El tiempo que nos toca vivir seguramente nos dejará conceptos que, por repetidos, hoy nos resultan banales, y a los cuales no les damos la trascendencia que realmente deberían tener a la luz de las circunstancias en la que suceden.
Somos ese granito de arena
El ritmo vertiginoso de la vida anterior a la pandemia hacía pasar por alto muchas cosas porque no había tiempo para detenerse a cuestionar y había cosas más importantes para preocuparse. Si las cosas andaban mal, alguien, o algo, lo solucionaría por nosotros. Era sencillo quitarse la responsabilidad de encima bajo la justificación de no tener herramientas para cambiar nada.
Donald Trump es uno de los ejemplos dolorosos del extremo al que los seres humanos podemos llegar a acostumbrarnos, a soportar, y hasta premiar.
Pero seguirá siendo un error subestimar este tipo de situaciones y creer que solo se trata de estúpidos que cometen errores. Trump, como otros tantos gobernantes cercanos, hacen todo lo que quieren porque pueden. Están convencidos de que el espíritu colectivo está roto, que el individualismo es más grande, que a la gente no le importa nada mientras no los afecte a ellos, que el poder del dinero es capaz de borrar dolores que parecen terminales, y que hasta las noticias más terribles solo duran un tiempo, hasta que algo más llamativo se viralice en todas las pantallas y gane las tapas de los diarios desviando la atención.
Julio Grondona lo tenía grabado en un anillo. Desde el poder se sabe que el cinismo gana casi siempre si se lo pone en práctica en el contexto adecuado.
El Covid-19 está haciendo un esfuerzo formidable por arrancarle la máscara de hipocresía a los que gobiernan, por mostrarle a la humanidad que hay otras formas de vivir y de morir, que en verdad no somos tan fuertes, que nadie está a salvo, y que todo esto puede volver a suceder.
Pero está comprobado que somos duros de entendederas.
Es muy probable que cuando todo esto pase, solo queden estadísticas. Número que serán utilizados para ganar elecciones, o para perder elecciones, para ganar dinero, para sumar poder, para acusar, para mentir. Y ahí empezaremos otra vez.
Ser escéptico sobre el aprendizaje que deje el coronavirus no es ser pesimista. Simplemente es recordar que somos propensos a volver a cometer los mismos errores. Lo mejor que nos puede pasar después de esto es volver a darle valor a lo único que podemos controlar y sobre lo que tenemos pleno manejo: Nuestro compromiso personal.
Podríamos comenzar por cosas esenciales como la responsabilidad sobre nosotros mismos y el cuidado del otro. Conceptos que no demandan dinero ni esfuerzo. Simple compromiso a partir de actitudes sencillas.
Podríamos estar ante una prueba de las más simples de cumplir después de más de un mes de encierro. Nos habilitarían para salir al aire libre en un radio de 500 metros de nuestra casa y solo por una hora. ¿Será necesario que un policía nos vigile a cada uno de nosotros para saber fehacientemente que hemos respetado esa única consigna que nos otorgaron? Hacerlo bajo nuestra propia responsabilidad, y cumplirlo, es un desafío importante para quienes están acostumbrados a hacer siempre lo que quieren porque nadie los ve.
Si después de la pandemia todo sigue como antes, estaremos como estábamos. Resignados a que nos mientan en la cara, ese mismo Trump que hoy receta inyecciones de desinfectante volverá a ganar las elecciones, nosotros seguiremos comprando las verdades que mejor se ajusten a nuestras necesidades, y continuaremos hablando ampulosamente de la importancia del respeto al otro mientras tratamos de que no se note lo que realmente pensamos.
Pero si cada uno de nosotros se preocupa por cumplir con su responsabilidad individual, habremos logrado algo enorme: Respeto propio. Somos una muestra del mundo en que vivimos, si lo logramos aquí, seguramente en el resto del planeta también habrá pequeños cambios similares que formarán parte de un primer paso hacia cambios mejores. La arena es un puñadito, pero hay montañas de arena.