La pandemia del coronavirus redefinió numerosos aspectos de la vida cotidiana de las personas, y el mundo laboral no resultó ajeno a estos cambios. Se expandieron los delivery, la educación a distancia, las compras online y el teletrabajo, con un crecimiento inusitado en la demanda de productos, servicios y profesionales informáticos, pero además hubo una mutación en ciertas tareas y emprendimientos nuevos que cobraron un fuerte dinamismo dentro del mercado, ante necesidades concretas.
Nuevas demandas amplían horizonte de reconversión laboral en pandemia
En algunos espacios de concurrencia masiva aparecieron los “tomadores de temperatura”: empleados que venían haciendo otras labores y debieron aprender el procedimiento de medir con un dispositivo si la gente que ingresa tiene fiebre o no, y con un rociador con alcohol se ocupan además de desinfectarles las manos. Para saber cómo hacerlo adecuadamente recibieron alguna capacitación o instructivo, y custodiando que todos vayan con tapabocas o barbijo, contribuyen de algún modo a la prevención.
En el shopping La Paz los jóvenes que cumplen esta función actualmente venían de hacer tareas de mantenimiento, o estaban abocados a la seguridad del lugar, que desde que se reabrió, con restricciones, recibe numerosas visitas a diario. Con amabilidad y respeto detienen a quien avanza hacia la entrada y proceden. Muchos ya están habituados y extienden sus manos al llegar para la aplicación de alcohol, y fueron incorporando nuevos hábitos para que las personas se sientan más cómodas con el procedimiento: “Fuimos viendo con qué desinfectar los baños, las barandas y demás instalaciones, para que la lavandina no le haga mal a quienes tienen alguna sensibilidad o alergia. Y a la temperatura la tomamos ahora en el cuello con la pistolita y no apuntando a la frente, para no ser tan invasivos”, refirió uno de los jóvenes que ayer estaba cumpliendo esta tarea, quien mencionó que la mayoría de la gente acepta con naturalidad este trámite.
Quien también se dedicó a hacer otra labor diferente a la habitual fue Mariano, trabajador de una fábrica de aberturas en la que no se conseguían insumos cuando comenzó la cuarentena y cerraron por un tiempo. Se trata de un emprendimiento familiar de sus padres y sin quedarse de brazos cruzados, optó por comenzar a fabricar por su cuenta box divisorios móviles, de un metro por 60 centímetros, que tuvieron de inmediato una gran demanda, ya que pueden colocarse sobre un escritorio y sirven para mantener la distancia social entre quien se sienta de uno y otro lado. Según contó, tuvo muchos encargos para oficinas de inmobiliarias, estudios de abogados o algún consultorio. “Ahora el mercado está más calmo y ya volví a trabajar a la fábrica de aberturas, pero igual sigo vendiendo los que me quedaron a un precio final de 1.500 pesos. Estos protectores tienen marco de madera, que reduce un montón los costos, y un vidrio de 3 milímetros, que es bastante económico respecto al acrílico, que además de ser más caro no se conseguía, al igual que pasó con el aluminio”, explicó.
Quienes optaron por colocar divisorios más económicos adquirieron otro tipo de productos y en comercios abocados a la venta de artículos de goma, telas, hules y demás tuvieron una inesperada demanda. En un local de avenida Pedro Zanni al 1.200 contaron que al inicio de la pandemia trabajaban por WhatsApp con delivery y fue tal la venta que en un momento quedaron desabastecidos. “Tenemos un cristal transparente (flexible) y trabajamos cuatro medidas. Vienen distintos espesores y la venta fue muchísima. Hasta nos quedamos sin stock. Nos compraban los comercios, los supermercados, los taxis, las oficinas. Los usos eran múltiples”, refirió a UNO Mauro, uno de los vendedores.
El rollo viene por 1,40 metros y según el lugar donde se colocará, el cliente pide cuánto quiere llevar. “Es mucho más económico que el vidrio o el acrílico. Y si bien es menos duradero que el policarbonato, el más grueso es muy resistente y es el que se suele usar para los cerramientos para quinchos”, afirmó, y mencionó que hubo otros productos con mucha salida también, como las telas para hacer barbijos, tipo friselina, entre otras; además de vender más bandejas sanitarias y guantes para limpieza.
Diego Gómez, presidente de la Cooperativa de Trabajo del Centro, abocada hace 16 años a la confección de indumentaria de trabajo y uniformes de fuerzas de seguridad, coincidió con otros emprendedores en se encontraron ante un desafío por la pandemia: “Como se cerró todo, quedamos sin demanda. Lo que hicimos entonces fue mutar: calibramos las máquinas para hacer insumos sanitarios, y mediante certificación de Desarrollo Social y de Salud, comenzamos a hacer kit sanitarios, compuestos por barbijos, cofias, cubrecalzado y batas o camisolines de friselina. Y luego sumamos la fabricación de las máscaras de protección”, señaló.
Al inicio de este período de aislamiento, uno de sus principales compradores fue el Estado provincial, al que se sumaron clínicas y otros efectores de salud. Ahora ampliaron las ventas a empresas y particulares.
Por su parte, Carla, diseñadora de indumentaria, es propietaria de la marca de ropa deportiva Miola, que quedó parada principalmente porque no conseguía insumos, ya que las fábricas en Buenos Aires estaban cerradas, y se volcó a hacer los barbijos Tricapa Paraná. “Con ayuda de mi novio empezamos en abril, ya que teníamos más tiempo disponible y cuentas que pagar, obviamente. Primero hicimos un par de barbijos para nosotros y nos propusimos fabricar para vender. Tuvimos la ayuda de un instagramer que nos hizo publicidad, nos hicimos bastante conocidos y nos va bien. La venta más importante fue a un laboratorio que nos compró 600 barbijos”, subrayó. Actualmente solo venden por mayor, con un mínimo de 10 unidades.
Carla sumó ahora la fabricación de buzos de algodón, ya que esa tela se consigue a nivel local, pero aseguró que seguirá con los barbijos: “Los vamos a seguir haciendo, porque la verdad han sido una salvación para nosotros en este tiempo”, recalcó.
Rosana Narváez también hace barbijos, pero a menor escala. Junto a su hija María Luz, de 17 años, comparten la pasión por la costura y se plantearon hacer tapabocas cómodos, que no se caigan, no se enreden tanto en el cabello y se puedan lavar varias veces para que sus eventuales clientes no tengan que reponerlos seguido y por ende no gasten tanto. “Vimos un modelo que era práctico, que directamente se coloca y es anatómico”, dijo, y observó: “Hoy el tapabocas de tela se convirtió en una indumentaria más, porque actualmente no se puede pensar en compartir una vida medianamente social sin usarlo. Y como objetivo nos propusimos que cumplan la función real que tienen, ya que hemos visto modelos que solo son para ponerse algo en la cara para poder ingresar a algunos lugares donde los exigen, sin proteger, y eso tampoco sirve”.
Con su hija fueron investigando cuáles modelos podían ser más funcionales, duraderos, y que no corten la respiración. Ya con la marca BP Barbijos Paraná, los ofrecen redes sociales con variados diseños, e incluso son reversibles. Cuestan 200 pesos cada uno o dos por 350 , para adultos; y a 150 pesos para niños, o dos por 250 pesos. “Es una promoción por el Día del Amigo”, destacó.