Sebastián Gálligo
Un gesto que movilizó tres generaciones
Parece lejano, pero no lo es. Ni por la distancia en kilómetros ni por el paso del tiempo. Están ahí, un gesto los trajo del pasado y los unió en un palco que inevitablemente cobró vida y eclipsó por buena parte de la noche el partido en cuestión.
Jugaban Boca-Atlético Tucumán, un sábado a la noche. Y el Xeneize tenía la posibilidad de volver a la punta, al menos por 24 horas, como para extender la sobremesa de alegría y disfrutar de un domingo puntero de la Superliga. Todo dado: un plan perfecto. Faltaba con quién.
A Cristian se le ocurrió invitar a su casa a su hijo y a su nieto en la semana de su cumpleaños y el de su hijo mayor.
Preparó una picada de salame, jamón crudo, papas y palitos y un par de bebidas para amortiguar el impacto de una jornada agobiante donde la térmica superó los 37º en la capital entrerriana.
Los comensales llegaron casi sobre la hora porque Juan laburó hasta tarde. La tele estaba prendida y de repente apareció la imagen del palco que les sacudió el alma: Román Riquelme, ahora vicepresidente del club y los exjugadores Alberto Márcico y Ángel Clemente Rojas. Pa. Demasiado fuerte.
Román parece haber imaginado esa mesa de la zona sudoste de la ciudad Paraná. Que bien pudo haber sido en Orán, Resistencia, Tafí del Valle, Carmen de Patagones o Río Gallegos.
El máximo ídolo de Boca, brillante, como cuando era jugador vio más allá del reconocimiento a exfiguras del club que a veces, por el paso de los años, quedan en el olvido. Porque el fútbol es hermoso y al mismo tiempo es cruel. Se vive mucho del presente y en un país exitista se omite el pasado inmediato y más aún el paso de décadas.
Román la vio de movida. Puso la mano sobre el rival como cuando la recibía de espalda en La Bombonera donde tenía ciertas licencias de contacto merecidas por su jerarquía y la tiró entre líneas dejando una silueta inmortalizada por la elegancia del movimiento.
Y con ese paso le dio en el corazón a Cristian y a Juan y le transfirió ese legado al pequeño que, como suele ser ante tanta inocencia, se mostró irreverente. “Yo el único 10 que conozco es Román”, dijo luego de escuchar al padre y al abuelo.
Segundos antes Cristian había viajado en el tiempo y se le cruzaron miles de imágenes en la memoria imposibles de poner en palabras en poco tiempo.
Apenas vio la presencia de la transmisión televisiva exclamó: “Rojitas... qué jugador”. Para esa generación y para las que la precedieron por el relato, Rojitas tal vez haya sido uno de los jugadores más grandes de la historia.
Un jugador con una habilidad excepcional que se salía de la media y brindaba un espectáculo 100% potrero. Jugó desde 1963 hasta 1972 y ganó cinco títulos con el Xeneize. Fue ídolo de Diego Maradona, imaginate.
Juan escuchaba a su padre, pero en su memoria pasaban las imágenes del Beto. Ese 10 que llegó de grande a Boca, club del que es hincha, y lo sacó campeón del torneo local después de 11 años. Sí, Boca estuvo 11 años sin salir campeón del país. Y en ese entonces ganar un torneo no es como hoy, que parece solo servir para clasificar a las copas. Y si no pregúntenle a los hinchas cómo salieron a las calles a celebrar el Torneo Apertura de 1992 aquel 20 de diciembre tras empatar con San Martín de Tucumán en La Bombonera. El equipo del Maestro Tabarez.
A Juan se le vino a la memoria aquel equipo, el Beto con la colancha, un tanto excedido de peso, el Abuelo José y la camiseta Olan con el azul marino que usó años más tarde.
El pequeño no los vio, y tampoco a Román. Pero el Último Diez está más cerca en el tiempo y aún cuesta asimilar su retiro. Por eso sabe de quién se trata y cada tanto lo engancha en youtube o en algún programa especial.
El plan no tuvo fisuras y como frutilla del postre, Boca ganó 2 a 0, con un gol sobre el final como para cerrar la película y Juan y su hijo regresaron punteros.
Mientras tanto, a esa misma hora, en La Boca, el Beto declaraba: “Cuando entré al palco y tenía la camiseta con mi nombre fue una emoción tremenda. La verdad, el gesto de Román es una caricia al alma. Es para sacarse el sombrero”.
El gesto de Román no fue solo para él y Rojitas, el gesto de Román movilizó a tres generaciones y les regaló un sábado inolvidable.