido (risas).

—¿Ya escribías?

—El primer libro fue una novela, a los 16 años, que nunca publiqué y tengo guardada en la nube. Me demandó un año y medio.

—¿Cómo adquiriste los fundamentos de la escritura?

—Lo que me gusta de la escritura y la literatura es de los libros que leí, no de la escuela, porque no tuve quien me motivara. Durante la facultad tuve muchos desencuentros y frustraciones, porque soy un lector anárquico y busco lo que me da placer, y ahí quieren formar lectores críticos que sigan ciertos paradigmas. El perfil actual es llevar la literatura a lo político y subordinada a problemas sociales, y no me gusta, más allá de que la literatura esté atravesada por la ideología.

—¿Te aportó algo la carrera como escritor?

—Me dio conocimiento de muchos autores que no conocía, muchos de los cuales me gustaron, sobre todo de épocas antiguas.

—¿Te pensaste como escritor cuando escribiste la novela?

—Siempre me centré en la narrativa y escribí historias cortas, así que pensé que si podía escribir una novela completa, lo podría hacer siempre. Entré en un hábito, fui probando, hice una autodisciplina de escribir determinada cantidad de palabras y leer, hasta que cambié porque me limitaba y me ponía de mal humor.

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Tragedia y lectores de la inmediatez

—¿Qué hacés para no reproducir lo padecido en las instituciones?

—Soy docente de secundaria, es otro ambiente, generación, cultura, otras carencias y tiempos, y tienen acceso limitado a los recursos, así que tenés que adaptar lo que sabés. No es la secundaria de mi época; es muy difícil hacer que un chico lea. He estado en colegios públicos y privados, y en éstos hay más lectores que en los públicos, porque los padres leen y se lo inculcan a sus hijos. Di taller de escritura creativa en la Biblioteca Popular y es un placer porque va gente que realmente le gusta leer y escribir.

—¿La omnipresencia de la imagen es un agravante de aquel panorama?

—Lo audiovisual es ubicuo porque los chicos están con el teléfono en el aula. Si no les interesa lo que estás dando, se conectan al celular.

—¿Cómo lo integrás?

—Trato de usarlo vinculado a lo que doy, por ejemplo llevando escrito ahí los archivos para que no hagan fotocopias, aunque hay gente que no tiene celular. No todos los profesores lo hacen, porque hay mucha resistencia.

—¿Qué lector se está creando, en el caso de quienes aprenden a leer y entender?

—Un lector de la inmediatez porque cada vez leen textos más cortos, rápidos y sencillos, porque puede ser corto y tener valor literario y profundo. Casi reproduciendo el habla que utilizan. Sería el lector de twitter en literatura. Si le das un cuento corto, nada complicado para leer, como El gato, de Edgar Alan Poe, no saben dónde están parados. Tienen problemas para leer en quinto o sexto año, y no entienden palabras ni consignas. La barrera de lo básico no está superada, imaginate para hacerles leer textos más complicados. ¿Cómo hacés?

—¿Cómo escriben?

—Como hablan, como si estuvieran chateando y ni siquiera se les ocurre que la escritura para determinada cuestión tiene que ser diferente. Es todo lo mismo y así salen hacia la facultad.

—¿Qué pensás al llegar a tu casa?

—Trato de desconectarme (risas). Si te metés en ese pozo encontrás millones de problemas que afectan lo que disfrutás, aunque hay gente que se compromete y los aplaudo. La docencia pública no tiene ningún apoyo de las áreas educativas de gobierno, las cuales no tienen idea de lo que pasa en el aula y cargan al docente con tareas inventadas en una burbuja. Lo esencial nunca se resuelve.

—¿Es una batalla perdida?

—Sí, porque ninguno de los sectores relacionados con la educación, incluyendo a los gremios, apoya; el docente, sumiso, está solo contra todo eso.

—¿Tus colegas docentes leen?

—Conozco un par que lo hace, pero la gran mayoría no (risas). Se ve reflejado en sus conversaciones cotidianas, que me aburren.

El sinsentido y la necesidad

—¿Cuál fue el primer libro editado?

—Uno de 17 cuentos, escritos durante un año y medio, con una editorial de Buenos Aires con la cual no tuve una buena experiencia, y a los otros los edité y diseñé la tapa yo.

—¿Qué subyace en ellos?

—La forma en que siento la vida, un horror cósmico y sin sentido, sin oportunidad para salvarse ni para la esperanza, por la entropía y la muerte irremediable, por más que hagamos cualquier cosa.

—¿El sentido de escribir?

—Es una necesidad de la que no puedo escapar, las historias me persiguen, van conmigo a la cama, me dan vuelta en la cabeza y no me dejan en paz hasta que me siento a escribir. Antes de comenzar le doy muchas vueltas a la historia, visualizo un poco lo que será el final y detalles de los personajes.

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“La mente puede crear escenarios inimaginables”

El escritor ofreció recomendaciones para quienes quieran aventurarse desde cero en el mundo de la escritura y sugiere ciertas lecturas para nutrir la imaginación, otras para iniciar a los jóvenes en ese hábito y también para el solo disfrute.

—¿Qué puede hacer quien desea comenzar a escribir?

—Buscar el mejor lugar donde se sienta cómodo y totalmente solo, y sacarse de encima cualquier distracción. Si nunca escribió, apoyar las manos sobre el teclado y que las palabras salgan una tras otra.

—¿Nutrirse de qué?

—Siempre estar leyendo, al menos una hora por día, cualquier libro de literatura, si vas a escribir ficción. No hay forma de ser escritor si no lees, porque ahí se adquiere la estructura, la selección de palabras, cómo tramar la historia…

—¿Cómo crear fantasía ante el agobio de la realidad?

—El bicho o síntoma de lo fantástico lo lleva consigo el escritor, pero si no lo lleva y desea escribir algo fantástico tiene que pararse en un punto de esa realidad y preguntarse qué pasaría si donde sé que ocurrirá algo, irrumpe algo que da una vuelta de 180 grados a todo. Puede ser cualquier cosa, hay que meterlo en la historia y la historia te llevará. La mente humana tiene una autonomía, reflejada en los sueños, para crear escenarios nunca imaginados. Hay que darle la oportunidad.

—¿Tres libros para ese potencial escritor?

El extranjero, de Camus, La broma infinita, de David Foster Wallace, y La conspiración contra la especie humana, de Thomas Ligotti.

—¿Para padres que no leen, preocupados porque sus hijos tampoco lo hacen?

Fahrenheit 451, de Ray Douglas Bradbury, la saga de Mundodisco, de Terry Pratchett, de fantasía, humor y temas profundos que puede leer cualquier miembro de la familia, y, para jóvenes, El último reino, de Bernard Cornwel, una saga de novela histórica sobre la formación de Inglaterra, con luchas entre vikingos y sajones.

—¿Tres libros en papel para llevar a una isla donde estarás cierto tiempo sin conexión a Internet?

—¿Sólo tres? (risas; piensa bastante). La broma infinita; Ideas. Historia intelectual de la humanidad, de Peter Watson, e Historia de la Filosofía occidental, de Bertrand Russell. Una yapa: Borges, que me encanta.

—¿Publicás en las redes?

—En Facebook e Instagram, Alejandro Fernández.

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